Con la imagen de un viejo roble, fija en su mente, sintió desaparecer el suave aroma de rosales de jardín. La típica opresión en el pecho le hizo imposible poder respirar y justo cuando parecía que se ahogaría sin remedio, sintió el frío aire de montaña llenar sus pulmones.

Lo primero que vio al aparecerse en aquel despoblado lugar, fue el viejo roble y sin perder tiempo empezó a caminar con paso decidido por un estrecho sendero cubierto de maleza y espinos.

Solo un inquietante pensamiento ocupaba su mente en ese momento. Aquel extraño sexto sentido, que tienen la mayoría de las mujeres y que les advierte del peligro que corre el ser amado, era lo que la impulsaba a realizar semejante recorrido. Tenía que ayudarlo, presentía el peligro cerca, tenía que advertirle, no podía dejarlo solo.

De pronto se detuvo bruscamente y con una velocidad impresionante empuño su varita. Se quedó inmóvil sin hacer ruido, aguzando el oído y lista para atacar ante cualquier signo de vida. Estaba segura de haber escuchado el apenas perceptible sonido que hace una capa de viaje al rozar la grama. Después de largos minutos de espera en los que no sucedió nada volvió a guardar la varita bajo la manga segura de no necesitarla por ahora, después de todo solo dos personas en el mundo conocían la ubicación del viejo roble y del sendero, una de ellas era su maestro el mago más terrible y poderoso de los últimos tiempos y la otra era ella su más leal y fiel servidora.

Luego de caminar una distancia considerable llegó a lo que parecía un enorme muro de piedra que no era otra cosa que la ladera de una empinada montaña. Continuó bordeando por la izquierda contando exactamente noventa y cinco pasos y se detuvo. Se puso de frente a la pared de piedra, sacó su puñal de la túnica y en un destello de luz plateado el puñal hizo su trabajo, dejando una profunda y sangrante herida en su mano derecha.

A pesar de ser una persona de considerable estatura, se vio obligada a ponerse de puntillas para poder alcanzar y apoyar la palma de la mano derecha sobre un punto en lo alto de la roca, donde había grabada una pequeña serpiente que, al entrar en contacto con la sangre, empezó a desaparecer junto con una gran parte de la piedra, dejando al descubierto la entrada a una gran caverna subterránea que emitía un débil resplandor verde desde algún lugar en su interior.

La herida de su mano se cerró como por arte de magia y al ver algunas gotas de su sangre en el piso recordó las palabras de su maestro cuando le dijo que solo una persona de sangre limpia proveniente de una antigua familia de magos sería capaz de atravesar aquel lugar.

Con aires de suficiencia, debido a las palabras de su maestro, ingreso en la caverna que era más bien como un túnel decorado en el piso y las paredes con una extraña forma de escritura que daba la impresión de ser muy antigua. En el techo circular se hallaban incrustadas algunas piedras preciosas y cristales que reflejaban aquel extraño destello verde, proveyendo así la única iluminación del lugar.

El recorrido en el interior estaba lleno de cerradas curvas que daban la impresión de estar caminando dentro de una gigantesca serpiente enroscada, haciendo de aquel lugar un escondite perfecto para realizar una emboscada y por consiguiente para ser emboscado ya que no se podía ver más allá de unos metros de distancia y la poca visibilidad con el débil resplandor verde no permitía ver que peligros acechaban adelante.

Sin embargo ella parecía no tener miedo de aquel lugar porque caminaba rápidamente, como si hubiera hecho ese recorrido muchas veces. Solo le preocupaban un par de cosas: ¿Cómo decirle al mago tenebroso más cruel y poderoso que estaba en peligro?, ¿Cómo ofrecerle su ayuda sin demostrar falta de confianza? Si le pedía a su maestro que no haga lo que planeaba hacer solo porque "presentía" que algo podía salir mal, tal vez le daría a pensar que lo consideraba un incompetente y eso podía costarle muy caro, pero estaba dispuesta a correr el riesgo, después de todo ella era la favorita de su maestro y había realizado los más grandes sacrificios en servicio de su amo.

