Notas: los nombres de lugares estarán casi todos en inglés (esencialmente porque jugué a Inquisition en inglés y se me hace muy raro traducirlos).
Empieza después del primer encuentro por Corypheus. Intentaré pasar rápido por las escenas del juego que todos conocemos ya (salvo este primer capítulo introductorio).
Lo clasifico T para mantener las escenas más subidas aparte. Las habrás. Posiblemente.
Le ardía la mano. Fue lo primero que notó después de ser devorada por la avalancha. Cuando abrió los ojos, el verde de las chispas que bailaban entre los dedos se reflejó en la nieve, hipnótico. Hasta que el frío no empezó a morderle la piel no se dio cuenta de que estaba despierta, y, aún más importante, viva.
Pero, ¿dónde? ¿Qué había pasado?
Se levantó, con el dolor estallando en cada terminación nerviosa, intentando que el aire helado no le devorara los pulmones. Sentía el cuerpo entumecido, con un dolor sordo y un eco persistente en la cabeza. Como un gemido lejano.
Trató de recordar su nombre.
"Ellara."
"Soy Ellara Lavellan".
"Soy dalishiana"
Alzó la vista. Más allá de la nieve, bajo un cielo limpio y estrellado, aún ardían las llamas de los restos de Haven.
La señal de la mano volvió a crepitar, y todo regresó de golpe. El Cónclave. La brecha del cielo. Los templarios rojos. Corypheus.
Tenía que encontrar a la Inquisición.
Empezó a caminar sin rumbo, hacia el horizonte. Alejándose de lo que quedaba de Haven. Se preguntó si alguien la estaría buscando. La avalancha había devorado todo a su paso; edificios, enemigos y aliados por igual; ni siquiera podía estar segura de cuántos, o quienes lograron escapar. En la montaña, ahora solo se oía el viento. Ellara dejó que la guiara; era más fácil caminar a su favor.
Era vagamente consciente de que se seguía moviendo; quedarse quieta sería morir congelada. Un pie delante del otro sobre la nieve, mientras su mente regresaba al pasado. Al principio, intentaba hacer memoria de la Inquisición. Le llegaban pequeños detalles, muy vívidos: la mirada afilada de Cassandra; el acento meloso de Leliana; los reflejos dorados que las velas arrancaban de la ropa de Josephine; la cicatriz del labio de Cullen moviéndose cuando hablaba. Le traía cierto consuelo: a pesar del caos, del miedo, de las batallas... había encontrado cierto orden en la Inquisición; un sentimiento de pertenencia que le resultaba extraño, pero cómodo.
El tiempo empezó a derivar. Cuanto más se alejaba de Haven, más retrocedían sus recuerdos: hasta su Clan, su familia. Recordaba cuando era muy pequeña y su madre era la Custodia. Salir a cazar con su padre. Encontraba poco consuelo en ellos, más bien una melancolía amarga que le azotaba el pecho.
En algún momento, le empezaron a fallar las piernas. Empezó a temblar. Siguió caminando.
Los lobos aullaban a los lejos. En su canción, oía a su madre. Había sido una Custodia escéptica; contaba las historias mejor que nadie; las adornaba con las palabras más hermosas, arrullándolas con la voz suave que siempre le ayudaba a dormir. Ellara siempre creció sin fe. Sus padres eran todo lo que alguna vez necesitó.
Así que cuando ellos murieron, se quedó sola, y fría, y triste. Tuvo que volverse fuerte.
El viento le dio una tregua cuando llegó a un paso entre montañas. Se apoyó en la pared de roca y recuperó el aliento. Tan pronto se detuvo, el corazón dejó de latirle. Notaba la humedad en la piel, cómo empezaba a escarcharse por dentro y por fuera. El dolor en la punta de los dedos. Los labios cuarteados. La sangre congelada.
Dio otro paso. Usaba la roca para guiarse y sostenerse, aferrándose a sus últimas fuerzas, ignorando las heridas. Debía seguir respirando. Seguir caminando. Seguir moviéndose.
El horizonte se encendía rojizo. ¿Era el amanecer? Había perdido la noción del tiempo. Quizá era el amanecer. Quizá había muerto y se estaba escurriendo hacia el Velo. Se sorprendió al descubrir que no le importaba.
Entonces llegaron las voces. Eran voces conocidas... no entendía lo que decían. Las piernas se le doblaron, y cayó de rodillas en la nieve. Entrecerró los ojos: algo se movía unos pasos por delante. Sombras, personas, con antorchas. Fue lo último que vio antes de perder la consciencia.
Leliana, Josephine, Cassandra y Cullen discutían. En el sueño vacío de Ellara no había colores, ni sonidos; no había compañía. Así que cuando las voces llegaron, supo que estaba viva.
