Yukihana-Hime: Nueva historia que espero disfruten.
TÍTULO: El lento de katsudon-sensei
RESUMEN: Ese día en la escuela compartirían con sus compañeros sus planes a futuro, el pequeño rubio estaba emocionado porque tenia muy bien definido lo que deseaba y lo que conseguiría, por lo que no dudo a la hora de hablar cuando la maestra pidió pasar al frente de la clase.
-Tengo dos grandes planes para mi futuro deseo ser un gran patinador artístico, mas famosos y superior que mi padre, pero mi principal plan es hacer de Mi lento katsudon-sensei, mi mamá...
CATEGORÍA: Yuri! On Ice
GÉNERO: Romance, Comedia.
PAREJA: Viktor x Yuuri
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Capítulo 1 - Japón.
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El ruido de los aviones y el bullicio del gran gentío, era lo que invadía las instalaciones del aeropuerto de Tokio, de donde salían sin prisa y destino; un hombre de rasgos rusos, cabello corto plateado y ojos azul claro, a su lado y agarrado de su mano, se encontraba un pequeño niño de 7 años rubio de ojos jade enfurruñado, que miraba todo con asombro pero se abstenía de expresarlo.
—Vamos Yuri, alégrate. —pidió el mayor.
— ¡¿Porque teníamos que venir a Japón?! ¡En San Petersburgo estábamos bien! —el pequeño se desahogó, incapaz de obedecer la petición de su padre. — ¡El abuelito podía visitarnos seguido! ¡Además, yo quería seguir patinando! ¡Yakov era mi entrenador!
El adulto contuvo la expresión de culpa que le generaba saber que su pequeño aún estaba molesto por la mudanza, y los sucesos que la causaron. Con esfuerzo mostro una sencilla sonrisa, opacada en su mayoría por la tristeza, no queriendo que su hijo notara que para él también el cambio era algo mayor.
—Lo siento. —se disculpó de manera sincera.
El rubio al ver la triste sonrisa que le concedió su padre, agacho la mirada, recordando que hace bastante tiempo que no veía una sonrisa sincera y alegre en el rostro de su progenitor. Antes solía verlo mucho sonreír con gran felicidad, y le fastidiaba en ocasiones ya que el peli plateado era muy empalagoso con él, sin embargo ahora rezaba por verle de ese modo.
— ¿Dónde viviremos? —cuestiono más tranquilo, cambiando de tema.
—Mmm... —el mayor se agacho a su altura para acomodarle mejor la bufanda. — Realmente no sé. —admitió
El rostro del pequeño rubio se deformo en una mueca extraña, estaba conteniendo las ganas de golpear a su padre por dejar algo tan importante como lo era el lugar de su residencia, para último momento. ¡No aceptaría vivir en las calles de un país desconocido!
―...Por ahora me gustaría pasar todo el tiempo contigo antes de conseguir un trabajo. —se levantó, tomando la mano de su hijo y seguir su camino. —- ¿Te parece bien conocer las aguas termales?
El menor giro el rostro, con un adorable puchero se acomodó por si solo el gorro de tigre que traía. Acepto con un tono de indiferencia infantil, no aceptaría abiertamente que el conocer las famosas aguas termales de Japón era una gran aventura.
El mayor soltó una leve risa, enternecido de la actitud tan arisca de su único hijo. Giro su rostro al lado contrario cuando el rubio lo fulmino con la mirada al escucharle. El adulto se dispuso a buscar un taxi disponible, ya que lo primordial por ese momento seria salir de ahí, no podían pasar la noche en el aeropuerto.
Al encontrar uno disponible después de enfrentarse a un hombre de negocios que quería robárselos, subieron con presura las maletas con ayuda del chofer, así como acomodaron en la parte de atrás del auto junto a Yuri, la transportadora de su mascota, un caniche que respondía al nombre de Makkachin. En realidad a ninguno de los dos familiares le pareció correcto encerrarlo en aquella jaula de plástico, pero era la única manera en que la aerolínea permitió que viajara el canino ya que era demasiado grande para poder mantenerlo con ellos sin molestar a los demás pasajeros de la primera clase.
Cuando el conductor, un hombre mayor de personalidad alegre pregunto por su destino, no hubo respuesta, generando una charla entre ambos hombres, en donde se habló del nulo destino que tenían. Yuri rodo los ojos cuando su padre le conto al otro hombre que venían de Rusia dispuestos a vivir ahora en Japón, pero que no tenían ni idea de un lugar donde residir. El conductor les recomendó varios lugares, así como también les recomendó una pequeña pero famosa -por la cálida hospitalidad que ofrecían a los huéspedes- posada de aguas termales para que disfrutaron de sus primeros días en el país del sol naciente.
Durante el viaje a la posada Hasetsu, el pequeño Yuri y Makkachin disfrutaban del paisaje a través de la ventana. El infante no pudo evitar recordar todo lo que había estado viviendo esos últimos meses, al ver a una madre con su hijo divirtiéndose en unos columpios cuando el taxi se detuvo en la luz roja. Una expresión de tristeza se asomó momentáneamente en su rostro, incapaz de contenerla. Extrañaba aquellos días en que aún eran una familia. Cambio su expresión rápidamente para que su padre no lo descubriera, no quería incomodarlo, debía aparentar y era lo suficientemente fuerte para superar aquella situación.
La razón por la que su padre no sonreía con verdadera felicidad como antes, de que se mudaran a otro país y de varias cosas más que cambiaron en su joven vida, era porque hacía pocos meses que sus padres se habían divorciado por culpa de su madre. Tal vez todo el mundo creía que por ser muy pequeño no entendería lo que sucedía, pero no era tonto como para no entender la situación; su madre había engañado a su padre con otro tipo, a quien su progenitor considero un gran amigo. Si bien su padre no le pidió que odiara a su madre, lo hizo por decisión propia, a aquella mujer no le basto con dañar a su matrimonio, también abandonó a su hijo por irse con el hombre con quien tuvo su aventura, dejándolo a él al cuidado de su padre solo para arruinarle su estilo de vida al tener que encargarse por sí mismo de un hijo. Ella no había peleado su custodia ya que aquel sujeto que se entrometió en el matrimonio de sus padres no quería niños ajenos.
No es como si le importara realmente, su madre no fue un ejemplo de ama de casa y devota a su pequeño, vivía sus días en compañía de su abuelo materno mientras su gestora se la vivía en los centros comerciales o con amigas y "amigos" mientras su padre practicaba arduamente las coreografías de sus siguientes torneos debido a que era un patinador de hielo profesional. En conclusión, y usando palabras de otras señoras, su madre era una zorra sin corazón.
La aventura de su madre se revelo cuando su padre los descubrió en su habitación, por lo que ella sin vergüenza alguna pidió el divorcio debido a su deseo de irse con aquel sujeto. Después del divorcio, su padre se había sumido en una fuerte depresión, de la cual salió gracias al esfuerzo y apoyo de otros amigos, pero había dejado de sonreír y solo se disculpaba con él, por no haber podido hacer nada para recuperar su familia.
El hecho de que su padre se sintiera culpable -siendo que no lo era- le molestaba y enojaba, él no tenía que pedirle perdón, después de todo siempre estaba pensando en él, en su amado hijo, y la muestra de ello era que había renunciado a su carrera como patinador profesional para cuidarlo, buscando un trabajo fructífero pero que le permitiera pasar más tiempo con él, ahora que solo eran ellos dos y un perro. Incluso su amado abuelo se vio afectado durante todo aquel ajetreo, el hombre de avanzada edad también había adquirido el mal habitó de pedir disculpas por el terrible acto de su hija, sin embargo, su padre le dijo que no tenía nada de que disculparse y él estaba más que de acuerdo. Su madre era la culpable.
