Exilio

Gellert, tendido en la cama, observaba cómo su compañero trabajaba meticulosamente en unos pergaminos ¿Cómo podía soportar —o mejor dicho disfrutar— horas encerrado escribiendo? No lo entendía. Necesitaba moverse, hablar, caminar… hacer algo.

—¿Sabes Gellert? Nunca he podido entender cómo sabes tanto sí piensas que estudiar es aburrido.

Sintió una pizca de satisfacción al sentir que, aún con sus queridos libros, no podía pensar en él. O, al menos, eso deseaba en lo más profundo de su ser. Además, la expresión "cómo sabes tanto", viniendo de Albus Dumbledore, era un piropo colosal.

—Cuando algo me interesa me obsesiono, y sacar buenas notas nunca me interesó. Además, prefiero la acción.

—Pero no puedes seguir viviendo en una casa con cimientos de arena, Gellert. Recuerda que antes de exponer nuestras ideas debemos tenerlas más claras que nadie, y así preparar la mejor de las defensas.

Ahí estaba de nuevo, haciéndolo sentir inferior. Hundió la cabeza en las almohadas y suspiró. Gellert era un maestro de la interpretación (o un paranoico dependiendo del punto de vista), por lo tanto sabía muy bien al punto al que su amigo quería llegar.

Albus observó la figura de su amigo recostado boca abajo en su cama. Derrochaba talento, y de qué manera. Era tan agresivo, tan activo y tan perezoso a la vez. No estaba enfocado, pero vaya que era brillante. Sus ideas lo cautivaban, sus pensamientos le mecían el mundo y su evasiva mirada lo hacía querer saber más de él.

—Me aburroooo— suspiró Gellert con la voz ahogada por las almohadas. —Si estuviera ahora mismo en Durmstrang, me batiría a duelo con algún grandulón.

Albus rió entre dientes. Esa idea era propia de su hermano Aberforth. Eran tan distintos, aún así tenían tantas cosas en común.

Albus comprendió de inmediato por qué Gellert era alguien imposible de encasillar: Era una persona completa, virtuosa. Siguió riendo. Cómo lo quería… y de qué manera…

Alzó un poco la cabeza escondida entre las almohadas y sus sospechas se confirmaron. Albus se reía burlonamente de él. Frunció el ceño y volvió a agacharla. Gimoteó involuntariamente al sentir una punzada de dolor. No estaba de humor para nada ese día.

Había recibido una carta de un compañero diciéndole que no podía volver ni a Durmstrang, ni al país en donde vivía su madre: Según el ministerio de la magia, sus experimentos y agresiones distaban mucho de ser consideradas travesuras juveniles y eran motivo de sanción penal. Ya no se trataba de un asunto reglamentario de su Instituto. Por esto, a su madre la estaban interrogando para saber de su paradero y su padre se estaba desligando completamente de él. No le dolía alejarse de su familia, sino más bien lo que le dolía era su orgullo. Durmstrang había sido para él como un pequeño reino que él manejaba a su antojo… y lo habían exiliado.

Sonrió con amargura. Ahora era un criminal. Aunque en su infancia siempre había estado en "tierra de nadie", se había acostumbrado un poco al estar tras paredes. Su único refugio ahora era en un suburbio inglés y su única compañía era Albus Dumbledore. Esa idea lo confortó completamente, y a la vez lo hizo sentirse vulnerable ¿Desde cuándo él necesitaba de alguien para sentirse seguro? Qué diablos importaba. Lo necesitaba, y mucho. Por fin alguien lo había dominado.

Con una mano agarró una esquina de la almohada y comenzó a apretarla con ansias. Siempre le venía ese sentimiento de la nada: Una mezcla de angustia, ansiedad y desesperación —sin un claro motivo— que lo hacía sentirse vacío. Necesitaba alguna muestra de cariño de él, pero sabía que nunca se la daría —además, se sintió aún más vulnerable por necesitar afecto—. Albus Dumbledore nunca le concedería esa clase de atenciones pasionales. Él funcionaba en su totalidad con la razón.

Albus miró la mano de su amigo apretar la almohada y sintió una punzada de desazón ¿En qué estaría pensando? Era un misterio, y que un Dumbledore considerase algo como tal, era mucho decir. Los Dumbledore eran expertos en la materia de ocultar cosas. Sintió deseos de mirar a Gellert a los ojos y decirle que todo estaba bien. Pero ni siquiera sabía qué era lo que iba a estar bien. Se imaginó a si mismo acariciando sus cabellos y consolándolo. Desechó inmediatamente esa idea. Gellert Grindelwald nunca le permitiría esa clase de atenciones melosas. Él funcionaba en su totalidad con la agresividad.

Aún así, quería sacarlo de su desesperación, por lo que, al ver la varita de éste tirada en el suelo preguntó —con una pizca de curiosidad, puesto que su amigo nunca le había dado los detalles exactos— para que su amigo tuviera algo que decir:

—¿Cómo conservaste tu varita después de tu expulsión? Según los acuerdos entre los ministerios y colegios de Europa, a los magos considerados peligrosos o incapaces se les rompe la varita.

