PRÓLOGO

Bufó frustrado al ver que el refrigerador estaba casi, completamente, vacío; debía salir a comprar algo urgentemente para cenar. Aquel bote de leche, que se encontraba en el rincón de la nevera no le iba a calmar el apetito. Lo sacó y al instante, como siendo requerido, su gato hacía acto de presencia, pasándole por entre sus pies.

Tsk. Estúpido animal. Hmph. Sabía que no era buena idea darte aquel pedazo de pan. ¿Ahora has decidido quedarte aquí como una plaga, mh?

El gato soltó un maullido.

Solo había sido una vez... Llegó del trabajo tan cansado, mientras en su mano sostenía un sándwich integral; cuando lo vio ahí parado, cerca de su puerta. Con una cara de lastima y sus ojos llenos de pena —algo extraño para describir a un gato—, sospechando que debía ser la mascota de algún inquilino en aquel modesto edificio, le aventó lo que le restaba de aquel bocadillo.

Error.

Grave y fatal error.

Desde aquél día, el gato empezó a colarse dentro de su apartamento marcado con el número 217. ¿Cómo lo hacía?, ni él se lo explicaba. El animal, entraba una y otra vez. Maldita sea.

Confundido, puesto que no lo dejaba entrar —éste se las arreglaba para irrumpir dentro—, Sasuke no sabía qué, los accesos para su nueva y molesta mascota, (los cuales eran la ventana del dormitorio, y el baño) resultaban pan comido. Ni siquiera cerrando bien se libraba. El gato era astuto, muy astuto. Probablemente más que un ser humano. Y no sólo de astucia contaba. No. También con una increíble persistencia. Pues de alguna u otra forma, volvía a meterse por más que lo echara a patadas. El Uchiha, podía ser muy cruel si le tocaban las bolas.

No obstante esa crueldad, al gato le tenía sin cuidado. ¿Era masoquista o lo había desarrollado recientemente?, pues volvía una y otra vez. Sasuke llegó a pensar en querer comprarse un perro, sólo para ahuyentarlo de por vida.

Ja. ¿A quién quería engañar? Esa idea era hilarante. ¿Un perro? ¿En su apartamento?, el chiste se contaba solo. Ese insistente gato le crispaba los nervios. Lo alteraba.

Hasta que se rindió.

Y lo aceptó.

Sasuke se dirigió a depositar en su tazón la poca leche que quedaba en el bote de cartón. Desesperado, el gato se lanzó sobre su alimento. Mientras el moreno se quedaba sin cenar.

Debía salir ahora por algo de comida.

Sábado por la noche.


Odiaba los sábados por la noche, siempre eran los mismos...

Él, en compañía de su gato, quien paseaba deambulando por todo el departamento; mientras en su cómodo sillón, se disponía a leer un nuevo libro. El lunes cuando regresaba a su trabajo, solo escuchaba en silencio los comentarios de sus idiotas compañeros hablando sobre su tan "emocionante" fin de semana. Y él aborrecía eso. Lo aborrecía.

Presumidos, hijos de puta.

Su actitud y poca paciencia para relacionarse con las personas, ocasionaron que su pequeño grupo de amigos se fuera reduciendo a ceros. Si bien, era cierto, que muchas mujeres estaban tras de él. Su carácter, era el repelente perfecto para alejarlas.

A tal grado que casi no cruzaban palabra con él.

Era demasiado frío, y hosco. Y las mujeres siempre querían más.

Llegó a un punto en el que no supo descifrar si estaba solo por placer o porque sencillamente ya no tenía opción.


Tomó su billetera, y se colocó su chamarra azul sin dirigirle una mirada a su mascota salió dando el portazo molesto.

Detestaba salir los sábados por la noche y más en ese vecindario de mala muerte, la única tienda de conveniencia más cercana estaba aproximadamente a veinte cuadras de ahí, camino poniendo sus manos en su chamarra, hacía un poco de frío, casi sentía el vaho saliendo de su boca. Mientras avanzaba no se percató que había alguien siguiéndolo.

Paso por un estrecho tramo oscuro cuando tuvo el presentimiento de que alguien lo estaba persiguiendo, miró de reojo sin alcanzar a ver nada, no se dignaba a voltear la mirada. Dio vuelta en una esquina yendo por un camino diferente a donde se dirigía cuando confirmó que en verdad alguien estaba pisándole los talones.

