Disclaimer: Hetalia y todos sus personajes son propiedad del señor Himaruya.

¡Hola! Aquí vengo con algo que tenía prometido: Capítulos extra de "Una casa de locos". Algunos me sugeristeis en reviews que escribiera algunas escenas y se me ocurrieron ideas que tenía que plasmar, pero que no tenían cabida en "Una casa de locos", así que los capis extras no me parecieron mala idea.

Este primer extra va dedicado a Eliza Garcia 123, que fue quien me dio la idea para hacerlo.

Espero que disfrutéis de la lectura ;)


Extra 1: Fotos

Con los brazos cruzados, las mejillas hinchadas y el ceño fruncido, así estaba yo, sentado en el sillón del salón de casa mostrando mi mejor cara de enfado mientras era testigo de un acontecimiento horrible y que jamás en toda mi vida se me había pasado por la cabeza que pudiera ocurrir: mi abuelo le estaba enseñando a Antonio fotos mías de cuando era pequeño, ¡qué horror!

―Oooooh, pero qué lindo está aquí mi Lovi con esas mejillas tan redonditas y sonrojaditas.

―En aquel entonces todavía no sabía hablar ni andar, pero sí sabía decir "nonno" y solía perseguirme gateando por toda la casa y llamándome todo el rato.

Lo peor era que mi abuelo tenía una maldita anécdota que contar sobre cada una de las fotos del álbum. Y al bastardo de Antonio le encantaba escucharle. ¡Qué situación tan molesta!

Y todo por culpa de la loca de Elizaveta.

Aquel mismo día a mediodía, cuando todos los inquilinos del bloque del abuelo estábamos reunidos en casa para celebrar nuestro típico almuerzo semanal, la húngara llegó muy sonriente con varios sobres bien abultados en las manos.

―¡Adivinad lo que traigo aquí~! ―dijo felizmente con voz cantarina mostrando los sobres mientras se sentaba al lado de su novio el patatero albino, que sonreía de lado.

―¿Los resultados de mis análisis que certifican que estoy como un roble? ―se aventuró mi abuelo.

―Eso mañana en la consulta, Romu ―respondió Eli―. Pero para saber que estás como un roble no hace falta más que mirarte.

El viejo sonrió satisfecho y le guiñó un ojo a la húngara.

―¿Cartas de agradecimiento de algún paciente al que has curado? ―dijo Arthur.

―Frío, frío.

―¿Todo el dinero que has ahorrado guardando cinco euros cada vez que Gilbert ha dicho la palabra "asombroso" o algún derivado desde que empezasteis a salir juntos? ―preguntó el francés.

―No ―se rio Eli―, pero debería empezar a hacerlo, mi cuenta del banco lo agradecería enormemente. Venga, ¿nadie es capaz de adivinarlo?

―¿Te han concedido algún tipo de premio? ―dijo el macho patatas.

Kesesese… A nadie le ha dado todavía por inventarse un concurso de sartenazos… o ella no se ha enterado.

La húngara le dio una buena colleja a su novio, que lejos de molestarse se rio.

―¡Oh, vamos! Parece que no conocierais a Elizaveta ―comentó Emma―. Por la cara que trae y la ilusión que tiene seguro que son fotos ―Eli sonrió ampliamente, pero no le contestó―. ¡Fotos de tíos! ¡Fotos de tíos en bolas! ―la sonrisa de la húngara se ampliaba con cada cosa que Emma decía―. ¡Fotos de los chicos en bolas!

Arthur escupió su bebida como si fuera un aspersor y el macho patatas se atragantó con la suya y comenzó a toser. Feliciano le dio unas palmaditas en la espalda. El macho albino y la loca de la húngara se reían mientras tanto.

―No, pero casi ―respondió finalmente Eli cuando a nuestro cuñado el patatero se le pasó la tos―. ¡Son las fotos de la boda de Kiku y Heracles! Kiku me las envió ayer por correo electrónico y fui a sacar las mejores junto con algunas de las mías. No podía esperar para enseñároslas.

