Disclaimer: Los derechos y personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a los creadores originales de la serie de CW SUPERNATURAL, así como todos los beneficios que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.
Nota: Este es mi primer fanfict de Supernatural. Me gusta tanto que es un milagro que haya esperado hasta ahora para publicarlo. Aunque los hago de otras series, los Winchester tienen un mundo demasiado increíble y que respeto hasta tal límite, que no me había atrevido. Sin embargo, la tentación ha podido conmigo y… ¡he decidido hacer un intento!
Como no me atrevo con historias 'largas', creo que, si gustan, iré subiendo drabbles cortos, con algún hilo conductor entre ellos. En este caso, la aparición de una chica que tendrá relación con Sam, que es mi debilidad hecha personaje. Ha pasado tal cantidad de calamidades y renunciado a tanto, aun cuando se ve que es propenso a enamorarse y se le nota el deseo de tener una mujer a la que querer y que le quiera, que he intentado esbozar una. Por supuesto, no todo puede ser tan simple cuando los Winchester están de por medio.
Si os gusta y queréis saber más, prometo hacerlo mejor en el futuro. Que este sirva de calentamiento y prueba, ¡y se aceptan sugerencias! Muchas gracias de antemano, si me has dado la oportunidad leyendo este relato
Situación argumental: posterior al episodio 12:02 'Mamma Mía' emitido en Octubre de 2016.
CURACIÓN
El dolor no le era desconocido. Pero sí que su madre velara sus heridas al pie de la cama.
Había pasado demasiado poco tiempo como para que Sam pudiera entender las implicaciones de todo lo ocurrido en los días previos. Dean estaba vivo. Su madre estaba viva, y de algún modo milagroso, había salido casi por su propio pie del cautiverio de aquellos misteriosos Hombres de Letras Británicos.
El solo recuerdo le provocaba escalofríos, haciéndole sentir casi como si siguiera bajo aquellas duchas heladas con las que pretendían quebrar la voluntad de su cuerpo. La situación podría haber durado semanas, lo sabía. Nadie más que él y el Diablo en persona conocían la totalidad de su resistencia, pero entonces… aquella maldita mujer había sacado una artillería para la que Sam no había estado preparado.
Conteniendo una náusea, cerró los ojos, intentando por todos los medios apartar de su recuerdo las grotescas escenas de sí mismo disfrutando en la cama con esa mujer. Debían haberle dado una droga realmente potente para sembrar en su cabeza una semilla como aquella, de eso no tenía duda, pues de ninguna otra manera se le habría ocurrido tocarla.
El hecho de sentir un vacío en el estómago y algo extraño muy parecido a la añoranza, le perturbaba. Esperaba que los efectos del hechizo pasaran pronto, pues nada quería más que apartar todo lo relativo a aquella experiencia de su mente. Por más que hubieran pasado muchos meses sin que pudiera dejar de lado las complicaciones de su vida el tiempo suficiente para mantener alguna relación ocasional, Sam no estaba dispuesto a ceder un solo milímetro de terreno emocional. Y mucho menos, por causas antinaturales.
—Aguanta un poco, Dean enseguida llegará con el médico.
La voz de Mary le hizo abrir los ojos. Allí estaba, acariciándole el dorso de la mano y mirándole con una mezcla de emoción imposible de descifrar. ¿Qué estaría pensando ella? Sam podía imaginarlo. Tenía delante a un hombre adulto al que no conocía. Él era algo en lo que se había convertido el bebé al que ella había intentado proteger, entregando su propia vida en el proceso.
¿Había tenido Mary tiempo de cuidarle alguna vez siendo pequeño? No lo recordaba. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, abrió los dedos y aferró con ellos los de su madre, que dio un pequeño respingo pero luego sonrió con afecto. Sería imposible que unas pocas palabras llenaran treinta años de misterio, pero eran Winchester, después de todo.
No se dejaban impresionar por las dificultades.
