Desperté después de un sueño interminable en una habitación blanca y con paredes abullonadas. Miré varias veces a mí al rededor y me hice un ovillo en una esquina tapándome con la frazada que tenía en mi cintura. Mis muñecas estaban vendadas, las tiras blancas se tornaban rojizas en centro evidenciando las heridas horizontales. Un catéter estaba instalado en una de ellas No hace falta ser muy listo para saber que fueron cortadas para acabar con mi vida, pero no recuerdo habérmelas hecho. Lo último que recuerdo es estar en mi habitación, en el Distrito 12, un horrible dolor de cabeza, ansiedad y desesperación por aliviarme rápido, unas pastillas azules. Muchas pastillas azules. Me las había tragado todas.

Después de que me diagnosticaran como mentalmente inestable y me enviaran de regreso al Distrito 12 no hubo nada ni nadie que pudiera hacerme salir del pozo en el que me hundía un poco más todos los días. Aunque siendo franca, no hubo muchos que intentarán hacerlo.

Tal vez el remordimiento melló en Haymich cuando tuvieron que tintar los vidrios de todas las ventanas de la casa porque no soportaba las miradas de las personas del pueblo, juzgándome con sus ojos. Vino a verme a mi casa una vez, tiempo después de declarar que no merecía a Peeta ni aunque viviera cien vidas y que yo era la causante de su sufrimiento, y ésta vez se retractó al decirme que el que Peeta no hubiera regresado al Distrito no era mi culpa, que de todas maneras si él volviera sin haberse recuperado iba a ser peor para todos empezando con él mismo, porque aunque sus recuerdos habían sido manipulados, no cambiaría el dolor, la angustia y la culpa que sentía con todos los intentos de asesinarme que causaron varios desastres en el campo de batalla.

Sé que es así, al menos me esfuerzo en creer que lo es, porque es menos doloroso pensar eso, a pensar de que en el fondo sé que Peeta no ha vuelto porque no quiere tener que verme. Pero también soy consciente de que ni yo, ni Peeta, ni nadie que haya sufrido las consecuencias de los Juegos del Hambre y de la guerra que le siguió, lograrán ser los mismos.

Sin embargo, cuando sueño, todo es diferente. Peeta conserva sus dos piernas y su humor, el amor que sentía por mí en mis sueños sigue siendo tan pasional e incondicional como antaño,y sin importarme lo que yo sienta por él, me hace sentir bien que me estreche en sus brazos, y no que se olvide de mí, como parece.

Miré a mí alrededor, desconocía la habitación aunque algo en ella se me hacía familiar ¿Dónde estaba? La habitación tenía un espejo grande ocupando casi toda la pared contraria y muy seguramente alguien me miraba del otro lado. Todos debían creer que había intentado suicidarme, pero lo único que quería era dormir. Estaba desesperada por dormir, pero el dolor no me lo permitía.

Meses atrás había empezado a tomar las pastillas azules para dormir, mis pesadillas habían desaparecido y cuando dormía, mis sueños estaban abastecidos de Peeta. Soñaba con él casi todas las noches. A veces me miraba, otras veces me hablaba de sus pensamientos tan sabios y puros, como todo lo que él decía, de cosas que en otra situación me habrían hecho sentir incómoda, pero ahora incrementaban un horrible sentimiento de vacío y anhelo en mi pecho. Podía estar simplemente sonriéndome, o jugando con mi cabello, a veces, cuando tenía suerte, mis sueños se convertían en placeres carnales, que de sólo pensar en ellos sentía que las mejillas se me sonrojaban.

Él no había vuelto por mí y aunque sabía que tal vez no fuese porque no quisiera, no dejaba de ser una posibilidad que él no quisiera verme nunca más, tal vez Peeta simplemente había visto cuán destructiva podía llegar a ser. No sabía de él desde hacía casi un año, nunca llamó y Haymich tampoco dijo nada. No sabía si estaba en el Capitolio, o si se había marchado con Annie y Johana al Distrito 4, si ya no quería verme más. La garganta se me cerró en un nudo, me cubrí hasta la nariz y sorbí intentando no llorar porque realmente no me apetecía hacer un berrinche, pero de todas maneras, en cuanto cayó la primera lágrima no pude retener las demás, empezaron a deslizarse por mis mejillas cual largas y húmedas, intenté reprimirlas hundiendo mi cabeza en las manos, pero tenía tanto tiempo sin lamentarme, sin descargar el dolor, que tardé en calmarme al menos media hora. Terminé acostada en el suelo acolchonado con la cabeza apoyada en una almohada, suspirando entrecortadamente con lágrimas solitarias deslizándose por el puente de mi nariz. Suerte que llorar me dejaba cansada y nuevamente me dormí.