Al final, para remarcar el hecho de que ahora comenzaban una nueva etapa en sus vidas, su padre había decidido que debían empezar desde cero y que mejor manera que hacerlo en otro país. Su tonto padre pensó que sería buena idea hacerlo de manera literal. Y eso era lo único que le molestaba, haberse mudado de su amado país, pero lo soportaría, no quería causarle más problemas a su padre y no era por nada, pero tenía la esperanza de que su progenitor encontrara a otra mujer pronto. De esa manera podría deshacerse de él y sus abrazos asfixiantes, el ataque a su mejilla, lo amaba pero eso no evitaba que su padre fuese molesto en ocasiones. Él estaba dispuesto incluso a ayudar a que su padre encontrara a alguien adecuado para ocupar el lugar vacío en la familia, esta vez sería diferente, tal vez él no pudo evitar que su padre escogiera a su madre y ella lo lastimara, pero ahora, se aseguraría que fuera alguien que no lastimara más a su ejemplo a seguir.
— ¡Ya llegamos, Yuri!
El anuncio del mayor lo saco de sus pensamientos, bajando del auto cuando le abrieron la puerta. Se sorprendió bastante pensando que habían llegado muy rápido al improvisado destino pero al ver el cielo oscuro, noto que habían pasado más horas de lo que fue consciente por estar sumido en sus recuerdos.
Miro frente a él, notando una gran estructura japonesa. Tal vez no era muy grande, pero él los arboles cercanos la luz de tonalidad amarilla, así como los pequeños detalles que adornaban la entrada, le brindaban a la posada un ambiente familiar. Mientras el pequeño Yuri observaba el lugar que sería su hogar temporal, su padre se encargaba de bajar las maletas del taxi con gran tranquilidad al no oír ninguna queja de su retoño.
—Yuri, saca a Makkachin de la transportadora. —pidió con la esperanza de que no se negara. — De seguro esta asfixiado ahí dentro.
Al escuchar la voz de su padre se erizo, se había dejado llevar por la fantasía que le brindaba aquella construcción. Asintió a lo pedido por el mayor, abriendo la reja que le impedía a su canino andar libremente por ahí. El perro era de su padre, e incluso estaba desde antes de que él naciera, se podía decir que Makkachin había sido su niñera y aunque él prefería a los felinos, el caniche era al único de su especie que aceptaba.
—Vamos, sal. —le ordeno.
Sin perder más tiempo, el perro de tonalidad café claro salió dando brinquitos de felicidad al sentirse más espacio para moverse. Comenzando a ladrar y correr de un lado a otro. El mayor despidió con una sonrisa al amable taxista, quien les deseo suerte en su nueva vida.
—Bien, entremos. —Yuri asintió a las palabras de su padre, tomando la mano que le ofrecía. — Alquilemos una habitación por el momento.
Con cierto nerviosismo y emoción por no saber lo que les deparaba de ahora en adelante el futuro, padre e hijo ingresaron a la posada, sintiendo desde el momento en que pusieron un pie en el interior, el alegre ambiente y la cálida bienvenida que le dio la dueña del lugar.
—Bienvenidos. —le hablo una dulce voz, perteneciente a una mujer rellenita de amable sonrisa.
El mayor sonrió nervioso, hacía mucho que no trataba con personas tan alegres como el taxista y la mujer que lo atendía, sus conocidos en Rusia habían comenzado a tratarlo como si fuera una frágil muñeca que se rompería con el siguiente problema. Le era reconfortante el que los demás desconocieran su pasado y lo trataran de nueva cuenta como un hombre cualquiera, ya que ni el taxista ni la dueña de la posada parecían reconocerlo. Y aunque antes eso le hubiera desconcertado, no por nada era el más famoso patinador artístico sobre hielo, solo que ahora agradecía la ignorancia ajena, porque de lo contrario ellos también conocerían parte de su pasado, los medios de comunicación de Rusia se habían encargado que el mundo se enterara de su desgracia familiar.
—Hola, deseamos una...
Y mientras su padre pedía la habitación, él se dedicaba a observar más detalladamente el lugar. Aunque no lo parecía por fuera, el lugar era bastante grande, se sentía un aire acogedor y vivo, no frívolo como su antigua casa, además de que se escuchaban risas, probablemente de otros clientes que se divertían.
—Yuri~ —la voz de su padre hizo que volteara a verlo, se escuchaba más alegre que antes.
—Ara~ Ara~ así que se llama Yuri, mi hijo se llama igual. —dijo la mujer feliz de la casualidad.
Observando como su padre se sumergía nuevamente en el chisme aquella alegre mujer, rodó los ojos. Aunque en parte estaba feliz por el leve cambio en la actitud de su progenitor, también en parte odiaba ese aspecto del adulto, ser tan amigable con quien fuera sin importar cuanto tiempo tuviera que se conocieran.
Después de un rato, mas específicamente tres cuartos de hora, comenzaba a impacientarse, su padre ya tenía en sus manos la llave de la habitación que ocuparían pero seguía ocupado hablando con la amable mujer que se identificó como Hiroko. Soltó un leve grito de alegría cuando al fin otra mujer rubia de raíces negras apareció e interrumpió la conversación de los adultos para llevarse a Hiroko, debido a un problema con uno de los cuartos.
*Gracias a dios...*
No puedo evitar pensar el pequeño rubio, cansado de esperar al lado de un durmiente Makkachin.
— Bien, vamos a nuestra habitación. —Indico el peli plateado inconsciente de que sonreía. — Suerte que el hotel permite mascotas ¿no, Yuri?
Aturdido por ver la sonrisa del contrario, asintió. El hecho de que corrieran con la suerte de que les permitieran tener a Makkachin, se veía opacada por aquel gesto lleno de alegría. Tal vez no había sido tan mala idea ir hasta otro país para recuperar un poco de su antiguo padre. Tomo la mano del mayor, pensando en un inconveniente del que no se había percatado por estar enojado por la mudanza, su japonés no era tan bueno como el de su padre. Podía entenderlo y hablarlo pero escribirlo era otra cosa.
—Espero que nos divirtamos~
Sonrió un poco correspondiendo la sonrisa de su tutor. Bueno, por lo menos sobrevivirá por el momento. Guiados por una de las chicas del servicio, llegaron a una habitación de tatami bastante grande y amueblada con lo necesario, a la cual ingresaron escuchando las indicaciones sobre los horarios de los baños, las comidas y algunas cosas más.
— Por favor disfruten de su estancia.
La chica se retiró después de una sutil reverencia, dejándolos solos para que se acomodaran para disfrutar de la semana de su estadía.
— ¿Y la cama? —pregunto Yuri, señalando que no había tal objeto en aquel lugar.
—Vamos, Yuri. Estamos en Japón. —No pudo evitar soltar una leve risa ante la ignorancia de su pequeño— ¡Dormiremos en futones! —Recupero su seriedad ante la falta de entusiasmo de su pequeño— Aunque tengo que aceptar que es mi primera vez que dormiré en uno, estoy emocionado.
El niño suspiro, prefiriendo concentrarse en acomodar su ropa en los pocos muebles para luego pedir algo de comer. A pesar de que la posada poseía un comedor común para todos los huéspedes, prefirieron quedarse en su habitación por esa noche y disfrutar de la comida en solamente ellos dos, para después dormir. Necesitaban descansar adecuadamente si quería disfrutar al siguiente día de las famosas aguas termales y de los lugares turísticos de la ciudad.
Ese día estaban cansados del largo viaje por lo que cerraron muy pronto los ojos, dejándose arrullar en los brazos de Morfeo.
— ¡Ya llegué!
El silencio que había en la entrada de la posada debido a que estaban cerca de la media noche, se vio roto ante el grito de un joven pelinegro y ojos castaños ocultos bajo un par de lentes, en compañía de un pequeño caniche que se movía de un lado a otro feliz de regresar a casa después de un largo día afuera.
— ¡Bienvenido Yuuri, Vicchan! ¡Ya que estas aquí, ayúdame con algo!
— ¡Voy!
