PRESENTIMIENTO
Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarasshi, TOEI Animation, Tokio 1976, usados en este fic sin fines de lucro.
Se encontraba ahí, con los sentimientos a flor de piel. Su estómago estaba inundado del revoloteo de mariposas; muchas mariposas. Las ruedas del tren se deslizaban sobre los rieles y el pesado vagón vibraba irremediablemente.
Pronto llegaría a Nueva York, el viaje de varias horas casi llegaba a su fin. Había abandonado la ciudad el invierno pasado bajo una intensa tormenta de nieve que reflejaba perfecto el frío de su alma en aquélla mal lograda noche de estreno de Romeo y Julieta.
-¿Cómo es que decidí aceptar su invitación? – la rubia apretó con sus pequeños puños enguantados el ticket que Terry Grandchester había comprado para ella.
Por la ventanilla podía ver un paisaje contrario al de su última visita: Los prados estaban verdes y varias flores silvestres formaban impresionantes alfombras multicolores.
-Bueno, de cualquier forma, no tenía nada más importante qué hacer – pensó tratando de justificarse mientras se encogía de hombros. Como si quisiera convencerse a sí misma de que aquél viaje era el preludio tan solo de la visita de una amiga a un amigo. Sí, no había nada detrás de aquélla invitación. Lo repetiría una y otra vez hasta que ella misma se convenciera.
-Terry está comprometido – meditó-. ¿Por qué querrá verme?
Del bolsillo de su vestido sacó una pequeña carta escrita claramente con una caligrafía elegante y pulcra. Sin razón alguna aparentemente, el heredero del ducado de Grandchester le había pedido que viniera a visitarlo. Se había excusado de no ser él quien viajara, porque recién se había vuelto a integrar a la compañía de teatro tras algunos meses de ausencia.
Ella se sentía confundida: Cuando se despidieron tenía la idea de que sería para siempre y ahora, casi de la nada él le extendía una invitación y ella la aceptaba sin más ni más.
-Seguramente me estoy volviendo loca.
No había dado explicaciones a nadie en Chicago. Estaba cansada del acoso de Niel Legan y de que todos los hospitales le cerraran sus puertas prácticamente en su nariz. Aún no cerraba en su corazón la herida ocasionada por la muerte de Stear. Continuaba trabajando en la Clínica Feliz, pero tenía que aceptar que esta era una actividad casi altruista; necesitaba algo mejor pagado si quería sobrevivir. Entonces, su corazón estaba triste. Había que sumarle, además, que Albert había desaparecido y sus esfuerzos por encontrarlo no daban resultados: Esa era la preocupación principal con la que justificaba la precipitada aceptación de la invitación. Le pediría ayuda a Terry para localizar a Albert.
Había algo más en lo que ella se negaba a pensar. Había un motivo tan grande como la desaparición de Albert para volver a encontrarse con Terry. Había una escena en su memoria que ella deseaba borrar. Candice White necesitaba eliminar para siempre de su mente la escena de Terrence en aquélla carpa de quinta. No había mejor forma de lograrlo, que ver nuevamente su mueca arrogante, su caminar seguro, su hablar irreverente.
Candice tenía que reencontrarse con Terry una vez más. Meditó al respecto mientras el gusano de acero detenía su enorme peso en los andenes de la estación de trenes de su destino final.
-¡Nueva York! – anunció el empleado. Candy permaneció sentada en su asiento, percibiendo cómo un delicado calor derretía el frío que había permanecido en su corazón durante los últimos meses.
Tenía que aceptar que estaba nerviosa. De hecho, demasiado nerviosa. Parecía una eternidad el tiempo transcurrido desde su último encuentro. Dejó el vagón con pasos presurosos; Terrence le había advertido que probablemente llegaría unos minutos después porque justo a la hora que el tren arribaba se terminaba su ensayo en el teatro y él no deseaba hacer algo que pudiese molestar al director de la compañía. Le había prometido ser un actor ejemplar en todos los sentidos, incluso tras bambalinas, a fin de que olvidara que lo había dejado plantado como Romeo cuando súbitamente desapareció después de la noche de estreno.
