I Parte: En la oscuridad de una mazmorra.

Todo se veía negro, no se podía divisar ni el más mínimo rastro de luz, ni el más leve reflejo de nada, pero Hermione no necesitaba de sus ojos para saber dónde estaba. Ya hacía tanto tiempo que estaba prisionera en aquella celda que podía moverse a ciegas sin chocarse con nada.

Pero de todos modos, moverse no era una posibilidad tampoco, no con tanto dolor recorriéndole una y cada una de sus articulaciones. No cuando ya casi no podía sentir las piernas, mucho menos pararse y mantenerse de pie por sí misma.

Quizás si su aislamiento fuere total, quizás si su única tortura fuera el dolor físico y la falta de visión, quizás su aprisionamiento le resultaría menos difícil de tolerar, pero los mortífagos no tenían misericordia alguna, y la habían dejado con el mezquino sentido de la audición; y así los sonidos que la acompañaban eran de otras personas en celdas contiguas, personas llorando, suplicando, rogando, gritando… y los peores de todos, los que habían perdido la esperanza y ya ni siquiera se resistían cuando los querían interrogar, ni comían las pocas veces que se les arrojaban restos de pan duro. Lo único que aceptaban con entusiasmo de los mortífagos era el agua ya que tenían la ilusión de que estuviera envenenada. Eran personas que, como ella, ya no podían seguir luchando, y sólo les quedaba esperar que los mortífagos terminaran de sacarles información que requerían para luego deshacerse de ellos de una vez por todas.

Hermione no podía saber cuánto tiempo había pasado, hacía mucho que no veía la luz del sol, pero se imaginaba esperanzada, que ya no le quedaba ninguna información de interés para su captores. No entendía por qué taraban tanto en deshacerse de ella; era un desperdicio de espacio, ya que ocupaba una celda individual y de tiempo, porque los pocos subversivos que quedaban ya estaban capturados o muertos. Muertos la mayoría, conocidos suyos, amigos suyos… eso incluía a Harry Potter.

Cada tanto, de vez en cuando, una molesta luz se paseaba por los corredores de la mazmorra. Molesta porque la falta de costumbre era hiriente para los ojos, pero por sobretodo era aterradora, porque era la luz de una vela necesariamente cargada por un mortífago, acompañado por otro que retiraría a uno o más prisioneros para interrogarlos y torturarlos. No se podía saber si era peor que regresaran a las celdas luego de la interrogación, o que fueran llevados y nunca regresaran; no se podía asumir que una opción fuera mejor que la otra. Hermione ya hacía mucho que había abandonado la esperanza de huir o—más utópico aún—de que la liberaran; ella ya había asumido que moriría allí de una forma y otra, tarde o temprano, pero no podía decidir si preferiría morir allí en su celda sola y ya casi sin sentidos que le hicieran compañía, o por la varita de un mortífago, fuera de las mazmorras.

Los gemidos y los llantos se detuvieron casi de repente, eso significaba que la luz había aparecido y se llevarían a alguien. Ella aún no podía verla porque estaba en una celda muy abajo y muy al fondo, siempre era la última en enterarse. Así que Hermione cerró los ojos con fuerza y al mismo tiempo hizo lo posible por cubrírselos con las manos por más doloroso que le resultara moverlas; es que, irónicamente, pensaba que la luz la dejaría ciega, cuando era lo único que por lo general podía ver.

Los pasos de los mortífagos retumbaban con un sonoro eco en todo el calabozo, y se podía discernir fácilmente que a más de uno de los prisioneros se les escapaba un gemido de temor.

Era muy extraño para ella considerando sus circunstancias, pero también sentía temor más allá de que deseara morir. Supuso que debía ser un sentimiento reflejo, ya que esos pasos eran una anticipación de más dolor aún.

Acto reflejo o no, sentía aquellos pasos acercándose cada vez más, y a su vez la luz; le molestaba la luz, no quería ver aquello que haría que le dolieran los ojos; no pensó que los mortífagos fueran a por ella, no había pasado mucho tiempo desde el último interrogatorio, lo sabía porque por lo general sus heridas estaban a medio camino de cicatrizar antes de que volvieran a llevársela. Aún así sintió que alguien se paraba en la puerta de su celda, y por un momento pensó que ya le había llegado la hora. Pero una voz conocida le demostró que no.

