Una falsedad práctica es más útil que una verdad compleja

Hessefan


Disclaimer: Todavía no ha surtido efecto el cambio de identidad, sigo siendo yo y Sorachi, Sorachi. Gintama le pertenece.

Prompt: Agosto #1, Prompt #2. Evil Plot Raven [Fandom Insano]. Va para 10pairings también.


Capítulo 1.


"Yo no estoy diciendo que va a ser fácil, estoy diciendo que valdrá la pena."


Sería incapaz de darle la espalda; por muy enojado que estuviera, luego de haberle utilizado todos los calzoncillos en la refacción de un paragua roto, o por muy ofendido que se sintiera por haberle puesto en evidencia frente a Ketsuno Ana. No tendría la cobardía necesaria para desentenderse de ella.

Cierto es que, la chica del clima, ni ninguna chica, tendría por qué saber detalles tan personales de su vida privada. Si roncaba, si dormía a deshoras, si bebía directamente del pico, si no levantaba la tapa del inodoro e, incluso, si se olvidaba cinco de seis veces jalar la cadena. Ni tampoco era necesario que medio Kabuki supiera que no se bañaba todos los días o que detestaba limpiar. Sin embargo también era cierto que poco le preocupaba lo que podía llegar a pensar de él la gente que no lo conocía.

Y si bien la niña también podría resaltar alguna que otra cualidad, como que era un excelente cocinero, atento con las necesidades ajenas -aunque lo disimulase muy bien-, que gustaba de leer y contemplar las estrellas o alguna de esas sandeces que a las mujeres les gusta de los hombres -aunque fueran mentiras-, entendía que no había nada malo en recelar esa clase de información.

Aunque el noventa por ciento de las veces Kagura hablase pestes de él con las demás personas, sin que estas hubieran siquiera preguntado al respecto, sabía que nada de eso importaba a la hora de la verdad. Porque si quedaba atrapada en medio de un tifón, un incendio o el tráfico, o si un alien quería desayunarla, Gin siempre encontraría la forma de salvarla. Dejaría de lado todas esas ofensas con la facilidad con la que barremos con aquella mugre que nos impide ver tras el cristal el cielo azul.

Y si hablaba mal de él frente a las mujeres que lo rodeaban era por la sencilla razón de que no le gustaba que conocieran a Gin más de lo que ella podía. Algunas personas, como Shinpachi o Tae Shimura, podían argumentar que eso no era otra cosa más que celos, pero no… Gintoki, al menos, no lo veía de esa manera.

Y tal vez porque él, mejor que nadie, entendía cómo funcionaba esa extraña y atípica relación fraternal, no entendía la razón de semejante citación, ni mucho menos la expresión de Shinpachi, mezcla de preocupación y nerviosismo. No entendía tampoco las ridículas preguntas de la mujer, o al menos quería tratar de no entender, porque hacerlo implicaba caer en la cuenta de lo que le estaba queriendo sonsacar con tan poco tacto. Tan poco tacto porque Gintoki era lo suficientemente listo para darse cuenta de la vil treta.

Podía increparles, exigirles que no dieran más vueltas innecesarias y le explicasen para qué demonios lo había citado, pero les dio tiempo y lugar a expresarse. En el fondo, ignorando la urgencia al respecto, quería dilatar lo más que pudiera ese momento.

Tae miró a su hermano, como si le estuviera pidiendo de manera indirecta que entretuviese a Kagura, pero en realidad solo quería sacarlo de en medio, evitarle el bochorno y así poder hablar con franqueza. Shinpachi no se dio por aludido, porque ese era un tema que también le concernía a él.

—Dime, Gin-san —musitó la mujer con una falsa sonrisa—, ¿Kagura se ha hecho alguna revisación médica en los últimos meses?

—No se ha quejado de ninguna dolencia —alzó un hombro, displicente—. No tenemos dinero para malgastar —Apoyó una mano en el suelo y se acomodó, soltando un suspiro de hartazgo, clara señal para la mujer de que lo mejor sería ir al punto.

—Dime, Gin-san —repitió Tae— ¿no la has notado cambiada? —intentó ser sutil, porque tanto ella como Shinpachi no sabían a qué atenerse con Gin-san. Pese al tiempo que llevaban conociéndose, Gintoki era la clase de persona impredecible de la que uno nunca sabe qué esperar.

