Buenas! Sé que ha pasado mucho tiempo, pero aquí regreso con un nuevo fic :)
Esta historia será un poco diferente al resto, será más dramática y los capítulos no serán muy largos (Lo siento). En ella Regina será una importante empresaria sin escrúpulos dispuesta a hacer todo para llevar acabo su venganza. Y Emma será una simple cuidadora que se verá envuelta en dicha venganza por culpa del destino. Pero ambas tendrán algo el común, el dolor y la necesidad de superar sus propios problemas.
Espero que os guste.
Descargo responsabilidad: Ninguno de los personajes que aparecen me pertenecen.
CAPÍTULO 1: UN COÑAC, UN CORAZÓN, Y UNA DECISIÓN INESPERADA
"Llega un momento en que tus demonios te piden un infierno más grande" (Nietzche)
Era su segundo coñac de Louis XIII de Remy Martin o, quizá, su tercero. Ella ya no lo recordaba bien aquel día, lo único que ella quería era que aquel sentimiento de vacío desapareciera, que se llenase de aquel líquido.
- Gastare todo mi dinero si es necesario – Dijo sin volverse. Su mirada estaba perdida en los cientos de edificios que se observaba en el horizonte desde aquel rascacielos. Hoy el día estaba gris, empañando el cristal de una melancolía rota.
- Pero señorita Mills… – Pronunció su asistente.
- ¿No me ha oído?... – Regina se volvió, no para hablar con su empleado sino para aproximarse a un gran espejo que había cerca de su mesa. Se miró en él como cada mañana. Hoy sus ojos eran sombríos, y poco quedaba de la sonrisa que solía llevar en su juventud, incluso de meses atrás. Sus gestos se habían vuelto más severos. Hasta su pelo moreno había adquirido un tono más oscuro. Cerró sus ojos por un segundo, imperceptible para nadie. Y volvió a beber. Le encantaba el sabor que quedaba cuando la bebida quemaba su garganta. - O ¿tengo que ser más clara?
Nadie de los presentes quiso hablar ni moverse. Regina Mills trasmitía miedo. Su forma de hablar, su forma de comportarse e incluso su forma de andar hacían que todo el mundo desease desaparecer en ese preciso momento. Ser insignificantes para ella. Y más en días como el presente, donde su furia carecía de cadenas.
- Quiero saber quién es… Quiero encontrar a esa persona… Y repito, me da igual lo que tarde o lo que me cueste… Lo quiero.
De nuevo el silencio agotó cada segundo de la sala.
- Déjanos un segundo a solas Sydney – Ordenó Maléfica. El ayudante así lo hizo. No rechistó. Hoy no era el día de mostrar su devoción, ni mucho menos su oposición. Hoy cualquier orden tenía que ser cumplida, y en menos de un segundo se encontraba fuera del despacho. - ¿No crees que te estas obsesionando?
- Ella no debió firmar ese papel… ¿No lo entiendes? – Regina golpeó el vaso contra su mesa al dejarlo. Luego, con el mismo ímpetu, apoyó sus manos sobre ella, y clavó sus pupilas desafiantes en los ojos de su mejor amiga.
- Pero lo hizo, y fue su última voluntad… Y debes aceptarla y respetarla – Maléfica se levantó de aquel sofá de cuero. Había permanecido sentada, expectante, mirando cómo cada acto de Regina desbordaba auténtica ira, cómo sus palabras salían envenenadas. Sin embargo, todo tenía su límite. Y ella no podía más. No podía ver cómo a su amiga le dominaba una desértica venganza. Por este motivo, era hora de hablar y de poner la razón en la mesa.
- ¡No debió!