...

Me desperté con el sonido de un portazo. Una enfermera entró y al verme sobresaltada me pidió disculpas con la cara roja de vergüenza y se dispuso a cambiarme el suero intravenoso. Dejó un plato de comida y sentí mis tripas retorcerse dolorosamente. Había rechazado cientos de platos de Sae la Grasienta, porque estaba tan desesperada por seguir durmiendo que no quería ni siquiera ser interrumpida para comer. Era consciente que (al menos en las últimas semanas) había estado tan débil que estaba segura de haber agonizado. Pero tampoco me importaba, no tenía nada ni nadie para seguir, no iba a hacer ninguna falta, por lo contrario, si existía un cielo, me reuniría con mi hermana. E incluso, si la muerte era un sueño eterno, Peeta (el Peeta que me quería) me recibiría en ella.

-Deberías comer- la enfermera interrumpió mis pensamientos- hazlo despacio para que no vomites.

Miré el plato que había sobre la mesa y descubrí en él bollos de queso y chocolate caliente, las mejillas se me encendieron y el corazón me golpeó dolorosamente en el pecho, miré el bolsillo de la mujer y vi en él una fina costura con el nuevo símbolo de Panem; un Sinsanjo, estaba de nuevo en el Capitolio. Me acerqué al plato pensando si era posible que hubiese sido hecho por las manos de Peeta. Lo dudaba, él no me mandaría sólo un pedazo de pan sin hacerme saber nada más, sin decirme que sabía dónde estaba, aunque fuese para asustarme. Quizá Peeta habría venido a verme, o al menos eso quería creer. Alejé el plato de mí sintiendo náuseas, no quería comer algo que me lo recordará tan directamente.

-Mañana iremos con Aurelius. Todo va a mejorar para ti, Chica En Llamas.

...

Tal como lo dijo, a la mañana siguiente me dio una ducha helada (en contra de mi voluntad) y me puso ropa de hospital color azul, utilizó un biombo sobre ruedas que me impedía ver a nadie y me mantenía aislada mientras entrábamos al elevador y caminábamos, me llevó por varios pasillos del sótano del Edificio de Entrenamiento (el cual había sido adaptado como hospital mental) hasta llegar al consultorio del Dr. Aurelius, el hombre me saludó, me preguntó cómo estaba y me ofreció asiento.

-Dime, Katniss ¿Qué recuerdas sobre lo que pasó antes de llegar acá?

Negué con la cabeza, no recordaba mucho, sólo querer dormir largo y tendido.