"Esa no es la celda." La voz le resultaba familiar, era femenina, pero no la reconocía por completo. La única respuesta que se escuchó fue el movimiento de los pasos del otro mortífago que se alejaba tan sólo un par de metros para abrir la celda que estaba en frente de la suya. Quien fuera su ocupante no ofreció resistencia alguna, fuera quien fuera ya estaba en las mismas condiciones que ella, sin fuerzas ni esperanzas para resistirse. Todo estaba perdido, ¿para que luchar?

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Uno pensaría que Draco Malfoy tenía la vida que quería, pero desde que había perdido su casa, sus padres, y su dignidad… sólo le quedaba ser un mortífago. Y no es que jamás hubiera tenido elección sobre el tema. De niño se imaginaba que ser un mortífago implicaba poder y respeto, pero poder más que el mágico no tenía, y respeto… ¿de quién? ¿De sus víctimas? Eso era temor, no respeto. Ni siquiera sus colegas mortífagos lo respetaban, no desde la muerte de sus padres a manos del señor oscuro.

Todo empezó tras la victoria de Lord Voldemort, tras la muerte de Harry Potter. Para iniciar la nueva orden de mortífagos, el Señor Oscuro necesitaba un centro de operaciones, un cuartel general, un lugar grande, enorme, y tenebroso. La mansión Malfoy fue escogida para ello.

Con sus más de 50 dormitorios podía albergar a toda la élite del Señor Oscuro, y con sus diversos comedores, salas de estar, estudios, bibliotecas y calabozos, era perfecta como centro de operaciones. En las salas más grandes se planeaban estrategias, nuevos puntos de ataque; en las bibliotecas los mortífagos podían estudiar los diversos libros de hechizos y pociones de la familia Malfoy, que no eran pocos; en el tercer subsuelo estaban los calabozos con más de un centenar de prisioneros, los cuales eran interrogados en el segundo subsuelo, en el primer subsuelo se tenía la base de investigación, donde se experimentaban nuevas pociones, y también estaba en ese mismo piso la enfermería a donde iban los heridos en batalla. En los inmensos jardines, una vez bellos y perfectos, se hacían las prácticas de combate que habían destrozado por completo los arreglos que la madre de Draco una vez hizo con tanto esfuerzo, pues la jardinería era su pasión y no permitía que nadie más se ocupara de ello.

El problema fue que su padre no estuvo completamente de acuerdo con que se utilizara la mansión de su familia como cuartel del Señor Oscuro. Y esa opinión lo llevó a la muerte inmediata. Su madre le siguió por gritar "¡No!" una vez que Lucius cayó muerto al piso. El siguiente habría sido Draco, de no haberse quedado mudo por ver la muerte de sus padres. Ese día fue nefasto, todos los ojos se posaron en él una vez que el Señor Oscuro había acabado con los Malfoy mayores. Pero Draco no había emitido un sonido, sólo tenía una expresión de shock en la cara, sus ojos no se separaron de los cadáveres de sus padres hasta que el Señor Oscuro se paró en frente suyo.

"¿Y qué será Draco?" Le preguntó él, tácitamente refiriéndose a la mansión o a su vida.

"Soy su más fiel servidor, mi señor." Contestó Draco haciendo una reverencia, pues si algo había aprendido a valorar, era su vida. Desde ese momento fue lo único que le quedaría.

Como recompensa por haber accedido a la profanación de su hogar, Draco pudo mantener su vida, pero no pudo quedarse ni con su habitación. Tuvo que mudarse dos plantas más abajo, donde antaño estaban las habitaciones para invitados, ahora estaban las habitaciones para los mortífagos menos experimentados, pero lo suficientemente buenos como para vivir en la mansión. En total había 40 dormitorios para invitados en el segundo y cuarto piso, era un honor poder ocupar una de ellas. Aunque técnicamente era su casa, Draco tuvo que ganarse el privilegio de poder habitar allí: capturando prisioneros y matando muggles.

A Draco ya no le quedaba nada de su antigua vida, no más que algunas supuestas amistades en las cuales no podía confiar enteramente. Entre ellos estaban Blaise Zabini, Theodore Nott, Pansy Parkinson, y Daphne Greengrass. La que más confianza le daba era Daphne, pues Daphne estaba enamorada de él, y era la única persona que conocía que podía enamorarse de alguien completamente desprestigiado.