El joven que respondía al nombre de Yuuri Katsuki, grito en respuesta a quien parecía ser su hermana mayor, Mari, desde una habitación cercana. Se quitó lo zapatos, colocándolos en el lugar correspondiente, para después ir a ayudar con su fiel compañero siguiéndole el paso. Llego a la habitación desde donde provino la voz. La ayudo a bajar algunas cajas con vinos que servirían a unos clientes que celebraban una boda.
Después de cambiarse de ropa a una más cómoda, la ayudo a atenderlos un rato, suspirando largamente al verse libre de tan festivo ambiente. Tomo asiento en el comedor, justo enfrente de la televisión disponible, encendiéndola en el canal de noticias deportivas, esperaba escuchar lo más nuevo en el mundo del patinaje sobre hielo.
— Mamá ¿puedes darme de cenar? —preguntó con la esperanza de que su progenitora estuviera desocupada ya que él realmente no podía moverse nuevamente.
— Claro. -le sonrió, yendo a la cocina.
Después de preparar algo ligero para que su hijo disfrutara, Hiroko tomo asiento a su lado, comenzando una charla y distrayendo al joven de la noticia más importante del momento, anunciando el total y completo retiro de su ídolo, Viktor Nikiforov.
— Hoy llegaron unos clientes extranjeros. —la voz de su madre mostraba alegría, por lo que prestaba más atención a ella.
— Oh, ¿en serio? ¿Americanos? —cuestiono mientras acariciaba a su perro.
No estaba realmente interesado en tal novedad, pero sabía del gusto de su madre y hermana por los extranjeros, y por el tono de ella deducía que había hablado con ellos y se habían llevado bien. Su madre era muy social y habladora con sus clientes, disfrutando de su día a día atendiendo la posada.
—No, son rusos. —aclaro.
Aquella aclaración si llamo su atención pero no lo suficiente como para dejar de devorar su comida.
—Son una familia; un hombre muy apuesto, de cuerpo atlético...—y ahí perdió el interés de nuevo, por lo que solo presto atención a lo último—...y su hijo de 7 años.
― ¿Y la mujer?
— No lo sé. —negó repetidamente con la cabeza— Pero el hijo se llama como tú y tienen un perro como Vicchan. ¿No te parece una singular coincidencia?
— Vaya coincidencia. —concordó, aceptando que aquello sí que era sorprendente.
Algo dentro de él lo hacía sentir incómodo, pero supuso que se debía a que cenaba demasiado tarde ese día.
— No puedo dejar de pensar que Rusia...
Mientras su madre seguía hablando sobre los llamativos huéspedes, él no podía dejar de pensar en algunas cosas que llamaron su atención. Rusos... un niño con su nombre... un caniche parecido al suyo... Todo junto comenzaba a parecerle algo incómodo.
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Al amanecer, el primero en despertar fue el más pequeño, quien desorientado se asustó un poco al no reconocer el lugar donde estaba. No era el techo gris y las paredes blancas que siempre veía al despertar, no obstante, se tranquilizó al ver su amada mascota y a su padre recostado a su lado, no tardando en recodar sobre donde se encontraba. Se sentó en el futon, observando con más tranquilidad -que la noche anterior- la habitación, era algo nuevo para él dormir tan cerca del suelo pero no le molestaba, de hecho, paso muy buena noche.
El cuarto estaba muy iluminado gracias a las puertas shoji^ que eran traspasadas fácilmente por la luz solar. El hecho de que solo contara con los muebles necesarios le brindaba al lugar un sentimiento de mayor espacio. Su estómago hizo un pequeño ruido que lo avergonzó, colocando sus manos sobre su ropa en un inútil pero adorable gesto de impedir que siguiera gruñendo pidiendo comida.
Se levantó en silencio, cambiándose la pijama por un conjunto deportivo rojo. Su padre no despertó a pesar del ruido -que intento no hacer- de las maletas siendo movidas, sin embargo, no fue lo mismo con Makkachin, que rápidamente se levantó y coloco a su lado al intuir que saldría a explorar. Salió de la habitación sin hacer ruido, quería recorrer la posada sin la compañía de su padre que probablemente le reclamaría el hecho de que no se emocionara como otros niños. Vagaron por los pasillos que le parecían tan iguales que temió perderse, no obstante, su fiel compañero supo guiarlo hasta el lugar que terminaría buscando por necesidad; el comedor.
Desconocía la hora pero supuso que era muy probable que se levantara demasiado temprano, pues no había gente alguna en el comedor a excepción de una sola persona; un joven azabache que vestía ropa deportiva mientras disfrutaba de un platillo que desprendía un aroma delicioso. Se acercó hipnotizado por el olor a la última mesa del comedor, la cual ocupaba el joven.
— ¿Quieres?
Salió de su trance al escuchar el cuestionamiento del mayor, quien lo veía con una sonrisa mostrando el par de palillos con un trozo de lo que comía. Avergonzado, el pequeño Yuri retrocedió un paso.
— Yo no...
Su vano intento de negarse, se vio frustrado cuando su estómago lo traiciono, haciéndose notar en el silencioso comedor, exigiendo ser alimentado. El rubio se cubrió rápidamente barriguita. El adulto soltó una débil pero dulce risa ante la actitud del menor, quien sin escapatoria alguna solo pudo fulminarlo con la mirada acompañado de un adorable sonrojo. Riendo aun el azabache se levantó de su lugar y salió del comedor sin explicación.
— ¿Quién será ese tipo? — se preguntó a sí mismo en ruso.
Desconociendo que tenía que hacer ahí para poder pedir el desayuno, tomo la decisión de regresar a su habitación y despertar a su padre para que él se hiciera cargo del asunto. Antes de irse, dedico una última mirada al comedor y justo cuando dio un paso, nuevamente el desconocido apareció con un plato y un vaso de agua.
—Toma, es un tazón de cerdo, sabe bastante bien. —El azabache le extendió el platillo al más pequeño. — No te preocupes, es gratis. —Le sonrió.
— ¿Porque debería confiar en un tipo como tú? —pregunto con recelo, alternando su mirada jade entre el adulto y el apetecible alimento.
— ¿Mmm?
El mayor ladeo su cabeza un poco, buscando dentro de sí las palabras adecuadas, sonriendo nuevamente al percatarse de la buena educación del niño al no aceptar cosas de extraños. Sin embargo, la respuesta nunca llego al dejarse oír nuevamente un gruñido del estómago del chico.
— Bueno, si no quieres, no te lo comas. —alejo el plato del contrario.
— Espera... yo...
El adulto sonrió más claramente, depositando el plato sobre la mesa para que el pequeño que parecía arisco tuviera más confianza al tomarlo por sí mismo. En ese mismo momento un perro de la misma raza que Makkachin -aunque un poco más pequeño- se acercó a ellos, haciéndose notar al ladrar.
―Oh, ¿Vicchan acabas de despertar? ¿Quieres comer? —pregunto el sonriente japonés.
El animalito recién llegado había ido en busca de su dueño, que encontró en compañía de un pequeño y su mascota. Se acercó rápidamente a ellos, ladrándole a Makkachin de manera amigable, como respuesta el contrario se acercó y ambos caninos empezaron a jugar entre ellos.
― Que bien por ti, Vicchan. Ahora tienes un nuevo amigo. —dijo el azabache con una sonrisa.
Al verse abandonado por su fiel compañero, el pequeño Yuri de mala gana se sentó enfrente del hombre amigable y miro el plato con algo de desconfianza. Contemplando como los caniches disfrutaban de la compañía de un igual, termino probando el plato servido al final, rendido ante el atrayente aroma que desprendía. El primer bocado y sus ojos brillaron con emoción.
― ¡¿Qué es esto?! ¡Sabe muy rico! —exclamo en su idioma natal, emocionado y devorando la comida.
― No comas rápido o te atragantaras. —le regaño levemente.
