Dis.:ninguno de los personajes son míos( aun quisiera), salvo los que yo he inventado; el resto son de J.K.Rowling.

Nota: Aquí estoy con una nueva historia y aún feliz por la aceptación que tuvo Alma Gemela, espero que esta historia también sea bien recibida.


Niñera de dos

Capitulo 1¿Qué fue de nuestra vida?

Le dio una última mirada al hombre que estaba en aquella gigantesca cama de dos plazas, demasiado grande para ella y alma. Terminó por incorporarse y tomó su ropa que estaba desperdigada por el piso, los jeans, la remera, sus sueños. Se adentró en el baño y cuando estuvo lista volvió a salir. El hombre siguió allí boca abajo dormitando, con su cabellera morena desordenada y su amplia espalda al descubierto.

-Adiós, Vik- cerró la puerta del cuarto tras ella, sabiendo que nunca más iba a volver al lugar donde había llegado hacía seis años atrás presa de su estupidez y la locura de haber acabado con los males que atentaban a la comunidad mágica.

Hermione, que ya contaba con 23 años y muchas cicatrices en su alma, se encaminó hacía el aeropuerto nacional de Bulgaria, donde un avión con destino a Inglaterra aguardaba por ella. Sin duda, paso a paso por el lugar, sentía la adrenalina agolpándose en su cuerpo. Volvería allí, estaría allí y, quizás con suerte, sería feliz de nuevo. Enfrente del espejo, en el baño del aeropuerto, vio su rostro. Ojeras, producto de las horas de arduo trabajo y poco remuneración, el pelo estropeado, en los últimos meses no había tenido ganas de ocuparse de si misma, y la mirada perdida. ¿Qué se había hecho? Se había torturado, se había obligado a irse de su lugar. ¿Y todo para qué? Para estar con un hombre que no la quería, que la usaba, que no respetaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? No lo sabía. Debería haberle hecho caso a las súplicas de Ginny que le decía que no se fuera, a los razonamientos de Harry y la mirada atrapante y cristalina de Ron. Ron...quería verlo. Ante este pensamiento salió corriendo del baño, debía tomar el avión e irse de allí. De su trabajo, de Víctor y sus traiciones.

Una vez qué estuvo sentada en el vehículo recordó a Víctor. Había ido hasta Bulgaria solo para estar con él y él solo se limitó a traicionarla. Cuando se enteró la primera vez, lo perdonó con lagrimas de dolor, mientras sentía una a una las falsas promesas de amor que ese hombre le profesaba acariciarle con suma dulzura el rostro. Pero para sexta vez, sólo le devolvió una mirada de odio. Sin embargo se quedó, cuando debería haber ido en ese instante, pero por coraje, vergüenza y despecho no lo hizo.

Llegó a Inglaterra unas ocho horas más tarde y el único lugar que tenía para ir era la vieja casa de sus padres. Un escalofrío recorrió cuando vio la puerta elegante de madera. Aquel lugar había quedado deshabitado después de que los padres de la joven fueran asesinados por un grupo de sediciosos mortifagos. La casa era lúgubre y oscura. Y se embebió en recuerdos en el mismísimo instante que ella abrió la puerta. El olor a encierro se agolpó en su nariz, casi asfixiándola. Se sentía una extraña en su propia casa, no le agradaba para nada ese lugar, después de todo, en la cocina de es lugar fue donde sus padres murieron.

Estuvo hasta altas horas de la noche, poniendo todo en condiciones para poder vivir unos días, pero pondría en venta ese lugar. Finalmente cayó rendida y se quedó dormida en su vieja cama.

No muy lejos de allí, Ron observaba a su esposa con desdén, se reprochaba a si mismo no quererla lo suficiente y más aún ahora que esperaba una hija de ella. Lavender Brown había cumplido su cometido adolescente y estaba con Ron. Ya llevaba 8 meses y medio de embarazo. Los dos estaban en el negocio de Madame Pipí de ropa de bebé.

-Oh, mira, Won-Won... zoquetitos blancos con pintitas rosadas- mencionó emocionada- los he estado buscando durante semanas, ahora está completo el conjunto que le regalo tu madre a la pequeña Sally- al pronunciar este nombre se acarició el vientre.

-Que bien- suspiró con una sonrisa forzada. Realmente le interesaba no le interesaba en lo más mínimo. Era justo lo que necesitaba, una mañana de sábado buscando ropa y juguetes. ¿Es acaso nadie tenía en cuenta que él se internaba en el Ministerio desde las 7:30 a las 18:30 solo para mantener el status de vida de esa mujer?- falta mucho? Quede de reunirme con Harry...

-Ron!- chilló ella a modo de reproche- te dije que teníamos curso de parto! Hace más de una semana que tenemos la cita!

-Qué!- no podía creerlo- Maldición...- murmuró pasándose las manos por la cara.

Algunas horas más tarde, allí estaban, en una sala alfombrada e infantil de San Mungo con otras 11 parejas y todos los hombres parecían tener la misma expresión, puesto que todos quería estar viendo el partido de Quidditch antes que eso.

