Disclaimer: Shaman King no me pertenece, es propiedad de Hiroyuki Takei. Tampoco me pertenece ROTG/Guardians of Childhood, esta es propiedad del grandioso William Joyce y al parecer de Dreamworks.
Este TRHEE-SHOT forma parte de mi reto personal de crossovers (para mas detalles, buscar el link ANEXOS accesible en mi profile). Pero no es conclusivo, es como el inicio de una historia multi-chapter la cual se puede realizar, pero no es seguro.
7 años antes
Jamie seguía sin poder creer su suerte ¡Había conocido a los guardianes! O sea, ni más ni menos que al mismo Santa, Hada de los Dientes, Sandman, Conejo de Pascua y el hasta entonces desapercibido Jack Frost. Él a sus diez años, había vivido la aventura que todo niño sueña, y junto a sus amigos ¡No podía ser más feliz!
Desgraciadamente, de esa noche no quedaban más que dibujos no tan bien elaborados, la firma de un tal Phil en su libro de seres fantásticos, un huevo de pascua que nunca se rompía y el testimonio de cinco niños que mantenían recuerdos difusos de aquella noche que parecía producto de un sueño colectivo.
Un día después de aquella aventura les preguntó a sus amigos si lo recordaban todo y, aunque partes sí y partes no, lo hacían. Pero para ellos era un sueño y nada más.
Al niño le dolía pensar así fuera. Que a pesar de ser el sueño más maravilloso que tendría jamás, la posibilidad de que no fuera real era decepcionante. Era una manera cruel de tener esperanzas y al mismo tiempo perderlas. En serio que le gustaría tener pruebas más concisas.
Pasaron los días y los detalles de lo sucedido se iban olvidando, las versiones se iban distorsionando y al final, sólo quedaba una historia un tanto incongruente, pero no por eso menos entretenida. A los chicos les encantaba. Sin embargo, Jamie sabía que en poco tiempo la perdería por completo.
Y aún así seguía esperando poder encontrar algo que le dijera que fue verdad.
Sólo que no se imaginó obtener más de lo que pidió.
No se hubiera dado cuenta de no ser por Sophie. Su hermana llevaba varias veces yendo a dormir con él, según ella porque oía como varias personas le hablaban y tenía miedo. Jamie le daba la bienvenida y la estrechaba entre sus brazos para darle tranquilidad. Estuvo bien los primeros días, pero a la semana de aquella rutina pudo comprender el miedo de su hermana. El también las podía oír.
Lo despertaron a la mitad de la noche, al principio creyó que era los vecinos, pero recordó que la distancia entre las casas era tal, que era imposible que pudiera oírlos de aquella manera. Se empezó a preocupar.
—¿Tú también las escuchas? —le preguntó Sophie.
Jamie miró a su hermana con sorpresa. La niña lo veía con el mismo miedo con el que había llegado la primera noche. La seguridad en forma de su hermano se había desvanecido.
—Si —contestó, pero haciendo lo imposible para no notarse nervioso o con miedo. Sophie no necesitaba eso—. No son los vecinos ¿cierto?
Mejor hacer de esa situación algo normal para que ella no se alarmara.
La pequeña negó con la cabeza, cerró los ojos y unas cuantas lágrimas rodaron por sus ojos. Jamie inmediatamente la abrazó y le limpió la cara.
—¿Por qué lloras Sophie?
—Porque te enfermé—y empezó a llorar escondiendo su rostro en el pecho de su hermano. Este la abrazó, intentando mantener la calma y no llorar como ella, pero resultaba ser más difícil de lo que creyó.
¿Qué estaba pasando?
La respuesta vino la siguiente noche, cuando Jamie recordó ser valiente justo como cuando conoció a Jack y los demás, y en lugar de quedarse en cama, se levantó y fue a investigar el origen de las voces. Sophie lo acompañó, armada con sus alas de mariposa y su preciado huevo de pascua. Primero se asomó por la ventana, pero no vio nada, por lo que decidió bajar quedamente las escaleras, con su hermana detrás de él imitando sus movimientos, y salir. No planeaba ir muy lejos, sólo asegurarse de que en serio no fuera nadie deambulando por ahí. Aunque al final de cuentas, no tuvo que hacerlo. La respuesta a su miedo y el de Sophie estaba en su propio patio.