Se sintió un poco preocupado por la velocidad en que engullía la carne, pero aún más al no saber si aquel niño que parecía un dulce ángel por sus facciones le había entendido, porque honestamente, él no. No tenía ni idea de que había dicho el más pequeño, ¿en qué idioma había hablado? Estaba 100% seguro que no fue inglés, ya que era un idioma que él conocía gracias a la gran cantidad de turistas americanos que visitaban su posada. ¿Italiano, español, chino? No, esos tampoco, conocía al menos el asentó de las personas de aquellos países y no había sido el utilizado. ¿Alemán? Era una fuerte posibilidad pero su madre no había mencionado a ningún alemán la noche anterior... Su madre. Ella menciono algo sobre que habían llegado unos huéspedes...
No llego a conclusión alguna al escuchar al infante toser por culpa de un bocado. Le dio uno leves golpes en la espalda
― Ya vez, te lo dije.
El azabache le ofreció un vaso con agua al niño, quien lo tomo para luego suspirar aliviado. Por un momento creyó que moriría ahí, al lado de un desconocido y disfrutando de un platillo de un país extranjero. Segundos después del susto, el rubio pensó en volver a comer lo que quedo en su plato pero primero quiso saber lo que comía.
― ¿Qué es? ―preguntó en japonés en esta ocasión.
―Tazón de cerdo. —contesto un poco sorprendido al oír al contrario hablar en su idioma.
― ¿Tazón de cerdo?
― Sí. —Contuvo la risa que le causaba oír el acento que tenía el menor al hablar en un idioma que no era el propio. — Sabe muy rico, ¿verdad? Es mi comida favorita.
― ¿Quién eres? —pregunto con el ceñito fruncido.
Su padre lo regañaría si lo viera tan cómodamente hablando con un sujeto desconocido y lo mataría si supiera que había aceptado algo que le fue ofrecido por ese mismo sujeto del que ignoraba incluso algo básico como el nombre.
― ¿Yo? —Se señaló a sí mismo, sonrojándose ante su falta de modales por no presentarse desde el inicio. — Soy el hijo de la dueña...
― ¿Eres Yuuri? —interrumpió al recodar la plática de su padre y la señora mayor— La señora habladora dijo que te llamabas así.
― ¿Eh? Ah, sí. Ese soy yo. Katsuki Yuuri, un placer. —Acepto con vergüenza— Lamento si mi madre te molesto, es muy sociable.
― A mí no me molesto, en realidad. —bajo la mira, había hablado de más y lo noto muy tarde.
No le hubiera sorprendido si el contrario se hubiera enojado por decirle a su madre "habladora", y muy contrario a eso, el mayor le sonrió y se disculpó.
— Ella y mi padre estuvieron hablando. —Continuo con la charla— Yo también me llamo Yuri.
― Oh, entonces tú eres el pequeño niño ruso del que me hablo ayer. —Sonrió más abiertamente— Estaba tan feliz con las casualidades de nuestros nombres.
― Mi tonto padre también se mostró feliz.
― Jajaja... Y al parecer las coincidencias crecen. —le señalo a los perros que jugaban entre ellos felices de la vida, ignorando a sus dueños.
― Se llama Makkachin. Es el perro de mi padre. —explico.
El pequeño Yuri ladeo su cabecita y cruzo sus brazos, extrañándose de sí mismo, no era propio de él hablar tan abiertamente con personas a las que recién conocía. De hecho, se podría decir que no era sociable y que no tenía ningún amigo, a excepción del hijo de otro patinador amigo de su padre; Otabek Altin, era un niño de su edad proveniente de Kazajstán y al cual conoció cuando su padre competía en el Gran Prix Final dos años atrás. En la actualidad solo hablaban debes en cuando.
― Siento que he escuchado ese nombre antes y también el del caniche. ―expreso para sí, Yuuri.
Se mantuvo viendo fijamente al perro de sus huéspedes hasta que su celebro se ilumino en un momento de claridad, informándole a que estaban relacionados aquellos nombres. Su expresión alegre paso de la sorpresa al horror, mirando rápidamente al rubio sin creer lo que su mente maquino.
― ¿Cómo te llamas? ―no perdía nada preguntando.
― Eres tonto ¿o qué? Me llamo como tú. ―le recordó con molestia.
― Tu apellido. ―le aclaro.
― Nikiforov...―lo miro desconfiado y con el ceño fruncido. ¿Su apellido hacia alguna diferencia en las coincidencias?― ¿Porque?
― Oh, por dios. ―se escandalizo― ¿Tu padre es Viktor Nikiforov?
El japonés no podía creerlo. Viktor Nikiforov era un patinador de hielo profesional, ganador varias veces del Grand Prix y otros campeonatos de la misma categoría, un hombre apuesto, inversionista en algunas empresas de renombre y generoso con asociaciones de ayuda a anímeles y de los más necesitados... pero sobre todas las cosas, era su mayor ídolo, su ejemplo a seguir, la persona de la que... Negó, eso estaba fuera de mención. No obstante, ni en sus más locos sueños pensó volverlo a ver y menos tan cerca. Contra todo pronóstico, estaba justo ahí, en Japón, en Kyushu, en Hasetsu, en Yutopía, a unos pasos de él.
― ¿Qué sucede? ―pregunto Yuri, preocupado al ver el color irse del rostro del mayor.
― No… Nada…―hablo, aun sin poder creerlo― Yo tengo que irme a trabajar
Antes del que pequeño pudiera decir algo más, el azabache salió corriendo del comedor a paso torpe, tropezando contras las mesas. El pequeño caniche al ver a su dueño irse, se despidió de su nuevo amigo de juegos y corrió detrás de su amo. Era hora de trabajar.
El pequeño ruso miro todo sin entender porque tan repentino y extraño cambio en el contrario, para luego encogerse de hombros y seguir comiendo aquel rico tazón de cerdo. No lo dejaría desperdiciar. Minutos después, alguien más ingreso al comedor.
― ¿Yuri? ―la voz adormilada de su padre lo hizo voltear― ¿Qué haces?
― Desayunando ―respondió con naturalidad.
Espero que su soñoliento progenitor tomara asiento a su lado, Viktor no era una persona del todo madrugadora, por lo que no le sorprendía que no hubiera reparado en el hecho de que se escapó de la habitación y vago por si solo en un lugar desconocido.
― ¿Qué es eso? ―señalo el plato que su hijo parecía disfrutar.
― Un tazón de cerdo… ¡Ah! ¡Es mi comida! ―grito cuando su tutor agarro una porción de su comida para probarla.
― ¡Wao! ¡Sabe delicioso!
― Lo sé y es mío. ―le aclaro, protegiendo el plato con su cuerpecito― Pide el tuyo.
― ¿Quién te lo dio? ―miro alrededor, descubriendo que no había nadie más que ellos ahí.
Cuando despertó y no encontró a su hijo, salió rápidamente de la habitación buscándolo y en su camino al comedor, se topó con una de las muchachas que trabajaban ahí, que le informo al verlo exaltado que su pequeño se encontraba bien y que en esos momentos se encontraba desayunando en el comedor. Se sintió tan aliviado al saber su paradero, que el sueño había regresado a él.
― Yuuri. ―le respondió dando otra probada a su comida― eje fifo de laf feñola. (El hijo de la señora)
― Come o habla, no ambas. ―le regaño paternalmente― Así que ya conociste a quien lleva el mismo nombre que tú.
― Shí. ―paso el bocado al ver que su padre lo miro seriamente por volver a hablar con la boca llena― Y tiene un caniche como Makkachin. ―desvió el tema.
― ¿En serio? Que bien. Así Makkachin no estará solo. ―y funciono.
