De tal palo tal astilla
Rose Weasley había heredado de su padre los cabellos anaranjados y los ojos azules, y de su madre, aparte de la melena encrespada, una gran capacidad para retener información.
Y eso, en los exámenes, era de gran ayuda.
Estaba muy orgullosa de su don. Aunque no lo fuera a reconocer, le encantaba ver las caras de sus compañeros al ver sus sobresalientes. Imaginaba que ver aquello y fumarse las hierbas ilegales que se fumaba el primo James sería más o menos lo mismo. Éxtasis.
Y, si había algo que realmente la jodiera, era ver como Scorpius Malfoy se comportaba como un crío delante de ella.
-Deberían prohibir a los Weasley venir al colegio- murmuró, tras salir de clase de Transfiguración un día-. Estas comadrejas están por todos lados, nos quitan la comida y las buenas notas.
La pequeña Weasley se volteó y lo fulminó con la mirada.
Sabía que su padre y el tío Harry habían sacado al señor Malfoy de más de un apuro, y no toleraba esos comentarios. Mucho menos delante de ella.
-Repite eso, rubio teñido- amenazó la chica, sacando la varita.
Si algo también había heredado de su padre, era el carácter precipitado y, cuando Malfoy fue más rápida que ella, desarmándola hábilmente, la chica usó la fuerza bruta. Herencia materna.
La nariz de Scorpius Malfoy jamás volvió a ser la misma tras el puñetazo certero de Rose Weasley.
…
Bueno, se me ocurrió ayer por la noche. Y antes que estudiar la vida de Jacint Verdaguer cualquier cosa P