Este tiempo era oro para Candice. Se dirigió presurosa al tocador y se alineó el vestido, liberó su cabello para dejarlo suelto sobre su espalda y se lavó la cara.
Una mujer le sonrió con cortesía mientras movía su cabeza afirmativamente como para infundirle confianza en la imagen que el espejo le devolvía.
-Luce muy linda, señorita – se aventuró a decir – seguramente quedará encantado -.
-Gracias – fue la única respuesta de la enfermera mientras sentía que el rubor invadía sus mejillas. Extrañamente se sentía cómoda. Como si ese fuese su lugar. Su mente no volvió a evocar la imagen de la joven actriz prometida de Terry. Desde la ventana del baño alcanzó a ver las manecillas del reloj en la torre principal de la estación. Pronto estaría frente a Terrence y el solo pensarlo traía nuevamente esas mariposas a su estómago.
Pronto la joven estaba confundida entre el mar de gente que iba y venía de un andén a otro. Los grandes y famosos tragaluces de la estación permitían que los rayos del sol penetraran formando cálidas líneas que aterrizaban juguetonas de vez en cuando en rostros incómodos, pero para la joven recién llegada, esa luz bailoteaba y la llenaba de energía.
Con sus ojos traviesos buscó a Terry, pero no había ningún indicio de su anfitrión todavía. Levantó su cuello mientras se ponía de puntitas tratando de vislumbrar aún más allá, pero no… Terry no estaba cerca.
Súbitamente sintió que su maleta era arrebatada de sus manos y en cuanto se giró para responder a la intromisión se encontró con un par de zafiros traviesos que la miraban con aires de triunfo, tratando de mostrar autocontrol. De alguna manera ella adivinaba que Terry estaba haciendo un gran esfuerzo por no abrazarla ahí mismo. Tuvo que esconder su decepción y conformarse con esa bienvenida, si es que pudiese llamársele así.
-¿Cómo estuvo tu viaje pecosa? – en efecto, Terry Grandchester estaba haciendo un esfuerzo sobre humano por no aprisionarla en sus brazos. La había descubierto varios minutos atrás, sin embargo, había decidido regalarse la fotografía de la joven que le robaba el aliento. Había decidido disfrutarla desde lejos antes de atreverse a acercarse. Terry había viajado por las líneas curvas del cuerpo de su exnovia y se había divertido al contemplarla en su pesquisa.
Ella estaba ahí. Esta noche sería para ellos. No importaba si no la hacía suya. Eso no era necesario. No tenía por qué tomarla, porque ella ya le pertenecía, quizás desde siempre.
Candy suspiró resignada. Se esforzó por hacer pasar ese suspiro por cansancio. No alcanzaba a comprender por qué de pronto pensaba en su ligero equipaje, entre cuyas prendas estaba la delicada bata de dormir que Eleonor Baker había dejado para ella en Escocia.
-Bien – fue lo único que se le ocurrió decir antes de cambiar el tema para evitar que sus ojos descubrieran su entusiasmo-. ¿Cómo es que ahora no me recibes ocultando tu rostro?
-Nadie me recuerda – explicó casi con indiferencia mientras le señalaba el camino y con un ademán la invitaba a empezar el trayecto. No sabía si en realidad deseaba hablar con Candy sobre la obscura noche que lo rodeó tras su despedida.
Candy se dejó guiar por Terry. En algún momento sintió la masculina mano posada en su cintura, pero continuó en su esfuerzo por ocultar lo que ello le provocaba. Comprendía que era la forma en que Terry la guiaba hacia su auto y ella trató de actuar con naturalidad.