Salió técnicamente huyendo no porque fuera cobarde... bueno, sí lo era, pero es que la sorpresa de saber que su ídolo estaba allí, que había hablado con su hijo tan casualmente, había sido mucho para su pobre corazón. Nervioso porque se lo pudiera encontrar en cualquier momento, ya que Viktor era famoso por amar a su hijo al cual aseguraba nunca perder de vista, prefirió huir, no tenía el valor de verlo en persona. ¿Siquiera podría hablar de forma normal enfrente de él? Lo dudaba. Comenzaría a sudar, tartamudear, probablemente a hiperventilar... No, ni siquiera quería imaginarse el ridículo que haría.
Con gran velocidad corrió hacia su trabajo, en el Ice Castle, la única pista de hielo de la ciudad y donde trabajaba como entrenador de niños pequeños, razón por la que le fue fácil entablar una conversación con el pequeño Yuri. Era feliz enseñando los movimientos básicos a los infantes, ya que dudaba ser capaz de enseñarle a alguien mayor y que quisiera ir en serio con el patinaje artístico, y aquellos alumnos sobresalientes los ayudaba a buscar buenos entrenadores, su antigua fama lo ayudaba a la hora de ponerse en contacto con la gente adecuada.
En el momento en que llego, fue recibido por sus amigos de infancia, Yuko Nishigori y su esposo Takeshi Nishigori, dueños del lugar. Sin poder contenerse con tal suceso, conto a sus amigos lo ocurrido esa mañana en cuanto le cuestionaron su prisa por llegar, si aún tenía bastante tiempo -horas de hecho- de sobra para que comenzaran sus clases.
Yuko grito y lo abrazo feliz, informándole que al día siguiente se pasaría por Yutopía para conocer a Viktor y pedirle un autógrafo. El grito de la mujer alerto a unas trillizas que no tardaron en hacer su aparición al lado de los adultos, emocionadas con lo que su madre les empezó a contar rápidamente. Yuuri estaba seguro, que si no hubiera sido por Takeshi y por él, el cuarteto de chicas hubiera salido corriendo a Yutopía en ese mismo instante. Una vez la euforia del momento se disipo un poco, el pelinegro le pidió a su mejor amiga que se abstuviera de hacer algo tan estrepitoso, explicándole que Viktor y su hijo ahora eran huéspedes en su hogar, por lo que tenía que respetar su vida privada.
Yuko acepto, su amigo tenia razón en esa cuestión, ya que de interrumpir las vacaciones de los rusos, la posada quedaría como un mal lugar por no respetar la privacidad de sus clientes. Aunque le aclaro a ambos hombres, que otra cuestión era si "accidentalmente" se lo topaba por la ciudad. Yuuri negó con la cabeza, incapaz de contradecir lo dicho, por lo que termino por irse a cambiar su ropa y colocarse sus patines e ir a la pista, a esperar la llegada de sus estudiantes.
El día continuo tranquilo por lo que termino calmándose a medio día, cuando sus alumnos tomaban un pequeño descanso y personas de la ciudad ocupaban la pista. Sonrió viendo a sus estudiantes, los cuales como máximo eran 15 durante su turno de la mañana, entre ellos, las trillizas hijas de su amiga y fanáticas de todo lo relacionado con el patinaje sobre hielo. Los veía sonrientes y felices de aprender aunque fuera solo lo básico, y eso le hacía sentir que no se había equivocado a la hora de retirarse del patinaje profesional y centrarse mejor en la enseñanza.
El entrenamiento solo duraba unas cuatro horas en el turno de la mañana y otras cuatro para el grupo de la tarde. Y por la noche, aprovechaba los beneficios que le brindaba su amiga de poder usar la pista a su antojo después del cierre, disfrutando de patinar a sus anchas y en ocasiones, terminaba ayudando a sus viejos amigos con el lugar. Su día terminaba cerca de las 10:00 pm, siendo la hora de su paseo nocturno por la ciudad en compañía de su fiel mascota al no tener mucha motivación de regresar a casa. Y justo antes de media noche era hora de regresar a casa, donde ayudaría a su familia con las últimas horas de servicio en la posada. Si, esa era su tranquila rutina del día a día.
Solo que en esta ocasión la sentía diferente. Olvido lo relacionado con el pequeño de igual nombre en la mañana, pero una vez salió del Ice Castle y pensó en que tendría que llegar a casa, el nerviosismo regreso a él. Intento alargar lo más posible el paseo con Vicchan pero incluso su pequeño guardián se sentía cansado por salir desde temprano y deslizarse por unas horas sobre el hielo. Sin energía y sin remedio, termino por llegar a su hogar, en donde ingreso como si fuera un fugitivo.
Con sigilo busco a su madre para pedirle un poco de comida, la disfrutaría en secreto en su habitación, en donde corría cero riesgos de encontrarse con aquel hombre que removía emociones y sentimientos indescifrables en su interior. No obstante, el destino tenía algo diferente preparado para él, ya que mientras buscaba a su progenitora, termino encontrándose con el pequeño ruso. Yuri al ver al hombre que le ofreció tan esplendido platillo, intento acercarse para agradecerle pero no le fue posible debido a que el contrario salió corriendo tras sonreírle. El rubio se quedó quieto en su lugar, parpadeando ante la velocidad del mayor e incomprendido por qué su actitud.
Yuuri ingreso a su cuarto agitado, recargándose en su puerta, sintiéndose mal por evitar al menor que seguro se dirigía a las aguas termales, pero no pudo evitarlo al pensar que Viktor estuviera cerca de ahí. Suspiro al tranquilizarse, haría todo lo posible por sobrevivir esa semana, porque creía recordar que fue el tiempo que le dijo su madre que estaría ahí.
Encendió la luz de su habitación, mirando a su alrededor, avergonzándose ante el tapizado que la adornaba, puro poster de su ídolo. No es como si su ídolo fuera a entrar a su habitación pero prefería tomar precauciones, no podía correr el riesgo de que por error Viktor o Yuri ingresaran ahí, y vieran aquel santuario. Con rapidez sobrehumana quito y guardo con sumo cuidado aquellos papeles con la imagen del patinador ruso.
Se tiro sobre su cama con un sentimiento de mayor tranquilidad, ahora solo quedaba evitar a aquella familia y que así nadie descubriera su pequeño secreto. Su familia era consciente y lo aceptaba pero él prefería solamente soñar con ese imposible y no ilusionarse de manera infantil solo por una casualidad.
― ¡Wao!
El ladrido de su amigo le hizo recodar su hambre y estaba seguro que Vicchan también la tenía. Con valentía inexistente, se levantó de su cama, saliendo de su habitación en dirección a la cocina.
― ¡Ah, allí estas! ―grito el pequeño Yuri, al ver nuevamente al pelinegro que caminaba silenciosamente.
Sonrió divertido al ver como el azabache dio un brinco por culpa del susto. Se iba acercar para pedirle que le dijera de otro plato rico japonés y preguntarle el porqué de su actitud, pero antes de poder hacerlo, el chico había salido huyendo nuevamente. Inflo sus mejillas. Su puchero lo hacía ver tierno pero él estaba enojado, ahora tenía que volver a buscar al cobarde y deshacerse de su padre, a quien en esta ocasión había dejado relajándose en las aguas termales… ¡Maldito katsudon! Solo le daba más trabajo... Oh, que buen apodo. Si, así lo llamaría para no confundirse con su propio nombre.
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Su padre rompió su dulce mundo al hablar justo en el momento en que terminaba de comer su nueva y segunda comida favorita, el tazón de cerdo. La primera eran los proshiki que solía prepararle su abuelo.
— ¿Qué quieres hacer hoy, Yuri?
El menor miro a su padre con cierto sentimiento de alegría a su padre, el cual había comenzado a sonreír un poco más y con verdadero sentimiento de alegría. Desde que habían llegado a aquella posada, Viktor se sentía más libre, mas ajeno a las responsabilidades que tenía en su país y a la imagen que debía mostrar en público. Ahí, en Yutopía no tenía que demostrar que era el padre, patinador y esposo perfecto, en esa cálida posada podía demostrar sus diferentes facetas con más personas además de su hijo amado. Y lo mejor, es que lo demás huéspedes así como las personas que laboraban ahí, lo aceptaban como tal.
