Disclaimer: YOI no es de mi pertenencia, si no hubiera habido un par de detalles extras. Todo pertenece al don Kubo, pero el fic es de mi completa autoría.
ADVERTENCIA: este fic es la continuación de mi primer one-shot en este Fandom "Primeros indicios". Si quieren estar bien enteradas/os de cómo es la relación de Yurio y Mila, para entender mejor el fic o qué sé yo, les invito a que lo lean primero. Si no bueno, supongo que igual podría entenderse sabiendo que ellos ya tenían una relación de antemano. :v
La navidad en Rusia se celebra trece días después según el calendario gregoriano, por lo que acá estamos hablando de que pasa el 7 de enero. El seis vendría a ser noche buena, donde se reúnen y hacen fiestas en espera de la media noche. Tienen varias costumbres que son mencionadas de forma parcial acá, ya que no son muy indispensables.
Sin más…
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Navidades rusas
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Cuatro días antes
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—¡Yurio, camina más rápido o te quedarás atrás! —Víktor vociferaba, utilizando las manos como altavoces. El muchacho, varios pasos detrás de él y alejado del grupo, suspiró con molestia, pero no aceleró.
Cuando estuvo junto a los otros cuatro, Mila le tomó por un brazo y Georgi del otro.
—¡¿Qué creen que hacen?!
—¡No te vas a escapar, mocoso! —chilló Georgi, comenzando a avanzar a la par de la muchacha y ambos a tirar de él.
Víktor y Yuuri se notaron divertidos.
—¡Suéltenme, puedo caminar solo!
—¡No seas infantil, gatito! Deja de quejarte y acompáñanos sin retrasos —Mila aprovechó para rodearlo con su brazo y atraerlo a ella, sin que el otro le soltara todavía. El menor la miró con cautela y distancia, como alerta. Ella sonrió, ocultando toda la malicia junta.
Las calles estaban repletas de una nevada ligera y el frío se hacía sentir con fuerza a esa altura del año. Era una suerte que las tormentas de nieve hubiesen sido más temprano, si no habría sido una reunión navideña al estilo ruso mucho menos alegre para el japonés, nuevo en aquellas tierras.
Faltaban cuatro días para el seis de enero, su abuelo le había enseñado y acostumbrado desde joven a mantener el ayuno de adviento a partir del veintiocho de noviembre, por lo que llevaba la dieta desde entonces, al igual que sus compañeros. El seis de enero debería aguantarse el hambre todo el día hasta la noche y era quizá lo único que no le gustaba tanto, aunque la costumbre ya era así y bien sabía cómo ignorarlo.
Sería interesante ver a Yuuri tratando de no comer nada hasta que se fuera el sol, como dictaba la regla. A ver cuánto duraba.
Lo que sí era perfectamente hermoso, era la decoración de toda la ciudad. Las luces de colores iluminaban los árboles, las casas y las tiendas. Las pistas de patinaje públicas eran todo un espectáculo para los niños y los enamorados.
Ellos iban de camino al centro comercial, ya que querían hacer las compras necesarias. Por esas fechas era mejor aprovechar los días donde no se levantaban tapados de nieve, por más que faltasen cuatro días para la celebración.
—¡Vaya, Yuri! Cada vez estás más pesado.
—¡BÁJAME, vieja bruja! —bramó. La pelirroja lo habría querido levantar como un saco de papas sobre su hombro y comenzado a caminar, justo detrás de los otros tres que iban cuchicheando como mujeres viejas y chismosas, pero solo logró levantarlo apenas del suelo y el forcejeo del chico logró que lo bajara, pero lo mantuviera aprisionado.
Yurio ya era un poco más alto que ella, aunque siguiese siendo bastante inmaduro y explosivo. Estaba a tres meses de cumplir diecisiete años…
—¿Dejarás de demorar al prójimo?
El muchacho gruñó. —¡Está bien!
