aquí les traigo un fic nuevo, Cora y Eva dos enamoradas empiezan una nueva vida libre del dolor que les causó un hombre en común.
Muchos están ocultos tras una máscara de doble cara, eso es lo que descubrí apenas me casé con el hombre que me propuso matrimonio, Henry Mills noveno hijo de una línea sucesoria de gobernantes, había seducido a mis padre con las riquezas y la amabilidad que tanto lo caracterizaban a la luz del pueblo, pero, cuando por fin contrajimos nupcias me confesó sus verdaderos planes, Eva, su amiga de toda la vida estaba enamorada de mí, pero ellos se habían distanciado por las actitudes arrogantes y déspotas del hombre, al darse cuenta que éramos la una para la otra, Henry hirvió en cólera, y decidido a separarnos para siempre le dio un regalo a ella, un reino el cual necesitaba un gobernante, un pueblo olvidado en las lejanías del otro extremos del mundo y ya casi destruido por la miseria, al saberse victorioso de su plan continuó con sus artimañas, me ató a él con una maldita bajeza de su parte, me dejó embarazada, ya no tenía salvación o escapatoria, estaba encadenada a ese hombre para siempre hasta que la muerte nos separara. Por el periodo que duró mi embarazo me tuvo confinada en nuestros aposentos, la única visita que tenía en el día era de él o de la cocinera que se encargaba de llevarme los alimentos personalmente, era una gran amiga, pasábamos horas conversando como aliadas de toda la vida, hasta que se daba cuenta de la hora que era y se retiraba prometiéndome que volvería al día siguiente. Pronto mi aspecto y mi salud se vieron afectados por las circunstancias, no soportaba el peso del bebé, apenas podía caminar dos metros sin cansarme, la espalda era un tormento diario, los sirvientes me ayudaban a menudo colocando paños de agua caliente en los lugares adoloridos, pronto en el séptimo mes, comenzaron los verdaderos problemas, mi respiración se dificultaba demasiado, tenía que estar todo el día sentada o inclinada hacia atrás, no podía dormir en un ángulo llano sin ahogarse o sentir que me asfixiaba, cada ve tenía menos apetito y mi aspecto desmejoraba con el tiempo, me sentía más débil y vulnerable.
ya no tenía las visitas de la cocinera, ni siquiera de Henry, había noches que despertaba sudando a mares y con la temperatura por los cielos, los médicos no podían dar explicación a lo que me estaba sucediendo, ningunos de los síntomas era frecuente o común en un embarazo, en el confinamiento solitario me puse a pensar, en mi futuro hijo, Henry estaba decidido a que iba a nacer un barón, pero algo en mi interior me decía que era una niña pequeña y dulce, la dudas asaltaban mi mente día tras día, no podía esperar a tener a mi pequeño ángel en mi brazos, no me importaba si era una niña o un niño, era mío, y nada ni nadie podía decirme lo contrario, hasta que una noche, llegó el momento, eran las tres de la mañana cuando comencé a sentir las contracciones, tuve que caminar, aferrándome a las paredes en mi camino para sostenerme, el dolor era lacerante y desgarrador, la comadrona estaba dormida en su habitación cuando por fin pude llegar a su encuentro, golpee tres veces la puerta con el dorso de mi puño cerrado, ya no aguantaba más, las lágrimas corrían libremente por mi rostro, estaba completamente aterrada, apenas era una joven de veinte años que no sabía nada del mundo exterior. Los sirvientes y mi doncella estuvieron conmigo en todo momento, mientras Henry esperaba fuera de la habitación, yo sufría el inmenso dolor de traer a un bebe al mundo, solo puedo decir que todo el sufrimiento valió la pena al escucharla, su estridente llanto inundó mis oídos haciéndose notar desde el primer momento, tendría carácter, eso lo sabía.
-es una niña, majestad, felicidades-a pesar de saber que el rey estaría furibundo, yo estaba en plena nube, era preciosa, Regina, mi pequeña princesa, una bebita adorable de ojos chocolate y pelusita en su pequeña cabecita negra azabache que contrastaba con su pálida y delicada piel, sus extremidades era regordetas y muy tiernas, siempre moviéndose sin poder estarse quieta, sus balbuceos eran tan cálido que me hacían olvidar la vida de porquería , era mi pedacito de cielo, mi pequeñina, la ladrona de mi corazón y la única que me hizo sonreír con lágrimas de dolor al mismo tiempo.
-¿Cómo la nombrará, alteza?-me preguntó una sirvienta luego de entregármela ya limpia y envuelta una mantita de seda y algodón
-Regina, su nombre es Regina- dije cansada pero contenta, era un nombre poco común y no me apetecía que mi hija tuviese un nombre común y corriente como cualquier niña de una plebeya. Todo el reino celebró el nacimiento de mi hija, pero a Henry no le gustaba para nada la niña, decía que no debía haber nacido, que era un error de la naturaleza, día tras día me atormentaba con la amenaza de que un día la asesinaría ante mis propios ojos como castigo a mi ineptitud de no poder procrear un heredero digno de la corona, hasta que una noche, casi lo cumple, si no hubiese sido por ella, mi amada Eva, mi niña hubiese muerto a manos de ese demonio.