—Apenas puedo mirarte —la oyó susurrar Sam, notando que ella pasaba la vista por las burdas heridas que le cubrían el cuerpo. Quemaduras, cortes, arañazos… nada que a él le fuera desconocido ya. —Creí que estando casada con un cazador, nada de esto podría impresionarme, pero me equivocada. Ahora es mi hijo quien tiene las cicatrices.
Su tono de voz reveló un grado de decepción que tocó el alma hecha jirones de Sam. Mary nunca había querido aquello para ellos, saber lo que eran, lo que hacían, debía sentirse como un insulto a su memoria. Como una gran falta a sus intentos.
—Fallé, Sam —le dijo en un susurro, como leyendo su pensamientos. —Pero ahora estoy aquí.
Él negó con la cabeza, agotado y con la mente embotada. Si cerraba los ojos e intentaba dormir, horrendas escenas de falsa pasión le llenaban la cabeza, pero mantenerse despierto era una batalla ardua.
—Aguanta un poco, el médico ya no tardará.
—Estoy… he estado peor, mamá.
¿Por qué Dean había aceptado traer a alguien al búnker de los Hombres de Letras? Estando Mary allí y el propio Sam malherido, era un suicidio que alguien externo apareciera. ¿No había podido Castiel hacer algo por él?
—Solo necesito… descansar y… algunas vendas —y alcohol. Claro que no era algo que uno dice a su madre tras treinta años de ausencia.
—No Sam. Mereces un médico y tratamiento adecuado. Eres una persona, ¿lo entiendes, hijo? No importa lo que hagas y lo que mates, eres una persona.
Conmovido, Sam le dijo en una mirada palabras que jamás había podido pronunciar, aferrando la suave mano con más fuerza todavía. Ojalá aquello resultara, deseó con fervor, ojalá no tuvieran que acostumbrarse a Mary solo para volver a dejarla.
La llegada de Dean provocó un cambio de tercio en el dormitorio. Sam iba a incorporarse para comenzar a cuestionarle todo lo que había pasado desde que Mary y Castiel les salvaran a los dos, pues no recordaba haber llegado al búnker, ni el momento en que le trasladaron a su habitación. No fue capaz de decir nada, porque toda su atención se fue a la persona que acompañaba a Dean, y cuyos ojos vendados indicaban que el mayor de los Winchester había sido reacio a contar con su presencia en el lugar que habían empezado a considerar hogar.
—Ella se empeñó —dijo, haciendo referencia a su madre. —Yo le dije que no necesitabas ningún matasanos, pero…
—Está bien.
Con un suspiro, Sam vio como Dean apartaba la venda de los ojos de la silenciosa acompañante que había traído consigo, y al mirarla, por un extraño segundo, el resto de personas y el espacio mismo donde estaban, desapareció.
La mujer era menuda, con un cuerpo curvilíneo y el pelo revuelto. Llevaba unas gafas que se le habían torcido y abrazaba un maletín como si la vida entera dependiera de no dejar caer su contenido. Sam, deseoso de estar solo y tragar con lo pasado sin tener que responder preguntas, se preguntó por qué los desconocidos rasgos que tenía delante le eran vagamente familiares…
La mirada perdida tras los cristales de las gafas se posó en él una milésima de segundo, antes de bajar y quedarse posada en el suelo. Sam parpadeó, ignorando algo que su madre le decía y él no podía escuchar. ¿No era aquel gesto inocente muy parecido a las formas que tenía Jess de mirarlo? ¿Y las curvas de su cuerpo, no se asemejaban a las que Ruby había empleado para quebrar su voluntad de una forma muy humana? ¿Y la boca? ¿Esa forma de los labios… no era el rasgo principal que más le había atraído de Amelia?
Azorado, Sam se preguntó por qué veía en una desconocida aspectos de aquellas mujeres a las que había querido a lo largo de su vida. Amores que perdió demasiado pronto y a los que entregarse fue un error que costó las vidas de todas ellas, y rompieron poco a poco y cada vez más las fuerzas que le quedaban para ser un hombre capaz de mantener una relación.