-¿Intentabas suicidarte?- lo miré a los ojos. Había intentado quitarme la vida varias veces, pero esta vez, sorprendentemente no era eso lo que pretendía, al menos lo que recuerdo- ¿Te ha dicho alguien lo que sucedió?- negué de nuevo y a pesar de que intenté odiarlo por su mirada condescendiente, sólo logré odiarme a mí- Tomaste muchas de las pastillas que te receté para el dolor. No ibas a sufrir de sobredosis porque debido a tus antecedentes, evité a toda costa pastillas que pudieran causártela, pero la cantidad de medicamento te produjo severas alucinaciones. Reventaste los vidrios de tu ventana y varios muebles de la sala, te quemaste con agua que habías puesto a hervir y finalmente te cortaste las muñecas, supuse que intentando cortarte las venas- miré las vendas en mis muñecas y me pregunté cuán profundas habrían sido las cortadas- te encontró Haymich porque hiciste un gran alboroto, sino hubiera sido por él probablemente te habrías desangrado- lo miré sin ninguna expresión, no iba a funcionar si lo que pretendía era que me arrepintiese, giré la cabeza hacia otro lado, de todas maneras ni siquiera podía recordarlo-, es probable que no estés al tanto, pero en estos once meses en los que estuviste encerrada en tu casa, construyeron un hospital en el Distrito 12, y también en casi todos los demás distritos, Haymich te llevó allí y te salvaron, pero yo pedí que te remitieran acá, a este edificio, para poder llevar tu caso de cerca, porque no te dignas a responder mis llamadas, las de nadie según tengo entendido- que hubiesen construido hospitales en varios distritos me sorprendía, gratamente por supuesto. Sentí un nudo en el estomago, si eso hubiese pasado años atrás, miles de muertes se habrían evitado ¿habrían comedores públicos? ¿Estaría el gobierno administrando sabiamente los recursos, alimentando a los hambrientos, creando empleos en los que no fuera toda una hazaña sobrevivir? Tragué saliva. El doctor carraspeó, me había quedado mirando mis pies calzados en unas pantuflas blancas- tal vez no sea muy profesional lo que te voy a decir, pero Peeta ha intentado volver en varias ocasiones al 12- mis ojos volvieron a él con la mención de su nombre, mi corazón se removió contra mis costillas, buscaba llamar mi atención, y lo había conseguido-, pero no ha pasado las pruebas mentales, la única razón por la que podría estar tan ansioso de volver es por ti. Está al tanto de casi todo lo que ocurre contigo, Haymich lo llama cada semana. Cada vez que tú tienes una crisis, él la somatiza con episodios de alucinaciones. He tenido que pedirle a Haymich varias veces que deje de llamarlo, pero Peeta le ruega que no lo haga. No sé si está al tanto de que estás aquí o de lo que ocurrió, pero no tardará en saberlo, y cuando lo sepa hará lo imposible por verte- mis manos arrugaron la tela de mi pantalón y el corazón me latía tan rápido que me costaba respirar- no puedo impedir que te vea, pero tú aún no estás preparada para verle a él. Estarás una semana más en observación en el cuarto blanco y quizá, dependiendo de tu avance, podamos pasarte a tu antigua habitación en el piso 12, donde también está la de él, una habitación normal.

El doctor Aurelius, estaba siendo generoso. Mucho en realidad. Lo que más deseaba en este momento era ver a Peeta, aunque él se limitara a ignorarme, o incluso si me insultaba. Sólo tenía que sobrevivir una semana al infierno del cautiverio en el que me tenían, una semana y quizá podría verlo, aunque fuera de lejos. Después de que me dijera eso fue imposible para mí pensar en otra cosa que en el reencuentro, no escuché más nada de lo que decía, lo ignoraba deliberadamente concentrada en lo que me esperaba si todo salía bien. La enfermera me llevó de regreso utilizando el biombo para apartarme de las demás personas, me comentó que eran tributos sobrevivientes de los juegos y la guerra en su mayoría. Cruzando una esquina que me llevaría finalmente a la habitación escuché un alboroto, y quise voltear pero me lo impidieron acelerando el paso y prácticamente tirando de mi catéter.

Cuando llegué a la habitación estaba exhausta, no hizo falta medicamentos esta vez para que yo me dejara caer sobre el suelo acolchado y me durmiera hasta la mañana siguiente.

..

-Todo estará bien, Katniss.

Agarró mi mano, sentados en la azotea del Edificio de Entrenamiento, estaba entre sus piernas y él jugaba con mi cabello, enredándolo en sus dedos, había desarmado mi trenza hacía ya un buen rato.

-¿De qué hablas?- le pregunté. En unas horas volveríamos a casa, habíamos cumplido nuestro tiempo allí, aunque mi mente no lograba recordar qué exactamente era lo que habíamos cumplido, ni cómo era que sabía que volveríamos a casa.

-Podemos hacer una panadería, podríamos poner panaderías por todo Panem, ayudaríamos a dar trabajo y a saciar el hambre.

Asentí entrelazando sus dedos con los míos, miré sus manos repletas de cortaduras, sabía que se las había hecho y yo también tenía más, pero no recordaba cómo.

-Es una buena idea.

Nos quedamos en silencio, mirando el sol anaranjado ponerse tras los edificios altos del Capitolio. El tiempo pasó lento, sus manos se movían suavemente por la cordillera de mi espalda, la piel se me erizó cuando plantó un beso en mi hombro desnudo y sentí un hormigueo que bajaba por mi vientre. Giré mi cabeza hacia él, Peeta acarició mi cuello con su pulgar y me besó el hueco bajo el lóbulo de mi oreja.