Aceleró el paso. Y la persona detrás del también hizo lo mismo.

Empezó a correr sin dirección por un trecho por el que nunca había pasado en su vida.


Había corrido hacia un callejón sin salida, la respiración agitada y el sudor saliendo sobre cada poro de su piel, sentía su corazón latir tan rápidamente que juraría sufriría un infarto y en verdad lo deseaba en ese preciso momento… Deseaba llegará el maldito infarto sobre él y acabará con su existencia…, de todas formas el tipo que lo persigue lo extermina quizá de la forma más cruel, utilizando algún método de tortura, su mente suponía lo peor.

Cerró por un instante los ojos deseando todo fuera un sueño, (ya antes había tenido ese tipo de pesadillas y siempre en la parte más importante de todo, justo en el momento en el que culminaba el sueño con su muerte despertaba). Pero esto no era un sueño.

Estaba despierto, totalmente despierto.

Se escucharon unos cuantos pasos acercándose y frenaron en seco.

—Atrapado… como una jodida rata. —Sonrió sádicamente—. ¿De verdad creíste que podías escapar? —se burló negando con la cabeza.

—¿Quién eres y qué demonios quieres conmigo? —Volteó para encararlo, con su voz temblando e intentando no aparentar miedo, ni siquiera se dio cuenta que estaba apretando sus puños tan fuertemente que sus uñas se enterraron en su piel haciéndole daño—. Dime, ¿por qué carajos me has seguido?

Una carcajada salió de los labios de aquel hombre, cualquiera persona que lo llegara a escuchar a pensaría que su era escandalosamente alta. Dio dos pasos adelante mientras sus botas pesadas pisaron un charco que se encontraba ahí. De pronto un silencio escalofriante inundó el sombrío callejón.

—¡Tómalo! —Le aventó la billetera deslizándose por el suelo hasta llegar a sus pies—. Es todo lo que tengo… llévatelo todo. —Respondió alterado, intentando restarle importancia al asunto, lo único que deseaba era irse sano y salvo de ahí.

El chico rubio vio la billetera bajo sus pies y la pisó.

—No soy ningún ladrón, no quiero tu estúpido dinero.

—¿Entonces qué es lo quieres de mí? —Preguntó con voz cansina.

— Y no veo el motivo para ocultarte esta información. —Sacó el cuchillo que en el mango tenía una forma de cruz y lo balanceo entre sus manos mientras lo miraba sonriendo—. Pero tú no tienes ni la menor idea de quién eres, ¿verdad?

Miró el cuchillo, realmente el tipo ese pensaba asaltarlo o ¿Qué diablos quería?

—¿Eres un secuestrador o algo así? —Preguntó tontamente mientras el tipo lanzó un bufido en una especie de burla—. Déjame decirte que no tengo dinero… de hecho soy huérfano y mi familia lejana no pagaría ni un centavo por mi así que si estás pensando en…

—¡Silencio, Teme! —Gruñó el tipo del cuchillo, vestía una chaqueta de cuero tipo motociclista—. No soy ningún secuestrador de hecho yo soy la ley aquí, digamos una especie de policía que guarda el orden blah, blah, blah… —respondió mofándose.

—Policía, mis bolas. ¿Dime quién te mando, Dobe? No debo dinero a nadie, si esto es una especie de broma te juro que estas acabando con mi paciencia. —Expresaba al mismo tiempo que buscaba algo con la mirada de reojo para defenderse y noquear al sujeto, dejándolo inconsciente para escapar de ahí, ignorando que hace una hora moría de hambre, casi había olvidado que solo había salido a comprar comida para cenar esa noche y sentarse a leer un libro en compañía de su única y patética compañía: su gato.

El chico lo miró ahora sin ninguna expresión en su rostro cuando de pronto empezó a susurrar en un idioma extraño.

Mientras sus ojos azules se tornaban de color rojo, sus finos cabellos dorados adquirían un color negro y dejó sin aliento al otro pobre chico que empezaba a sentir como sus piernas comenzaban a flaquear por lo que retrocedía ignorando el hecho que no tenía escapatoria.

Por un leve instante juraría que creyó ver que al otro le crecían unos cuernos sobre su cabeza, solo fue un pequeño parpadeo y luego no había nada sobre la cabellera del chico.

