Disclaimer: a estas alturas todos tenemos claro que Shingeki no Kyojin es de Hajime Isayama. Ya sabéis. Ese tío que probablemente le arrancó el corazón a un bebé y se lo comió en alguna de sus vidas pasadas. O en esta. Tengo mis dudas.

NdA: la siguiente historia transcurre catorce años después de los hechos acontecidos en Guerra de Guerrillas. No es necesario leerla ni releerla para comprender este fic, únicamente tener en cuenta que en su calidad de what if, el Escuadrón de Levi nunca murió y lo ocurrido tras la 57ª Expedición varía, en tanto que Annie no fue capturada justo después. Además, en GG Eren tiene tiempo de aprender a controlar sus poderes cuando es joven. Entreguerras trata de respetar el canon de lo expuesto en la primera temporada del anime, con la salvedad del what if que ya hemos dicho. Si algo carece de coherencia o anda flojo de la misma lo asumiré e intentaré enmendarlo, pues soy consciente de que las intrigas son mi talón de Aquiles.

A leer :D


Entreguerras

de

Janet Cab


Profesor Arlert

Durante su segunda semana como profesor de Historia en una de las dos academias del Distrito Karanese, Armin tuvo que admitir que se había puesto nervioso. Y no era para menos.

En comparación con el resto de docentes con los que se codeaba, en su mayoría señoras y señores de mediana edad bastante quemados por una profesión poco agradecida, Armin Arlert era el paraíso para los estudiantes que acababan de graduarse en enseñanzas elementales, y que al comenzar a formarse en alguna de las ramas que ofrecía la Academia Scio Estas Potenco (el cual en opinión de Armin era un nombre excelente, aunque Jean lo ultrajara refiriéndose al centro como "el SEP") habían abandonado toda esperanza de ser tratados con delicadeza.

Hasta que los pocos que se habían matriculado en Historia de los Muros habían corrido la voz de que el profe nuevo no solo se quedaba con los nombres de la gente, sino que además desvelaba los epígrafes que no caerían en el examen, facilitaba material para estudiar, les daba las gracias hicieran la aportación que hiciesen y los dejaba entrar si llegaban tarde, siempre con un "hola, Terry", "bienvenida, Noelia", "buenos días, Kevin" y una inclinación amable de la cabeza. Y había clavado en el tablón de anuncios del aula un pergamino con sus horarios de tutoría. Todo eso le había valido a Armin un aumento impresionante de alumnos en su asignatura, que al estar todavía en vías de desarrollo seguía teniendo la consideración de optativa, y había conllevado una disminución considerable en Religión del Muro, que a su vez se había convertido en optativa tras los acontecimientos de la última década.

Armin procuraba no coincidir mucho con su colega de Religión en la Sala del Café. "Hola, Amanda". Con su gabardina más raída, un centenar de libros bajo el brazo y una sonrisa conciliadora. "Arlert". Moño apretado, sequedad tensa y gafas de pasta rojas. La señorita Perkins lo trataba con una frialdad muy educada desde que él le había robado a media clase sin querer, y Armin seguía sin saber qué hacer con ella, porque si bien no eran amigos, tenían que verse varias veces al día cuando sus turnos coincidían y era un poco incómodo fingir que no se conocían si se encontraban por la calle y cada uno iba por una acera distinta, pero verse forzados a saludarse si se topaban de frente por los pasillos del SEP.

("¿Sabes qué? Me alegro de que hayas empezado a abreviar, porque en serio, el nombrecito es más largo que un día sin pan", "ay, Jean. Cuando tienes una mente simple todo te parece largo. Y lo peor es que sigues resistiéndote a llevarte la lista cuando vas a hacer la compra y yo me sigo cabreando porque te traes mil porquerías que no necesitamos y olvidas cosas que sí", "lo hago para mantener viva la llama de la relación. Parece que no me conoces").

Armin había sido un detractor declarado de la religión en sus tiempos mozos, hasta que entendió que lo que hacía daño a las personas no eran las creencias (o la falta de ellas, lo cual constituía una creencia en sí), sino la intolerancia. Y por lo que había oído, la señorita Perkins no era desdeñosa con los puntos de vista contrarios a los suyos, y dejaba participar a todos. Tendría que hacer las paces con ella. Eventualmente.