Lo miré sorprendida, pero él no lo parecía en absoluto, quitó el cabello de mi rostro. Mis manos se dirigieron a sus pómulos lastimados.

-Perdóname-susurré pasando mis dedos por sus mejillas. Él negó con la cabeza y bajó su rostro. Sus labios tocaron los míos acariciándolos superficialmente, un beso corto, uno un poco más largo, sus manos me agarraron de la cintura y me pegaron a su cuerpo obligándome a enredar las piernas al rededor de su cintura. Nerviosa me amoldé a su cuerpo, su lengua acarició mi labio inferior, saboreé su aliento mentolado, se me hizo un nudo placentero en el estómago, su manos bajaron por mis omoplatos y se deslizaron por los costados, mi lengua salió al encuentro de la suya, jadeé embriagada de la sensación que me recorría, las manos que tenía en mis costillas subieron hasta rodearme los senos y los apretó, la sensación me hizo apretar mis piernas al rededor de él y Peeta me miró con un gesto de deseo que me encendió hasta lo más recóndito de mis venas.

Me quitó la blusa y yo le quite la suya, besó mi cuello y estaba a punto de llegar al broche de mi sujetador...

-¡Katniss!- mis ojos se abrieron tan de repente que me ardieron y la cabeza me dio vueltas. La enfermera traía un plato de comida y ya había cambiado el suero de mi intravenosa, tenía la bolsa vacía en su mano. Me miró con el ceño fruncido y me tocó la frente- Tienes fiebre y tus ojos están rojos- suspiró- tal vez has pescado un resfriado. Por favor come lo que te traigo, estás muy débil.

Cuando se marchó miré el plato pero agarré el botellón de agua y me tomé más de la mitad de un sólo golpe, cuando quise comer algo solo pellizqué un poco de los huevos revueltos, el agua me había llenado el estómago.

Me levanté del suelo y mis huesos tronaron, estiré los brazos y las piernas y me apoyé en las paredes, di dos pasos y no faltó más para saber que había perdido mucho peso de masa muscular, sentía como si con cualquier atisbo de viento fuese a derrumbarme. La temperatura comenzaba a bajar lentamente, mis huesos se templaban y aunque mi estómago rugía y me sentía mareada, me abracé en una esquina, me sentía una pared más en la impecable blancura de la habitación. Miré el espejo y recordé cuando era Peeta quien estaba encerrado en una, luchando en soledad contra sus ataduras y los recuerdos manipulados. Los ojos se me llenaron de lágrimas y respiré fuerte dejando que un jadeo entrecortado se escapara de mis labios.

Peeta.

Es Katniss.

Mis ojos se abrieron al verla por milésimas de segundos antes de que el biombo la apartara de mi vista. El aire se escapó de mis pulmones e inmediatamente me levanté del suelo en donde estaba y empecé a caminar hacia el grupo de enfermeros que la escoltaban. El corazón se me aceleró, era Katniss, ¿qué estaba haciendo aquí? Apresuré el paso sintiendo el aire gélido congelar mis pulmones y la adrenalina recorrer mis venas. Cuando ya estaba cerca, a quizá sólo diez metros de ella, uno de los enfermeros se giró.

-¡Eh!- exclamó y otros más me miraron. La enfermera aceleró el paso y tiró de Katniss apresurándola al mismo tiempo que dos enfermeros del tamaño de gorilas me agarraban de los brazos.

-¡No!- intenté soltarme pero mis brazos no eran tan fuertes como antes, forcejeé desesperado viéndola voltear por el alboroto, sin llegar a verme por el condenado biombo y la enfermera que obstaculizaba su vista, la perdí cuando dobló una esquina hacia el elevador- ¡No! ¡Katniss! ¡Katniss!- sentí que los ojos me ardían y la garganta a se me secaba-¡Katniss, Katniss por favor!