-Bien, papis y mamis...- comenzó una mujer regordeta y bonachona con blondos cabellos- hoy vamos a experimentar la etapa de puje...

La mujeres se sentaron en las colchonetas, mientras sus maridos les tomaban las manos y juntos realizaban los paso, con imitación de resoplidos, caras de dolor y todo.

-Muy bien- felicitó la instructora- ahora es turno de los papis

-No puede ser...- murmuró Ron, sintiendo que las mejillas se le encendían un poco.

Todos los hombres de la sala, enrojecidos de la vergüenza, repitieron uno a uno los pasos realizados por sus esposas, deseando que los tragara la tierra a la vez.

-Vamos, señor Weasley, con más energía!- indicó la mujer y el pelirrojo arrojó un resoplido por lo bajo mientras Lavender le sonreía tontamente. Como la odiaba en esos instantes.

Hermione despertó quejumbrosa a la mañana siguiente de su llegada. Sintió un liguero sobresalto cuando despertó y por unos segundos no recoció el lugar, hasta que por fin lo recordó. Corrió las mantas y se desperezó completamente, incorporándose a la vez. Recorrió con la mirada lenta y pacífica su viejo cuarto. Estaba tal cual lo había dejado en su momento: las cortinas, una extendida la otra atada por el medio; los libros de Hogwarts perfectamente organizados en sus estantes, las muñecas de niña, incluso en un ángulo estaba apoyada su vieja y polvorienta mochila de la escuela. Caminó hasta el ropero, donde la noche anterior había colocado toda su ropa, y abrió sus puertas. Seleccionó entonces unos jeans y un sweater, al descolgar este halló su túnica con la P prefecta aún prendida del pecho. Un aluvión de recuerdos golpeteó su mente, acompasado por un sin fin de lagrimas que recorrían su rostro de manera descendente. Mientras se ducha pensó en sus amigos, en sus profesores y, por supuesto, en sus padres. Fue allí cuando comprendió que no se había ido porque creía estar enamorada de Víctor Krum, sino que huyó de su miedo a afrontar sus problemas, la muerte de sus padres. Salió del baño algo cohibida aún. Al salir paso por enfrente de la puerta del cuarto de sus padres. Se detuvo y miró la puerta, que con su cara blanca invitaba a ser abierta. La castaña dirigió una mano temblorosa al picaporte y, casi por inercia, empujó la puerta hacia atrás. El sol de la mañana se filtraba por la venta con la persiana levantada, dándole un toque cálido al gélido cuarto. La cama estaba perfectamente acomodada, en la mesa de luz estaban los lentes de su padre y el la otro el libro que su madre estaba leyendo, aun con las amarillentas páginas marcadas. Sobre la cama estaba una camiseta de su madre que había guardar en el ropero. En la cómoda las fotos de cuando era niña y las alhajas. Nuevamente lloraba, lloraba lo que hacía seis años había reprimido.

Habían pasado ya dos semanas desde la fatídica clase de preparto y ya se habían cumplido los 9 meses, por lo que Ron y Lavender estaban camino a San Mungo dadas las grandes contracciones que ella sentía. Luego de unas horas, el pelirrojo esperaba ansioso en la sala de espera. Finalmente el obstetra se acercó a él, llevaba en si una expresión contrariada.

-Doctor, por fin!- exclamó Ron incorporándose de inmediato, sosteniendo con cuidado el café que tenía en su mano.

-Señor Weasley, la niña nació bien, 3.100 kg y 48 cm- menciono el médico, con voz autómata- ahora en cuanto a su esposa... lo sentimos, la señora sufría una extraña afección cardíaca y falleció, realmente lo siento- anunció el profesional.

Ron abrió mucho los ojos, dejando caer el vaso que tenía en la mano. La lagrimas no tardaron en correr. Cuando estuvo más calmo, una enfermera lo guió hasta la nursery para ver a la pequeña Sally que dormitaba en su cunita de acrílico.

La noticia de la muerte de Lavender fue un gran impacto para todos, más que nada para Ron, quien después de todo sentía cariño hacía esa quisquillosa mujer.

Al cabo de unos días, aquel eximio jugador de ajedrez mágico, se convirtió en un eximio cambiador de pañales, cantante, imitador de voces, etc.. Él y su hija vivían en una coqueta casa en el centro de Londres, y eran ayudados por un elfo doméstico que en su momento pertenecía a la madre de la niña y su nombre era Olaf.

Cierta mañana, unos cuatro meses del nacimiento de la descendiente de Ron, la supervisora de este le sugirió algo, al ver que era la quinta vez que el hombre traía a su hija al trabajo:

-Weasley, creo que es hora de que te consigas una nana- dijo la mujer con voz tajante.

Ron tragó saliva.¿ Donde iba a conseguir a alguien de su suma confianza para qué cuide de Sally? No lo sabía, pero a veces las soluciones vienen solas.