Porque él no tenía dinero, no tenía casa, no tenía familia, no tenía honor siquiera. Y aún así ella estaba decidida a estar con él, prácticamente compartían una habitación, pues ella iba a visitarlo todas las noches que podía. Pero debían mantener su relación en secreto, aunque para Draco no era realmente una relación, pues su interés en Daphne no era mucho más que el de una muy buena amiga con derechos; pues el Señor Oscuro era el único que podía dar permiso para tener una pareja. 'Las parejas nublan la mente. Sólo sirve apegarse a alguien para procrear', decía él. Y guiado por ese pensamiento, Lord Voldemort creó un programa de procreación para mortífagos, según el cual se "invitaba" a ciertas mortífagas a inscribirse para ser asignadas a una pareja con quien tener pequeños mortífagos. Era totalmente opcional, sólo que si una de las partes no quería acceder, arriesgaba su vida por querer traicionar el plan del Señor Oscuro. ¿Y acaso no querer que haya más mortífagos no es una forma de traición?

Por suerte Draco no había sido elegido para entrar al programa, él sinceramente no quería tener hijos, por más que no tuviera que conocerlos.

Draco no solía permitir que se notaran sus emociones, pero de permitirlo, se lo vería melancólico de forma constante, viendo siempre la casa y los objetos que se le habían confiscado, imaginándose a su madre andando por los pasillos, siempre preocupada por él, o a su padre caminando y leyendo al mismo tiempo.

"¿En qué piensas, Draco?" Morgana, una de sus compañeras de batalla, le preguntó. Acababan de salir del calabozo, y llevaban consigo—arrastrado con magia—a un pobre prisionero de guerra. "Se te ve muy concentrado."

Morgana era demasiado observadora, demasiado para su propio bien. Cualquier otro muchacho habría pensado que era una chica encantadora, con su rostro tan delicado, con sus labios rojos y mechones de cabello rojo oscuro cayendo a los costados de su cabeza, sus redondos ojos verdes, sus pecas en su piel pálida y suave… pero Draco la tenía de compañera, y podía ver más allá de su aspecto físico. Morgana era una mortífaga hecha y derecha, más allá de su aspecto de muñeca de porcelana había intereses malignos que debían ser repelidos a toda costa; pues si Draco llegaba a mostrarse como realmente se sentía, Morgana no vacilaría en avisar a los superiores.

"En la próxima batalla, si tanto te interesa."

No era cierto, pues en realidad pensaba en lo que acababa de ver en las mazmorras: muertos vivientes, centenares de prisioneros pidiendo a gritos que les dieran la muerte. Almas desesperadas. Gente cuya vida había acabado incluso antes de empezar, pues había allí jóvenes menores que él incluso. Y una persona en especial que desearía jamás haber visto allí en su vida.

Despacharon al prisionero en la sala de interrogaciones, donde ya lo esperaban un mortífago superior y su aprendiz. Draco se alegraba de haber superado ya las duras etapas de entrenamiento a las que se sometían a los mortífagos más jóvenes, él estaba un escalón más arriba que los aprendices. Al igual que Morgana, quien continuó intentando sacarle información.

"He oído rumores, sabes." Le mencionó con una actitud sospechosa, inquieta y emocionada. "Dicen que nuestro Señor no se deja ver porque está muy débil y enfermo."

"Eso es ridículo, Morgana."

"¿Acaso no te has preguntando por qué no se deja ver? Hace meses que hizo su última aparición entre sus súbditos."

"No deberías creer todo lo que escuchas." Draco intentó silenciarla, no sabía si la muchacha lo estaba poniendo a prueba o realmente intentaba cotillear, pero de todos modos podían ser sancionados por conversar de aquella forma sobre el Señor Oscuro. "El Señor Oscuro simplemente tiene demasiado que hacer como para estar mostrándose entre nosotros."

"Pero…"

"Ya cállate, ¿quieres?" A veces esa era la única forma de hacerle comprender que no quería tener nada que ver con ella.

"Eres un idiota." Ella lo insultó y se marchó, probablemente sin darse cuenta en su enojo de que debía esperar con él a que terminaran de interrogar al prisionero para devolverlo a su celda.