—He hecho todas las pruebas posible —Dean alzó el brazo de la muchacha, mostrando una leve herida que estaba cerrando. —No parece nada más que una doctora corriente… pero eso no significa que vayamos a estar lejos de esta puerta… o desarmados.
Una mueca de horror se dibujó en las facciones de la chica, que hizo serios intentos por apartarse de Dean, demasiado enfadado para darse cuenta. Si la situación hubiera sido otra, Sam se habría reído a gusto, ¿cuántas mujeres habían decidido apartarse de su hermano voluntariamente? Pocas.
—Creo que la estás asustando —susurró Sam, que apretó los dientes cuando usó la poca voluntad que le quedaba para incorporarse apenas sobre las almohadas. —Deberías dejarla marchar, en serio. Solo… tráeme aguja e hilo y yo..
—¡No eres un animal, Samuel! —Mary se incorporó, poniendo una mirada que Dean reconoció de inmediato. —Mereces cuidados, acabo de decírtelo. Y que se te atienda con anestesia.
—¿Anes… anestesia?
—Para que no sientas dolor.
—Mamá… —por agradecido que se sintiera, Sam era incapaz de ver las cosas desde la visión de su madre. ¿Curar sin dolor? No recordaba la última vez que algo así había pasado. —Estoy acostumbrado a que las heridas duelan cuando llegan y también cuando se van.
—Pues ahora es distinto.
Mary Winchester tomó del brazo a la desconsolada doctora y la empujó hasta la cama donde aguardaba Sam. La chica intentó volver a mirarlo, pero de nuevo la fue imposible. Él enarcó una ceja. ¿Acaso no había visto destrozos peores en su trabajo?
—Dean y yo esperaremos fuera —decretó Mary, mirando a su hijo mayor con el convencimiento de que no quedaba nada por rebatir.
—Pegados a la puerta —informó éste, señalando con el dedo el maletín. —Espero que sepas usar todo eso. Si le haces daño a mi hermano, yo te haré daño a ti.
Mary le arrastró fuera y después, pese a las protestas de Dean, cerró la puerta. Frente a frente con su sanadora personal, Sam se preguntó si debía decirle algo para aliviar la evidente tensión del momento, pero no se le ocurrió nada. Eran pocas las veces que tenía asistencia médica y se encontraba lo bastante mal como para fingir dormir sin decir nada.
Vio como ella apretaba los puños y luego abría las manos, comenzando a extraer instrumental de su maletín de forma metódica, probablemente para infundirse valor. Sacó una jeringa y un botecito con líquido transparente. Sam se puso tenso, recordando el secuestro y lo ocurrido después. Todo su cuerpo se tensó en inmediato rechazo a que le inyectaran, y su angustia no pasó desapercibida.
—Es un relajante muscular —por fin, los ojos claros que se ocultaban tras las gafas, dieron con los suyos. Una cara pequeña, labios carnosos, piel blanca ligeramente sonrosada. Inocencia. Algo de lo que había aprendido a desconfiar.
—Podría soportarlo sin nada.
Ella le echó un vistazo apreciativo. Sam no era vanidoso, pero imaginaba que estaba viendo un cuerpo grande y fuerte que ya había demostrado resistencia antes.
—¿Prefieres sentir dolor en vez de despertar cuando todo haya pasado?
—El dolor significa que estoy vivo.
—Apenas.
Sam enarcó una sonrisa. Le gustaba que ella intentara al menos relajar la situación. Se preguntó qué pensaba de él, si estaba intimidada por su presencia. Aunque impedido, era mucho más corpulento y alto que ella. Había luchado contra los monstruos suficientes para no tomar la fuerza bruta a la ligera.
Se quedó callado mientras ella preparaba la dosis y luego se la inyectaba con suavidad. Después, guardó silencio mientras las gasas impregnadas en desinfectante empezaban a pasar por sus brazos y frente. Cuando ella se inclinó para apartarle el pelo del cuello y limpiar los arañazos, un aroma fresco le inundó las fosas nasales. Sam cerró los ojos, emitiendo un suspiro.