Uno de sus brazos fue sujeto por su compañera y acabó caminando con ella a su lado. Estaban bastante cerca de donde iban cuando volteó a verla, de reojo, con cuidado de que no fuera a ser descubierto. Las luces de colores bailaban sobre la piel, el pelo y la ropa de la chica, le dibujaban distintos patrones y enmarcaban el azul de sus ojos.
Iba a pasar aquellas fiestas de forma diferente a la usual, no solo con su abuelo, ni entre imágenes del distante pasado como acostumbraba hasta entonces. Comenzó a pensar en ello a raíz de notar mejor y bien la idea de no estar tan solos esa vez, que estaba en parte a gusto con la idea de cambiar ese aire siempre aplacado.
El último mes simplemente había estado sintiendo ese desaire, ese desánimo denso que se apoderaba de su pecho y provocaba más densidad de la usual en dirección a todo. Y pensaba en todo eso, con los hombros cayendo hacia abajo, mientras observaba a la chica allí…
Desvió la vista en otra dirección, atrapado por un nudo de incomodidad formándose en su interior. Ella fue la primera en darse cuenta de que algo lo estaba ajetreando, algo diferente a los años anteriores. Por ende, también fue la primera en saber más concretamente qué era lo que le pasaba.
—Oye, ¿estás bien? —Mila se desenvolvió de su brazo y lo abrazó, comenzando a frotarle con cariño el del otro lado.
Fue como si toda la pesadumbre se fuera repentinamente, por el calor de la caricia y por la preocupación pintada en las palabras ajenas. Pensó en los días anteriores, donde se sentó a su lado mientras se preparaban para salir a entrenar y después para irse a casa. No era extraño tenerla cerca, tener además los acercamientos que se daban solo entre ellos, pero sí le resultaba raro el tener a alguien detrás, preguntándole si estaba bien y el qué, cuánto, dónde y por qué.
—Sí, estoy bien —respondió escueto, con el ceño recto y una mueca en sus labios. Mila sonrió con algo de pena, llevando después la mano que no lo rodeaba a sus mejillas. Caminaban lento otra vez, más ahora que ella se estiraba por delante de él. Los guantes impidieron que le tocara directamente la piel, pero la caricia fue aceptada sin darle una sola mirada y con un ligero rubor, que aumentó el que el chico ya tenía gracias al frío.
Mila le gustaba. Era hermosa, era cálida (aunque fue molesta y constantemente acosadora sobre él al principio), pero en el último tiempo, además de serle solo atractiva y de despertarle las traicioneras hormonas adolescentes, ella le resultaba más compañera, más cómoda, más cercana en muchos ámbitos lejos del aspecto físico.
Si bien siempre supo que algo más que solo su carácter impulsivo lo instaba a tenerla cerca (y pese a serle supuestamente "molesta"), el saberse enterado de que la chica era realmente importante para él le acababa de abrir un agujero nervioso en su cabeza y en su pecho. En ese mismo momento, mientras caminaban con lentitud.
Allí mismo: donde latía con ganas cada vez que la tenía cerca, de nervios y ansiedad cuando estaba bien, igual que de calma y contentura desde que algunos fantasmas borrosos empezaron a seguirlo.
Y sentir todo aquello junto, principalmente saber qué era lo que estaba significando, fue como un baldazo de agua helada.
—¡Ya deja! —exclamó, tratando de apartar la cara de las manos femeninas.
Oh, sí. Ahora estaba más incómodo.
—Eres tan lindo y tierno, gatito —Lo abrazó con ganas por atrás, mientras seguían caminando detrás de los otros, que bien los ignoraban y ahora parecían discutir entre los más altos, por sobre la cabeza de Yuuri, y hacían parecer al japonés más pequeño. Se dio cuenta de que los pasos de Yurio nuevamente iban más lento—. Anda, no te pares tanto.
Asintió, girando a verla con una expresión de pocos amigos. —Si me sueltas quizá pueda caminar mejor, vieja.