Dejando de lado el desplante de su colega, Armin se había acostumbrado a su nuevo rebaño con rapidez. Había dado discursos con una docena de cañones apuntándole y casi había estallado de alivio cuando la jugada le había salido bien, así que hacerlo rodeado de caras curiosas que no querían matarle -o eso esperaba- le resultaba muy gratificante. Un regalo que no estaba seguro de merecerse, porque sencillamente se plantaba ahí dos tardes a la semana, pletórico de ideas frescas e inspiradoras y las compartía con un puñado de personas que lo trataban de "usted". Y ganaba un sueldo a cambio. A veces se desvelaba de madrugada solo para seguir corrigiendo sus redacciones, porque le intrigaba mucho saber qué opinaba Miriam Bansville sobre la paulatina abolición de la pena de muerte en los Distritos.

Era más de lo que podía pedir.

Estaba recorriendo un camino que había elegido. Con absoluto albedrío. Su temario, sus exámenes, sus explicaciones, su adorable pizarra negra como un cuervo.

Lo rodeaban cuatro paredes y la estancia estaba abarrotada de sillas, mesas y bolsas de piel y lona, y la ventilación dejaba que desear, pero Armin se sentía más libre en aquella clase maltrecha que fuera de ella. Después del Decreto 07/23 nada había vuelto a ser igual.

No para él.

–Y para terminar, chicos –concluyó ese martes, cerrando el pesado manual que él mismo había terminado de escribir ese mismo verano, y que cada vez demandaban más editoriales–, recordad que en la próxima sesión daremos la transición de la monarquía absolutista a la democracia parlamentaria que experimentó Sina hace tan solo cinco años. El concepto de democracia parlamentaria es novedosísimo, así que no os preocupéis, lo daremos desde cero. Eso sí –se dirigió desde el centro de la habitación hasta la pizarra entre murmullos de aprobación, porque a Armin le gustaba pasear mientras explicaba. Sacó una tiza del primer cajón de su escritorio y escribió en qué consistía la tarea que iba a marcarles, para los rezagados que tuvieran la cabeza en el séptimo cielo–, os voy a pedir que me traigáis un pergamino muy cortito con las cuatro características del Absolutismo que consideréis más importantes. Recordad que terminamos de hablar de este sistema el lunes, así que podéis acudir a vuestros apuntes. En el caso de que no os haya sido posible coger nada, he puesto a vuestra disposición diez ejemplares de un ensayo que trata desde una perspectiva bastante didáctica el tema en la biblioteca de la academia, así que organizaos en grupos para que todos podáis usarlos. Oh, y ya he hablado con la dirección sobre el asunto de las mesas –recordó–, y me complace comunicaros que la señorita Perkins ha accedido a prestarnos veinte pupitres hasta fin de curso. Así nadie tendrá que continuar sentándose en las ventanas –porque en efecto, eso era lo que pasaba, ni más ni menos. Había tanta masificación en Historia de los Muros que los que llegaban tarde no tenían más remedio que hacerse un hueco en las repisas de los amplios ventanales laterales–. Eso es todo. –Sonrisa amplia. Calidez brotando a borbotones. Ojos cansados pero felices. Nadie tenía corazón para quejarse por los deberes–. Disfrutad del fin de semana.

Antes de que se armara el acostumbrado revuelo de sillas arrastrándose y tinteros siendo sellados por sus correspondientes tapones de corcho, una chica levantó la mano. Miriam Bansville era una de sus alumnas más avispadas, pero Armin no podía decir que fuera de sus favoritas, porque en palabras de Jean "se encariñaba con cualquiera", aunque el prefería pensar que todos sus estudiantes tenían una cualidad que los hacía especiales y preciados.

–Profesor Arlert –lo interpeló Miriam–, ¿después de vacaciones nos contará cómo el Cuerpo de Exploración acabó con los Titanes? O sea, prácticamente han terminado con ellos, ¿no? Apenas hay ya avistamientos, y por eso los reclutas acompañan a los ganaderos, los mineros y demás gremios a traer riquezas de fuera de los muros a las ciudades, cultivar terrenos y pescar en el mar.