Sacó las fotos de los sobres, las separó en varios tacos y los repartió entre los que estábamos allí para que nos las fuéramos pasando de unos a otros conforme las fuésemos viendo.

Mon Dieu, aquí hay un montón de fotos, ¿cuántas has sacado?

―Sólo las mejores. Entre las de los fotógrafos y las mías sumaban algo más de mil, aquí nada más que hay alrededor de… ¿trescientas?

Más de la mitad de los que estábamos en la mesa nos quedamos mirando a Elizaveta con la boca abierta y los ojos como platos.

―¿N-Nada más? ―inquirí.

―¿Te parecen pocas? ―dijo el inglés.

―Me costó decidirme, ¿vale? ―se defendió Eli. La húngara daba miedo y prácticamente todos asentimos, ella sonrió―. Ya os pasaré todas las fotos que tengo, ¡y también los vídeos! Ah, y si queréis podéis quedaros con las fotos que más os gusten de las que he traído.

―Eres muy amable, bella ―le dijo el abuelo―. ¡Oh! ¡Yo sin duda me quedo con ésta! ¡Me encanta!

El abuelo nos enseñó la fotografía primero a Feliciano y a mí, luego a los demás: en ella aparecíamos los tres trajeados y muy sonrientes.

Nos pasamos alrededor de veinte minutos viendo fotos de la boda hasta que el macho patatas carraspeó y nos recordó que estábamos allí reunidos para almorzar. Fue necesario recalentar la comida, pero justo después de tomar el último bocado retomamos el visionado de las fotografías.

Mi abuelo se quedó con un buen taco de fotos, alrededor de treinta, Antonio con otro tanto (en la mayoría de ellas aparecíamos juntos), ambos continuaron mirando y comentando las fotografías que se habían quedado después de que el resto de los inquilinos se hubieran marchado. Yo los escuchaba con desgana desde el sofá de al lado intentando ver la televisión.

―¡Mire ésta en la que aparecemos usted, Heracles y yo!

―¡Mis inquilinos originales! ¡Qué tiempos aquellos!

―Desde luego, ha llovido mucho desde entonces ―comentó Antonio con aire nostálgico y siguió pasando fotografías―. ¡Oh, fíjese en ésta! ―se le pasó la nostalgia―. Salimos todos los que hemos vivido en el bloque, pero estamos distraídos.

―Yo diría que nos estábamos colocando para sacarnos la foto y alguien la echó antes de tiempo.

—Pues sí, eso parece. ¡Mire qué cara tan graciosa estaba poniendo Lovi!

―Es la que pone siempre cuando tardan en hacerle una foto, desde pequeño ―se rio el abuelo―, si es que la paciencia nunca ha sido el fuerte de mi Lovino.

Miré a mi abuelo entrecerrando los ojos. El viejo me ignoró.

Por su parte, Antonio se había quedado pensativo… eso me daba mala espina.

―Nunca he visto ninguna foto de Lovi de pequeño, me gustaría ver cómo era.

Al abuelo se le encendieron los ojos de emoción. Yo abrí los míos con horror.

―¿Quieres que te lo enseñe? Tengo montones de fotos de mis nietos de pequeños.

No tardó ni un minuto en irse y aparecer cargado con varios álbumes de fotos que le fue pasando a Antonio. Dio igual que me quejara a voz en grito, ambos me ignoraron.

Y ahí empezó mi calvario.

Al bastardo de Antonio se le caía la baba viendo mis fotos de pequeño, mientras que yo me moría de vergüenza en el sofá de al lado escuchando sus comentarios y las historias del abuelo.

―Oooooooh, mira qué chiquitín… qué gracioso está con ese chupete… y aquí dormidito, qué cara de angelito…

―Pues no te haces ni una idea de lo que costaba que se durmiera, su madre siempre acababa desesperada, aunque la paciencia tampoco ha sido nunca su fuerte…

―¡Su primer cumpleaños! ―se emocionó Antonio―. Qué carita de esfuerzo pone para soplar la vela.