Sumergida en estos pensamientos mientras caminaba no se dio cuenta que había llegado hasta la mitad de un puente dorado que se encontraba sobre una profunda fosa llena de lo que parecían ser restos humanos. Se detuvo solo un instante para observar los despojos de lo que en otro tiempo fue un invencible ejercito de Inferis al servicio de un terrible mago, que al ser derrotado perdió la magia con la que había reanimado los cadáveres y por lo tanto estos siguieron su descomposición hasta convertirse en montañas de huesos amontonados.

Aquí ya no hay nada que hacer Pensó y prosiguió su camino.

Finalmente llegó al origen de aquel extraño resplandor. Un río subterráneo, formado por una resplandeciente poción verde, atravesaba la caverna de lado a lado cortando el paso. Al acercarse a las aguas se vio reflejada en la extraña poción y vio a una hermosa mujer de finas facciones y de abundante y bien cuidada cabellera negra devolverle la mirada.

Ella sabía por su maestro que aquel líquido no podía ser atravesado, transformado, desaparecido o trasvasado y si tan solo unas gotas tocaban sus labios experimentaría un terrible sentimiento de culpa que la haría perder la razón en pocos segundos, ya que despertaría en ella una terrible sed que la obligaría a continuar bebiendo la poción, envenenando su alma y sumergiéndola más y más en el tormento por sus malas acciones.

Solo había una manera de atravesar; y era utilizando otra poción lo suficientemente poderosa como para neutralizar las propiedades maléficas del veneno de la culpa.

Del interior de la túnica saco una botellita de cristal que contenía un líquido totalmente transparente y vertió unas gotas sobre las aguas de la poción verde que al instante se volvieron tan claras como las del contenido de su botellita.

Irónico… Pensó mientras atravesaba velozmente las aguas y guardaba nuevamente el Veritaserum …que la cura para algo tan complejo como los sentimientos de culpa sea una simple confesión

Siguió caminando rápidamente sin detenerse a ver como la poción volvía a emitir el extraño resplandor verde al volver a su anterior estado y después de unos minutos de caminar, notó como la caverna serpenteaba y se volvía más estrecha a medida que avanzaba, como si estuviera llegando al final. Era hora de sacar la varita por si las cosas salían terriblemente mal con el último peligro que la esperaba a la vuelta del siguiente recodo.

Se detuvo un momento y por primera vez durante todo su recorrido sintió una gota de frío sudor recorrer su impecable rostro. Lo que la aguardaba a continuación cerrándole el camino, eran dos enormes estatuas de piedra en forma de basiliscos que cobrarían vida abriendo sus mortales ojos amarillos al sentir su presencia y la destrozarían con sus enormes colmillos.

Los basiliscos de piedra no representarían problema alguno para un hablante de pársel, pero como ella no lo hablaba, su maestro le había enseñado a pronunciar una sola palabra que salvaría su vida en aquella ocasión.

Solo tendría una oportunidad, así que cerró los ojos y se concentró en recordar la manera exacta de poder decir en perfecto pársel:

— ¡Apártense!

La mujer sintió el odio y la indignación recorrer cada centímetro de su cuerpo mientras escuchaba aquella voz pronunciar entre silbidos y escupitajos lo que ella estaba pensando.

Todo el tiempo había creído que su maestro solo le había revelado a ella la existencia de aquella cámara secreta que alguna vez fue la guarida de uno de los cuatro fundadores de Hogwarts, que se había retirado a ese lugar al separarse de sus compañeros debido a su preferencia por los magos de sangre limpia. Sin embargo alguien se le había adelantado y llegado primero. Eso solo significaba una cosa: que alguien más se había ganado la confianza de su maestro.

Temblando de pies a cabeza y aferrando fuertemente su varita, sentía el odio recorriendo sus venas. No podía aceptar que su maestro confiara en alguien más aparte de ella al grado de revelarle tan importante secreto.

