Laguna había vuelto a desaparecer de la faz de la tierra, como era algo no muy insólito en él. Algunas veces, simplemente se olvidaba de que tenía responsabilidades en la vida, otras solo quería escaquearse de compromisos a los que no le apetecía nada asistir, aunque en eso último había mejorado con los años. La tercera opción era la de que había vuelto a ese pequeño pueblo, demasiado pequeño para él, pero donde había encontrado a las mujeres más importantes de su vida. Y cuando iba allí, no era para otra cosa que ver a una de ellas, o más bien, el recuerdo de lo que fue. Era en el único caso en el que Kiros y Ward se preocupaban por guardarle las apariencias incluso delante de los que conocían al despistado y feliz de la vida de su amigo.

-Quehaceres.

Era su única explicación.

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Llevaba bastante tiempo parado delante de la tumba de la que fue su gran amor, e incluso entonces tenía reservado una gran parte de su corazón. Laguna Loire, cuando volvía a Winhill, podía pasar varias horas así, mirando casi sin pestañear la lápida donde había grabado con letras mayúsculas "Raine Loire".

Realmente no se daba cuenta del paso del tiempo, distraído con su monólogo mental. Era casi como un resumen del año, un discurso que nunca pronunciaría o una carta que nunca escribiría, porque no había destinatario vivo para ello. Iban dirigidos a la mujer de la tumba, y para eso no hacía falta que hablara a grandes voces, solo tenía que dirigirse a la sombra de ella que aún habitaba en él.

Era un hombre franco, se lo contaba todo con sus habituales rodeos e ideas liadas, resultado de su habitual nerviosismo mental. Había empezado hablándole de algunas cosas que había hecho en Esthar. Cinco minutos. Había seguido con alguna que otra pequeña aventurilla con sus dos amigos inseparables, lo que le había costado más de una hora por idas y vueltas argumentales. Entonces había llegado a Eleone, y ahí se había quedado. Le había vuelto a repetir a la imaginaria Raine lo mucho que había crecido y madurado, aunque siempre había sido una pequeñuela espabilada. Y nada más, aunque había algo más. Algo que significaba un cortés adiós. Y todo el mundo sabía, incluido él mismo, que la cortesía no era su fuerte. Era bonachón, encantador y amable, pero no cortés. A él le salían las cosas de golpe. Mal o bien, pero sin pensarlas demasiado.

Quería volver a empezar, con Eleone. O seguir, porque Raine no iba a desaparecer. Era algo del pasado, muy importante, pero él no era de los que se quedaban estancados en algo o en algún sitio. Era un hombre de mundo.

No estaba muerto, podía sentir, y sentía a Eleone. Sentía algo por Eleone. Su Eleone.

Se rascó la cabeza y suspiro. Él lo había intentado, Raine lo sabía, pero no le salía decirlo. No le gustan las despedidas.

Con un último suspiro, se dio la vuelta y empezó a desaparecer, rehaciendo el camino. Él era un hombre de acción, no de palabras. Le diría a Eleone que fuera a acabar su discurso. Sí, eso haría.