―Se lo celebramos con casi dos semanas de retraso porque el mismo día del cumpleaños su madre se puso de parto, nadie se lo esperaba porque sólo estaba de siete meses. Sin duda Feliciano nos dio la sorpresa aquel día, por lo visto tenía prisa por nacer.

Y por fastidiarme mi día especial, ya se podría haber esperado Feliciano para nacer en la fecha que le tocaba el muy impaciente.

―¡Menuda casualidad! ―se rio Antonio―. Qué pena que mi pobrecito Lovi no pudiera celebrar su cumpleaños cuando le tocaba… aunque lo bueno fue que así tuvieron más cosas que celebrar. ¡Pero qué pequeñito está Feliciano~! ¡Qué mono~!

Genial, ahora tocaba que mi novio soltara una retahíla de elogios hacia mi hermano y lo lindo que era de pequeño, ¡qué molesto!

No obstante, Antonio no hizo tantos comentarios sobre mi hermano como yo me esperaba, se dedicó a ver las fotos y comentaba principalmente aquellas en las que aparecíamos Feliciano y yo juntos.

―¡Qué graciosa ésta! ―exclamó Antonio enseñándole la foto en cuestión a mi abuelo. Como yo estaba en otro sofá no sabía a qué imagen se refería―. Qué caras de felicidad tenían los dos ahí metidos juntos en la bañera.

―Feliciano no consentía bañarse si no era con su hermano al lado, lloraba y pataleaba hasta que Lovino se metía en el agua con él. Y Lovino, por llevar la contraria, se negaba a bañarse, así que había que corretearlo por toda la casa y meterlo a la fuerza en la bañera. Luego se calmaba y se divertía mucho jugando con su hermano, ¡y entonces no había quien los sacara del agua!

Dios mío, qué vergüenza, ¿por qué demonios tenía que estar allí presenciando aquello? No soportaría durante mucho más tiempo seguir escuchando esas vergonzosas anécdotas de mi infancia.

―Me encantan todas estas fotos ―comentó el abuelo―. Me traen unos buenísimos recuerdos.

No sé de qué imágenes estaría hablando el viejo.

―No me extraña, son muy bonitas. Pero, ¿por qué aparece Lovi desnudo en todas ellas?

Oddio! Abrí los ojos con horror, ya sabía qué fotos estaban viendo: ¡las de la playa!

―Porque aquí el señorito no soportaba tener puesto el bañador ―se rio el abuelo―. De hecho, lo primero que hacía cuando llegábamos a la playa era desnudarse, él solo y sin ayuda de nadie. Le encantaba jugar y revolcarse en la arena como Dios lo trajo al mundo e ir de un lado a otro enseñando sus virtudes, era todo un exhibicionista.

Me sonrojé intensamente y me tapé avergonzado la cara.

―¡Todo lo contrario que ahora!

―Desde luego. Entonces no había un dios que consiguiera meterle el bañador. Recuerdo una vez que su madre lo correteó por la playa tratando de obligarle a ponérselo, pero no lo logró.

―Debió ser muy divertido de ver.

―Mi hijo y yo nos partíamos de la risa, y todos los de alrededor. Hasta Feliciano se reía, y eso que era demasiado pequeño para entender nada. Mi nuera se pilló tal cabreo que se marchó a casa y se pasó varios días sin hablarnos.

―¿En serio? ¡Qué exagerada!

―Siempre lo ha sido ―recalcó el abuelo limpiándose una lagrimilla del ojo causada por la risa―. Por suerte, no solía acompañarnos. A saber cómo se habría puesto de haber visto que Lovino se dedicaba a pedirle un beso a toda chica que anduviera por allí cerca.

―¡Venga ya!

