Disclaimer

Algunos de los personajes aquí descritos pertenecen a la serie de The CW, The 100, y por tanto son propiedad de Jason Rothenberg, su creador, y en última instancia de Kass Morgan quien escribió la trilogía de libros en que la serie se inspira. Las situaciones, historia y diálogos corren por cuenta propia.

Aclaraciones

Es importante para entender el fic que éste se desarrolla en tres etapas temporales distintas: al inicio de cada capítulo indicaré entre paréntesis el siglo al que hago referencia. Estas tres historias, pues, son paralelas y siempre compartirán los mismos personajes principales.

¡Espero que os guste!


(XXVII)

Capítulo 1

El calor era abrasador. Una auténtica tortura que vivía día tras día sin excepción alguna. Se incorporó con cuidado y secó las gotas de sudor que caían por su frente. Por suerte, las densas gafas protectoras que cubrían sus ojos habían impedido cualquier tipo de contacto con los mismos. Unas gafas que le resultaban de lo más desagradables pues se pegaban a su piel y pesaban una barbaridad.

– Te noto dispersa, Griffin –la voz de su compañero de turno la distrajo. El joven se acercó a ella con una sonrisa burlona pintada en el rostro.

– Son estas estúpidas gafas, me molestan –masculló entre dientes.

– Pueden molestarte todo lo que quieras, pero sabes que es obligatorio llevarlas para estar aquí.

– Lo sé, Bellamy, no es necesario que me lo recuerdes –rodó los ojos y arqueó la espalda, relajando los músculos.

– De todos modos hemos terminado por hoy, ¿qué te parece si volvemos?

– Pues que es lo más inteligente que has dicho en todo el día –el moreno le lanzó una mirada fulminante y ella rió.

Dejar su puesto en la perforadora era toda una alegría. Las jornadas de trabajo eran de más de nueve horas y había instantes en los que se sentía morir, pero no podía detenerse. Necesitaban el agua. Bellamy fue el que se acercó primero a la enorme puerta de acero que blindaba la salida de la central y entonces se volteó hacia ella.

– Si haces los honores… –con la mano le señaló el detector con sensor de infrarrojos que había instalado justo a un lateral de la salida.

– El día que entiendas que esta clase de caballerismos no van conmigo nos llevaremos mejor –pasó por delante de su compañero entre las risas de este y se situó junto al sensor. Aquel era su ritual diario, esperar a que la identificaran y le dieran permiso para poder abandonar su puesto de trabajo. En cuanto oyó el pitido de confirmación se separó y echó a andar.

– ¡Pero espérame!

El sol la cegó al abrirse las compuertas y parpadeó por inercia. Estaban a casi cuarenta grados pese a ser invierno. En realidad no le encontraba sentido alguno a que conservaran el antiguo sistema de estaciones pues para ella sólo habían dos tipos de meses: los calurosos y los insoportablemente calurosos.

– Lo que me ha costado alcanzarte –jadeó Bellamy– ¿acaso no me oías?

– No te escuchaba, que es distinto –sonrió de lado y se subió en su motocicleta. Al encenderla el rugido del motor hizo que se le erizara la piel. Amaba aquel pedazo de metal con ruedas– ¿Subes?

– Claro –el moreno se colocó en la parte trasera de la moto y se sujetó a los agarres.

Clarke deslizó la mano por el acelerador y emprendieron el camino a través de la arena. Una arena resquebrajada, seca, áspera y de un color cobrizo muy vivo. Todo era tierra a su alrededor y ella ya no era capaz de recordar el tacto o la humedad de la hierba. Con todo, tenían mucha suerte de no encontrarse en pleno desierto, conocía colonias que habían tenido que sobrevivir entre la fina y ardua tierra de esos parajes y muy pocas eran las que habían logrado mantenerse. En su caso se encontraban en la superficie de lo que anteriormente había sido un gran río y esa era la principal virtud de su emplazamiento, pues eran capaces de extraer el agua para posteriormente convertirla en apta para el consumo.

Rocosos montículos varaban una tierra en la que no crecía nada de provecho, una tierra muerta. Y era en esas mismas colinas en las que se habían visto obligados a refugiarse desde hacía más de 600 años. El rastro de polvareda que levantaban las ruedas de su motocicleta se perdía y se elevaba hacia aquel cielo azul, completamente despejado. Casi lamentó abandonar la zona más llanera para empezar a ascender por la vertiginosa carretera que conducía a la entrada del complejo que ellos llamaban "hogar". Llegaron a la explanada que vaticinaba la entrada del "Monte Washington" no sin antes haber tenido que maniobrar un par de veces para esquivar rocas y pedregales inoportunos. Frenó con delicadeza, ya que lo último que quería era levantar más polvo, y apagó el motor.

– Al fin en casa –Bellamy suspiró y bajó de la motocicleta– creo que en cuanto llegue me daré una ducha.

– ¿Aún te quedan litros por consumir? Te he visto beber mucha agua –Clarke también bajó y sujetó el volante del vehículo, empujándolo hasta la entrada.

– No me seas amargada, ni siquiera había pensado en eso… –hizo una mueca de agonía y ella rió.

– Tú no seas tan crío, ya sabes que esas cosas hay que mirarlas, órdenes de Jaha –pronunció lo último en un tono tan solemne que a ambos les dio una carcajada.

– Es parte de mi encanto –el moreno sonrió con tanta pedantería que no pudo evitar que le respondiera con un pequeño golpe en la nariz.