Había pasado unos días realmente felices y era atendido por la familia dueña del lugar de manera sorprendente. Hiroko y su hija, por extraño que pareciera, conocían algunos de sus gustos y procuraban que se sintiera como en casa, algo que habían logrado desde al final del tercer día, incluso comenzaba a pensar alargar su estadía ahí.
— ¡Quiero patinar! —exclamo el niño, golpeando con las palmas de su mano la mesa— Llevamos 5 días sin hacer nada más que estar en las aguas termales y comer, me volveré loco si no patino
Las personas que había en el comedor observando al pequeño, contuvieron o al menos intentaron contener la risa que escapaba de sus labios por las exageraciones del menor. Se suponía que se iba a las aguas termales a relajarse, no para volverse locos.
— Pero no sé dónde hay una pista de patinaje aquí. —se excusó el padre con un puchero al ser regañado por su hijo.
Viktor no mentía al decir que desconocía tal información pero tampoco era como si hubiese hecho algo por investigar tal cosa, él estaba disfrutando muy bien de solo estar ahí.
— Si buscan una pista de patinaje, hay una cerca. ―a conversación se agregó Mari, quien se disponía a retirar los platos de la comida.
— ¿En serio? —cuestiono Viktor a la mujer con ánimo, no estaría mal patinar en verdad.
— ¡Vamos, viejo! —Al rubio le brillaron sus ojitos— ¡Quiero patinar!
— ¿El pequeño Yuri quiere aprender? —pregunto Hiroko con una sonrisa, acercándose con un postre extra.
Sus huéspedes no lo sabían, pero conocía un poco de sus gustos gracias a su segundo hijo. Su pequeño era fan y sentía gran admiración -y algo más- por Viktor Nikiforov, por lo que había leído muchas de las entrevistas que le hicieron al profesional, aprendiendo hasta el último detalle de él y contándoselo a ella para que pudieran brindarle la mejor de las atenciones durante su estadía en el lugar.
― ¡Ya se patinar! —aclaro el menor con el ceño fruncido.
Esa señora debería de aprender a diferenciar a la futura estrella del patinaje artístico, aquel que estaba destinado a destronar y superar a la máxima estrella del mundo del hielo, el cual era su padre, con varios campeonatos ganados en su bolsillo.
― En ese caso es mejor. El patinaje es un deporte muy hermoso y delicado. —aseguro Hiroko con una sonrisa maternal.
― ¡Es el mejor deporte, señora! —exclamo indignado el rubio.
― Lo sé, mi hijo ama ese deporte. —Comento Hiroko con alegría. — Él entrena a muchos niños. Incluso estuvo algunos años participando en competiciones nacionales, pero lo dejó hace un par de años atrás.
— ¿En serio? Ha de ser muy buen patinador. —comento de manera sincera el profesional.
— Lo es, tenía mucho futuro pero decidió dejarlo, ni siquiera quiso participar a nivel internacional. —Hiroko mostro una expresión afligida, aun lamentaba la decisión de su hijo.
— Es un cobarde —intervino el niño.
Había tenido aquel encuentro con el pelinegro en cuestión y su primera impresión de él había sido buena, después de todo, no era de ser amigable con cualquiera y lo había sido con el tal "Yuuri", pero desde aquel día, el maldito katsudon -apodo dado por él- se la pasaba huyendo cada vez que se encontraban y no sabía porque, comenzaba a molestarse. No creía haber hecho algo para que lo evitara, de hecho, había sido bueno, al menos eso creía.
— ¡Yuri! —le riño el mayor, su hijo no cambiaría ni por estar en un país extranjero.
— Bueno, es cierto que mi hijo no posee una gran confianza en sí mismo pero no fue por eso. —Aclaro la mujer— Él dijo que había llegado el momento de dejarlo. Nos sorprendió cuando después de ganar el campeonato de Japón hace dos años nos dijo que se retiraría, lo aceptamos pero aún creemos que es muy joven para haber pensado en eso.
— Si no mal recuerdo, creo que dijo que tenía 23, ¿cierto?
— Así es.
— En verdad es joven. —apoyo Viktor.
— Su padre y yo aún esperamos que encuentre una razón para volver a patinar antes de que la edad le impida hacerlo. —comento al aire y con gran pesar la madre del pelinegro.
—Bueno, creo que es hora de que vayamos a la pista Yuri. —con un aplauso despreocupado, Viktor rompió el ambiente creado por la mujer.
— ¡Por fin! —grito en respuesta el menor antes de correr a su habitación.
Los mayores rieron al verlo casi "volar" para ir a tomar sus patines y los de su padre, luego para bajar rápidamente al comedor, donde los adultos no se habían movido para nada, tomar la mano de su progenitor y jalarlo hasta la entrada para que ambos se pusieran los zapatos. Los adultos compartieron la felicidad del infante al verlo tan emocionado por la sola idea de ir a una pista de hielo.
— Espera Yuri. —pidió cuando fue soltado por el menor, quien ya se estaba amarrando las agujetas.
— ¡No! —alzo la voz, no le daría tiempo a su padre para retractarse.
Viktor abrió los ojos sorprendido por la rapidez en que fue rechazada su petición, suspirando segundos después y acariciar el cabello rubio de su hijo, quien lo miro interrogante y con el ceño fruncido, estaba más que dispuesto a llevar a su padre a la pista, así lo hiciera a arrastras.
— Deja primero averiguo como llegar.
— ¿Eh?
Con un sonrojo en su rostro, el niño vio a su padre pedir la información a la dueña de la posada, ambos riendo de que por la prisa, el infante no había ni pensado en como llegaría a su anhelado destino. Dio media vuelta, para que los contrarios no lo vieran. Una vez que la señora Hiroko les dio la dirección de la pista de patinaje y les pidiera de favor que le llevaran un obento a su hijo, el cual había olvidado en su prisa por salir de la posada más temprano como lo venía haciendo la última semana, caminaron hacia el famoso Ice Castle.
No tardaron mucho en llegar gracias a las sencillas indicaciones de la mujer y en el momento en que entraron, fueron recibidos por una mujer que no los miro por estar leyendo unos papeles.
— Bienvenidos. ¿Necesitan patines?
― Gracias y no, tenemos los nuestros
Yuko alejo su mirada del cuaderno de horarios para visualizar a sus clientes, quienes tenían un acento inusual en su voz. Sorprendiéndose al extremo de sonrojarse y tener un sangrado nasal al descubrir de quien se trataba a pesar de tener lentes para sol. Viktor mostro su faceta infantil al realizar un puchero cuando la chica grito su nombre, eufórica por toparse con una celebridad, él pensaba que aquel objeto lo ayudaría a pasar desapercibido.
El pequeño Yuri suspiro aliviado cuando vio que aquella joven estaba bien y cubría por si misma su nariz, se había asustado al verla sangrar de repente. Esa mujer estaba loca.
― Lo siento, no pensé ver de cerca al patinador, Viktor Nikiforov. ―explico la mujer emocionada y feliz.
― Jajá, no te preocupes. No eres la primera. ―rio sin reparo el profesional, cada vez disfrutaba un poco más de Japón. Había sido buena idea hacer aquel viaje.― Solo venimos a patinar, ¿podemos?
― Por supuesto, vamos pasen.
Siendo empujados por aquella mujer, padre e hijo ingresaron observando el gran lugar y sintiendo el frio recorrer su cuerpo. Se sentaron en una banca cercana y que Yuko les indico, ajustándose sus patines mientras ella regresaba a la recepción con gran euforia. Yuri sintió que regresaba a la vida al poner un pie de nuevo en la pista, hacía ocho días que no ponía un pie en el hielo debido a lo relacionado con el viaje. ¡Ocho días! los cuales le parecieron eternos.