Draco se quedó allí, observando a la nada mientras mantenía guardia sólo en la puerta. Cada tanto se escuchaban gritos de dolor proviniendo de adentro, mezclados con gritos de reclamo provenientes de los mortífagos. Draco no entendía por qué no silenciaban a los prisioneros con magia, debía de gustarles oír la agonía de las víctimas.

Pasó un largo rato hasta que abrieron la puerta de la sala de interrogatorios. Un mortífago superior salió primero, era el padre de Theodore Nott. A su aprendiz, un muchacho algo menor que Draco, no lo conocía. El hombre mayor salió con una mueca de disgusto.

"Fuiste demasiado duro, Aneirin. ¡No necesitamos prisioneros de nivel 1 muertos!"

"Lo siento, maestro." Replicaba Aneirin. Así que el prisionero había muerto, con razón los gritos cesaron tan rápido. Aneirin probablemente había utilizado un hechizo muy duro en un cuerpo muy débil.

"Malfoy, lleva ese cuerpo a cremación."

"Sí, mi señor Nott."

Nott continuó regañando a su alumno en el pasillo, y Draco entró a la sala de interrogatorios para llevarse el cadáver. Él estaba acostumbrado a ver muerte, pero odiaba particularmente aquel tipo de muerte: lenta y dolorosa. Agradecía que sus padres no hubiesen tenido que tolerar la tortura, y que el Señor Oscuro les haya dado una muerte rápida y—con suerte—indolora. La sala estaba manchada de sangre, sangre fresca, sangre seca, sangre vieja; todo mezclado con el moho y los hongos formados por la humedad de ese subsuelo. Era un ambiente propicio para morir de una forma u otra.

El cadáver del prisionero estaba tan magullado que apenas se podía distinguir su rostro. Sus extremidades estaban torcidas de formas indescriptibles, que a simple vista no tenían ningún sentido. Y los ojos… los ojos estaban abiertos y sin vida. Draco se le acercó lentamente y le cerró los párpados; podía ser un mortífago, podía ser un asesino… pero no podía faltarle el respeto a un cadáver dejándole los ojos abiertos. Siempre que podía les cerraba los ojos a sus víctimas, podía ser algo tonto e hipócrita, y sin duda alguna no lo hacía sentirse mejor, pero al menos… al menos era una muestra de respeto. La única que podía darles.

"¿Dónde está tu compañera de guardia, Malfoy?" Nott le preguntó una vez que terminó de regañar a su alumno, asomando la cabeza por la entrada de la sala. Su voz aún sonaba a reprimenda.

"Se sentía indispuesta y fue al baño, si no me equivoco. Cosas de mujeres." Eso pareció ser respuesta suficiente para Nott, pues puso una cara de disgusto y asintió con la cabeza levemente.

A Draco no le caía bien Morgana, pero no por eso iba a mandarla a la boca del lobo. Y, además, de esa forma le debería algo. Era un código que tenían entre ellos, por más que se llevaran mal, ya que eran compañeros y colegas, al menos se cuidaban las espaldas siempre que podían; estuvieran en una batalla o fuera de ella.

Tras despachar el cadáver en el área de cremación, Draco se encontró con Daphne Greengrass. Ella apareció, coqueta como de costumbre, con su túnica verde oscuro delineando perfectamente su figura, sus cabellos dorados sueltos, y sus ojos oscuros delineados por el más leve maquillaje, pues Daphne no necesitaba realmente usar maquillaje, pero era un viejo hábito heredado por generaciones y generaciones de mujeres. Al verlo, le sonrió con alegría, una alegría que era difícil de ver en esos tiempos… a pesar de que habían ganado la guerra.

Daphne tuvo que reprimir las ganas de besarlo, pues estaban en público; no es que a él le molestara, pero sí notaba que ella muchas veces lo miraba con melancolía. Eso le preocupaba, pues no era bueno para Daphne querer a alguien como él; pero mientras mantuvieran su amistad tan peculiar en secreto, probablemente estarían a salvo.

"¿Acabas de despachar un cuerpo?" Preguntó Daphne, viendo que salía de la sala de cremación. Había un dejo de tristeza en su voz que no coincidía con lo que estaba pasando; ella siempre sonreía cuando estaba con él, ahora no estaba sonriendo, y lo veía con… ¿melancolía?