―Te lo digo totalmente en serio. Era un renacuajo que no levantaba ni un palmo, ¡pero menudo ligón estaba hecho! Le daba igual estar completamente desnudo, veía una chica cerca y allá que iba a pedirle un beso, pero entonces se ponía nervioso, se sonrojaba y…

―¡BASTA YA, MALDITA SEA! ―grité incapaz de seguir escuchando aquellas vergonzosas anécdotas―. ¿No os parece que os habéis reído de mí lo suficiente? ¡Dejad esas malditas historias de una puta vez, joder!

Me fui a mi habitación muy cabreado, cerrando a portazos toda puerta que se cruzaba en mi camino. Me tiré sobre la cama y hundí la cabeza en la almohada, me sentía terriblemente humillado, mi propio novio y mi abuelo se habían pasado la tarde riéndose de mí con esas malditas historias de mi infancia, ¿es que no se daban cuenta de lo molesto que era? Joder, a nadie le gusta que le recuerden la cantidad de estupideces que hacía de pequeño y menos delante de otros, pero al parecer mi abuelo, y también Antonio, prefirió ignorar lo mal que me lo estaba haciendo pasar.

Alguien llamó a la puerta, pero no respondí.

―¿Lovi? ―era Antonio―. ¿Puedo entrar?

Antonio no esperó una respuesta por mi parte y entró en la habitación.

―¿Quién demonios te ha dado permiso para entrar, bastardo?

―Nadie ―respondió tranquilamente sentándose en la cama, yo le daba la espalda―. Pero creo que de todas formas tampoco me lo habrías dado, así que…

―¿Has venido a seguir riéndote de mí?

―¿Eh? ¿De qué hablas? ¿Cuándo me he reído yo de ti?

―Sí, no te hagas el tonto ahora, bastardo. Mi abuelo y tú os habéis pasado la tarde avergonzándome y riéndoos de mí con las fotos y mis historias de pequeño, ¿no habéis tenido suficiente? Anda, ¡lárgate a reírte a otra parte y déjame en paz!

Hundí de nuevo mi cara contra la almohada.

―Lovi, ¿de verdad estás hablando en serio?

No le respondí, ni siquiera levanté la cabeza. Antonio me agarró del brazo y me dio la vuelta hasta encararme con él. Volví la cara hacia un lado.

―Lovi, mírame ―me pidió seriamente. Le hice caso porque… ¡se había puesto serio, joder!―. ¿De verdad piensas que tu abuelo y yo nos estábamos riendo de ti viendo las fotos?

―¿Vas a tener la caradura de decirme que no ha sido así?

―Hombre, ¡por supuesto! ¿Acaso no te has dado cuenta de lo feliz que sonaba tu abuelo al contar todas esas anécdotas e historias mientras veíamos las fotos?

―Claro que sonaba feliz, ¡os estabais partiendo de la risa avergonzándome!

―¡Y vuelta la burra al trigo! ―Antonio rodó los ojos―. No nos estábamos riendo de ti. A ver, entiendo que algunas de las historias puedan avergonzarte, pero no es para tanto, ¡son cosas de críos! De pequeños todos hemos hecho cosas que después nos resultan vergonzosas, mi abuela solía rememorarlas todas, si escucharas las tonterías y diabluras que yo hacía de niño… ¡menudo trasto era!

―Y lo sigues siendo…

―¡Oye! ―fingió ofenderse entre risas y me abrazó por detrás―. Con lo simpático que parecía el niño de las fotos…

Me hizo cosquillas en la barriga. Me reí, pero lo separé de inmediato con un buen empujón con el que casi se cae de la cama. No llegó a tocar el suelo, pero se mantuvo sentado a una buena distancia de mí.

―Tú lo has dicho: parecía.

―En cualquier caso, y volviendo a lo que te estaba diciendo antes, ¿sabes qué es lo que hacía yo cuando mi abuela contaba esas historias vergonzosas de mi niñez?