recuerdo esa noche como si hubiese sido ayer, eran las tres de la mañana cuando me percaté de que mi esposo no estaba en la cama y Regina estaba llorando a todo pulmón, una corazonada me decía que debía correr a su cuarto antes de que algo malo le pasara, mi pequeña era una criaturita calmada y poco ruidosa, casi siempre lograba dormir las noches enteras, salvo cuando había tormenta o tenía hambre, y algo en mi interior, no sé qué, me dijo que no era ninguna de esas razones por que las que Regina estaba pidiendo ser atendida y gracias al poder de los dioses que pude llegar a tiempo a sus aposentos, Henry empuñaba una daga mientras el velo que cubría la cuna de mi hija estaba corrido, mi pequeña solo podía ver como alguien que la había procreado quería asesinarla por el crimen de nada más nacer con el sexo equivocado
-ni se te ocurra, Henry Mills-dijo una voz femenina a mis espaldas, conocía esa voz suave y dulce, pero en ese momento con el tono superior y dictatorial-no te atrevas aponerle una mano encima o te arrepentirás-al darme la vuelta para encarar a esa mujer, me di cuenta de cuanto había pasado en su ausencia, su cabello largo, lacio y sedoso de color castaño oscuro estaban peinados en un tocado recogido por completo en un moño que se introducía dentro de su tiara de plata, sus ojos celestes casi grises estaban prendidos en chispas, se podía notar que incluso parecía desprender chispas y rayos, estaba vestida con un vestido largo de seda y gasa cristal en color blanco y rosa pálido, cubierto por una capa de terciopelo que cubría sus hombros y unos zapatos de tacón bajo de color plata, aún era hermosa, y mucho más cando su ceño estaba fruncido y sus profundos ojos desafiaban a Henry
-vaya, creí que nunca te volvería a ver, Eva-esa voz algo jocosa y algo burlesca no me parecía nada bueno, en un instante, como si los hubiese llamada, más de una docena de guardias aparición en el pasillo-¡atrapen a Eva y a mi esposa, quisieron asesinar a mi hija!-era algo inaudito, pero sin siquiera ponerme a pensar tomé a Eva del brazo y echamos a correr perseguidas por los guardias de Henry. Era algo ridículo correr por los pasillos del castillo donde vivía, perseguida como una criminal.
Lo racional hubiese sido que usara la magia que me había enseñado Eva para transportarme a la habitación de Regina, tomar a la bebé y huir con ella. Pero en ese entonces mi cerebro estaba bloqueado por la angustia y el pánico, no sabía hacia donde ir hasta que sentí un fuerte jalón en mi brazo, Eva me estaba conduciendo a un pequeño escondrijo, me había olvidado por competo de él, era un pequeño recoveco que se encontraba oculto en una falsa moldura de la pared, una compuertilla que llevaba al sótano
-distráelos, llévalos al torreón norte y yo iré por la bebé, no dejes que te atrapen y transpórtate a Rearnatario-sabía que Rearnatario era el pueblo que ella gobernaba, pero estaba al otro lado del mundo, y apenas estaba comenzando con la magia y dudaba de mis casi nulas habilidades en dicha disciplina
-no Eva, no puedo hacerlo…no sé si…-antes de que pudiese terminar la frase me calló con un dulce beso de los que no recordaba que nos dábamos
-sé que puedes mi amor, eres una bruja nata, confía en ti misma-su radiante sonrisa me llenó el pecho de alegría, por primera vez en mi vida me sentía fuerte y con la fuerza de derribar a cualquiera que osara desafiarme, por una vez en mi larga existencia, seria Cora, y no la muchacha que había sido engañada por un taimado que se hacía llamar rey. Siguiendo con el mandato de mi amada los dirigí a la torre más alta del palacio, un lugar desolado y abandonado donde ningún sirviente iba nunca a limpiar u ordenarlo, estaba lleno de polvo, un mal paso y todo el plan se iría al garete
-¡detente ahí, Cora!-me paré sobre un pilar casi destruido del lugar, justo sobre los jardines delanteros tan bien cuidados por los jardineros-quedas arrestada por intento de infanticidio-los guardias se acercaban más a mi paradero, estaba empezando a aterrarme de que pudiesen encarcelarme por un crimen que no había cometido, cuando la vi, estaba detrás de ellos con la niña en brazos y desapareciendo en una nube de humo blanco tras dedicarme una sonrisa cómplice, era mi hora de irme también, con el nombre de mi dulce reina en mi mente canalice los poderes de tele traspiración en mis manos como ella me había enseñado, el humo rojo comenzó a salir a borbotones cubriéndome por completo de pies a cabeza, parecía que estaba cruzando por el ojos de una cerradura me faltaba la respiración, los ojos me ardían como si me los hubiesen prendido en llamas. Cuando todo el humo se disipó me encontraba completamente desorientada, mis piernas me fallaron, caí de rodillas mientras recuperaba el aliento, de repente una mano fina y huesuda, con las uñas delicadamente pintadas de rosa pálido se me tendió frente a mi rostro, levanté la vista encontrándome con su hermosa sonrisa cálida, cargando en brazos a Regina que gorjeaba feliz de encontrarse en los cómodos brazos de alguien que no la quisiera dañar, me levanté del suelo con ayuda de ella.
Una vez en pie me entregó a mi hija que la observaba con ojos curiosos y alegres
-bienvenida a tu nuevo hogar, mi querida Cora, sabía que lo lograrías-por primera vez en mi vida era libre, libre para amar y ser amada en un lugar que sería mi hogar por mucho tiempo y el seno de nuestra nueva familia.
Sellamos la promesa de amor eterno que una vez nos juramos siendo unas jovencitas adolescentes, con un puro beso de amor verdadero, este era solo el comienzo de nuestra larga y prospera historia.
