Disclaimer: Evangelion no me pertenece, vamos, si lo hiciera no estaría escribiendo esta historia. O quizás sí.

"HECATOMBE"

Aleksast, 2014

Probablemente se me ocurrió escribir esto en un momento de demencia, probablemente nunca debí haber publicado esto, ni siquiera atreverme a escribirlo, a plasmarlo en una página de internet o documento de texto. Probablemente sea la estupidez más grande que alguien haya leído, o quizás una genialidad que me parece bastante aterradora. Probablemente muchos buenos lectores miren horrorizados que me atreví a colgar en esta web, en fin, el mundo no se acabó cuando Martin Luder (Martín Lutero) puso a las puertas de la Catedral de Wittemberg sus "95 Tesis", mi buena o mala fama como escritor de ficciones no se va a ir al caño por escribir una locura. En mi defensa, citaré una de las frases de apertura que más me identifican.

"Empiezo declarando a mi lector que, en todo lo que de bueno o de malo he hecho en mi vida, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que por lo tanto debo creerme libre."

Giacomo Casanova

Alterum non laedere, suum quique tribuendi, honeste vivire – recitaba el hombre de veintitántos años en un portentoso uso del latín. Citando las máximas de Ulpiano, se daba golpes con uno de los enormes tomos del Corpus Iuris Civilis, y aún así, ni con el más misterioso y exótico rezo, rito o intento de suicidio saldría de ese universo en que se había metido por jugar con fuerzas más allá de su control.

– Me lleva la... ¡Argh! Si tan sólo supiera dónde estoy y quien es el occiso tirado aquí – pataleaba sentado en la silla donde despertó. Sus ojos se dirigían a la masa viscosa que salía del cráneo del hombre en cuestión. Estaba enfundado en una manta y por lo que podía ver había sido violentado de la manera más desquiciada y sádica que pudiese imaginarse, el hedor a sangre y a otras cosas que no logró identificar lo tenían asqueado, hasta que reparó en sí mismo.

Se observó y pudo notar que habían tres cosas que no tenían sentido: uno, estaba atado por el tronco a la silla, dos, su lengua tenía un raro sabor a madera, y tres, encima de él estaba prendida del techo una mujer conocida, atada con cinta con un raro y potencial adhesivo, adormilada totalmente. La conocía, sin duda, ese color de cabellos era inconfundible, esa cruz suiza que colgaba era única: Misato Katsuragi estaba secuestrada igual que él, y esforzándose para vislumbrar la identidad del cadáver, notó que tenía las gafas destruidas, y que se trataba del cabrón más odiado por el universo en que se encontraba: Gendo Rokubungi.

– ¡Porca miseria! – ladró en italiano con un marcado acento que nadie entendería si era un veneciano que remedaba a un piamontés hablando ese idioma, o un extranjero que había aprendido un poco de italiano con una auténtica italiana – non mi devi lasciare qui, non così – después, la mujer que estaba arriba comenzó a despertar tosiendo gravemente.

– ¿Quién eres? – preguntó apenas en un susurro la fémina que parecía haber despertado de un enorme letargo.

– Alessandro Lucarelli, por decir uno... o, quizás usted no me lo crea o quiera dispararme después de liberarse, pero yo... la conozco – contestó el hombre, intentando mantener el contacto visual con Misato, aunque la postura y la colocación de la silla hacían un tanto incómodo hacerlo – señorita Katsuragi. Quizás el nombre no le resulte familiar, pero en mi mundo, al menos de donde yo vengo, suelen llamarme... Aleksast.