Los hombres me llevaron a mi habitación utilizando otro elevador que llevaba directo al piso doce, no tenía ni idea de donde podría estar ella, en qué piso se alojaría, y aunque podía imaginarme el porqué estaba aquí, no podía considerar que ella estuviera de acuerdo. Estaba muy delgada, parecía a punto de quebrarse y la trenza de su cabello había sido remplazada por una maraña negra y desordenada, su ropa de caza ahora se reducía a la vestimenta del hospital. Encerrado en mi cuarto me llevé las manos temblando hacia mi cabello, los oídos me pitaban y ahora no podía estar quieto, necesitaba verla, tenía que tocarla, quería que sus ojos grises miraran los míos y me reconocieran, la parte oscura de mi mente quería golpearla por haberme abandonado de nuevo en el Capitolio y mis manos agarraron un almohada, estrangulándola entre mis puños. Imaginar la cara de Katniss tornarse azul impulsaba una corriente por todo mi cuerpo y apreté aún más fuerte, mis muelas chirriaban.

Katniss tenía que ser mía. Ella iba a ser mía. Viva o muerta.

Si vivía tendría que ser por mí y para mí, a mi lado, sin mirar a nadie más que a mí. Y si moría tenía que ser yo quien la matara, con mis manos en su cuello, con mi boca en su boca y verla escaparse de la vida. Mis ojos estaban bloqueados por una densa nube negra y no podía ver nada más que el rostro inerte de ella y su piel helada. Di un salto hacia atrás confundido un par de segundos hasta que volví a la realidad, no la había matado, no aún. Pero tampoco iba a hacerlo, si la mataba tendría que morir yo también, porque ella también me ha alienado, porque si vivo es para ella, para torturarla y para amarla, para seguir cada paso que diera y respirar cada soplo que ella exhalara. El corazón me latía muy rápido. No podía matarla porque no quería morir. No todavía.

Miré hacia el techo quedándome quieto, oyendo mi corazón bajar el ritmo hasta la normalidad, mis pulmones subían y bajaban lentamente. Analicé la imagen de Katniss siendo llevada tras una cortina portátil, vi el suero intravenoso que colgaba del panel, vi sus pómulos altos y su cintura estrecha, nunca la había visto tan delgada desde el día en que le había tirado esa hogaza de pan y no tenía claro cómo me sentía al respecto.

Verla me causó un disparo eufórico dentro de mí y de inmediato quise agarrarla del brazo. Pero no estaba seguro de si quería lastimar su brazo, causarle aunque sea una parte del dolor que sentí mientras estuve en la mansión de Snow, o si lo que quería era pegar su cuerpo endeble al mío y obligarla a sobrevivir, cuidando de ella yo mismo.

Recordé las imágenes que me habían mostrado en terapia los primeros meses, las imágenes de los Primeros y Segundos Juegos del Hambre en los que estuvimos, lo ansiosa que había estado por salvarme, la manera en que me había besado. ¿Era eso todo fingido, habría algo de verdad? Recuerdo la sensación placentera, húmeda y cálida que había experimentado al besarla, cómo se sentían sus caderas bajo mis manos, como se sentía su pecho apoyado en el mío cuando dormíamos juntos. También me preguntaba si ella habría llegado más allá de los besos por voluntad propia, o si me habría rechazado, o quizá lo habría hecho sólo porque era lo que tenía que hacer.

Mis ojos comenzaron a cerrarse, mi cuerpo se hundía entre las sábanas y las almohadas, si me hubiesen rescatado junto a ella ¿estaríamos los dos juntos en éste momento? ¿Habría elegido a Gale si él no hubiese hecho el plan que asesinó a Prim?

Katniss bajo la lluvia, mirándome con hambre.

Katniss en la cueva, curando mi pierna, arriesgando su vida para conseguir un remedio.

Katniss frente a Panem, fingiendo que me amaba.

Katniss dormida en mi pecho.

Katniss besándome en la playa, encendiendo mi piel por ella.

Katniss me recibe en sus brazos, su rostro es serio pero tranquilo, me mira con calma, me acompaña antes de dormir.

Katniss apuntándome con una flecha. Lanza la flecha, espero el dolor, pero Cato cae de la Cornucopia.

Estoy a salvo.

Estoy perdido.

-¡Haymich!- contesté el teléfono de mi cuarto en cuanto abrí los ojos despertando de la corta siesta y vi que su nombre iluminaba la pantalla- ¿Qué fue lo que...? ¿Cómo es que ella llegó acá...? Katniss...- mi voz se apagó con el nudo en la garganta.

-¿Por qué sabes que ella está allá?- preguntó con urgencia en la voz.