Por su parte, Terrence sentía que su mano se quemaba con un delicioso y delicado fuego que empezaba a apoderarse de él y que no estaba muy seguro de poder apagar. Debía fortalecer sus defensas antes de que perdiera el control y se entregara a lo que Candice White despertaba en él. No la había hecho venir para causarle daño. Él era un hombre comprometido. Eso no podía olvidarlo.
-Aunque con qué gusto le pediría que se quedara a mi lado para siempre – meditó a hurtadillas, disfrutando de que su compañera no le hubiera exigido retirar su mano de su cintura.
En unos minutos más tarde, Terry Grandchester conducía su auto sin poder creer todavía que ella estuviese en el asiento del copiloto. La miraba por el rabillo del ojo. ¡Estaba nerviosa! Lo sabía. De lo contrario, la chica estaría hablando sin que nada la detuviese.
Ya la tarde estaba por rendirse ante la noche y Terry aún no lograba elegir el lugar apropiado para agasajar a su invitada.
-¿Qué es lo que deseas hacer Candy? – indagó sin desviar su vista del camino –. Pídeme cualquier cosa – aclaró –. Quiero complacerte – notó que su voz estaba delatando su entusiasmo, pero ya no podía hacer nada; había dicho algo que lo dejaba vulnerable ante ella.
-Uhmmm – ella dejó pasar un momento. En realidad no estaba decidiendo, estaba buscando la forma de decirlo. Con la misma espontaneidad en que en su primera visita le pidió que la llevara a conocer su departamento, la joven Andrew exclamó con sus ojos entusiasmados-: ¡Quiero caminar!
-¿Caminar? – Terry reconoció a la chica traviesa de la que se había enamorado. Recién acababa de proponerle que eligiera; había declarado su interés en complacerla sin importar lo que ella pidiera ¿Y después de esto ella todo lo que deseaba hacer era caminar? Terry sonrió para sus adentros. ¿Cómo es que no había pensado en su espontaneidad? ¿Por qué no se había adelantado a lo que ella seguramente pediría? ¿De verdad había tenido la idea tonta de que ella podría sugerir un lugar costoso o actividades que significaran un fuerte desembolso?
Tenía que pensar rápido. Después de solo unos segundos, tartamudeó un poco:
-Candy… - controló el volante con su mano izquierda mientras incluía la derecha en la conversación haciendo ademanes que demostraban que estaba un tanto inseguro con la sugerencia que tenía en mente.
-¿Qué es lo que sucede Terry? – la joven se puso nerviosa – ¿Había hecho una mala sugerencia?
-Estoy sorprendido con tu propuesta – confesó aún turbado.
-¿No te parece? – ella se sintió ligeramente incómoda. Afortunadamente Terry no perdía de vista el camino. Eso le ayudaba a esconder el miedo que sus ojos debían estar revelando.
-¡No! ¡De ninguna manera! Es solo que yo imaginaba que me permitirías llevarte a algún lugar de moda. Siempre quise salir contigo en la época del colegio – se sintió vulnerable ante tal confesión pero no había nada que pudiera hacer, la confesión estaba hecha.
El aire se impregnó de un sentimiento de mutua compenetración. Ambos estaban ruborizados y nerviosos. Hubo un silencio delicado y suave, apacible, más bien.
-Terry… - Candy reconoció ese llamado y Terrence también lo notó. Se había dirigido a él exactamente igual que aquélla ocasión en que charlaron frente a la chimenea. Terry no pudo evitar girar su rostro para contemplarla. Estacionó su auto en la acera obedeciendo a la necesidad de simplemente envolverse con ella.
No había palabras entre ambos. Solo una mirada intensa que les confundía al mismo tiempo que disipaba temores y lentamente ocasionaba que olvidaran una realidad inevitable.
Para el joven londinense aún era difícil demostrar sus sentimientos; incluso a ella, a Candy.