Estaba en una camilla. El campamento era improvisado, al abrigo de una cornisa. Había una hoguera en el centro, a cuyo lados se calentaban unas teteras que humeaban. Se incorporó despacio.
-Con cuidado -la madre Giselle le ayudó a sentarse-. ¿Cómo te encuentras?
Dolía.
Cuando el frío desapareció de sus huesos, las heridas empezaron a morder. Tenía el hombro y el pecho vendados, y todo el lado izquierdo de la cara le tiraba como si la piel quisiera desprendérsele. Los músculos de las piernas le ardían. Todas sus articulaciones parecían desencajadas.
Pero estaba viva.
-Toma -Madre Giselle le tendió un té caliente-. Está hecho de hierbas curativas. Puede que sepa amargo, pero te sentará bien.
Ellara mojó los labios mientras escuchaba la discusión. Ninguno parecía dispuesto a ceder, atascados en argumentos circulares; cada cual tenía sus razones, y eran razones poderosas, pero ciertas de esa manera endeble capaz de escurrirse entre los dedos. A Ellara le dolía la cabeza. Solo quería descansar.
-¿Cuánto llevan discutiendo? -preguntó.
-Discuten porque tienen tiempo. Tú nos has regalado el tiempo a todos.
Después de un tiempo, dejaron de discutir. No tomaron ninguna decisión, no se pusieron de acuerdo, solo se retiraron cada uno a una esquina a descansar, como si solo con esperar la solución pudiera aparecer ante ellos. Desesperanzados. Madre Giselle parecía tranquila, sentada a su lado con la espalda recta.
-Nadie sabe exactamente lo que te pasó. Vieron cómo les salvabas, y entonces creyeron lo que necesitaban creer. De momento, parece que estamos a salvo.
-Viste a Corypheus, igual que todos ellos. Oiste lo que dijo.
-Si solo una parte de lo que clama es cierto, aún con más motivo Andraste escogería a alguien para alzarse contra ese monstruo. Debemos tener fe.
Ellara se sentó al borde de la camilla. Puede que no creyera en Dioses, pero había aprendido por las malas a respetar lo que otros pensaran.
-Con todo el respeto, Madre Giselle. No veo cómo mi fe puede importar. Cumpliré mi misión tanto si me ha sido otorgada por Andraste como si me la encontré de casualidad. El poder de Corypheus ahora mismo no puede hacerse frente solo con esperanza.
Se levantó y se apoyó en uno de los postes que sujetaban la tienda. Madre Giselle se colocó a su altura.
-Un ejército necesita algo más que un enemigo. Necesita una causa.
Cogió aire y empezó a cantar, acercándose a la hoguera central. Ellara no conocía la canción, pero casi todos los miembros de la Inquisición se unieron poco a poco. "El amanecer llegará", cantaban al unísono, con los ojos cerrados, y el eco se alzó poco a poco, sobreponiéndose al viento de la noche.
-Inquisidora. Unas palabras.
Solas se había acercado a ella, por la espalda, aprovechando que la atención estaba concentrada en el centro y nadie les miraba. Ellara le siguió a través de la nieve y el frío, sin perder de vista el punto de luz del báculo. Llegaron a un claro helado, suficientemente alejado de oidos indiscretos.
-Hace mucho tiempo que los humanos no tienen a uno de los nuestros en tan alta estima.
Ellara estaba demasiado agotada como para que ese tipo de cosas le importara. Se cerró el abrigo y enarcó una ceja.
-¿No fue la heroína de Ferelden una elfa dalishiana?
-¿Y antes de ella? La fe de los humanos no se gana fácilmente, Lethallin -Solas inspiró-. El artefacto de Coripheus… es élfico. No hay duda.
-¿Sabes lo que es?
-Un orbe utilizado para canalizar el poder de nuestros Dioses. Corypheus lo utilizó para abrir la brecha; al hacerlo, debió desencadenar la explosión que destruyó el cónclave, el mismo corazón de la Fe humana.
Sus ojos tenían el mismo brillo azulado que el hielo, y su mirada, la misma afilada instensidad que el frío. Solas era como el viento: intangible, libre. Nadie estaba seguro de dónde venía, y nadie sabía a dónde iría cuando todo terminara. No era fácil confiar en él, pero la había mantenido con vida cuando la marca de su mano amenazaba con devorarla, y había sido un aliado fiel en Risco Rojo y en la Costa de la Tormenta.
-¿Qué intentas decirme, Solas? Al final, encontrarán la manera de culparnos si eso es lo que quieren. Siempre lo hacen.
Ellara tenía el ceño fruncido. Se tocó la cara, donde las heridas eran más tirantes y descubrió una gota de sangre en su dedo. El frío, sin embargo, conseguía que apenas doliera.