Comenzó a dar unas vueltas después de estirarse un poco, solo daría unas vueltas alrededor por un rato. Había mucha gente como para intentar algo más. El bullicio hecho por algunos niños un poco más adelante llamo su atención, entrándose con un pelinegro rodeado de unos cuantos niños a los cuales les daba algunas indicaciones.
― ¿Quién será Yuuri?
― Es el de lentes en aquel grupo, acaban de decirte que es entrenador. ―respondió Yuri a su padre, el cual buscaba con la mirada a alguien que le recordara a la señora de la posada.
― ¿Eh?
El peli plateado fijo su mirada en aquel joven rodeado de niños, no creyendo que fuera quien su hijo decía que era. Aquel chico se veía demasiado tierno y gracias a la ropa un poco justa, podía ver su hermoso cuerpo. Inconscientemente se quedó absorto observando al pelinegro que reía abiertamente con sus alumnos, se veía tan lindo que Viktor pensó que debía ser un crimen. Era la primera vez que pensaba tan bien de alguien más que no fuera él y su pequeño hijo, ni siquiera de su esposa se sintió tan atraído a primera vista.
― ¡Hey, katsudon!
El grito de su pequeño dirigiéndose hacia el mayor, agitando la mano en el aire para llamar su atención. Viktor busco de manera desesperada un lugar donde ocultarse al ver cómo el contrario dirigía su mirada hacia ellos, era como una jovencita que se muere de vergüenza cuando obtiene por casualidad la atención del chico que le gusta. Al final, recobro la compostura y se mantuvo en su lugar, con una pose y actitud que irradiaba su absoluta confianza, aunque en este caso, solo era una pantalla para ocultar el nerviosismo.
Yuuri se encontraba muy entretenido explicando a sus alumnos los pasos básicos para realizar un Tae Loop. Con el tiempo y habiendo logrado evitar encontrarse con la familia de Rusia, se había relajado, bajando su guardia completamente. ¿Que podía salir mal? Cuando escucho el grito mencionando su platillo favorito, más nunca se esperó encontrar con el dúo al que evitaba, principalmente por el padre del chiquillo que se acercaba con velocidad hacia él. Trago saliva, no tenía a donde escapar estando a mitad de su clase.
― ¡Yo lo conozco! ―exclamo uno de sus alumnos― ¡Es Viktor Nikiforov, el mejor patinador ruso!
El pelinegro palideció, suficiente tenía con reconocerlo por sí mismo, el que alguien más lo nombrara solo lo hacía más real. Ante la noticia, los demás niños comenzaron a patinar hacia el peli-plateado que les sonreía al tener su atención.
― Hey, ¿por qué has huido de mí estos días? ―demando saber el rubio, quien ignorando a los demás que corrían hacia su padre, había llegado justo al lado del japonés.
― ¿Eh? Bueno… Yo no...
― Ni lo intentes. ―le advirtió cuando percibió la posible mentira.
Por alguna razón le dolía que aquel chico que se mostró al principio amable, después de saber su apellido se mostrara tan esquivo con él. Estaba molesto y curioso por el cambio, era la primera vez que le pasaba algo así. Por lo regular era lo contrario, cuando los demás sabían de quien era hijo, una posible amistad sincera se volvía por conveniencia; su padre era muy reconocido en Rusia por lo que todos buscaban ganarse su confianza y amistad.
Suspiro, no tenía otra opción que decir la verdad, aun cuando su interrogador era un niño de 8 años si no mal recordaba.
― Bueno, yo...
― ¡Ya dímelo! ― se exalto, no tenía gran paciencia de hecho.
― Tu padre me pone nervioso ―confeso, mirando como el patinador ruso empezaba a dar autógrafos a los niños y adultos que se habían acercado a él por curiosidad.
― ¿Te hizo algo? ―frunció su ceñito.
― ¡No, claro que no! ―se apresuró a aclarar, no quería crear malos entendidos sobre su ídolo― Es solo que… soy un gran fan… uno más. ―admitió con un gran sonrojo.
Yurio dirigió su mirada jade hacia su padre, quien estaba despidiéndose de las personas que lo rodearon en segundos. Ladeo la cabeza, incapaz de ver que veían los demás en un hombre como él, aceptaba que era un gran patinador, bueno, el mejor, pero como persona era demasiado infantil.
― Entiendo, aunque no sé qué le ven de bueno.
Yuuri miro incrédulo al más pequeño, incapaz de creer que era posible que el hijo del famoso Nikiforov no viera lo increíble de aquel alegre hombre. No sabiendo si era correcto decirle lo mejor de aquel hombre al que am... al que idolatraba, prefirieron centrarse en otra cuestión.
― ¿Qué hacen aquí?
― Quería patinar y nos dijeron que aquí estaba la pista. Además...―el pequeño rubio se deslizo por la pista hasta su padre, quitándole el almuerzo del japonés y luego regresar a su lado― Tu madre nos pidió entregarte esto, que lo habías olvidado.
― Ya veo… Perdón. ―sonrojado de la vergüenza tomo la comida, jurándose intervente no volver a olvidar algo, no quería que otra vez su madre mandara a alguien para llevárselo. Por aquel olvido termino arruinando su plan de evitar a los extranjeros. ― Lamento las molestias. Y gracias por traerme el almuerzo.
El pequeño sintió cierta felicidad cuando el mayor le sonrió en agradecimiento, ahí estaba el joven amable y alegre que conoció aquella mañana en que le sirvió aquel delicioso platillo. Sonriendo inconscientemente cuando el pelinegro le acaricio su cabellera con su mano, en un gesto que solo pudo percibir como algo maternal. Negó rápidamente, retomando su expresión de molestia tan rápido como la perdió, haciendo reír al joven Katsuki.
― Así que tú eres Yuuri.
La voz del ruso mayor hizo estremecer al japonés, observando con nerviosismo como se acercaba a ellos con una gran sonrisa. Había llegado el momento en que se conocieran e intercambiaran algunas palabras.
― Si… Ese soy yo. ―contesto sin verlo a los ojos, incapaz de hacerlo por el resplandor del mayor.
― Encantado de conocerte. ―sin motivo, hizo una reverencia.― Tu madre ha sido muy buena con nosotros.
―Ya veo… Me alegro… Jajaja... ― se inclinó de manera un poco exagerada repentinamente― Disculpe las molestias ocasionadas.
― Oh, no. ―se apresuró a aclarar― No tienes de que preocuparte. Fue un placer. Además de que Yuri quería venir a patinar un poco.
― Ya... ya veo. ―tartamudeo.
El menor veía con gran extrañeza el intercambio de palabras entre los adultos, su padre estaba siendo demasiado amistoso y galante con aquel chico por algún extraño motivo, justiciando todo lo sucedido. Mientras que el contrario se notaba incomodo debido a la vergüenza, agarrando su codo con la mano contraria. El trio se vio inmerso en un silencio, solo opacado por las voces del fondo de personas que querían acercarse al profesional pero no lo hacían por falta de valentía.
Yuri intercambio miradas entre los mayores, notando que detrás del Yuuri japonés, había tres niñas agarradas y ocultas tras sus piernas, con la mirada brillosas viendo a su padre.
― ¿Ellas son? ― señalo con su manita a las trillizas, quienes comenzaron a murmurar entre ellas.
― ¡Ah! Axel, Lutz, y Loop.
― Jajaja... ¡Es Viktor!
Las pequeñas se alejaron riendo y gritando que el famoso patinador ganador del Gran Prix estaba en su pista, hablando con su maestro, haciendo énfasis en los posesivos. Yuuri suspiro al orillas gritarles a sus padres, dudaba que se calmaran por el resto del día, tanto trabajo que le costó persuadirlas de no molestar las vacaciones de los rusos.
― ¿Tienen nombres de saltos?
― Jajaja... Son mis mejores estudiantes. ―explico con un sonrojo y mano detrás de su cabeza― Su madre es fanática del patinaje sobre hielo, por lo que terminaron teniendo esos nombres. Ni su padre y yo pudimos evitarlo.