-La vi... Hoy. ¿Es que no pensabas decírmelo?- le reclamé apretando los dientes.

-Iba a decírtelo, eventualmente.

-Haymich...- gemí- ¿Qué fue lo que sucedió?

-Escucha, chico. No iba a decírtelo aún porque eso podría ser un retroceso para tu tratamiento...

-¡Y una mierda el tratamiento!- grité y me di cuenta de que tenía los ojos desbordados y húmedos, las manos me temblaban, Katniss tenía que estar muy mal para que la trajeran de vuelta, cuando la vi parecía un fantasma- ¡¿De qué me sirve un maldito tratamiento si ella está muriendo, Haymich?! ¡Dímelo!

Se hizo un momento de silencio en el que escuchaba en el teléfono el eco de mi propia respiración agitada.

-Hasta ahora todo indica que ella intentó suicidarse.

Sus palabras cayeron como un puñal en el estómago, me cubrí la boca con una mano y cerré los ojos, mi respiración era irregular hacía un ruido molesto en la línea.

-¿Qué?- susurré.

-Tomó… toda la botellita de las pastillas para el dolor, las azules- las conocía, no sólo quitaban el dolor, unas cuantas de ellas te dopaban hasta un día de seguido, empuñé los dedos-... Eso no fue lo grave, en cuestión... destruyó varias ventanas y muebles de su casa y luego se cortó las muñecas- mi nuca estaba helada por el sudor, me tendí en la cama, me sentía pálido y mareado. Pronto la rabia se apoderó de mi cuerpo ¿acaso creía que tenía derecho de hacerlo? ¿De morir así, sin más? ¿De librarse de mí? Era una insolente y se lo iba a hacer saber. Su vida ya no es más de ella. Su vida es mía. Ella es mía- …es probable que tantas pastillas la hayan llevado a alucinar y todo lo que ocurrió haya sido producto de una pesadilla sonámbula, pero eso le compete a Aurelius, él pidió que la llevaran al Capitolio.

-Quiero verla.

-Peeta, sabes el riesgo que sería que tú...

-Me importan un bledo los riesgos. Necesito verla, Haymich, y necesito que tú me ayudes.

-¿Estás escuchando lo que dices? Sé que no eres el más listo pero al menos te creía que lo suficiente como para saber que no sólo te arriesgas a ti y a tu mente, sino que la pondrás a ella en peligro.

-¡¿Crees que me importa un cuerno?! ¡Ella no puede estar más en peligro conmigo que con ella misma!- grité temblando de ira- ¡Necesito verla! ¡Quiero que me vea!- se me quebró la voz y mi mente voló desesperada, no podía dejarla morir- Quizá ella me necesite a mí... Tal vez yo pueda ayudarla.

-No te engañes, muchacho- murmuró- de todas formas iba a tomar un tren mañana para allá, aquí en el doce no hay nadie a quién supervisar sin ustedes dos, ni siquiera Effie Trinket ha vuelto a amargar mi existencia- escupió con desprecio, mis manos se aferraron a la mesa del teléfono- llegaré al medio día, veré qué puedo hacer.

...

Haymich llegó en la tarde tal cómo me había dicho. Me llevó al elevador sin decirme nada y andamos por pasillos y pasillos, no sabía qué planeaba, ni a dónde me llevaba, suponía que primero tendríamos que hablar con el Dr. Aurelius, hasta que finalmente nos detuvimos, desde que había llegado sólo había cruzado un par de palabras con él, y ahora se detuvo abruptamente y me agarró de los hombros mirándome fijamente.

-Escucha, Peeta. Hablé con Aurelius, él por supuesto, no está de acuerdo con que Katniss te vea, parece ser que ella ha estado alucinándote o algo por el estilo y él no está seguro si esa fue la razón por la que intentara suicidarse.

La sangre se me bajó al suelo, el remordimiento con el que cargaba Katniss debía ser agotador, pero si había sido yo la causa de haberse querido matar no quedaría más que seguirla en la muerte, yo no tenía más nada ni nadie por quién seguir viviendo, mi existencia en el último año se había reducido a sobrevivir por el odio y por el amor que le tenía.

-Hay una forma en que tú puedes verla. Pero tendrás que conformarte con ella.