–No vale decirnos que lo desconoce –secundó Terry Hish, un chico con la tez pálida y un gran talento para el debate–. Todos sabemos que sigue siendo el Jefe de la División de Arqueros del Cuerpo de Exploración, a pesar de que se dedique a la docencia a tiempo parcial.

La expectación bulló con tal fuerza que Armin tuvo que carraspear para hacerse oír.

–No se me pasaría por la cabeza mentiros. –se defendió, divertido–. Después de todo, siempre he abogado por la libertad de información a capa y espada, y es gracias a su inclusión en la nueva Carta de Derechos Fundamentales que se me permite investigar e impartir esta materia. No obstante –prosiguió–, sí que os digo que hay detalles que no puedo contaros, por el secreto profesional al que estoy sometido. De todas formas lo he consultado con la dirección, el Comandante Kirschtein y el Sargento Yeager y los tres me han dado luz verde para llevar a cabo una actividad que creo que os va a gustar.

–¿Qué actividad? –preguntaron Miriam y Terry al unísono.

De verdad que no se los merecía. A ninguno. Armin ponía la mano en el fuego -y no se quemaría- a que muy pocos de los presentes asistían a su clase por compromiso. Con el cambio que había sufrido la sociedad, la curiosidad había florecido hasta en las mentes más cerradas. Y sus chicos eran la curiosidad hecha carne.

–Debido a que el asunto de los titanes le apasiona mucho más al Sargento Yeager que a mí, y cuando digo "mucho" quiero decir muchísimo, se ha ofrecido a dar una charla.

Si antes se había montado un pequeño barullo, tras esa noticia se volvieron directamente histéricos.

–¿El Sargento Eren Yeager? –inquirió Miriam con un hilo de voz.

–¿El Héroe de Trost? –preguntó Terry, emocionado.

Trinos aquí y allá. Su pacífica aula se había convertido en un gran nido repleto de polluelos.

–Va a venir, ¡va a venir aquí! ¿Te lo puedes creer?

–¿Se puede traer a gente de fuera del SEP a la charla?

–¿Se le pueden pedir autógrafos?

–¿Si salimos al patio un momento puede transformarse en titán un segundito?

–¿Qué dices, idiota? ¿Y si se nos merienda?

–Eso molaría tanto.

Armin resolvió todas y cada una de las dudas, salvo la de los autógrafos, porque a sus veintinueve años, su mejor amigo seguía siendo tan cambiante e impulsivo como con quince, y Armin prefería consultarle antes de dar nada por sentado. Ese día habían quedado con él y con Mikasa para cenar, así que aprovecharía la ocasión, porque estaba seguro de que a Jean le maravillaría saber que alguien andaba tras una dedicatoria de Eren y se le ocurrirían tropecientos disparates al respecto, y se trataba de su mejor amigo, pero hacía años que Eren también era amigo de Jean, y Armin era muy fan de sus disputas.

Minutos después, con las incógnitas despejadas y la fecha de la charla ya fijada, fueron desalojando la estancia hasta dejar a Armin solo, garabateando en su agenda y guardando sus pertenencias en el maletín de cuero negro que Jean le regaló cuando el SEP le había enviado una carta otorgándole la plaza que Armin había solicitado, tras mucho papeleo con la Legión para acreditar que asumir ambos empleos era perfectamente compaginable con el régimen de incompatibilidades de la milicia.

Prof. A. Arlert

Eso había mandado grabar Jean en letras azules.

Armin se preguntó si ya habría llegado a casa. Desde su mesa podía ver un trozo de cielo naranja lamido por un par de nubes alargadas. Y hacía calor. Pensó que le apetecía darse un chapuzón en el lago. ¿Se le habría ocurrido a Jean tender la ropa esa mañana? Porque solo tenían un bañador cada uno (debido a la aversión de Jean a ir de compras) y Armin recordaba haberlos restregado con jabón la noche anterior.

Releyó por quinta vez la carta que le había llegado a casa el día anterior.

"Estimado señor Arlert:

Como puede figurarse, seguimos sin cejar en nuestro empeño de reubicar a los refugiados extramurales. Coincidirá conmigo en lo humanitario de este objetivo, el cual ostenta un interés colectivo indudable. Es por ello que estamos destinando las viviendas abandonadas y semidestruidas de Shiganshina, entre otros distritos del Muro María, a las personas que proceden de fuera y que vienen en busca de un techo bajo el que descansar y rehacer sus vidas. Nos consta que a pesar de ser el heredero testado por su abuelo de la finca urbana asentada en la Calle Porpington, nº 23, puerta D, no reside usted en ella desde la Primera Caída.

