Fe de legitimidad: los caracteres de este relato pertenecen a Joanne Rowling.
Capítulo primero
Albus Dumbledore sumergió la cabeza en el agua templada conteniendo la respiración y sintiendo su cabello despeinarse y flotar suavemente, instantes después se incorporó tomando aire de nuevo. Apoyó la espalda en las sábanas que cubrían las paredes de cobre de la bañera y se agarró con las manos al borde, con el agua llegándole a la altura de las axilas.
Sin abrir los ojos, suspiró sonriendo complacido. La luz anaranjada del atardecer, la agradable temperatura cálida del ambiente y el olor del polen que entraba por la pequeña ventana abierta del baño redondeaban ese sentimiento producido, sin lugar a dudas, por el hecho de que había pasado toda la tarde planeando, especulando y siguiendo la pista de las reliquias de la muerte con Gellert Grindelwald. Eso, no le importaba admitirlo, lo hacía simplemente muy feliz.
Aunque ahora se habían separado.
Les esperaban en Londres en un par de horas, habían accedido a asistir a una fiesta en casa de una de sus compañeras de Hogwarts de más alta cuna. Prometía ser un evento aburrido y superficial, pura formalidad, sólo para anunciar de forma oficial lo que todos ya sabían: el preconcebido enlace entre la casa Black y la casa Gamp.
Albus y Gellert nunca hubieran accedido a ir de no ser porque sospechaban que la Varita de Saúco había estado en posesión de un antepasado de la noble y antigua casa Black. Era la mejor oportunidad que tenían para conseguir pistas al respecto, así que después de convencer a Aberforth de quedarse a cargo de Ariana, Gellert se había vuelto a casa de su tía para bañarse y vestirse.
Albus sentía una dulce combinación de emociones encontradas. Por un lado, quería disfrutar tranquilamente de ese momento de calma y sosiego, regalándose a sí mismo la rememoración de los recuerdos recientes, pero por otro lado no veía la hora en que volvería a ver a su amigo y empezaría de nuevo el juego.
Dos golpes en la puerta, lentos, espaciados y, de alguna manera, burlones, le hicieron abrir los ojos de golpe destruyendo toda su relajación. No, era imposible que ya hubiera ido y vuelto, no hacía ni una hora, no había tenido tiempo, pero no podía ser Aberforth. Aberforth no golpeaba las puertas.
Se incorporó saliendo de la bañera rápidamente y mojando todo el suelo; sin perder tiempo tomó su varita encarándola contra la puerta y ni siquiera se molestó en decir el hechizo en voz alta, tenía que darse prisa. Agarró una toalla en un revuelo y empezó a secarse a toda velocidad.
―Albus, el tramposo de nosotros dos soy yo, te agradecería que no me usurparas el lugar ―pidió una voz a través de la puerta. Podía notar por la inflexión y tono de la palabras que estaba sonriendo con sorna.
Soltó la toalla sin terminar de secarse y, nervioso, trató de tomar la varita de nuevo, pero esta se le cayó torpemente al interior de la bañera todavía llena de agua. Metió las manos para recuperarla aunque al tratar de hacerlo apresuradamente estaba tardando aún más.
―Alohomora ―se oyó al otro lado de la puerta en un tono fuerte y claro, más como una advertencia maliciosa que como un hechizo en sí.
El efecto fue instantáneo, Albus entró en pánico y dejó de tratar de pescar la varita. Ese hechizo no deshacía el suyo y ambos lo sabían, pero sobreentendió la amenaza al segundo. Tomó su camisón de la pila de ropa, se lo echó por encima de los hombros y empezó a abotonárselo por el pecho, pero de nuevo la prisa desesperada jugaba en su contra.
―Gellert, sólo es un juego, vamos a dejarlo aquí ¿eh? Has ganado, ¿de acuerdo? ―suplicó a la puerta aun cerrada en tono conciliador, mientras seguía abotonándose el camisón.
―Ni hablar, una apuesta es una apuesta. Esto es para que aprendas a bañarte más deprisa y estaba muy claro, quien terminaba primero iba a buscar al otro ―protestó la voz desde el otro lado de la puerta.
―Sí, claro, pero nunca pensé que fueras a ser tú quien terminara primero ―maldijo Albus por lo bajo, sin que pudiera oírle―. Si no fueras tan terriblemente competitivo.
Seguía abrochando botones tan rápido como podía y sólo iba por la mitad, ¡maldito fuera ese camisón! Tenía que haber una manera mejor de conseguir cerrar una prenda rápidamente; pensó en telas autoadhesivas pero eso no existía y los cordones seguían teniendo la problemática de los nudos. No, tenía que ser algo más rápido, como un engranaje, una tira de pequeñas piezas que encajaran unas con otras como cuando se entrelazaban los dedos, un dispositivo dentado. Una pieza metálica podía ayudar a cerrarlas de una vez y así se mantuviera… se detuvo buscando papel, tenía que dibujar eso.