-Terry – repitió ella. Su tono era un poco más casual que el anterior -. Sé que hay muchos lugares que podríamos visitar. Sé que podríamos hacer muchas cosas nuevas esta noche; sin embargo – dudó un poco antes de continuar, pero luego le miró con la confianza de siempre – tú y yo somos diferentes. A ti y a mí nos gusta el pasto, el viento, los árboles. Quiero hacer lo que solíamos hacer. Quiero caminar contigo – terminó orgullosa de haber podido decir lo que quería.
Él la miró como en antaño. Ella tenía razón. Ella había elegido justo lo que él había deseado hacer todos estos meses. Iba a decir algo, pero ella continuó:
-Siempre que pienso en ti, lo primero que viene a mi mente son esos momentos que compartimos en la segunda colina de Pony – confesó. Su voz estaba a punto de quebrarse y su volumen era casi imperceptible; ahora era ella quien se sentía incapaz de mirarlo a los ojos sin que él descubriera lo que estaba sintiendo.
-Hay una cabaña en las afueras de la ciudad – propuso Terrence-. Es una propiedad que recién he adquirido. No he terminado de amueblarla – explicó nervioso – incluso debe estar un poco sucia porque no la frecuento mucho – se detuvo. Aún no estaba seguro. Temía que ella pudiera ofenderse. Clavó su mirada en las esmeraldas frente a él esperando una respuesta mientras sentía que todo su cuerpo se doblegaría si ella no aceptaba tal propuesta.
Candy escuchaba interesada. En su interior no había ninguna razón para objetar. Él siempre había sido un caballero. Ni siquiera pasaba por su mente calificar esa propuesta como indigna. Se sentía, incluso, entusiasmada.
Ella había sido sincera. Siempre que evocaba el recuerdo de Terry había algo en común: Árboles, pasto, cielo, agua, aire. Siempre que evocaba su recuerdo, irremediablemente sentía la necesidad de repetir esos encuentros bajo el mismo marco.
Terrence manejó su auto con el nerviosismo a flor de piel. Estaba descapotado y el aire llenaba sus pulmones de nuevos bríos. Había hecho a un lado su realidad. Esta noche simplemente quería estar feliz. Ella estaba con él. No importaba nada más.
Candy disfrutó los parajes por los que Terry conducía. La ciudad se había quedado atrás unos minutos antes y ahora ambos se internaban en una zona de bosques de coníferas. En un punto determinado Terry abandonó el camino principal para abrirse paso por senderos pequeños. Ya era noche, pero era una noche joven, muy joven y muy prometedora. Ya Candy empezaba a sentir la necesidad de usar algo más que su vestido, así que se frotó los brazos sin imaginar que Terry estaba pendiente de todos sus movimientos. El joven extendió su brazo derecho hacia el asiento trasero sin perder la concentración en el camino; alcanzó su saco y se lo dio a Candy.
-¡Úsalo Candy! – urgió con dulzura al tiempo que cerraba el capote de su auto.
Ella le sonrió en agradecimiento y lo puso sobre sus hombros disfrutando del cosquilleo que el aroma de la colonia de Terry impregnado en el saco provocaba en su nariz. De vez en vez venía a su mente la imagen de Susana, pero Candy se esforzaba en mantenerla bajo control; no había viajado tanto para que la joven actriz provocara en ella sentimientos de culpa. Candy había puesto sus límites antes de aceptar la invitación; mientras que no los cruzara, no había por qué sentir pena o remordimientos. Estaba visitando a un amigo y punto.
Después de unos minutos por senderos prácticamente vírgenes el auto se detuvo frente a una pequeña pero hermosa cabaña en medio de la nada. Terry no dijo nada, solo miró a Candy complacido. Bajó del auto para abrir la puerta de la joven. Mientras caminaba, su sangre azul hirvió enviando un calor arrollador hacia cada poro de su cuerpo provocando en él reacciones que lo empezaban a hacer dudar de su capacidad de autocontrol.
Candice esperó con aparente serenidad.
De nuevo esas mariposas revolotearon en su estómago.
Su corazón latió apresurado con un extraño PRESENTIMIENTO.
