Era su joven vitalidad lo que la animaba a lanzarse. Ya tenía varios años más que los de una simple niña, pero en su corazón se había despertado una cálida sensación juvenil que nunca antes había sentido en su turbulenta vida. Se podría decir que por primera vez se encontraba viva de verdad, con todas las connotaciones que la palabra lleva. Viva, pero sobre todo, feliz.
Él era vivo, a pesar de su perezoso carácter. Se encontraba recostado sobre el pupitre de su mesa, mirando una pequeña moscar volar alrededor de él, con unos ojos tan intensos que podrían fundirle las alas en cualquier momento.
Era ese maldito calor el que atraía a esos bichejos, y eso le irritaba. Frunció su ceño como era normal en su imagen, y volteó la cabeza hacia delante, para encontrarse de lleno con esos grandes ojos azules llenos de vida.
¿Siempre había sido así de atractiva?
Esa era exactamente la palabra. Era preciosa, cálida, inteligente y risueña, pero si alguna palabra le despertaba un cosquilleo en su interior cuando la miraba escudriñándola, era atractiva.
Como era de esperar, ella se percató, pues la intensidad de esos ojos no pasaba inadvertida a nadie, y menos a su persona. Se clavaban como dos puñales, con una fuerza capaz de rasgarla en dos.
Eso le gustaba, y le atraía como un imán a él. Era el único que no la trataba con servidumbre, con baboseo, o con segundas intenciones. La trataba como a cualquier otro, es más, se mostraba quizás más alejado y desconfiado, pero después de todo, no es que fuera un chico que se viera constantemente rodeado de mujeres.
Sonó el timbre. Por fin la larga jornada llegaba a su final, y la mayoría de gente se apresuraba a guardar sus cosas con prisa, para abalanzarse sobre la puerta. Tras su dura batalla de miradas, ella se giró, y comenzó a imitar al resto. Ser tan estudiosa implicaba sacar demasiados objetos que después debía guardar de nuevo, en cambio para él, era diferente, simplemente debía coger su mochila y salir.
Pero era perezoso, y se entretuvo más de lo previsto, quedando a solas con ella en aquella sala. ¿Casualidad? ¿O su cuerpo inconscientemente le movió a ello? No se iba a molestar en escudriñar una respuesta, después de todo no le gustaba pensar demasiado, y más en cosas sin solución.
Se levantó en dirección a la puerta, e irremediablemente tuvo que pasar junto a ella, lo que hizo que pudiera aspirar su olor primaveral.
Una mano le agarró de la camisa, y le hizo voltearse, para encontrarse de lleno y sin previo aviso con sus húmedos labios. Sorpresa y placer le llenaron a partes iguales. Cerró sus entreabiertos ojos, y se dejó llevar por el momento, y por la calidez de la chica.
Segundos, minutos, horas, no había medidas del tiempo, pero llegados a un punto, ella se separó, y le dedicó una coqueta sonrisa, para justo después salir con rapidez de la puerta.
Sus mejillas se encontraban sonrojadas, y no pudo evitar echarse las manos a su rostro y pensar en lo que había hecho. Miles de pensamientos comenzaron a pasarse por su mente, de diversa índole, despertándole disparidad de sentimientos.
Tan ensimismada se encontraba, que no notó su presencia hasta que él le agarró la mano, mientras miraba a otro lado. Todos y cada uno de esos pensamientos se dispersaron en su cabeza, para dejar paso a una sensación de calidez y serenidad, que le despertó una sonrisa.
También a él, una sincera sonrisa bajo un sol de abril.