Pero no debía preocuparse mucho, ¿o sí? Tenía dieciséis años y todavía le quedaba para saberse enteramente correspondido o para continuar a su lado como de costumbre. Sin apuros, como amigos que se permiten cercanías no tan amistosas…
La chica aprovechó la posición para subir las manos a su rostro y pellizcarle las mejillas.
—No le digas vieja a una chica de diecinueve años —Le estiró y aplastó la cara, escuchándolo maldecir y retorcerse, agarrando sus manos para que lo suelte y demás, hasta que se acercó a su oreja sonriendo, teniendo que hacer un poco de puntitas con los pies—. Además, yo sé que adoras tenerme cerca.
Yurio giró la cara a mirarla, descubriéndola horrorosamente cerca; su piel pálida, colorada apenas en las mejillas y nariz por el frío.
Se tornó del mismo rojo de las cerezas ante la imagen. Mila no pudo sino contentarse, no pudiendo evitar sonreír divertida y dejar salir una risita.
Atravesaron entonces las puertas del centro comercial. Casi no se habían percatado de ello hasta que las mismas hicieron el sonido de apertura. El muchacho se soltó de ella y siguió a los otros tres, entre maldiciones y murmullos que seguro no le decían ni una cosa bonita.
La dejó pensando en cómo maduraba con el pasar de los días. Ese último año la había alcanzado y superado en altura (lo que ciertamente le llenaba de orgullo y en algún momento, cuando eso se hizo ver, no dejó de recalcárselo), y también lo notaba teniendo ciertos pesares en ciertas cosas, en las que quizá no lo vio reparar antes.
El día que llegó a la pista y lo rodeó con sus brazos para molestar y él no hizo nada para echarla, o simplemente se desligó en silencio y se fue, casi se le rompió el corazón. No por su rechazo, si no por percatarse en seguida de qué podía estar pasándole. Al cabo de tres días sin hacer más que idioteces sobre la pista, lo pescó frustrado y preparándose para irse. Y no se le acercó como acosadora ni a tomarlo como broma.
Se acercó con cautela y dejó que Yurio la vea primero con molestia, después consternado y que optara por responder por sí mismo. Se sorprendió y sintió gustosa de ver el nivel de confianza que el chico le tenía. También se acordó de cómo le acarició el pelo, pausada y con calma, sin ánimos de alterarlo más. Sabía solo un poco más que los otros sobre la vida personal de Plisetsky, pero entendía lo que significaban las cosas pasadas a esa altura de la vida.
Ahora que lo pensaba, estuvieron muy cercanos de aquella forma en el último mes. Se estaban volviendo muy cercanos a puntos internos y claves. Ya no sabía cómo podía ser su día a día sin saber que él estaba ahí, que estaba bien y seguía como siempre.
Sacudió su cabeza, sonriendo con un levísimo tinte en las mejillas.
—¿Mila? ¡Hola!
La chica giró en ambas direcciones, después hacia atrás, encontrándose con una cara conocida.
—¡Sergey! —chilló ella, corriendo a sus brazos y saltándole encima. El aludido la rodeó y la hizo girar una vez, provocándole unas risas divertidas—. ¡Llevo un año sin verte! ¿Cómo has estado? ¿De dónde vienes?
—¡Sí! ¡Ha pasado mucho! Yo estoy bien, de hecho. Estuve en Ucrania con la familia de mi madre, sabes que mis abuelos han estado muy enfermos, pero ¡oye! ¿Has visto lo hermosa que estás?
Era un muchacho alto, sacándole una cabeza y un poco más a la muchacha. Tenía la espalda y los hombros anchos (era enorme), los ojos claros y el pelo castaño oscuro. Sonreía encantador.
Sí, encantador…
—Perdimos a alguien coqueteando en el camino —Georgi se burló, siendo el primero en salir del mutismo que profesaron los cuatro, ante la escena dada por la única mujer del grupo.