Es legal conservar la propiedad inmueble practicando manifestaciones de voluntad anuales en el Registro Civil de Sina, lo cual ha venido haciendo usted hasta la fecha. Le rogamos, no obstante, que ceda la parcela al Estado, el cual le abonará la mitad del precio original a cambio. Piense en ello, porque esta facultad de conservación solo es válida durante veinte años, y usted ha hecho uso de ella dieciocho, auxiliado desde los doce hasta los quince por el Representante del Menor de Karanese, y desde los quince hasta los dieciocho por su tutora, la señora Odette Kirschtein.

Si llegara a agotar el plazo, el Estado se adjudicará automáticamente la propiedad y usted no tendrá derecho a compensación dineraria alguna.

Sea prudente.

Hitch Dreyse, Directora General del Departamento de Recursos

Ministerio de Fomento

Armin esbozó una sonrisa amarga. Aquella era una cuestión que debería haber solventado hace mucho, y que seguía sin verse preparado para afrontar. Seguramente Hitch se había visto tentada de mover hilos en el Ministerio solo para ahorrarle el mal trago a él, pero Armin apostaba que la ex-militar se lo había comentado a Marlowe y este se había negado con rotundidad.

Armin los entendía y no estaba enfadado, ni mucho menos. Tan solo cumplían con su deber, y aunque con el tiempo esos dos se habían ido unificando en cuestiones morales, todavía chocaban como maremotos en algunos puntos, y Armin no quería que discutieran por su culpa.

Enderezó varios pupitres que a su juicio estaban torcidos y se encaminó hacia las ventanas para cerrarlas. Fue asomarse a la primera y enredársele un par de manos en el cuello. No eran unas manos cualquiera, claro. Armin las reconocería aunque se quedara ciego y solo le quedara el tacto. Ásperas en el hueco entre el pulgar y el índice, en una dureza permanente producto de demasiadas horas sosteniendo el soporte de las espadas de la Legión. Una cicatriz blanquecina y alargada entre el anular y el meñique que se había llevado de recuerdo al resbalar por una pared escarpada cuando solo eran cadetes. Suaves en las yemas de los dedos. Inesperadamente cuidadosas cuando Armin había enfermado o caído inconsciente en medio de la batalla. Serpenteando por su espalda, atadas a sus muñecas, firmes sobre su pecho.

Las manos de Jean.

–Dime por favor –resopló. A dos centímetros de su nariz. Recostado en el voladizo que rodeaba la segunda planta del edificio. Embutido en su uniforme. El vuelco en el corazón fue instantáneo. Rompedor. Doloroso. Las punzadas tras los oídos ya no eran tan frecuentes como al principio, pero Armin se preguntó si pararían alguna vez. Probablemente cuando a Jean dejaran de sentarle tan bien la ropa y la desnudez, lo cual no sucedería nunca. Es más, según ese científico que había descubierto en los sótanos de las residencias de verano de los Lords que les habían dado permiso para registrar, había tres cosas infinitas: el universo, la estupidez humana y la percha de Jean. Se reprochó mentalmente por no haber notado su presencia. Un día de estos se le colaba un terrorista por la ventana y él tan feliz–. Dime por favor que todo eso de las firmitas iba en serio. Eren, el ídolo adolescente. Es buenísimo. Me voy de la vida.

Y se rió con fuerza, como si fuera un cataclismo hecho persona, aullando como los chuchos.

–Hola Jean.

Y lo besó porque podía, porque ya no tenía que esconderse para hacerlo, porque no soportaba verlo reírse tan guapo y tan poderoso sin saborear su risa. Aunque pensándolo bien, Armin estaba convencido de que ambos habían aceptado llevar lo suyo en relativo secreto solo porque sabían que era cuestión de tiempo que cayera el veto de la Iglesia sobre "la homosexualidad a largo plazo", que era un eufemismo para aquellas relaciones que perduraban hasta la edad adulta, y que la Iglesia había condenado en aras de proteger la subsistencia de la humanidad, debido a que la escasez sempiterna de alimentos, el gran número de bajas en el sector militar y la peligrosidad de las enfermedades contagiosas ya borraban a suficientes personas del mapa anualmente.

