Tras un largo y estridente silbido, las compuertas del metro de Ciudad Universitaria se cerraron tras de mi. Había logrado cogerlo de milagro.

Miré en derredor, al tiempo que los vagones comenzaban a tomar velocidad. La mayoría de los viajeros eran jóvenes, como yo, que viajaban hasta la Complutense, apuntes en mano, en vísperas de exámenes.

Pese a que había algún que otro asiento libre, decidí permanecer de píe junto a una de las salidas del vagón. Me recosté contra la pared y saqué mi móvil para ver la hora. Las 11:37 de la mañana. Llegaba tarde.

AMISTAD 01 - Fin

Página de portada, con el título del capítulo y una imagen de un joven ensartado por un enorme Hollow

Mis cansadas pupilas se clavaron en el entramado eléctrico que daba cobertura energética al subterráneo. Tres años recorriendo el mismo camino habían provocado que me conociera cada centímetro de aquellos oscuros túneles.

Tras unos breves segundos, el metro comenzó a decelerar, y las mortecinas luces del andén de la estación comenzaron a bañar las paredes del vagón en el que viajaba.

Me coloqué frente a las compuertas, y ante mi pasaron fugazmente los rostros de decenas de desconocidos. "Pequeñas tuercas insertadas en un gran engranaje llamado sociedad", como bien diría una profesora que tuve en 1º de carrera.

Al fin, el metro se detuvo, las compuertas se abrieron, y salí el primero. Odiaba los espacios cerrados, así que ascendí por las escaleras mecánicas a grandes zancadas más por el agobio que se cernía sobre mí que por mi retraso.

Sobrepasé las taquillas a gran velocidad, como si me estuvieran persiguiendo. Ascendí los dos últimos tramos de escaleras y al final alcancé la salida. La salida, y ese aire tan puro.

Jamás olvidaré la primera vez que respiré ese aire. Fue mi primer día como universitario. ¿Qué había cambiado desde entonces? Pocas cosas. Por aquel entonces también odiaba los espacios cerrados y siempre viajaba a todos los lados con la hora pegada al culo. Pero…

Lo que sí que ha cambiado es toda la gente que he conocido a lo largo de estos tres años. Grandes amigos que espero no olvidar nunca. Aunque, curiosamente, una de las personas con la que mejor conectaba, no lo conocía en persona.

Nos conocimos a través de esa gran red llamada Internet. Templado, serio a la vez que jocoso, y ante todo, un gran amigo. Cristian. Podría decir tantas cosas de él, pero no sabría por donde empezar.

El caso es que habíamos escogido esa mañana, la del 26 de junio, para conocernos.

Tras deleitarme unos segundos más con esa fragancia fresca y libre de contaminación, mis ojos rastrearon la gran explanada en busca de él. Unos pantalones piratas negros era lo que andaba buscando.

A lo lejos distinguí a una persona que parecía esperar algo, y que vestía unos pantalones de ese tipo. Para cerciorarme, saqué mi móvil y me dispuse a llamarle.

Tras presionar el botón, un escalofriante estruendo se alzó tras de mi. Como si yo mismo hubiera activado algún tipo de trampa, dos coches, un Honda Civic negro y un Toyota Yaris azul colisionaron lateralmente. Viajaban en el mismo sentido, pero uno de los dos invadió el carril contiguo.

La trayectoria de ambos cambió bruscamente. El Toyota Yaris saltó por encima de los arbustos que dividían ambos sentidos, y acabó impactando contra un autobús abarrotado de gente, con la consiguiente explosión posterior.

Mientras las llamaradas comenzaban a reflejarse en mis ojos, el Honda Civic invadió la vía pública, llevándose por delante a cuanta gente encontraba a su paso.

Mis músculos se paralizaron por completo. El brillante capó negro del vehículo se aproximaba velozmente hacia a mi, y no supe reaccionar.

Después de eso, y durante unos segundos, no recuerdo nada más. Tan solo los gritos desaforados de decenas de personas y una gran explosión tras todo ello.

De improviso, la conciencia regresó a mi, pero de un modo muy diferente a lo normal. Las personas se presentaban ante mi borrosas, y de un gran número de ellas pendía una férrea cadena que les nacía del pecho.