Yuuri se encogió de hombros entonces y preguntó dónde ir para comprar regalos, a lo que el extravagante patinador se lo llevó de la escena. Dejando a Yurio y a Víktor a que la "esperaran". El último mencionado dirigió los ojos a su joven compañero.
Oh, vaya que disfrutó aquello.
Las veces que Yurio mostraba esa expresión era cuando alguien lograba verse mejor que él, cuando sentía que perdía y que debía demostrar que era lo mejor de lo mejor. Obvio no estaba acostumbrado a perder en nada. Esas veces donde si por casualidad tenía algo en las manos, éstas pasaban a mejor vida y que ya celulares, cubiertos, tazas, platos y a saber qué más había logrado ver ese temperamento.
Le palmeó la espalda, tratando de calmarlo. Tampoco es como que fuera bueno verlo así en ese lugar.
—Debe ser un amigo —Intentó aligerar.
Lo escuchó gruñir, arrugando más su expresión y cerrando la boca para no mostrar sus dientes, apretando mientras tanto los puños. Nikiforov admiró aquello.
Él sabía mejor que nadie que Mila sentía algo por aquel mocoso, de los acosos iniciales y demás, que tenían entre ambos algo, diferente a lo tradicional y al mismo tiempo normal, pero algo en cualquier caso. La cuestión era que quizá hubiera esperado una reacción así por parte de la chica, pero ya verla en el muchacho…
En especial tan notoria y explosiva. Habría jurado que todo lo que pasaba entre ambos no era cosa que el joven Plisetsky tomara del todo en serio. No le había molestado antes nada que no tuviera que ver con lo que era propio de él que, hasta entonces, fue solo su carrera de patinador.
El nivel de posesividad que resaltaban sus ojos, el de rabia, el de… celos (porque lo eran tan a fondo que hasta él mismo se sentiría intimidado) era algo increíble. El muchacho entendía del peligro de ver a alguien tan cerca de lo suyo, aunque fuera la primera vez que lo veía en dirección a una persona y no a su carrera.
Víktor se sintió repentinamente nostálgico, lo había visto llegar pequeño, flaquito y malhablado, desinteresado de chicas y lo que no tuviera que ver con el hielo. Ahora seguía malhablado y delgado, pero dejaba la pequeñez, ya no estaba tan escuálido y se le había despertado lo territorial.
Cómo crecían. Lo habría abrazado con lágrimas de orgullo en sus ojos si no supiera que recibiría un golpe.
—Vamos, Yurio. Entremos a la tienda, ella ya vendrá —Lo palmeó con más ganas, en el hombro, queriendo que despegara la mirada asesina del individuo que charlaba amistoso y ruidoso con la pelirroja.
—Maldita sea —dijo entre dientes, volteándose y quitando de un golpe la mano del mayor. Se dirigió a donde parecía haber entrado Yuuri con Georgi—. Vieja bruja. Idiota. Maldito estúpido —gruñía, mientras caminaba tras los demás por los pasillos y prestaba cero atención a todo lo que veía.
El de cabellos plateados volvió a dejar al japonés para hacerle compañía.
—¡Qué hermosos accesorios! ¿Crees que Yakov y Lilia necesiten bufandas, pañuelos o sombreros? —Trató de charlarle.
El menor bufó, dándole una mirada a lo que tenía a su lado en un intento por despejar su mente. Infaltables en Rusia los escaparates con aquellas cosas. Observó detenido un par de guantes negros para mujer. Recordó a Mila y miró hacia la entrada de la tienda, sin verla aparecer y recordándole que estaba con el extraño de manos largas.
Oh, sí. No le gustó para nada ver que le rodeaba la cintura y la abrazaba contra su cuerpo. Eso era algo que solo podía, quería y debía de hacer él y nadie más. La molestia y la rabia eran peor que estar frustrado por un mal giro o un salto que resultase en una caída de trasero en el hielo. Quería romper algo o matar a alguien, y mejor si era lo segundo.
—¡Yurio!
—¡¿Qué quieres?! —escupió.