―Cistem Aperio ―oyó conjurar a Gellert en la puerta, supo que había conseguido abrirla y le entró el pánico de nuevo, acordándose de pronto de por qué tenía tanta prisa por cerrar sus prendas. Por esta vez su idea podía esperar, ya lo dibujaría dentro de un rato, cuando hubiera conseguido unos pantalones y hubiera podido preservar su intimidad.
―Te recuerdo que poseo un premio Barnabus Finkley, no me obligues a que tengamos una desgracia ―amenazó poniéndose los pantalones mientras saltaba por todo el baño tratando de subírselos.
―No me das miedo ―aseguró Gellert empezando a abrir la puerta lentamente mientras Albus seguía saltando, estaba aun bastante mojado así que la ropa se le pegaba a la piel.
El pelirrojo, presa del pánico y con los pantalones por las rodillas, se escondió agachándose detrás de la bañera, por impulso tomó la varita metiendo el brazo entero dentro del agua y apuntó a la puerta en guardia. Cuando el rubio la abrió hubo un destello de luz y el hechizo le dio de lleno.
Albus se levantó dándole la espalda y aprovechó que Gellert seguía impactado por el hechizo para terminar de subirse los pantalones y cerrárselos.
―Pero… ¿Pero en qué me has transfigurado? ―preguntó Gellert sorprendido mirándose a sí mismo, se llevó las manos a los labios, su voz era diferente, más aguda.
―¿Transfigurado? ―se extrañó Albus, dándose la vuelta para mirarlo también. No recordaba haber hecho un hechizo de transfiguración, creía haberlo aturdido. Bueno, si tenía que ser sincero, la realidad era que simplemente había levantado la varita y cerrado los ojos sin pensar; por supuesto, eso no era lo más sensato, pero nadie era sensato presa del pánico.
Gellert se había encogido un poco, esa era una de sus características más notables, probablemente sólo superada por las dos grandes protuberancias justo ahí.
Iba vestido con una complicada túnica de gala de color azul oscuro y toda la parte de las chorreras blancas del babero estaban más abultadas de lo normal. Se miró a sí mismo y luego miró a Albus, que estaba completamente paralizado y con la boca abierta.
―Me has... ¡Albus! Sé que eres una persona absurdamente excéntrica, pero este es uno de los fetiches más raros que te he visto ―comentó Gellert levantando las cejas y sacando su varita.
―Yo... Ah, esto... Lo siento, no... ―balbuceó en respuesta.
―Será mejor que lo deshaga antes de... ―empezó a decir Gellert pero se detuvo y miró a su amigo, este no le quitaba los ojos de encima, preocupado. Sonrió con malicia mientras una idea cruzaba su mente―. Albus, por favor, sé un caballero y préstame el cuarto de baño ―le pidió.
Él estaba tan afligido que accedió sin objetar, llevándose el resto de la ropa para vestirse en otro sitio.
Gellert cerró la puerta, se desnudó y se miró a sí mismo. No cabía duda, Albus Dumbledore tenía un increíble talento para las transfiguraciones.
Lo primero fue su sexo, sentía sus genitales fantasmas como un amputado puede notar los sus miembros inexistentes.
Lo siguiente fueron los senos, eran absurdamente pesados y se preguntaba cómo las mujeres no tenían problemas de espalda. Notó que su centro de gravedad era ligeramente diferente y que le costaba un poco mantener el equilibrio.
Sus manos y las facciones de su cara se habían afinado un poco, volviendo sus labios y ojos más grandes y su mentón y cejas más delicados. Su piel era más suave y, aunque acababa de afeitarse, podía notar como su vello facial y todo su pelo se había vuelto más delgado a pesar de que lo tenía igual de rubio, igual de largo e igual de rizado.
Cincuenta y cinco minutos después, Gellert entró al salón de la casa de los Dumbledore. Albus, que ya estaba completamente vestido con su túnica de gala totalmente blanca, lo miró atónito.
―Tienes que estar bromeando ―apostó tratando de digerir que su amigo, quien de hecho ahora era su amiga, llevaba el pelo medio recogido e iba enfundado en un complicado vestido azul oscuro que parecía gritar desesperadamente "soy una mujer y tengo dos buenas razones que lo demuestran" seguramente lo había transfigurado él mismo de su túnica.
Gellert sonrió con malicia.
―A todo el mundo le gustan las mascaradas ―explicó―. Y así la velada será substancialmente más entretenida y aprenderás a ser consecuente con tus apuestas, ¿o creías que iba a perdonarte tan fácilmente? ―preguntó retorico―. Sólo asegúrate de no enamorarte de mí ―añadió burlón, tomándolo del brazo para irse. Albus tragó saliva y apartó la vista.