A pesar de que sentía deseos de matar a quien sea que fuere el que le había ganado a pronunciar aquella palabra en lengua pársel, no podía dejar que el odio nublara su juicio, era el momento de actuar fría y calculadoramente como siempre lo había hecho. Así que con la varita toco la punta de su cabeza y sintió como si un líquido helado recorriera su cuerpo de arriba hacia abajo.

El hechizo desilusionador había salido bien porque no podía distinguir su propio cuerpo entre las sombras del lugar, sigilosamente continuó caminando hasta doblar aquel recodo y llegó hasta una antigua puerta de madera flanqueada por dos enormes estatuas de basiliscos, aparentemente dormidos.

La pesada puerta se encontraba en un estado lamentable: Astillada y llena de agujeros por todas partes, daba la impresión de que poderosos hechizos habían sido lanzados contra ella. Por uno de los tantos agujeros pudo ver al otro lado una imponente sala en ruinas, llena de antiguos muebles y extraños objetos totalmente destrozados, como si se hubiera llevado acabo allí una batalla o un duelo a muerte entre dos poderosos magos que no estaban dispuestos a perder.

Curiosamente también pudo ver a través de los orificios de la puerta, las siluetas de dos magos que se encontraban en el interior y sostenían una conversación. Reconoció a uno de ellos inmediatamente. Pálido como la luna, con largos dedos que hacían que sus manos parezcan dos grandes arañas, la nariz reducida a dos simples orificios y los ojos rojos como la sangre, estaba Lord Voldemort, su maestro. El otro personaje de pelo grasiento y nariz ganchuda no era otro que:

— ¡Snape!… creí haberte dado instrucciones exactas de que nunca vengas a este lugar a menos que sea de vital importancia para mis planes —Dijo en un tono frío Lord Voldemort— ¿Y bien? ¿Acaso descubriste la manera de hacer caer al ministerio de magia?

—Mi señor, vengo a informarle que Albus Dumbledore realizó el encantamiento Fidelio para esconder al chico y a sus padres —Respondió Snape sin perder la calma— Y a pesar de que…

—Piensa muy bien en lo que estás por decir Snape —Lo interrumpió Voldemort— Porque bien podría costarte la vida si continúas con esta noticia que no hace sino retrasar mis planes.

—…y a pesar de que él se ofreció para ser el guardián secreto —Continuó Snape como si no pendiera sobre el ninguna amenaza de muerte— Ellos escogieron a otra persona.

— ¡Ah! Muy bien, eso facilita mucho las cosas —Dijo Voldemort esbozando una macabra sonrisa— y creo que los dos sabemos quién es el escogido para realizar tan noble trabajo ¿No es así Snape?...tu antiguo compañero de Hogwarts.

—Es lo más probable, sin embargo hay otras opciones.

—Bueno, creo que no te será tan difícil averiguarlo, ya una vez descubriste su jueguito cuando estaban en Hogwarts, será como un juego de niños ahora que eres un mago adulto y calificado, bien… ¡puedes retirarte!

Pero Snape no se movió y se quedó de pie, tan calmado e inexpresivo, como si no hubiera escuchado la orden de su amo.

—Debo suponer que hay algo más que quieres decir si continuas ahí parado —Agregó Lord Voldemort y se dio la vuelta dándole la espalda.

Snape se llevó una mano al interior de la túnica como si fuera a sacar la varita, vaciló una fracción de segundo y sacó un desgastado pergamino que sostuvo firmemente con la mano derecha. La mujer al otro lado de la puerta había estado a punto de irrumpir en la sala lanzando maleficios.

— ¡Accio pergamino! —Dijo en tono aburrido lord Voldemort y tomó el pergamino que salió volando hacia él.

Después de examinarlo unos segundos y sin apartar la vista de la rara escritura del viejo papel dijo en tono desdeñoso:

—Al parecer el viejo loco sí logró encontrar la tumba con los restos y los escritos de Beedle el Bardo… algo que no creí posible, después de haberla buscado yo mismo por tanto tiempo.

—Así es mi señor, yo estaba con él al momento de encontrarla y lo primero que hizo ante tantas valiosas reliquias, fue fijar su atención en un insignificante libro de cuentos para niños.