—¡Lo siento! —Estúpido tazón de cerdo. ¿No veía que estaba con los instintos asesinos a punto?—. Pero ya nos vamos.
El rubio volvió a mirar las cosas que tenía al lado, sujetó lo que pensó para su abuelo, coreógrafa y entrenador en menos de dos segundos. Se detuvo en los guantes. Tenía la idea de comprarle algo, pero aunque fuera infantil su actual pensamiento, ya no quería hacerlo. Estaba enfurruñado.
—¿No crees que éstos son lindos? —Siguió las manos de Yuuri, que señalaban unas muñequeras de apariencia deportiva. Le brillaron los ojos, dándole la razón a Katsuki, cuando vio una negra y blanca, con la silueta de un tigre de diseño. La tomó sin pensarlo, topándose detrás de ésta una igual pero, en vez de blanco, el color era rojo.
Gruñó otra vez. Hacía mucho ese gesto de molestia cuando se trataba de Mila.
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—Es Sergey, un buen amigo de la familia —presentó a los otros, todos estrecharon manos, y el menor lo hizo a regañadientes.
—Es un gusto conocerlos a todos —El muchacho parecía agradable—. ¿Eres Yuri Plisetsky? ¡Ganaste el Gran Prix cuando tenías quince años! Mila me habló mucho de ti —Fue hasta él y le puso una mano sobre la cabeza, omitiendo como si nada la expresión mortífera que tenía el rubio en su cara.
Que lo adorase si quería, pero igual no iba a caerle bien.
—Eres todo un niño aún.
… y más si la seguía arruinando así.
Georgi y Víktor le detuvieron los brazos, que se le iban a pegarle al recién aparecido, de la forma más casual que pudieron. Sergey lo ignoró, volviendo a pararse junto a la chica para seguir charlando.
Yurio pensó, en ese momento, que el día resultó ser asqueroso y que quería irse a dormir, con su gato haciéndole compañía. Y al parecer, otra vez y por ser quien más lo tenía en observación, Nikiforov llegó al rescate.
—¿Por qué no nos vamos ya? Yurio, puedes venir con nosotros —El hombre le guiñó un ojo, en lo que tomaba del brazo a Yuuri y éste le sonreía al menor.
—Yo igual me voy, he gastado mucho dinero por hoy —declaró Georgi, con los brazos cargados de bolsas.
Yurio no dijo nada, ni volteó a ver a su compañera. Se acercó a la pareja de patinadores y se fue tras ellos con las manos en los bolsillos y una cara de perro. Mila lo observó partir, con una mueca de duda y cierta decepción por no recibir ni siquiera un saludo de despedida.
—Tienes un grupo especial de amigos —comentó Sergey, ella lo miró, asintiendo con una sonrisa.
—Son especiales, definitivamente.
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Continuará...
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¡Buenas!
Acá les traigo yo un mini-fic, que tendrá como tres o cuatro capítulos (todavía no sé aunque ya los tenga más o menos hechos XD).
Algunas personas me pidieron que continuara escribiendo de este par y, como me gustan mucho, la inspiración no me dejó vivir hasta que solté todas las ideas que me fueron cayendo encima.
Los capítulo serían los más largos, el capítulo 2 uno de los más cortos y el 4 será el más corto, prácticamente un drabble, salvo que lo junte al capítulo 3 y éste se vuelva aún más extenso (la locura que me pinte hacer primero xD). El quinto o cuarto capítulo sería la noche de navidad, que más bien estaría quedando intermedio entre los largos y los cortos…
Aproveché que allá la navidad y las fiestas se están celebrando justo ahora y bueno, saqué un tema para la época. XD
Yurio y Mila se merecen su espacio en el Fandom, al igual que todos los shipps que una tenga el gusto de apreciar.
Espero que les haya gustado. Iré actualizando más o menos una vez cada tres o cuatro días o cada que me acuerde. :'v
¡Dejen sus reviews para continuar!
Cuídense mucho.
Ciao!