El dolor se iba por fin. Todo su cuerpo dejó de luchar.
—No me has dicho tu nombre —murmuró con la voz pastosa cuando los botones de su camisa empezaron a soltarse. —Suelo saberlo antes de llegar a este punto.
La oyó decir algo pero no pudo entenderlo. Se le escapó una sonrisa y los párpados se le cerraban. Sentía como las grietas sangrientas de su pecho se iban cerrando, pero no notaba entrar las lacerantes puntadas de la aguja. Un mechón de cabello le rozó la barbilla, haciéndole cosquillas en el rostro. La doctora era habilidosa pero muy menuda y tenía que inclinarse para alcanzarle por completo. Sam se preguntó qué pasaría si levantaba el brazo y lo echaba sobre ella, ¿la haría caer de bruces sobre la cama? Probablemente.
Trapos húmedos en agua tibia le recorrieron. Le apartaron el pelo sudoroso de la frente y algo tan suave como la seda le limpió la cara. Después, una pomada refrescante alivio las quemaduras de los pies, y la presión de los pantalones y la camisa sucia, cedieron.
Entreabrió los ojos para defenderse. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué? Pero era tan agradable… ceder era tan fácil… el dolor ya no estaba y los falsos recuerdos que la mujer británica había puesto en su cabeza habían desaparecido. Sam notó con asombro que todo aquello era agradable. Alguien le cuidaba y era maravilloso.
—¿De dónde has salido?
La mirada que recibió impactó en sus pupilas, y aunque solo duró un instante, vio la sorpresa reflejada en la mirada de la mujer, que se había quedado pálida y sin habla. Alerta, Sam quiso levantarse, pero pese a los analgésicos, mover su cuerpo fue un imposible.
—No hagas eso… te abrirás las heridas —dos diminutas manos se posaron en sus hombros, logrando milagrosamente mantenerlo tumbado. —Por favor… quieto.
—¿Quién eres? —masculló Sam, sujetándola de la muñeca con fuerza. —¿De qué me conoces?
—Yo no… no…
—Es mentira —tiró de ella, haciéndola chocar contra la superficie del colchón. —¿Quién eres?
El cabello de Sam cayó sobre su frente y sus dedos, férreos como el acero, sujetaron la mano de la doctora como una garra. Entonces, la habitación se quedó fría y ella no pudo ver ni oír nada. El mundo giró provocando que se le revolviera el estómago y los ojos se le nublaron.
Lo vio entonces.
A él, a Sam Winchester, por segunda vez. Estaba en esa misma cama, solo que no tumbado y débil. Sonreía, con el pelo despeinado y los ojos brillantes de pasión. Estaba sentado y las mantas le cubrían la cintura. Sus manos grandes resbalaban por la piel desnuda de la espalda de mujer que tenía entre los brazos. La chica intentaba esconderse, ocultar el rostro contra el torso de Sam, pero él reía y negaba con la cabeza.
Con un movimiento felino, la dejó tumbada sobre la cama y recorrió con un dedo sus facciones, apartando algo de su rostro. Entonces, mirarle fue más difícil, porque la cara de Sam se había vuelto borrosa. Sin embargo, él se acercó hasta que su nariz pudo tocar la de ella, buscó su boca y se la cubrió, besándola honda y profundamente.
—Te quiero —le dijo a ella, moviendo el cuerpo hasta que el placer fue demasiado intenso para poder responder.
De un tirón, se liberó del agarre, apartándose tanto de la cama que tropezó contra la silla donde Mary había estado sentada. Sam la miraba medio incorporado, sin acabar de entender lo que había ocurrido. Su misteriosa doctora era sin duda más de lo que parecía a simple vista, aunque no podía estar seguro de qué.
—Habla —le ordenó, aturdido por los calmantes, que casi no le dejaban pensar. —Está pasando algo y tienes que decirme qué es. Ahora.
—Tengo que irme —fue todo lo que respondió ella, tropezando con sus propios pies. —No tenía que haber venido.