— ¡Ja Ja Ja! —la fría y chillona risa de Lord Voldemort llenó por completo la sala— Entonces si está loco después de todo.

—Fue en ese preciso momento, en el que Dumbledore dedicaba toda su atención al insignificante libro, cuando aproveche para sustraer esta valiosa pieza de información.

Se produjo un incómodo silencio mientras Voldemort examinaba el pergamino, como evaluando si realmente valía la pena llamar al amarillento y desgastado trozo de papel una valiosa pieza de información. Snape se dio cuenta de eso y dijo tranquilamente:

—Mi señor, el pergamino está escrito en runas antiguas y necesita de tiempo para ser traducido pero no se preocupe que yo…

— ¿Sabías que… —Lo interrumpió Voldemort—… de Beedle el Bardo se decía que tenía la habilidad de desplazarse por el aire al hacer su cuerpo más ligero que el humo? y por consiguiente podía deslizarse a través de cualquier rendija por más pequeña que fuera, haciendo imposible el hecho de ser capturado o encerrado.

Cuando Snape con una sonrisa de satisfacción estaba a punto de responder, Voldemort se respondió así mismo.

—Por supuesto que lo sabías, es por eso que me has traído este pergamino, que por lo que veo, contiene las instrucciones para llevar acabo tan grande hazaña.

Sin apartar la vista del valioso y amarillento papel, Voldemort continuó diciendo:

—Muy bien, muy bien Severus, una vez más has demostrado ser un valioso recurso y serás muy bien recompensado por tus servicios a Lord Voldemort.

Como si el que Voldemort lo llamara por su nombre y dijera aquellas palabras, hubiera sido lo que Snape esperaba escuchar, un brillo inusual apareció en sus ojos y por primera vez perdió la calma que hasta ahora lo había caracterizado.

—Mm…mi señor —Dijo con la voz entrecortada— De hecho, hay algo que quisiera pedirle.

Inmediatamente se dio cuenta de que aquello fue un error, porque Voldemort apartó la vista del pergamino y lo miró fijamente a los ojos con la más peligrosa y penetrante mirada de que era capaz.

Sin embargo, Snape no retrocedió y nuevamente adoptó la tranquila y relajada postura que había tenido todo el tiempo. La mujer al otro lado de la puerta no tuvo otra opción que reconocer y admirar la valentía o locura de Snape al no inmutarse ante tal mirada que habría hecho retroceder al más valiente de los hombres.

—Dime, Severus ¿qué puede hacer por ti Lord Voldemort? —Cada palabra era como una filosa y envenenada daga que cortaba el aire en su camino hacia la persona de Snape.

—Mi señor, quería pedirle por la vida de la mujer —respondió Snape, como si pidiera patas de rana al encargado de una tienda de artículos para pociones.

Voldemort examinó atentamente a su interlocutor y sin decir una palabra dirigió su mirada dentro de esos inexpresivos ojos negros, como leyendo a través de ellos la mente de Snape. Después de unos minutos de silencio esbozando una sonrisa burlona dijo.

—La deseas ¿no es cierto? quieres hacerla tuya, tu esclava, hacerla pagar por tantos años de indiferencia y burlas hacia ti. ¡Sí! puedo verlo en tu mente Severus, está bien, lo tendré en cuenta, si no actúa de manera tonta, no tiene por qué morir y luego tú te encargarás de ella, Si… será tu recompensa por tus valiosos servicios.

—Gracias mi señor, es usted muy generoso —Dijo Snape haciendo una reverencia— Volveré inmediatamente con Dumbledore para averiguar el nombre del guardián secreto.

—Es lo que deberías hacer —Ordenó Voldemort dirigiendo la mirada hacia la puerta— Pero primero, demos la bienvenida a otra persona que también ha probado ser un valioso recurso, y que, en este momento está a punto de ser destrozada por dos furiosos Basiliscos y…eso es algo que no podemos permitir ¡puedes pasar Bellatrix!