Su cuerpo golpeó la pared mientras seguían los susurros del otro hombre, de pronto se sintió en una especie de trance y casi apreciaba una especie de ardor quemándose dentro como si algo quisiera salir dentro de él, llevo sus manos a su estómago sintiendo arcadas y comenzó a tambalearse por el dolor que este le producía, mientras en sus oídos percataba como si fueran a reventar en cualquier momento, sin darse cuenta le comenzaron a sangrar.

La voz del sujeto comenzaba a taladrarle los sentidos, ya no eran sólo susurros los que escuchaba si no gritos resonando sobre su cabeza como agujas dolorosamente embriagando sus sentidos, de pronto cayó de rodillas tapándose los oídos, hubiera dado cualquier cosa por escapar de ahí… No obstante él no se había dado cuenta que aquel hombre nunca había dejado de murmurar en ningún momento.

—¡BASTA! —Gritó histéricamente desde el suelo de rodillas, con toda la fuerza que sus pulmones le permitieron en ese preciso instante, cubriendo sus oídos mientras una especie de mareo repulsivo comparable a una mañana después de una larga noche de juerga atormentaba su cabeza.

Y de pronto los susurros terminaron.

—Dudé por un momento, pero en verdad eres tú… —Se aproximó agachándose a su altura donde el otro estaba y sacó una especie de colgante, lo sujetaba entre sus manos y este brillo un poco.

—¿Quién eres? —Balbuceó de nuevo la pregunta, mientras veía que los ojos del chico volvían del color celeste en un tono parecido al cielo y su cabello ya no se veía en tono azabache si no en matices blondos.

—Siento haberte lastimado antes, pero hacer ese pequeño ritual era necesario. —Se enderezó y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse—. Eram quod es, eris quod sum

—¿Qué significa eso? —Cuestionó el otro, sintiendo un escalofrío al escuchar su voz.

—Yo era lo que tú eres, tú serás lo que soy.

Le soltó rápidamente la mano sin entender nada de lo que el otro tipo decía.

—Déjate de tonterías y respóndeme lo que te he preguntado. —Ordenó furioso con voz ronca mientras se secaba la sangre de un oído con el cuello de su camisa.

—De acuerdo señor impaciente, si quieres saberlo, Teme, es —se acercó lo suficiente para extender su dedo índice a la altura de su corazón—… que eres un demonio, dattebayo.

El otro lo miró como si le hubiera salido una segunda cabeza y, si él hubiera tenido el humor de cualquier persona comúnmente normal, se hubiera echado a reír en ese preciso instante, hubiera reído tanto que tendría que haber necesito un cambio de ropa interior por orinarse en sus pantalones, porque aquello era lo más ridículo y estúpido que nadie le había dicho en sus 20 años de vida.

Levantó una ceja

—Imbécil… —Resopló y lo tomó de la camisa con fuerza, haciendo chocar al rubio con la pared cercana a su izquierda—. ¿Por eso me seguiste? ¡Para este truco barato y después decirme un disparate de este tipo!

El otro chico sonrió y comenzó hablar de nuevo en la lengua extraña, al instante el otro lo soltó rápidamente.

—Es cierto que quizá no comenzamos con el pie derecho esto… —Se acomodó la camisa y la chamarra que llevaba puesta—. Pero es cierto todo lo que te he dicho.

—Me drogaste… —Afirmó rotundamente el otro chico, mientras caía en la cuenta de que quizá habría sufrido alguna especie de alucinación.

El rubio levantó las cejas incrédulo

—No. ¿Pero, te gustaría que lo hiciera? Dicen que es genial y ves unicornios de colores y cosas de esas.

Eso hizo enervar el coraje del otro, haciendo que maldijera en voz baja.

—Ni siquiera te he tocado niño bonito. —Sonrió y entrecerró los ojos —. Yo también soy un demonio como tú —confesó levantándose la camisa dejando ver una especie de marca en su estómago. Pero estoy sellado, para no transformarme en esa horrible bestia que hay dentro de mí, ya que si eso llegara a pasar tendrían que matarme —suspiró—. Aunque de todas formas me están buscando para hacerlo.

—¿Quiénes? —Susurró el otro aún sin creerse la historia del chico, era demasiado incrédulo, sobre todo con alguien a quien acaba de conocer en un callejón en penumbras, ya era demasiado difícil confiar en los demás.

—Cazadores de demonios, se hacen llamar… ANBU.