"Si, no resistió la interrogación." Contestó Draco, sin saber si debía preguntarle qué le sucedía. Daphne era lo más cercano que tenía a una amiga de verdad, pero él no tenía mucha experiencia con amigos de veras, así que decidió dejarse llevar por su curiosidad al momento de decidir. "¿Qué sucede, Daphne? ¿No tienes la tarde libre?"

"Te estaba buscando." Dijo ella con una débil sonrisa. —"Me han dado un informe sobre Nott."

"¿Tienes que encargarte de él?"

Daphne rió delicadamente y negó con la cabeza. "No, no de esa forma. El informe contiene una descripción de su familia, su linaje y sus victorias; así que me imagino que es la forma más sutil que han encontrado para decirme que lo han elegido para mí."

Eso significaba que tanto Daphne como Theodore Nott habían entrado al programa de procreación; dedujo Draco con pesar por Daphne.

"Creía que daban a elegir." Comentó Draco, sin saber realmente qué decir.

"Sólo a los hijos de los superiores, aunque lo más factible es que los escojan sus padres por ellos. A lo mejor quizás también a los más destacados, pero no es mi caso."

"Así que Nott y tú."

"Supongo que por eso estaba tan contento esta mañana." Dijo ella.

"¿Tú no?" Preguntó él.

"Nott es la mejor opción para mí, aquí lo dice. Este documento está abalado por el Señor Oscuro, no puedo dudar de su palabra."

"Aún así algo te molesta." Comentó Draco.

"Siempre supuse que me casaría joven y tendría hijos. Mis padres querrían juntarme con un mago joven de clase alta como yo y organizaríamos una gran boda…pero me enlisté en las hordas de nuestro señor, por lo que supuse que le serviría por años como mortífaga y quizás luego una vez que su plan estuviera culminado y finalmente pudiéramos vivir en paz, entonces me casaría. Ahora resulta que me han reclutado para tener hijos en vez de permitirme luchar… y ni siquiera es necesario que nos casemos Nott y yo… no es un arreglo matrimonial, tan sólo me usarán para producir más mortífagos."

Draco reprimió un suspiro, comprendía a Daphne, pero no podía estar de acuerdo con ella… no en voz alta al menos. Estaba seguro de que las paredes tenían oídos en su casa, y estaban constantemente vigilándolo, esperando al mínimo error, a la mínima muestra de desacuerdo para condenarlo.

"Nott es uno de los mejores mortífagos de nuestra edad, tiene poder y fortuna. Y estoy seguro de que accederá a casarse contigo si es que no tiene pensado proponértelo ya." Le dijo Draco a intentando darle ánimos, pero manteniendo una saludable distancia al mismo tiempo.

Daphne se acercó un poco más a él, lo suficiente como para susurrar en su oído. "Pero te perderé a ti."

Draco ni siquiera parpadeó al escucharla, se mantuvo firme, su rostro serio, prácticamente inexpresivo. No se le ocurría qué decirle, le gustaba su compañía, era agradable pasar las noches con ella, y seguramente la extrañaría una vez que dejaran de verse. Pero ambos sabían desde un principio que lo que tenían no podía durar, era cuestión de tiempo que se acabara. Porque Draco era básicamente un descastado, y Daphne una muchacha con todo un futuro brillante por delante. Draco lo había perdido todo; Daphne tenía todo por ganar.

"Eso es lo de menos, Daphne." Le dijo él, luego se dio media vuelta y se fue, dejando a Daphne con su rostro contorsionado por la tristeza.

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En medio de tanta oscuridad, Hermione Granger se encontraba extrañando la luz de la luna, puesto que la luna siempre hacía que las noches fueran más brillantes. Las estrellas iluminaban el cielo también, pero no como lo hacía la luna. Hermione quería muchas cosas, pero no esperaba ninguna. Una de ellas era la luz de la luna; una luz que probablemente no lastimaría sus ojos.

Aquella luz, tan tenue pero tan útil, no sólo le serviría a ella, sino a todos los prisioneros de las mazmorras. Así podrían ver cuando los elfos domésticos depositaban comida, y no tendrían que tropezarse con ella, derramando los cuencos con agua y mojando los trozos de pan duro que aparecían cada tanto. Uno no podía saber realmente cuándo aparecían, puesto que los elfos eran unas criaturas de lo más sigilosas, pero lo hacían, dejando tan poca comida y agua como tenían permitido.

