Nunca se había sentido tan vivo como cuando escapaba de la Torre del Círculo, una y otra vez, incansable aún cuando tantas veces había sido devuelto y castigado. También sentía la llama de la vida cuando, en su vieja y destartalada clínica clandestina en Ciudad Oscura, situada bajo Kirkwall, ayudaba y curaba a los refugiados. Habían sido tiempos difíciles sin duda y había visto tantas cosas con las que otros hombres se habrían empequeñecido y deprimido… Pero eso no había ocurrido con Anders, todo esto le había dado fuerzas, ganas de luchar, de vivir, de rebelarse contra todo lo que era "injusto".

Ahora, no obstante, las cosas habían cambiado. Después de la destrucción de la Capilla en Kirkwall los magos a los que tanto había defendido se habían rebelado y alzado contra los templarios y aquel sistema opresor de Círculos. Anders ya preveía todo esto, pero lo que no esperaba era lo que vino después: su gente, los magos, empezaron a sentir rencor hacia él. Le culpaban de su nueva situación como fugitivos (¡como si estar en el Círculo fuera mejor!) y poco a poco Anders comprendió que ya no había un lugar para él junto a ellos. Ahora Anders se sentía morir.

No es que estuviera mal físicamente ni nada de eso. Se había instalado cerca de Nevarra, en una cabaña abandonada que encontró casi por casualidad en su vagar. Después de comprobar que estaba deshabitada preparó y reparó todo lo necesario para conseguir que su nuevo hogar fuera habitable. No quedó especialmente cómodo, pero para él era un sitio acogedor. Nunca había necesitado la comodidad y en toda su vida sólo había disfrutado de ella mientras vivió en el odiado Círculo, así que no le importaba en absoluto.

Desde que había llegado allí, alrededor de un mes antes, Anders había llevado una vida similar a la de un ermitaño. Evitaba el contacto con otras personas y se había abandonado a la cavilación y la reflexión. Sólo se acercaba a la ciudad de Nevarra para lo necesario. En los bosques que rodeaban su cabaña abundaban las hierbas con las que elaborar ungüentos y brebajes medicinales, que vendía en el mercado de la ciudad cada vez que necesitaba comprar comida que él no podía conseguir por sus propios medios, ropa, enseres, etc. Y a esto se reducía el escaso contacto social que tenía con otras personas. Porque aunque el mago se sentía muy solo estaba decidido a permanecer así el tiempo que necesitara, que bien podía ser para siempre. No quería perjudicar a nadie más.

Su soledad la acentuaba la ausencia de aquella presencia que tanto tiempo había estado unida a él: Justicia. Ya no sentía a Justicia en su interior, nada. Simplemente un día desapareció. Anders ignoraba si el espíritu había vuelto al Velo, de donde provenía, o había encontrado un nuevo inquilino. "Mejor para él" pensaba Anders, ya que era otro de los tantos que había sido perjudicado por sus acciones. El pobre Justicia, llevado por los sentimientos del mago se estaba transformando inevitablemente en algo nuevo mucho más sucio y primitivo: Venganza. Quizás con su liberación había vuelto a ser quien en un día fue.

Y así, aquella mañana Anders estaba sumido en una reflexión mucho más práctica: ya estaba a mediados de otoño, el invierno se acercaba peligrosamente, y no era una decisión muy sabia pasarlo en aquel lugar apartado con la poca ropa de abrigo y mantas de las que disponía en ese momento. Tocaba bajar a la ciudad.

Cogió los frascos de las pociones que había fabricado hacía tan solo unas noches y los metió en la bolsa de piel que siempre le acompañaba en sus contadas escapadas a la ciudad. Aprovecharía para venderlas y así el viaje sería más equitativo. Un par de monedas de plata y otras tantas de bronce completaron todo su equipo.

Comenzó el descenso por el lindero flanqueado por abetos en su mayoría y algunos árboles cuyo nombre no sabría identificar. Aquello le relajaba, y a los pocos minutos ya se encontraba caminando por el tramo del camino que más le gustaba. Cerca de allí había un río, ahora mismo poco crecido por las pocas lluvias de las últimas semanas, y el sonido del agua corriendo por el cauce le resultaba una auténtica delicia. Dirigió su mirada hacia el este, dirección de la que provenía el sonido, aun a sabiendas de que desde donde se encontraba los árboles y arbustos le impedirían ver el río a lo lejos.

Demasiadas veces había recorrido ese camino como para no darse cuenta de que algo no encajaba. Buscó frenéticamente con la mirada hasta ver lo que parecía un cuerpo sin vida tendido en la tierra. Su reacción fue instantánea. Corrió hacia allí, podría haber más gente, quizás heridos. Y si había algo que la adversa situación que atravesaba no había cambiado ni un ápice era su inclinación a hacer lo que consideraba lo correcto.

Pronto quedó de manifiesto que allí no había nadie más. Anders se preguntaba qué criatura podría haber hecho aquello, ya que no parecía obra de bandidos: el cuerpo casi desnudo del hombre estaba cubierto de laceraciones aquí y allá. Esto, además, había hecho que quedase totalmente cubierto de sangre dándole un aspecto de lo más grotesco. No obstante no parecía que ninguno de los cortes fuera profundo, más bien que habían intentado dar a la desaventurada víctima todo el sufrimiento posible. Además, si todo esto no fuera poco, había sufrido diversas quemaduras de diferente gravedad. Pero… ¡por el Hacedor! ¡Si aún respiraba!

Como acto reflejo dejó caer la bolsa y se inclinó sobre él para curarle, la magia sanadora siempre había sido su especialización. Las heridas se cerraron sin mucho esfuerzo ya que, después de todo, no eran muy profundas pero estaba muy débil… peligrosamente débil. Ese pobre hombre necesitaría de ayuda durante varios días, quién sabe si durante más tiempo una vez hubiera podido evaluar la gravedad de sus lesiones. La ciudad aún estaba demasiado lejos para cargarlo él sólo hasta allí y no se había alejado demasiado de la cabaña así que la solución estaba clara.

Ató su bolsa al cinturón y cargó al herido a su espalda. Pesaba un poco (era un hombre algo musculoso) pero nada que no pudiera soportar. Una vez hubo llegado a la pequeña cabaña extendió una gruesa manta que tenía de repuesto en la cama y lo tendió sobre ella. El mago ya se las apañaría para ver dónde dormía aquella noche, después de todo un herido necesitaba el lecho más que él.

Después de arrancarle los andrajos que ahora componían su ropa mojó abundantemente un paño en la palancana y le limpió la sangre. Finalmente retiró la manta que había quedado sucia, lo vistió con una túnica de lana para que no pasase frío y lo arropó. Sabía por su experiencia como curandero que no despertaría pronto. Ahora sólo quedaba esperar.