-¿Te puedo dar la mano?- Pregunto el rubio mientras caminaba con su novio por la calle, acompañándolo a andá saber qué lugar para andá saber qué cosa.
-¿Qué?- El ojimiel pestañeó sorprendido. La voz del argentino lo saco de sus pensamientos.
-Que si te puedo dar la mano.
-No seai fleto, ya sabi la respuesta.
-¿Si?
-No.- Negó con la cabeza para reafirmar su negación.
-Pero…
Martín se quedo callado y después de dos cuadras rozo su mano con la del otro y se hizo el boludo, fingiendo estar prestándole atención a un cartel llamativamente pedorro. Manuel lo miro y luego lo ignoro.
Una vez por cuadra, la acción se iba repitiendo y cada vez que el chileno iba a quejarse, Martín miraba para otro lado o le comentaba una pelotudez.
Cuando Manuel se distrajo mirando una vidriera, el argentino le tomó de la mano, entrelazando sus dedos con un apretón cálido.
El menor lo observo a punto de reprocharle pero decidió que no era tan malo. Después de todo, la gente que caminaba en la calle tenía sus propios problemas como para andar fijándose en lo que ellos hacían.
Además, la sonrisa que Martín llevo en el rostro por todo el camino valió la pena.