―¿Reírte de ti mismo porque eres así de idiota?

―Sí, por mucho que me avergonzara, me reía de mí y de mis trastadas, pero además hacía otra cosa: aportaba mis propios recuerdos a lo que mi abuela contaba. Con lo de las fotos es igual, lo mejor no es sólo recordar los buenos momentos sino poder compartirlos con otra persona, ¿no te parece?

No respondí.

Maldita sea, odiaba que Antonio tuviera razón en aquel asunto, pero no quería dársela, así que me giré sobre mi costado para no mirarlo. El bastardo se echó en la cama y me abrazó por la espalda.

―Vamos, no te enfurruñes y admite que tengo razón.

Apretó su abrazo un par de veces, apremiándome.

Yo gruñí como toda respuesta.

―Sabía que lo acabarías admitiendo ―se rio el muy bastardo.

―¡Yo no he admitido nada!

―De una forma peculiar, pero lo has hecho.

Refunfuñé y rodé los ojos con hastío, discutir con Antonio era absurdo y no me llevaría a nada.

―Por cierto, Lovi, nunca imaginé que fuera un ligón de playa. ¿Qué otras facetas tuyas desconozco?

Solté una carcajada y me levanté de la cama, caminé en dirección al salón. Antonio me siguió desconcertado.

El abuelo continuaba sentado en el sofá mirando las fotos del álbum, todavía contemplaba las imágenes de la playa, entre ellas una en la que él me llevaba en brazos y ambos estábamos muy sonrientes a la orilla del mar… Joder, sí que me traía muchos buenos recuerdos aquellas fotos.

―Vale, sí, me dedicaba a pedirles besos a las chicas ―afirmé en voz alta. El viejo se giró para mirarme y sonrió―, pero tú bien que te aprovechabas de la situación para ligar con ellas.

―Eran ellas las que iniciaban la conversación conmigo y no iba a ser yo quien le negara la palabra a una bella dama ―se justificó el abuelo. Antonio y yo tomamos asiento dejándolo en medio―. Yo sólo iba a buscarte porque te habías alejado y estabas hablando con gente extraña, y te regañaba por eso, pero entonces las chicas empezaban a preguntarme y entablábamos conversación… Lo curioso es que la primera pregunta siempre solía ser si Lovino era mi hijo.

―No es de extrañar, siempre lo han parecido ―comentó Antonio―. Pero seguro que se quedaban boquiabiertas al descubrir que eran abuelo y nieto.

―No, de hecho las hacía seguir creyendo que éramos padre e hijo ―dijo el abuelo entre risas―. Conseguía que Lovino me ayudase a ello pidiéndole al oído que me llamara "papá" delante de le donne si quería ganarse un helado.

―No sé cómo no desarrollé algún tipo de conflicto asociativo o alguna mierda de esas.

―Porque siempre has sido muy inteligente. Y bastante listo para lo que te ha interesado, y el helado te chiflaba; su madre una vez me echó un broncazo por darle helado poco antes de la cena ―reía―. Con Feliciano nunca tenía suerte en eso, cuando quería hacerlo pasar por mi hijo se me quedaba mirando raro y decía con lágrimas en los ojos "pero si tú eres mi nonno", y al traste el plan.

―A saber a cuántas mujeres te ligaste gracias a mí.

―No te podría decir exactamente…

―¿Ves? Para que luego digas que no te aprovechabas de la situación, viejo oportunista.

Los tres nos reímos.

Continuamos viendo fotos antiguas y escuchando las historias y anécdotas que contaba el abuelo, algunas más vergonzosas que otras, algunas que me resultaban conocidas y otras que oía por primera vez. Pasamos una tarde bastante entretenida, para qué negarlo, y además disfruté mucho compartiendo con mi abuelo y Antonio todos aquellos buenos recuerdos.


Muchas gracias por leer y espero que os haya gustado.

Eventualmente iré subiendo otros extras.

¡Nos leemos!