No podían permitirse un cuarto factor contribuyente a la extinción total.

Además, el sector más fanático de la Iglesia había alegado que en realidad, las uniones entre personas del mismo sexo no surgían por amor, sino por un deseo cobarde de eludir la responsabilidad de engendrar un hijo y asumir el riesgo de que en un futuro el niño desease unirse al ejército para consagrar su vida al mantenimiento de los muros.

Y los muros eran el núcleo de la religión.

Era curioso cómo gran parte de la gente había creído no estar bajo su influjo, mientras crecían usando la palabra hereje como insulto.

Por suerte para ellos los valores eran cíclicos, y la homofobia había ido tocando su fin en una parte predominante de la sociedad. Seguían en auge ciertos estereotipos demasiado arraigados para desaparecer de la noche a la mañana, y continuaban gastándose bromas basadas en ellos, pero incluso la gente que proseguía teniendo reservas para con la vida privada de los demás evitaba exteriorizarlas, porque las agresiones verbales y físicas por razones étnicas, pertenencia a determinados grupos, religión, raza, orientación sexual e ideas políticas se castigaban con subidas de impuestos particularmente duras para el agresor, ya que a diferencia de las agresiones comunes, las cometidas por motivos discriminatorios seguían un procedimiento distinto. Una vez declarado culpable al procesado, se investigaba su patrimonio y la cuota a pagar siempre se fijaba un poco por encima de sus posibilidades, a modo de persuadirlo de llevar a cabo un nuevo acometimiento.

Armin no abogaba con mucha convicción por esa medida, porque opinaba que modular el comportamiento de la gente a base de temor a las represalias no era la salida, pero si le preguntaban cómo combatiría él esas situaciones tampoco era capaz de ofrecer una respuesta satisfactoria.

Los asaltos más violentos se saldaban con temporadas largas en la cárcel. Además, desde que Marlowe Sand presidía la Policía Militar, el sector pudiente de la capital que poseía negocios turbios se cuidaba mucho de mantener la corruptela fuera de su vista, porque sabía que si el Comandante Sand los trincaba en algún chanchullo, tratar de llegar a un trato con él para esquivar la prisión sería misión imposible.

–Buenas tardes, profesor Arlert. –Apenas un siseo. Jean le dibuja patrones en la barbilla con los dedos. La pulsera de caracolas tintineando en su muñeca, después de pasar años enroscada en su tobillo. Lo mira al revés, y parece sorprendido, como si los besos de Armin fueran un regalo y no un derecho. La brisa le mueve el flequillo arenoso demasiado crecido–. Un titán se ha comido mis deberes –Armin está a punto de reírse, pero Jean lo distrae. Le desata la media melena en la que se había recogido el pelo. Cae como una cascada, dorado y lacio, ocultando sus caras. Jean le sonríe desde abajo–. ¿Puedo hacerle un trabajo para aprobar?

Si le hubiese soltado eso al principio, Armin habría muerto, revivido y muerto otra vez, porque es imposible que Jean no lo esté diciendo con la peor de las intenciones, cuando lleva puesta su mirada más oscura.

–Claro. Pero me lo vas a tener que exponer en mi despacho.

Armin se ha ido inmunizando.

–¿Se lo expongo encima o debajo de la mesa –y le muerde la boca. Armin espera que a la limpiadora no le dé por pasarse por su clase hasta dentro de una hora. Porque Jean está ronroneando y lo está buscando y no puede pretender que–, profesor Arlert?

Preferiría besarte y morir hoy mismo que pasar el resto de mi vida sin hacerlo, Jean.


Yyy básicamente así empieza el regalo que no pude terminar a tiempo para el cumple de Kaith Jackson. Es muy ñoño y responde a nuestra necesidad de una vida más fácil para Jean y para Armin, a la luz de los últimos hechos acontecidos en el manga. Queríamos compartirlo por aquí, a ver si le gustaba a alguien más C: Gracias a ShikaZuka por echarme un cable con un error de repetición que había en este primer capítulo (L).