– ¿Haces tú ahora los honores? –extendió la mano y le señaló la gigantesca compuerta de hormigón armado. Bellamy asintió.

La entrada al "Monte Washington" siempre la había fascinado y horrorizado a partes iguales. Una enorme estructura de más de siete metros de altura capaz de soportar la entrada de cualquier vehículo al complejo. En el firme arco que bordeaba la puerta se podía leer el nombre del lugar con unas letras algo carcomidas por el paso del tiempo. El moreno se acercó al sensor de infrarrojos que había adherido a la compuerta y éste reaccionó al identificarle. Un grave estruendo predijo la apertura del complejo y los mecanismos y engranajes comenzaron a girar.

– Ya puedes despedirte del sol por hoy –el joven se giró y la miró, risueño.

La puerta precedía un túnel concienzudamente iluminado a ambos lados. Clarke se acercó a su amigo y se introdujeron en el complejo, oyendo cómo la entrada se cerraba a sus espaldas. Siempre le embargaba una pequeña sensación de claustrofobia cuando eso ocurría. Pese a haberse criado allí toda su vida, más de 17 años, seguía sin acostumbrarse. Había algo en su interior que le gritaba que ese no era su sitio. Siguieron caminando hasta que Clarke vislumbró el parking.

– Ve yendo, yo iré a dejar la moto –Bellamy asintió y se despidió de ella alzando la mano.

La joven se desvió por uno de los caminos que emanaban del túnel principal y alcanzó el aparcamiento. El lugar no era excesivamente grande pues pocas familias en "Monte Washington" podían permitirse el lujo de tener un vehículo y, por ese motivo, ella tenía gran facilidad a la hora de dejar su motocicleta. A pesar de ello, le gustaba aparcarla siempre en el mismo sitio: la plaza F-012. Aún no entendía por qué pero ese número le inspiraba algo… no sabía cómo describirlo pero sentía que debía ser bueno.

Tras dejar su moto, volvió al túnel principal y se decidió a tomar el ascensor para bajar a la planta -7. La distribución de los hogares en el complejo se hacía por renta y por clase profesional de la familia: cuanto mayor fuera el grado de tu profesión o de tu reputación te encontrarías más cerca de la superficie. El motor del ascensor se detuvo y sus puertas se abrieron.

Los túneles de la planta -7 eran mucho más estrechos que los de la entrada. Sus paredes, recubiertas por piedra de un blanco roto y sucio, tenían pequeños respiraderos junto a los que se percibía una leve y frágil brisa de aire. Caminó hasta llegar a su casa, la puerta 704. Introdujo la llave en la cerradura y giró, abriéndose paso por el interior del recibidor.

– Estoy en casa.

– Clarke, ven, rápido –su hermano asomó la cabeza desde el comedor y volvió a esconderse casi al segundo– no puedes perderte esto.

– Voy, voy –suspiró con una sonrisa en los labios. Su hermano Jasper, a pesar de ser mayor que ella por cinco años, era todo un remolino. Acarició la madera de la pequeña mesita que adornaba el recibidor y se detuvo unos instantes ante la fotografía de sus padres. Rozó el cristal con la yema de los dedos– estoy en casa… –susurró.

– ¡Clarke! –si algo caracterizaba a Jasper era su poca paciencia.

– Que ya voy –alargó la última vocal y pasó al comedor, o al menos lo que ellos entendían como tal pues se trataba de una simple habitación semi-vacía. La sala tenía lo justo: una mesa de madera con dos sillas a sus extremos, un sofá hecho trizas y el mueble que sujetaba un televisor de lo más rudimentario– ¿Qué era eso tan importante que querías que viera?

– Mírale –comentó con desprecio señalando la pantalla del televisor– viviendo de lujo gracias al sudor de nuestra frente –la imagen a la que su hermano se refería era el canciller de la colonia, Thelonius Jaha, dando su habitual discurso de celebración por el Resurgimiento. Jasper no tardó en subir el volumen del aparato.

[...] …Por eso, conciudadanos, el Gobierno Unitario pide que sigáis esforzándoos día a día a fin de mantener esta hermandad, de preservarla y cuidarla como si vuestra vida dependiera de ello. Sabemos que se han tenido que llevar a cabo muchos sacrificios para que pudiéramos alcanzar el nivel de prosperidad que hoy día celebramos, pero ha merecido la pena. Hoy, más que nunca, me siento orgulloso de decir que las puertas de La Ciudad de Luz se abrirán un año más para que todos podamos celebrar el día del Resurgimiento. Por supuesto que… [...]

– Se lo tiene creído, ¿no crees? –su hermano no despegaba la mirada de la pantalla– y pensar que él es quien es porque así lo han determinado desde arriba, porque nosotros no tenemos el mismo chip que tiene él –ahora la miró a ella y se tocó el cuello a la altura de la oreja izquierda mientras esgrimía una cínica sonrisa– nosotros somos ganado de segunda.

– De ser un animal seguro que serías una cabra porque desde luego que estás como una –bromeó sonriendo mientras le revolvía el pelo.

– Puede que tengas razón, pero esta cabra ya está cansada de serlo y mañana pienso demostrarlo.

– ¿Qué quieres decir con eso? –su sonrisa se había esfumado al contemplar el brillo de determinación en los ojos de su hermano.

– Vamos a sabotear el mensaje del canciller Jaha.