― Katsudon, ¿qué enseñas? ―volvió a interrogar, más interesado en el trabajo del pelinegro.
― ¿Eh? ¡Ah! ¡Lo olvide!
El japonés levanto la mirada buscando a los niños a su cargo, quienes se despedían con un gesto de mano, una gran sonrisa y en la otra el autógrafo dado por Viktor. Los padres de los niños hacían una leve reverencia como agradecimiento mientras escuchaban los relatos de los pequeños. Suspiro, su primer curso había terminado, algunos de sus alumnos se quedarían a patinar mientras que otros se irían, pero él ya tendría su merecido descanso.
― Bueno… lo básico del patinaje artístico. ―contesto, deslizándose hacia el muro que rodeaba la pista― Si no saben patinar les enseño desde cero hasta poco a poco llegar a enseñarle algunos saltos básicos y fáciles para los niños.
― ¿Solo eso? ―pregunto incrédulo.
El pequeño rubio no podía creer que alguien que fue profesional hasta cierto punto, se conformara con enseñar a unos niños cosas que bien podrían aprender solos, o al menos él pensaba que se aprendía de ese modo. Ambos rusos siguieron al contrario hasta el muro.
― Sí, solo eso.
― Yuri, pareces muy interesado en Yuuri. ―dijo divertido el mayor, que ambos se llamaran igual era divertido.
― No me interesa alguien que no compite a nivel mundial. ―aseguro el pequeño, avergonzado por demostrar lo contrario ya que era verdad.
― Es verdad. El pequeño Yuri tiene razón. No soy alguien interesante. ―negó rápidamente el pelinegro.
― Pero que dices Yuuri. ―regaño una voz femenina, uniéndose a la conversación
Los tres chicos vieron justo a su lado, detrás de aquel muro a Yuko, la cual traía en mano cuatro vasos con limonada para sus invitados y Yuuri. Todos tomaron uno, siendo el cuarto de ella. Junto a la mujer venía el trio de niñas con una sonrisa y un vaso, más que claramente dispuestas a unirse a su conversación.
― ¡Yuk...!
― Es verdad Yuuri, eres muy bueno. ―agrego Lutz.
― Mamá no miente. ―Axel lo señalo
― Tenemos pruebas. ―afirmo Loop
Siendo interrumpido por los gritos de sus alumnas, las vieron ingresar nuevamente a la pista después de quitarle a su madre el celular.
― Miren. Una de las rutinas de Yuuri.
Se colocaron junto al más cercano a su estatura, el cual era Yuri, mostrándole los videos que grababan en secreto de su entrenador y que luego subían a su blog. A pesar de su corta edad, el trio era muy bueno con los aspectos tecnológicos.
― Esperen.
El vano intento de Yuuri por impedir que mostraran su faceta más vergonzosa se vio interrumpido por su amiga de infancia, la cual le abrazo y cubrió su boca con la mano. Hacía tiempo que era consciente que las hermanas lo grababan a escondidas -pero no sabía que lo subían a la red- sin embargo no le tomaba importancia ya que pensaba que era para su colección privada, mientras no los mostraran las dejaba hacer lo que quisieran, pero en este caso era diferente. Moriría a causa de la vergüenza si su ídolo veía aquel video.
Aunque se moría de ganas por ver lo que le mostraban a su hijo que no despegaba sus ojos de la pantalla y que provocaba que el japonés peleara por soltarse de los brazos de aquella chica como si su vida dependiera de ser liberado, Viktor prefirió abstenerse de moverse, disfrutando de la escena de las personas del país que lo recibía. Más tarde y con la libertad de admirar adecuadamente en su habitación, buscaría algún video del joven que lo había atraído en cuanto lo conoció.
― ¿Ves que no mentimos? ―pregunto Loop una vez el video termino.
― Tenemos uno de los mejores entrenadores de todo Japón. ―aseguro Axel.
― Es solo que no es muy valiente. ―se lamentó Lutz.
Lo dicho por su última alumna llego como flecha al pecho del pelinegro, provocándole un fuerte golpe emocional y que dejara de pelear por librarse. Sabía su defecto pero que se lo dijeran dolía más. El pequeño Yuri parpadeo un par de veces, mirando después al chico en cuestión, siendo sincero no podía creer que aquel patinador que imitaba la mejor y ultima rutina de su padre en el Grand Prix en el video que le mostraron, fuera la misma persona que estaba frente a él. Pero aun así, no podía negar que aquello fue esplendido.
― Se mi entrenador, katsudon. ―ordeno señalándolo.
Todos los adultos abrieron los ojos por la sorpresa por tan extraña y repentina petición, siendo Yuuri el primero en salir del shock.
― ¡¿Qué?! ¡Imposible! ―se negó rápidamente.
― ¿Porque? ―pregunto el rubio negándose a aceptar un rechazo.― Te lo ordeno.
― ¡Es imposible!
― Sé que mi hijo no es la dulzura el mundo… ¡Auch! ―se quejó Viktor por el golpe que le dio su hijo. ― Pero mi Yuri es buen patinador. Seguramente aprenderá mucho de un patinador como tú.
El peli plateado también se había sorprendido por la petición de su retoño pero no le parecía tan mala idea, podría matar dos pájaros de un tiro. El día anterior había meditado la posibilidad de buscar un departamento en aquella ciudad, pero le preocupaba lo que diría su hijo, que Yuuri se volviera su entrenador le beneficiaba para convencer a su vástago de quedarse en Japón, así como también le brindaría la oportunidad de convivir más de cerca con el pelinegro. Además de que si el infante había mostrado gran interés en el entrenador, significaba que era tan bueno como lo aseguraban aquellas chicas.
― No dudo que Yuri sea buen patinador y bueno aprendiendo...―rápidamente Yuuri aclaro ese punto, no queriendo que Viktor malinterpretara su rechazo― ¿Pero que le puede enseñar alguien como yo que no ha participado en algo mayor que las nacionales de su país? Es mejor que aprenda con alguien como usted; su padre y un gran patinador ganador de un torneo de nivel internacional.
― Tú también eres bueno, katsudon. El video no miente. ―interrumpió Yuri, decidido a obtener lo que quería. Si deseaba ganarle a su padre en el futuro, primero debía de aprender de los mejores patinadores que tuviera a su alcance.― Además, tu madre nos enseñó tus medallas.
Informo con superioridad, ahora desechando su pensamiento de que aquellos trofeos y medallas en la sala de la posada, y que le fueron presumidas por la amable mujer cuando se iban ese día, no habían sido medallas de chocolate. Yuuri tenía el don para haberlas obtenido por cuenta propia.
― ¡¿Qué?! ―palideció, era cierto que a su madre le gustaba presumir de ello pero… ¿en frente de su ídolo?― No puede ser...―murmuro con pesar.
― Entonces dejo a Yuri en tus manos.
El pelinegro levanto la mirada al oír al ruso mayor, quien le sonreía con verdadero sentimiento de felicidad, no tenía el valor para negarse pero tampoco quería aceptar. Los demás interpretaron su silencio como una aceptación silenciosa, por lo que comenzaron a festejar. El pequeño Yuri sonrió victorioso, se había salido con la suya nuevamente.
Yukihana: Bueno, yo sé que debería de estar haciendo otras cosas, pero en mi defensa, esta historia no me dejaba avanzar… solo será capítulos, espero les guste y disculpen cualquier OoC, es la primera vez que hago historia de esta pareja, pero es que me enamore de ellos… en fin, tómenla como una compensación por la larga ausencia, GOMENASAI! O bien puede tomarla como un regalo de los reyes magos… ¬¬ soy de México, y amo mi tradición… Jajaja… Comentarios -así sean para reclamarme- son bienvenidos… como bonus, ya trabajo en los capítulos de mis demás historias… un paso a la vez…
Nos vemos~
Bye~ Bye~
