Genos llevaba tanto tiempo siendo un androide que casi había olvidado que la mayor parte de su vida fue un humano. Al menos hasta ahora.
Cuando casi todo su cuerpo fue reemplazado con maquinaria, estaba tan agradecido por la nueva oportunidad que se sintió como si tuviera que darles un uso total a cada nueva parte en su cuerpo. Y se había acostumbrado tanto a analizar las cosas mediante ellas, que había perdido la capacidad de sentir emociones, y ya era nula su respuesta a estímulos corporales. O al menos a como lo eran cuando tenía quince años.
Casi.
Por eso, sentado frente a la mesa con la cena que su maestro preparó para ambos, al verlo bostezar, sabía que debía haber algo que no estaba sintiendo. Algo que su mente sabía que faltaba, pero que el resto de su cuerpo no acababa de procesar. Porque no podía; porque algo faltaba, pero que si estuvo.
¿Qué era eso?
Genos se lo estaba preguntando otra vez. Y ladeó su cabeza mientras trataba de recordar lo que podía estar faltando, o lo que debería estar sintiendo, mientras su maestro sólo curvaba sus cejas hacia abajo y le sonreía al gesto que hacía en ese momento, antes de volver a bajar la mirada y seguir comiendo.
Había una calidez en todo eso. En el momento y en el ambiente. Y en esa cena, y en aquel gesto. Pero no podía recordarlo.
Aquella calidez… le preocupaba no volver a sentirla.
―¿Estás bien? ¿Está bien si me levanto?
Había terminado de comer, y él estaba tan ensimismado pensando que ni siquiera la había probado.
―¡Si! ¡Si, lo siento!
Otra vez esa sonrisa. De… ¿condescendencia? No. Era más amable que eso.
Recogió su plato y lo dejó en el lavaplatos. Entonces se recostó en el piso junto a la mesa, se acomodó de lado dándole la espalda y se puso a leer un manga.
Genos siguió sus movimientos con atención, como siempre, y cuando lo vio quieto se dispuso a terminar su cena.
Y como cada vez que probaba la comida que él preparaba, sentía esa calidez, y a la vez ese vacío en todo su cuerpo. No lo entendía.
Cuando terminó, recogió todo lo de la mesa y se puso a limpiarla, y a lavar todo lo que habían ocupado. Se encargaba de todo eso por devolver el favor al dejarlo vivir ahí.
Volvió a sentarse en el suelo frente a la mesa cuando todo estuvo listo. Pensó en hablarle, pero no tenía nada que decir que pudiera resumir y aun así lograr acaparar su atención. Ni tenía intenciones de molestarlo.
Se recostó, y le dio la espalda, observando un punto fijo en la pared, esforzándose por recordar aquello que le hacía falta. Otra vez analizando sus propios recuerdos en busca de algo que le pusiera dar nombre a aquello.
Pero a pesar de que cada recuerdo estaba intacto en su memoria y de forma completamente accesible con su tecnología, también eran estáticos. Eran recuerdos vacíos, sin ninguna emoción. Sólo escenas que alguna vez tuvieron un valor incalculable, pero ahora eran sólo imágenes que no quería borrar. Por algún sentimiento que ni siquiera podía recordar.
Entonces una manta cayó suavemente sobre su cuerpo, sacándolo de aquel mar de pensamientos que no dejaba de hacerse más y más profundo. Con los dedos de su mano derecha rozó la tela lentamente, sin sentir nada en absoluto, y escuchó los pasos de su maestro cuando volvió a donde estaba.
Una lágrima salió de su ojo derecho y corrió por su rostro, para perderse entre su cabello y la alfombra. Y con ambas manos apretó la tela entre sus manos.
No podía recordarlo. La impotencia estaba llenando ese vacío en el que debía haber otra cosa. Ese algo cálido que se le fue arrebatado hace años, y que tenía que ver con esa alfombra, con esa manta, esa lágrima, esa cena y esa sonrisa.
¿Qué era… lo que no estaba sintiendo?
08/02/18
Mordor