Por segunda vez en lo que iba del día—suponiendo que fuera aún el mismo día, no había forma de saberlo—la puerta se volvió a abrir; Hermione se percató de ello porque los susurros, quejas, y los llantos cesaron, celda por celda, como en efecto dominó. Pronto pudieron escucharse los pasos a la distancia, dos pares de pies caminando lado a lado, en un ritmo perfecto e inconfundible, se escuchaba cómo arrastraban a alguien. Un nuevo prisionero, probablemente, ¿o quizás el mismo prisionero que habían retirado antes? Por el tiempo que había pasado, no parecía posible.

Los pasos se acercaban cada vez más. Y Hermione pudo ver, por desgracia, aquella horrenda luz, la luz de la vela que llevaban los mortífagos. Sus ojos ya cerrados fueron cubiertos por sus manos. Solo su sentido de la audición quedaba intacto, y pudo escuchar claramente cómo abrían la puerta enrejada de la celda al lado de la suya.

Se escuchó un gemido tras el sonido del cuerpo colisionando con el piso. La voz era la de un hombre, Hermione, por simple curiosidad, se atrevió a abrir un poquito los ojos, y miró a través de las pequeñas aberturas entre sus dedos. Pero no hizo tiempo de girar el cuello para ver al prisionero a la cara, sino que lo que pudo ver fue un par de ojos observándola, los ojos de uno de los mortífagos. Hermione no podía estar muy segura de qué color eran, puesto que sus propios ojos estaban muy aturdidos por la luz, pero algo en ellos le resultó familiar, aunque no tenían expresión alguna… se quedó observándolos por tanto tiempo como pudo. ¿Por qué mirar a los ojos a un mortífago? Se preguntó ella. No merecía la pena. Aunque tampoco tenía sentido querer mirar al prisionero, no la haría sentir mejor ponerle un rostro a los sonidos provenientes de al lado de su celda, sino todo lo contrario.

Ya sin poder soportar más la luz, Hermione cerró los ojos y se quedó escuchando cómo se iban los mortífagos. A medida que los pasos se alejaban, la luz también, y una extraña sensación de alivio le sobrevino, como pasaba cada vez que los mortífagos se iban sin ella. Era un sentimiento egoísta, pero normal en alguien cuya vida tenía los días contados.

El hombre en la celda de al lado continuaba gimiendo de dolor. Hermione quería gritarle, decirle que se callara. Todos sentían dolor, miseria, miedo… todos tenían heridas, todos temían ser torturados la próxima vez que se abrieran las puertas. ¿Pero no sería más cruel aún decirle algo? ¿No sería mejor respetar su dolor? Ni darle esperanzas, ni pedirle que no las tenga. No había nada que pudiera decirle.

A medida que los demás prisioneros empezaban a emitir sonidos otra vez, Hermione apenas pudo oír cómo el hombre que tenía en la celda de al lado se movía hacía las rejas que dividían ambas celdas. Se estaba acercando hacia la celda de ella.

Para sorpresa de Hermione, el hombre empezó a hablarle. Su voz era quebradiza, trastocada por la angustia, hablaba en un susurro, como temiendo que los mortífagos regresaran a por él si lo escuchaban. Lo último que quería ella era sentir la desesperación en su voz, y los gemidos de dolor entre cada palabra, pero aún así lo hizo.

"Te pude ver… eres Hermione Granger. ¿No es cierto?" Dijo él con una voz suave, que denotaba su juventud. Debía ser tan sólo unos años mayor que ella.

"¿Importa quién sea?" Respondió ella con una pregunta retórica. Puesto que realmente, en esas condiciones, no servía de nada ser Hermione Granger, más bien, sólo servía para ser torturada de tanto en tanto.

"Soy Richard O'Neill."—Se presentó él, y luego, en un susurro aún más tenue, dijo: "Soy un miembro de la Orden. Es un alivio saber que estás viva."