Aquellas últimas palabras rebotaron contra las cuatro paredes del despacho. Sin embargo, Maléfica no respondió. Simplemente se quedó observando. Conocía bien a su amiga. Era una mujer fría como las profundidades de un abismo, insensible como las promesas que desangran con facilidad, cruel como los tornados que dejan un aspecto desolado a su paso. Pero sobretodo, era una mujer con poder y con dinero. Siempre fue así, desde que la conoció hace casi veinte años. Nunca se preocupaba por nadie, incluso en la debilidad podía ser inhumana. Esto era un hecho hasta que llegó ella, Kath. Una mujer que hizo que el mundo de Regina se tambalease. Le hizo mejor persona, le hizo apreciar lo que tenía, y lo que podía conseguir con solo una sonrisa. Su amiga fue cambiando poco a poco. Empezó a ser más amable, y sus ojos comenzaron a brillar, era algo parecido a la felicidad. Sin embargo, un siete de enero todo esto cambió, Kath tuvo un accidente de tráfico y murió. El problema para cualquier persona hubiera sido su pérdida, el lívido paso de tu esencia marchitada. Pero para Regina no. Regina solo se había centrado en encontrar a la persona a la que habían trasplantado el corazón de Kath, olvidándose de sentir dolor.
- Ella tenía un gran corazón, y tuvo que de mostrarlo hasta el final Regina… Simplemente déjalo.
- No – Su obsesión había pasado fines insospechados. La gran empresaria no se iba a rendir. A cualquier costa daría con esa persona.
- ¿Y qué harás? Dime ¿qué harás cuando sepas su nombre?
Regina se incorporó y se puso delante de su amiga. El vacío que sentía se apoderó de ella como una higuera estranguladora se apodera de un árbol huésped. Era un ahogo permanente en el tiempo solo para ella, ya estuviera rodeada de gente o en la soledad de su rutina. No obstante, invisible para los demás. Le habían enseñado durante tanto tiempo a no sentir, que esta emoción se había consumido en la necesidad de ocultarse. Con sus ojos arrasados y su semblante bañado en frialdad, marcó sus propios latidos. Todos sus sentimientos se enterraron en la escarcha de la hipocresía para seguir aquella conversación y las que seguirían. Esto le ayudaría a conseguir su objetivo de venganza. Sí, porque eso es lo que quería. Quería vengarse de esa persona que llevaba el corazón de su mujer. Esa persona que, para ella, le había quitado algo que le pertenecía. Simplemente, era suyo.
- Acabaré con esa persona – Dijo la morena sin pestañear. Conscientemente quería destruir todo lo bueno que había en su vida - Haré que le despidan. Le haré infeliz. Hare que sus días sean sombríos... Me vengaré.
- La venganza no lleva a ningún lado – Maléfica agarró con fuerza el brazo de su amiga – Y ella no te ha hecho nada.
La morena dio un paso más invadiendo el espacio personal de su amiga. Jamás en la vida había deseado provocar tanto sufrimiento a alguien como lo ansiaba ahora.
Silencio.
Para Regina, ir en contra de las personas, a veces le provocaba una sensación de alivio, pero también le provocaba miedo de sí misma y de hallarse de nuevo perdida en un mar de maldad. Una pura dicotomía en su vida. Pero esto era diferente. Otras veces tan solo era un juego de poder. Sin embargo, en esta ocasión reinaban otros motivos inexplicables. Suspiró internamente. Si su mujer hubiera sabido que ella ocultaba sus demonios para poder dormir, no estaría en esta situación, ella nunca le hubiera querido. No obstante no fue así, rozando la imprudencia del amor, y ocultando este hecho.
- Sí, vivir – Aquellas palabras fueron escupidas con rabia, con un dolor insospechado, y con el arrebato de alguien que se aferraba a la lucha constante por hacer que cada segundo tuviese de nuevo sentido.
Regina se dio la vuelta en un movimiento brusco, arrancando de su brazo los dedos de Maléfica, que no pudo hacer nada. Simplemente estaba evaluando cómo su amiga se destruía, cómo la poca humanidad que había adquirido en los últimos años se esfumaba entre el viento. Ella tenía bien presente que Kath le hizo mejor persona a su amiga, pero también le hizo débil, y tenía que enterrar esto. Debía acabar con todo lo que le recordase a ella. No le importaba quién llevase el corazón, lo que quería era eliminar cualquier rastro de su mujer y de lo que significaba. Pensó por un segundo en la persona que habían conseguido el corazón de Kath, y exhaló. Aquella pobre persona no tenía ni idea de lo que la empresaria era capaz de hacer. Imploró para sus adentros que no diesen con ella. Y si eso pasaba, volvió a implorar que aquella persona fuese mala, que se mereciese todo por lo que iba a pasar. Pese a todo, la suerte estaba echada, y poco se podía hacer. Era imposible detener a Regina Mills.
