Fue ella.
Fue ella la que robó mi corazón y lo mantuvo atrapado por 50 años. Fue ella la que logró que volviera a confiar en las personas y luego me había hecho desconfiar de nuevo, la misma que me hizo sonreír después de mucho tiempo y después me hizo llorar como un niño su muerte. Fue ella la que me enamoró y la que me selló, congelándome en el tiempo, dejando que lo único que me mantuviera vivo fuera el calor ausente de su amor y su recuerdo. Ella, la misma Kikyo que me había cambiado y la que estaba muriendo en ese mismo instante por culpa de mi incompetencia.
Besé sus labios sintiendo como las lágrimas caían por mi rostro como una cascada. Segundos después, escuché que su respiración paraba, junto con el ahora ausente latido de su corazón. Luego, todo ocurrió rápido: su cuerpo se desvaneció dejando con el un montón de lucecillas brillantes.
No había duda; la Kikyo que había estado entre mis brazos hacía unos minutos no era la de barro, si no la misma que me había flechado hacía 50 años. Me lo decía la cálida sensación que había dejado su alma pura al partir.