La Orden del Fénix. Eso llamó su atención por un corto momento, quería hacerle preguntas, quería saber qué sucedía en el exterior, quería saber cuántos como él había… ¿Pero de qué serviría? Que un miembro de la Orden estuviera encerrado allí no era un buen presagio, todo lo contrario. Hermione había estado en la Orden, había intentado luchar por todo lo que implicaba, había querido un mundo mejor… pero fue capturada, e incluso antes de ser capturada ya parecía que todo estaba perdido. Harry había muerto el día de la batalla final, Voldemort había dejado su cadáver inerte en el suelo. Muy pocos sobrevivieron a esa batalla, la mayoría mortífagos, y Lord Voldemort por supuesto.

Entre los pocos sobrevivientes del bando de la luz, estaban Ron y ella. Ron, que había perdido no a uno sino a todos los miembros de su familia, jamás volvería a ser el mismo. Habían escapado juntos en un momento desesperante, ambos se tomaron de la mano una vez que tuvieron la oportunidad y desaparecieron juntos. Escaparon de la masacre que era esa batalla antes de que un par de hechizos mortales los golpeara. Juntos intentaron restablecer la Orden con los pocos miembros que quedaron vivos, e intentaron reclutar más. Pero Voldemort ya había ganado, y la Orden del Fénix pasó a ser conocida como un grupo subversivo, los rebeldes los llamaban.

Y el campo de juego cambió drásticamente. En clara desventaja, la Orden parecía un grupo terrorista, asesinando a diestra y siniestra cada vez que tenía una posibilidad, cada vez que algún mortífago estaba desprevenido… pero la Orden no podía evitar los ataques a las ciudades, que cada vez eran más frecuentes. Los mortífagos ya habían borrado pueblos enteros del mapa, asesinando a todos los muggles que se encontraban, y nadie podía hacerles frente. Tampoco se podía atacar ninguna base central, aunque de tanto en tanto se dejaba algún regalo explosivo. Pero por más que Hermione fue parte de eso, ayudando a planear ataques incluso, jamás sintió que sirviera de algo. Era lo único que podían hacer, la única forma de lucha que tenían. Y por eso lo hacía, porque era una cuestión de morir luchando o morir sin intentarlo. Y ella prefería mil veces morir por su causa que rendirse ante los mortífagos, ante Voldemort.

Una lágrima cayó por su rostro al recordar eso, su añeja valentía, su sentido del deber. Ella quería vivir, pero ya se había resignado, no veía ninguna posibilidad de que fuera posible. ¿Y para qué esperar lo contrario cuando sabes lo que se viene? O cuando viste al amor de tu vida morir frente a tus ojos…

"¿Lo es? Porque yo preferiría estar muerta."—Contestó Hermione simplemente. No estaba interesada en hablar. Sólo quería recostarse contra el piso frío de piedra y esperar tranquilamente el momento en que su corazón dejara de latir.

"No… no digas eso, Hermione. Nosotros continuamos luchando." Dijo él, la preocupación evidente en su voz."No puedes rendirte."

Hermione rió sarcásticamente una sola vez. Luego, movió su cabeza en dirección a la celda de Richard, aunque no podía verlo, al menos al hablarle lo tendría en frente. "Eres nuevo aquí, lamento anunciarte que después de que te torturen hasta que pierdas el conocimiento, perderás toda ilusión de tener aunque sea una fracción de esperanza." Ella ni siquiera se molestaba en susurrar.

"Mira… en la batalla en la que me capturaron perdí un brazo, luego fui torturado… luego me trajeron aquí… y sé que saldré. Estoy seguro de que esto se acabará. Verás, hay rumores de que ya sabes quién está vivo."

Ya-sabes-quien. El apodo que antes se usaba para Voldemort, ahora se utilizaba para Harry, pues era peligroso decir su nombre en voz alta, haría que inmediatamente aparecieran los mortífagos. Era tabú.

"Si estuviera vivo, lo sabríamos con certeza, no por rumores." Contestó ella. No le impresionaba el comentario de Richard, ya lo había oído antes, pero no podía creer que fuera cierto. Además, en caso de que fuera verdad, ¿qué estaba haciendo Harry? ¿Corriendo por su vida? ¿Ocultándose esperando que todo pasara? No eran actitudes propias de él. No, si Harry estuviera vivo, habría intentado comunicarse con la Orden, habría intentado hacer algo…

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