"Incapaces". Gellert rodó los ojos ocultos debajo de su pelo y la almohada. ¿Por qué siempre le recordaba su condición de expulsado? Pero lo que más lo trastornaba, era que Albus le hubiera hecho una pregunta de un asunto que él también estaba pensando. Era como si su amigo le pudiera leer la mente.

—¿Cómo dices?— Al preguntar esto alzó su cabeza. Vio a Albus escribiendo de manera serena mientras su cabello color caoba le caía grácilmente en la mesa, como si la charla que estaban teniendo fuese de lo más casual.

—Pues eso— dijo Dumbledore sin mirarlo a los ojos. Pensaba que si lo hacía su amigo podría adivinar sus sentimientos hacia él, así que continuó estudiando.

—Yo qué sé— respondió Gellert con evasivas. Albus lo miró lo más inexpresivamente posible y Gellert, adivinando la reacción de Albus, alzó la cabeza para toparse con su rostro. Fue el contacto visual con esos penetrantes ojos azules lo que le hizo hablar. —La verdad es que hace tiempo estaban buscando una excusa para expulsarme y, de hecho, casi me parten la varita. Pero el idiota de mi padre era muy influyente así que no hubo mayores dificultades.— "Eso, y que aún no habían descubierto mi escondite, donde guardaba todos mis experimentos", pensó para sí mismo.

—No planeas volver ¿Cierto?

—Nah… prefiero Inglaterra— respondió con una sonrisa. Albus tenía la manía de interrogarlo. —Quizás cuando gocemos de mayor credibilidad podré poner un pie en Noruega, pero no por el momento.— Estúpido Albus ¿Cómo demonios iba a querer volver si la mitad de la comunidad mágica de ese país lo odiaba? Pero volvería, y en grande, vengándose de todos los que lo despreciaron.

Albus vio el rostro animado de Gellert y la angustia que había sentido al verlo preocupado se esfumó. Sabía que su amigo no le contaría lo que le pasaba, pero con animarlo le bastaba.

—Bueno, Gellert. Estaba revisando los documentos que tenías sobre los países del norte y creo que ahí deberíamos empezar a realizar indagaciones y convocar aliados. Esos países son más flexibles con el Estatuto Internacional del Secreto y…—

Gellert simplemente miraba embobado a su amigo hablar. Hablaba, hablaba y hablaba… demonios, quería que se callara de una vez para seguir pensando en lo que estaba pensando ¿Qué estaba pensando? Ya ni se acordaba. Veía cómo Albus le hablaba. Su rostro tan serio, como si lo que estaba diciendo fuera de lo más importante. Era tan ordenado, tan metódico, pero en cierta forma lo excitaba. Quería desordenarlo, descarriarlo… y lo haría algún día.

Se puse de pie y se dirigió hacia Albus.

—… sin embargo, he escuchado que luego de que un grupo de magos …— Gellert de pronto estaba de pie a escasa distancia de él con una sonrisa maligna. —¿Qué ocurre, Gellert.?—

Su amigo posó una mano sobre su hombro se inclinó y le plantó un fugaz beso.

Sintió sus labios por un infinitesimal segundo, pero aquel momento se le hizo una eternidad. Albus jamás había estado tan cerca de Gellert, en realidad de ningún ser humano. Había ansiado secretamente un encuentro de ese tipo con él, y ahora se sentía extasiado, ansioso y a la vez débil.

Se quedaron un par de minutos mirándose, Gellert aún tenía su rostro pegado al de él y sonreía divertido. En ese momento se abrió la puerta bruscamente y dejó ver a Aberforth, el hermano de Dumbledore. Su rostro se endureció para contener la ira al ver en la situación en que se encontraba su hermano con ese chico extranjero. Albus, alarmado al ver que Gellert seguía encima de él sin intenciones de correrse, le dio un brusco empujón para apartarlo.

—Ejem… Albus, Ariana ha cocinado la cena ella misma. Creo que deberíamos bajar a comer para alentarla o como quieras. Tú no estás invitado.—Aberforth nunca había tenido muy buenos modales, pero con Gellert su mala educación era máxima, casi haciendo un esfuerzo por ser más soez que de costumbre. A Gellert le causaba gracia la actitud que tomaba Aberforth hacia él. Le recordaba un poco a él mismo.

—De todos modos me iba— dijo con un tono de voz alegre pasando, con paso altanero y alegre, por el lado de Aberforth. —Saludos— Dicho esto soltó una risa traviesa.

Albus suspiró y vio el contraído semblante de su hermano. Se había olvidado de ellos, de Ariana y de Aberforth, le pasaba siempre que estaba ahí, encerrado en su habitación con Gellert., en una especie de ostracismo voluntario de aquel minúsculo reino de desgracias. Le habían dejado una responsabilidad y debía protegerlos, sobre todo a su hermana. Por eso estaba ideando los planes de instaurar un nuevo orden mágico ¿O era por Gellert?