- Debo irme – La amiga de la empresaria necesitaba cavilar, perderse en la búsqueda de encontrar una solución, una ayuda. Y ahora mismo, no pintaba nada allí.
- Nos vemos – Regina se despidió volviendo a su lugar preferido, a aquella ventana de tres metros que le permitían observar el mundo sin ser vista. Aunque antes de esto, pasó por su mesa y volvió a coger el vaso de coñac.
La sociedad parecía tan ajena a ella. La vida parecía una película sin sentido, en donde unos malos productores administraban sin saber, carbonizando todo a sus órdenes.
La imagen de Kath sobrevoló por su mente. Cerró los ojos. Si tan siquiera pudiera traerla un segundo para decirla que había roto su vida. Si tan siquiera pudiera gritarle que no se debió marchar así. Si tan siquiera pudiera decirle un último adiós, aquel sufrimiento pasaría. Abrió los ojos. Una gota de lluvia se estampó contra el cristal. Era la primera de muchas más.
¿Cómo se puede soplar unas alas rotas para que logren volar?
Bebió un trago advirtiendo como la imagen de Kath desaparecía. Notando que las cosas no siempre eran lo que parecía. A diferencia de lo que muchas personas podrían pensar, ella no bebía para olvidar, ella bebía para recordar quién era, quemando así su parte más racional. Esa parte que le dictaba a controlar todo en todo momento. Esa parte que luchaba por ser perfecta, porque ella no lo era. Porque no todos los sueños se hacen realidad, no todas las conversaciones deberían permanecer en la memoria, no todos los besos eran fáciles de sustituir, y no todas las personas eran alcanzables. Ella bebía.
Cerró los ojos de nuevo con la imagen de la lluvia caer frente a ella y con el reflejo de su solitario despacho detrás. El amor era debilidad. Suspiró. Hay personas que son capaces de ver desnuda a su pareja en el día más frío y quedarse, no para taparle, sino para sentir el mismo dolor al desnudarse con ellas. Sería fácil pensar que esto era amor. Pero no, para Regina era más fácil pensar que amor no existía. Que tan solo era invención, un cuento de hadas, una debilidad.
Por el contrario, Kath creía ciegamente en el amor. Creía que todas las personas tarde o temprano lo encontraban, teniendo la capacidad de amar y ser amado. Era un creencia simple, una creencia que intentó corroborar en todos los días que estuvieron juntas, quería demostrar que esto era cierto. Un su discurso de demostración, ella siempre decía que no temía la cara oscura de su corazón, porque eso significaba que también poseía una cara pura. En el fondo de esto, para la morena, el mayor de los temores era reconocer que Kath nunca llegó a conocer esa cara. Puede que su mujer se enamorase del espejismo dudoso de si algún día sería salvada. Puede. Volvió a abrir los ojos, y volvió a beber. En el cristal se reflejó una mirada indescifrable. Deseaba tanto sentir lo que fuera, un golpe, una brisa, desprecio hacia ella, que eligió esta última sensación. La culpable fue ella, por irse. Por abandonarla sin luchar, sin conocerla de verdad, dejándola en el desierto al libre albedrío.
Un ruido en la puerta le hizo girar. Se trataba de su asistente personal. Estaba asomando la cabeza por una pequeña abertura de la puerta.
- Perdón… Señorita Mills… Hemos conseguido el nombre de la persona – Realmente hacía días que ya contaba con aquel nombre. Habían pagado a algunas personas del Hospital, y el nombre había aparecido rápidamente. Sin embargo, a petición de Maléfica, ese nombre había permanecido oculto, a la espera de disipar a su amiga. Sin embargo, hoy se había dado cuenta que la mejor forma de ayudarla era que Regina se enfrentase a la realidad, tanto de su pasado como de su futuro.
- ¿Quién es? – Su voz se volvió más roncas, más dura.
Los segundos se dilataran en el tiempo bajo una nube de cenizas.
- Swan... Emma Swan
¿Continuará?
Como siempre, espero vuestro review indicándome si queréis que siga con la historia y qué os ha parecido…