- ¡Pero que demonios…! – Exclamé.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que de mi pecho también nacía otra cadena. Cuando mis manos se aferraron a ella, sentí como mis pectorales ardían.

- ¿Qué está sucediendo?

Sin ninguna respuesta que pudiera aclarar todo aquello, unos terribles graznidos resonaron en mis tímpanos con fuerza. Caí al suelo de rodillas, fruto del dolor del que estaba siendo víctima. Apoyé la palma de mis manos contra el suelo, buscando mantener la compostura.

Tras ello, sentí como el suelo vibraba. Sacando fuerzas de donde no las tenía, alcé levemente mi rostro, para mi desgracia. A escasos centímetros de mi se levantaba un ser de extraordinarias dimensiones.

Parecía más una bestia que un humanoide. Su complexión era delgada, con unas extremidades prodigiosamente largas, y con una aterradora máscara cubriendo su rostro.

Al tiempo que un gran número de graznidos surgían, la bestia empleó uno de sus brazos para machacar los eslabones de mi cadena. Fue entonces cuando me di cuenta que el otro extremo de la cadena permanecía adherida a mi cuerpo.

- Eso solo puede significar que… – Una gota de sudor frío recorrió mi frente. Por un momento parecí olvidarme de la situación en la que me encontraba. - Estoy muerto… – Mascullé entre dientes.

- ¡Exacto!

La estridente voz de esa bestia me sacó de mis obnubilaciones. Quise reaccionar, pero no me dio un respiro. Tras quebrar mi cadena con su garra izquierda, se abalanzó sobre mí con su zarpa derecha.

Nada pude hacer, y sus afiladas uñas se hundieron en mi carne, causándome un indescriptible dolor. Sentía como la vida me abandonaba. La oscuridad se cernía sobre mí.

Todo parecía acabar para mi cuando los graznidos de satisfacción de mi agresor se tornaron en chillidos de lamento. Mi ya pálido rostro quedó salpicado por diversas gotas de sangre negruzca.

Mis ojos, luchando hasta lo imposible, trataron de visualizar a la bestia. No encontraron nada. Misteriosos personajes, ataviados con atuendos orientales de colores oscuros y blandiendo unas katanas, habían tomado la zona, haciendo frente a esas despreciables bestias.

Quería agarrarme a la vida con todas mis fuerzas, pero ya era imposible. Mis dedos, completamente agarrotados, convulsionaban. Pude sentir perfectamente cómo la oscuridad poseía mi cuerpo, cada una de mis células.

Mis ojos se acabaron de nublar, pero con el sentido auditivo aún despierto, pude llegar a oír como esos misteriosos personajes se referían a mí.

- ¡Hay que darse prisa! – Gritaba uno.

- ¡Su conversión acelera a pasos agigantados! – Respondió otro.

- Encargaos de los Hollow. – Dijo un tercero con decisión. – Yo realizaré el funeral del alma.

Tras aquello, perdí por completo la noción del tiempo. Mi consciencia me abandonó, y todo parecía ser oscuridad. Aunque aquellas últimas palabras quedaron grabadas a fuego en mi.

"Funeral del alma". Estaba muerto por tanto. Me costaba rememorar las cosas, aunque tuve bien presente aquellas teorías filosóficas sobre la separación del cuerpo y el alma. ¿Por qué demonios me tenía que acordar de aquello en un momento como ese?

De improviso, y sin darme cuenta que había pasado mucho tiempo, los cálidos rayos dorados del sol bañaron mi rostro. Me protegí de ellos con una de mis manos.

En ese momento, el brillo desapareció. Sentía que estaba tumbado sobre algo realmente mullido, tal vez sobre una fina capa de hierba. Por fin comencé a abrir los ojos.

La primera imagen que vislumbre fue la del rostro de un joven de unos 20 años. Sus grandes ojos marrones e inquietos estaban clavados en mí. El chico se encontraba de pie junto a mi cabeza, e inclinado sobre mi.

- ¿Te encuentras bien? – Cerró los ojos y esbozó una sonrisa de lo más cálida y amigable. – Me llamo Atsutane Arishima, encantado de conocerte.

TO BE CONTINUED