Solas tendió la mano y le acarició la piel. El calor le recorrió la mejilla; el suave cosquilleo de la magia curativa que redujo los arañazos a finas líneas rosadas y ayudó a los músculos a recolocar la articulación del hombro, selló las grietas de las costillas.
-La fe en ti crece por momentos, pero debemos estar preparados para cuando lo descubran; debemos estar por encima de toda sospecha.
La magia se extendió por su cuerpo, encontrando las partes heridas y sanándolas. Solas no era un experto en curación, pero era suficiente para calmar el dolor en sus huesos machacados.
Ellara cerró los ojos y dejó que el cosquilleo le erizara la piel. Ahogó un suspiro.
-¿Has pensado en algo?
Solas sonrió. Y se lo mostró.
Caminaban por Haven. Él iba unos pasos por delante; la brecha verde se contorsionaba aún en el cielo. Los edificios seguían en pie, la nieve limpia sin rastro de sangre. Ellos eran los únicos presentes en ese mundo vacío.
-Cassandra me llevó hasta ti, inconsciente. La marca de la mano te estaba matando. No ibas a despertar, era imposible. ¿Cómo ibas a hacerlo? Cassandra no confiaba en mí, ni yo en ella. Un último intento, me dije. Pero nada de lo que yo pudiera hacer funcionaba. Estaba preparado para huir. Y entonces… tú llegaste, y lo arreglaste, con un solo gesto. Y ese momento… sentí que el mundo cambiaba para siempre. Tú, lo cambiaste todo.
Ellara ladeó la cabeza, frunció el ceño.
-Lo haces parecer cómo si yo hubiera hecho algo. Algo más que… estar allí.
Dejó escapar una sonrisa irónica. Pero incluso con ese gesto desganado, sus ojos se iluminaban, y brillaban de un verde comparable a la brecha. Sobre su pelo oscuro se posaban copos de nieve que el viento arrastraba a su alrededor.
-No eres realmente consciente, ¿verdad? De lo que representas.
Solas dio un paso hacia ella. Quiso extender la mano y tocar su cara de nuevo, pero se contuvo, convirtiéndola en un puño. Estar allí, con ella, era lo más real que había vivido en los últimos meses. Convertía en posibles hasta los sueños.
Haven olía a caballos y forjas; salvo por el silencio, parecía el mismo pueblo que los había albergado las últimas semanas. Hasta la nieve era fría en su piel, y húmeda bajo las botas. Nunca había pisado un recuerdo tan real como ese, y era culpa de ella. El Ancla de su mano, probablemente.
Ellara caminó por la plaza frente a la Capilla. Miraba a su alrededor como si sospechara algo. Parecía desconfiar, pero al mismo tiempo, sus defensas parecían haber caído por primera vez. Su expresión era benévola.
-Toda la Inquisición -empezó Solas-, te vio morir bajo la avalancha. Y después te vio aparecer, horas más tarde, goteando sangre; saliste de la nada, después de salvarnos a todos, y encontraste el camino hasta nosotros a través de la nieve con el hombro desencajado y tres costillas rotas. Les haces creer que todo es posible.
-¿Tú que crees?
Ellara se dio la vuelta, deteniéndose muy cerca de él, todo ojos verdes y labios rojos.
-Yo… -Solas intentó sostener su mirada-. Cambiaste mi mundo -confesó en un susurro.
El viento agitaba los mechones sueltos del pelo de Ellara. Solas sentía la necesidad de deslizarlos detrás de sus orejas, rozarle la piel. Mirarla le cortaba la respiración y le hacía sentir cosas que no quería sentir. Ellara le hacía sentir incómodo de una manera desconocida, de una manera incluso agradable.
-Gracias, Solas. Por estar conmigo cuando te necesitaba. Y no dejar que esto me mate -levantó la mano del Ancla, que parpadeó un instante como si supiera que hablaban de ella.
-Estoy aquí para ayudarte.
Solas se dio la vuelta haciéndole un gesto con la cabeza para que le siguiera. Caminaron sobre la ladera nevada, por valles y caminos estrechos sobre acantilados de hielo, cruzaron las montañas con el sol aún alto en el cielo, y desde una de las cumbres, a lo lejos, el perfil de la fortaleza se dibujó a contraluz.
-Debes explorar hacia el Norte. Guiálos, y allí, callada entre las nieves, te aguarda un lugar que espera ser reclamado una vez más -Solas sonrió-. Es hermosa incluso aquí.
Ellara se detuvo. El mundo dejó de girar y las montañas comenzaron a derrumbarse.
-¿Qué quieres decir?
-¿Dónde pensabas que estábamos?
Ellara miró a su alrededor, conteniendo la respiración; el mundo la contuvo con ella.
-Esto, ¿es solo un sueño?
-Eso es materia de debate. Pero quizá deberíamos dejarlo para cuando… despiertes.