Los hermanitos sólo se limitaron a abrir la boca y lanzar una exclamación sorprendida ante lo que veían. Porque en su patio trasero, debajo del único árbol que tenían, estaba un hombre muy viejo que brillaba de una manera extraña y cuyos pies no se veían porque en lugar de ellos parecía tener una cola que terminaba en espiral. A su alrededor habían algunos animales como perros, gatos, lagartijas, arañas, tejones y muchos, muchos hámsters.
—¿Fantasmas? —se preguntó Jamie, aún sin creer lo que veía.
Y fue en ese momento en que tanto el hombre como los animales levantaron la vista en su dirección, y aunque Sophie era demasiado pequeña para saberlo, no así Jamie quien tenía cinco años cuando vio el rostro de aquel hombre una última vez.
—¡Abuelito! —gritó Jamie, e inmediatamente se tapó la boca recordando la hora.
Por otro lado, aquel otro hombre lo miraba estupefacto, sin poder creer lo que veía o mejor dicho, a quienes veía.
—¿Jamie? —y después miró a la pequeña rubia— Esa debe de ser Sophie ¿cierto? Jamás tuve oportunidad de conocerla.
El niño de diez años debió haber salido corriendo y su hermana también. Porque eso que estaban viviendo no era normal bajo ninguna circunstancia. Porque ese anciano había muerto hace cinco años y no debería estar ahí, en su patio. Y sin embargo no lo hicieron. Jamie estaba asombrado y Sophie realmente no conocía lo que la situación realmente implicaba.
Podían ver fantasmas.
Jamie le prohibió a Sophie decirles a su madre y a quien sea sobre su nueva habilidad. Porque no sólo podían ver el espíritu de su fallecido abuelo, sino también el de las mascotas enterradas en el vecindario y aquellos que residían en el cementerio. Debieron haber tenido miedo, sí, pero los fantasmas habían probado ser en su mayoría seres amables que necesitaban ser escuchados, y entre ellos ya se habían cansado, así que hablar o jugar con los vivos había resultado realmente refrescante para ellos, en especial si era con el niño que se había enfrentado al mismísimo miedo. Y Jamie estaba fascinado.
No era precisamente lo que quería, pero era más de lo que había pedido. Como todo amante de lo paranormal y los misterios del mundo, el poder ver fantasmas era un sueño hecho realidad. Aunque aún seguía sin saber de sus amigos los guardianes…
La solución a sus problemas vino un día en que perdió uno de sus ya escasos dientes de leche. Fue mientras jugaba, o mejor dicho, intentaba jugar beisbol en un terreno baldío con los espíritus. Sophie estaba echando porras junto con otras niñas, mientras que él y otros fantasmas corrían, bateaban, lanzaban y se barrían como los profesionales. Desgraciadamente, el niño no tuvo tanto cuidado como debía cuando trató de llegar a Home, barriéndose boca abajo y haciendo que el diente saliera.
Fue doloroso, sí, pero al tener el diente en sus manos y la posibilidad de ver, al menos, al hada de los dientes una vez más lo anestesió por completo.
Así que esa noche dejó el diente bajo su almohada con una nota especial para el hada. A la mañana siguiente, cuando despertó con una moneda y sin la nota, Jamie supo que todo, absolutamente todo, había sido verdad.
Cuando los guardianes los vieron por segunda vez, sólo fueron Norte y Jack. Los demás estaban ocupados. Pero fue suficiente para ellos. Hablaron de todo, absolutamente todo y de los fantasmas también. Y ni Norte o Jack supieron que decirles, pero les prometieron investigar al respecto.
De eso hace unos meses y seguían sin recibir respuesta.
