Cuando dices mi nombre.
Parte 1.

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Domingo, 8:30 am.

El escándalo que estaba montando la alarma al lado de su futón chocaba contra las cuatro paredes del cuarto y se concentraba en el medio, donde el ruido era más fuerte. Amenazaba con no detenerse jamás si la persona durmiendo a su lado no se levantaba dentro de los próximos cinco segundos para comenzar el día. Captando el mensaje, Yamamoto estiró un brazo y la apagó.

Esa mañana no se encontraba de un humor tan alegre como siempre. Le había costado descansar apropiadamente durante la noche y las ojeras que surcaban sus ojos eran la prueba de ello.

Seis semanas ya habían pasado desde el día en que desenterró sus verdaderos sentimientos y desde entonces no había dejado de pasar noches difíciles en las que, si no tenía problemas conciliando el sueño, las imágenes que veía en su inconsciente lo atormentaban creando una vez sí y otra también situaciones en las que ambos estaban juntos, a solas. Situaciones en las que se miraban, se besaban y se tocaban. Yamamoto sentía en carne viva el tacto de la yema de sus dedos delineándole el contorno del cuerpo y las caricias de su lengua en su labio, y lo que más le dolía era regresar a la realidad luego de vivir una fantasía tan extraordinaria como aquella.

Con un movimiento pesado corrió a un lado la sábana que lo cubría, y aunque un dolor punzante le atravesó la zona de la pelvis, ni siquiera se sorprendió de ver el estado en que había despertado. Simplemente apoyó ambos pies sobre el suelo de madera y caminó con dificultad hasta el baño. El roce de la tela contra su piel le entrecortaba la respiración y le provocaba escalofríos, y Yamamoto se encorvaba un poco más sobre sí mismo cada vez que daba un nuevo paso.

Llegó al baño con la urgencia comprimiéndole el pecho y la sangre en sus venas hirviendo ya hasta el punto de la ebullición. Levantó la tapa del retrete y dejó caer su pantalón y ropa interior hasta sus tobillos, dejando su intimidad expuesta ante la frialdad del ambiente otoñal, pero él apenas conseguía percibir ese frío como tal. La primera lágrima cayó y se unió al agua dentro de la taza, y pronto la siguieron numerosas más, unidas en un llanto desconsolado, en un grito unificado que clamaba por un solo nombre.

El éxtasis lo desbordó. Su mente se tiñó de un blanco tan cegador que tuvo que sostenerse de los azulejos de la pared para no perder el equilibrio y caer de rodillas al suelo. Su cuerpo entero temblaba de placer, incluso podía sentir sus músculos contraerse y relajarse involuntariamente mientras trataba de recuperar el aliento y tranquilizar el ritmo de su corazón. Y sin embargo, aunque su cuerpo se regocijaba de satisfacción, en su interior albergaba un vacío inmenso. Un agujero negro que lo comía por dentro; le succionaba toda la vitalidad y entusiasmo que encontraba y los convertía en desolación y tormento.

Yamamoto tiró de la cadena del baño y en un segundo toda evidencia de la indecencia que acababa de hacer con el rostro de su amigo pegada en la mente desapareció.

Abrió la llave del grifo y se lavó las manos con jabón, luego juntó agua imitando una especie de recipiente con sus palmas para lavarse la cara; esperaba que eso bastara para disimular al menos un poco la profundidad de sus ojeras. Cuando cerró la llave del agua y levantó la vista, sus ojos chocaron con su reflejo en el espejo y estudiaron su aspecto. Su piel, que hasta entonces había estado algo pálida, comenzaba a recuperar su color y a darle un poco de vida a su demacrado rostro.

Suspiró.

Él lo sabía.

Yamamoto sabía que era absurdo tener un romance correspondido con otro hombre, sobre todo tratándose de alguien tan cercano (porque, lo aceptara o no, ambos eran muy cercanos).

Se secó el rostro con una toalla y pensó en el chico que había cambiado algo en él.

Siempre se mostraba desafiante ante cualquiera que lo provocara, e incluso ante aquellos que no lo hacían. Esa era su naturaleza. Tenía mal carácter y era gruñón con todos… excepto con una persona. Esa misma que estaba empecinado en servir como su mano derecha.

Al saber que Tsuna tenía un trato especial, Yamamoto no podía evitar sentir un ligero rencor. No. No era rencor. Eran celos. Tsuna era su adorado jefe mientras que él sólo era el idiota del béisbol.

Entonces no pensó mucho en las consecuencias cuando decidió meterse en el mismo juego. Si Gokudera inconscientemente le daba celos mediante Tsuna, pues ¿por qué no él? Después de todo, Tsuna y Yamamoto eran grandes amigos. Y no fue hasta que puso a prueba su plan que se dio cuenta de que era efectivo, aunque a decir verdad no de la manera que había esperado. Gokudera no lo celaba a él, sino a Tsuna, y aún así Yamamoto no había podido evadir esa ola de felicidad que lo empapó la primera vez que sembró los celos en el interior del guardián de la tormenta.

Gokudera había dado por hecho que Yamamoto deseaba competir con él por la aprobación del jefe y, honestamente, él no se había encargado de explicarle que estaba en un error porque disfrutaba de la atención recibida, así fuera de una forma puramente negativa.

Aún no tenía muy claro si Gokudera lo detestaba completamente o si había acabado por aceptarlo en secreto como un miembro de la familia. Yamamoto supuso que el mantener constantemente un carácter infantil y despreocupado era eficiente para aparentar no notar ese odio que el chico de cabello plateado le echaba, y así poder seguir apreciándolo desde la cercanía. Pero claro, eso ya no lo conformaba.


Y con esto comenzamos esta pequeñísima serie de capítulos.

A decir verdad este es un fic que yo ya había publicado aquí bajo otro nombre y con un formato de one-shot, pero he decidido editarlo para que se ajuste a mi forma actual de redactar y, además, separarlo en capítulos (aunque creo que "partes" es una forma más correcta de ponerlo).

Serán sólo cinco episodios que ya he comenzado a editar. Iré subiéndolos en cuanto los termine. ¡Espero que te guste!

-Eritea.