Mis ojos se abrieron en grande y el corazón me dio un vuelco doloroso. Apoyado contra el cristal de una sola dirección la vi encogida en una esquina de la jaula acolchonada en donde la tenían. Estaba dormida en posición fetal, sus muñecas delgadas rodeadas por vendas, tenía los labios rojizos y yo sabía que era por mordérselos nerviosamente. Estaba muy delgada, sus pómulos se marcaban en su cara y los dedos parecían muy frágiles, exhalé con el pecho adolorido y apoyé mi frente y mis manos en el vidrio. Ella se removió y se acurrucó aún más, parecía un pequeño animal abandonado, con la diferencia de que al suspirar, mi nombre salió de sus labios y el mundo se detuvo a mí alrededor.

-Peeta- dijo entre sueños y agradecí que al menos hubiesen micrófonos que permitieran escuchar todo lo que pasaba dentro del cuarto. Se abrazó más a sí misma y me pareció ver el atisbo de una sonrisa.

-Tengo que entrar, Haymich.

-Ya sabes lo que dijo Aurelius, está prohibido...

-¿Acaso no la escuchaste?-lo miré- dijo mi nombre.

Él me miró como si hubiera enloquecido.

-Peeta...

-¡Lo dijo!- lo interrumpí- ¡Dijo mi nombre y sonrió!

-Aunque así fuera ¿qué? Eso no la hace estar lista para verte. Es una locura llevarte con ella, tú mismo podrías intentar matarla.

-No lo haré. He logrado controlarme, no he tenido episodios en tres meses— me tembló la ceja. No era del todo mentira. Había podido controlarme en presencia de todos, controlaban mi ritmo cardiaco y parecía normal. Pero ellos no tenían forma de saber que cuando este se aceleraba era porque fantaseaba con Katniss, con asesinarla o con follarla, con torturarla y hacerle el amor, y Aurelius creía que era lo normal porque no podía diferenciar cuando estaba odiándola y cuando amándola con sus medidores de frecuencia cardíaca, sólo creer en lo que yo le decía.

Una enfermera entró al lugar en el que estábamos y nos miró totalmente sorprendida.

-¿Qué demonios están haciendo aquí? ¿Qué hace el señor Mellark aquí? Esto es un área restringida- habló autoritariamente- No creo que ninguno esté habilitado para entrar aquí.

Mis ojos se oscurecieron con rabia y por breves segundo quise empujara y quitarle las llaves que colgaban de su bolsillo, su acento no era del Capitolio, parecía ser de algún Distrito externo.

-Usted va a dejarme entrar a verla- ordené y mi voz sonó asombrosamente fría.

-No, no es cierto, ya nos íbamos- Haymich me agarró del hombro y yo me solté.

-Abra la puerta.

-Muéstreme una orden de autorización- replicó imponiéndose.

Iba a mostrarle mi dedo medio como orden, pero Haymich me arrastró fuera sin darme tiempo a nada.

-¿Qué demonios te sucede? Te dije que tendrías que conformarte con verla de lejos. ¿Acaso te volviste loco? ¿Sabes lo que podría acarrear lo que acabas de hacer? ¡No podrás si quiera acercarte!

Mi cabeza daba vueltas y tenía el estómago revuelto, tenía que encontrar la manera de sacarla de allí, de tenerla conmigo, de protegerla yo mismo, nadie más lo iba a hacer como yo, ella y yo somos lo único que nos queda a ambos, ella me necesita, ella está sola, igual que yo, estamos solos. Mi frente se perla de sudor, la sangre ha abandonado mi cabeza, mareado me tambaleo y antes de golpearme contra el suelo, mi mentor me sostiene y comienza a llevarme de regreso al último piso, lo último que le escucho decirme antes de caerme sobre la cama con los pitidos en mis oídos gritándome que fuera por ella y la secuestrara si era necesario fue un:

-No debí traerte- seguido de un portazo.


Hola!

Éste es mi primer fic de Los Juegos del Hambre, aquellos que ya me hayan leído anteriormente sabrán que me he dedicado a fics de Harry Potter, pero he querido desde hacía buen tiempo.

Esperó que les guste mucho y si caigo en exceso de OOC por favor no teman en comentarme!

Un beso! Esperó que les guste esta aventura en la que me embarqué.y ya saben que ustedes son la motivación por la que los autores continúan en esto!

Muah! Glor