Jamie suspiró mientras se dirigían al terreno baldío donde él y Sophie solían ir al menos una vez a la semana a jugar con los fantasmas del lugar. Era perfecto porque nadie llegaba hasta ahí, porque decían que espantaban, y su madre no ponía peros porque para ella era ver que sus dos hijos pasaban tiempo de calidad juntos. Todo estaba bien. O al menos eso parecía hasta que llegaron al terreno y se toparon con un hombre de cabello oscuro y vestido con ropas blancas parecidas a las de los indios en sus libros de historia. Inmediatamente se puso delante de Sophie que en nada se tardó en usarlo de escudo.
—¿Ustedes son Sophie y Jamie Bennett? —preguntó el hombre en tono serio. Obviamente era mucho mayor que él y su hermana.
—Sí —contestó, olvidando por completo cualquier consejo y enseñanza de su madre sobre conversar con extraños y el cómo no debe darle su nombre o cualquier otro dato personal.
—Mucho gusto. Me llamo Kalim, y soy un shaman.
—¿Shaman?
—Así es. Un shaman es el vínculo entre este mundo y el espiritual.
Obviamente Jamie no le entendió ni jota, y al parecer el hombre se percató de eso porque bajó un poco el cuello de su poncho, permitiendo que los niños vieran sus facciones, en especial su sonrisa.
—Quiero decir que como ustedes, yo también puedo ver fantasmas.
Eso fue todo lo que Jamie necesitó. Empezó a preguntar como loco, y el hombre, entre asombrado y divertido, contestó a cada una de sus dudas. Le pregunto sobre los fantasmas, espectros y derivados de los que había escuchado… y el hombre ni se incomodaba. A lo mejor se molestaba por los bien difundidos y erróneos estereotipos, pero igual él también parecía contagiado por la emoción de Jamie y la naturaleza enérgica de Sophie, que si bien no entendía mucho imitaba las reacciones de su hermano.
Entre pregunta y respuesta llegaron a un término desconocido para él: Shaman King. Un Shaman que entra en contacto con los grandes espíritus, logrando cumplir así con sus propios sueños.
Y Sophie entonces preguntó…
—Si soy Shaman King… ¿mi Mami verá a Conejo?
El hombre lució confundido por la pregunta, él no sabía quién era Coneja. Pero sí sabía algo que podría servirle a la niña.
—Si eres Shaman King, podrás hacer cualquier cosa que quieras pequeña.
—¿Lo que quiera? —fue entonces Jamie quien habló emocionado.
—Así es.
Pero no escuchó del todo a Kalim, su mente fantaseaba en un mundo donde los días nevados con Jack fueran constantes, donde él y todos los niños recibieran sus regalos preferidos en Navidad, donde cada niño con un diente caído despertara con una moneda debajo de su almohada, donde los sueños de Sandman perduraban para siempre y el Conejo de Pascua no faltaba.
Un mundo donde todos creyeran en los guardianes, sería un mundo perfecto.
Después de seguir con las preguntas, Kalim les ofreció entrenarlos, porque veía en ellos potencial, y puesto que no había un Shaman en toda la región que pudiera ayudarlos, él podría hacerlo con gusto. Jamie aceptó de inmediato. Sophie igual, más por seguir a Jamie que por saber qué haría.
Su respuesta complació a Kalim, quien después de eso se marchó, diciéndoles qué día los volvería a ver en ese mismo lugar.
Los niños regresaron a su casa muy emocionados. Jamie hablaba y alardeaba de lo que se avecinaba, del grandioso futuro que les deparaba aprendiendo a controlar espíritus, hablando con ellos y conociéndolos. Pensando en qué tipo de espíritu tendría como amigo en el futuro. Ya habían entrado a los suburbios cuando oyó que lo llamaban.
—¡JAMIE!
Levantó la vista y se topó con la cara asustada de los gemelos, quienes corrieron a toda prisa a donde estaba.
—¿Qué pasó?
—¡Tu casa… Jamie tu casa se está quemando!
—Cuiden a Sophie —fue lo que les dijo antes de correr a toda velocidad a su hogar, mirando al fin al cielo, topándoselo tapizado del humo que, desgraciadamente, venía de su casa.
Esa noche, Jamie no sólo supo qué era lo que quería hacer en los próximos siete años de su vida. Esa noche él y su hermana se quedaron huérfanos.