—Pues… no —fue sincero— ¿me llamaste para esto? ¿Para hacerme un cuestionario sobre Kagura? Podría haberte respondido por teléfono, mujer —se metió un dedo dentro de la nariz, simulando apatía—Soy un hombre muy ocupado —mintió.

—Es que no es fácil, Gin-san —Shinpachi quebró su silencio—… a mí me costó hacerme a la idea.

Que Shinpachi hubiera dicho aquello, apretando los puños y bajando la vista al suelo, logró inquietarlo, sin embargo no lo manifestó. Se acomodó, más atento, y tomando la taza bebió de un sorbo todo el contenido. Algo más fuerte que un té verde frío no le vendría nada mal.

—Dime, Gin-san, ¿Kagura tiene algún noviecito?

—¡Estás loca! —vociferó, apretando la taza y mirando a la mujer con furia—¡Si es una niña todavía!

Shinpachi tragó saliva y Tae rió con nerviosismo. Gintoki miró a uno y luego al otro.

—¿Qué están…? —quedó a medio decir y, en su silencio, ella aprovechó para continuar.

—Dime, Gin-san —tomó aire— ¿cuándo fue la última vez que le compraste apósitos femeninos?

Al mentado samurái le dio un tic en el ojo. La respiración se le cortó y, temblando, contó con los dedos. ¿Qué contaba? Los otros dos no lo supieron, si días, semanas, meses o años, pero sí comprendieron que habían logrado hacerle reparar en el detalle con todo el tino que habían sabido emplear.

Un nuevo silencio, pesado y amargo, sobrevino. Por largos segundos solo se oyó el suave tic tac del reloj Justway sobre el buró, mientras Tae y Shinpachi esperaban alguna reacción, la que fuera, antes que esa cerrada circunspección, tan neutral que no les daba indicio de ninguna emoción, positiva o negativa. De todos modos, por dentro, Gintoki estaba envuelto en una tormenta de emociones tan contradictorias que podía estallar de mil formas distintas; pero contrario a lo esperado por los hermanos, no abrió la boca, en cambio se puso de pie y caminó hasta el genkan.

—¿G-Gin-san? —Shinpachi se puso de pie al igual que su hermana, sorprendidos de que el adulto buscara irse sin compartir sus pensamientos. Al menos sacarlos de la terrible duda que los mellaba respecto a que si había comprendido o no. Gintoki salió al exterior y, tomando una gran bocanada de aire, exhaló un profundo alarido.

—¡LA PUTA MADRE!

—Creo que entendió —murmuró Tae junto a Shinpachi.

Ambos esperaban enojo por parte de Gin-san, lo que no sabían es qué grado o nivel de furia iría a desencadenar esa noticia.

—Gin-san, cálmate —suplicó Shinpachi tratando de asistirlo cuando lo vio respirando con dificultad. Había llevado las manos a las rodillas y luego se había incorporado para asistir a su pobre corazón.

—¡¿Qué me calme, Patsuan?! —No con yerro pensaban que estaba a un paso del infarto… y a medio de la morgue— ¡Ustedes están insinuando lo que creo ¿y me tengo que calmar?!

—Que grites no hará que el problema desaparezca —opinó el joven con excesivo tino. Qué ganas sintió Gintoki de borrarle a golpes, de ser esa una forma de lograrlo, ese juicio tan certero. Necesitaba descargarse de alguna manera.

—¡¿Y quién fue el hijo de puta?! ¡Díganme! —Tomó a Shinpachi de los hombros y lo sacudió—¡Necesito saberlo antes de matarlo! ¡NO, no puedo matarlo, —reflexionó—tiene que hacerse responsable de los gastos! ¡Porque yo no pienso hacerme responsable de los traspiés hormonales de los demás! ¡Bastante tengo con los míos! ¡Cada día amanezco temiendo encontrar algún hijo no reconocido en la puerta de mi casa! —lo soltó cuando Tae se colgó de él para salvar a su hermano; el muchacho ya estaba tan azul que parecía un amanto—¡… COMO PARA ENCIMA HACERME CARGO DE LOS HIJOS AJENOS! —acabó por gritarle al cielo.

La efervescencia de esa incoherencia les dio a entender que la situación podría salirse de control. Sin embargo Shinpachi estaba aliviado, por extraño y discordante que fuera. Miró a su hermana con reproche, por si quiera suponer que el responsable podría haber sido Gin.

Dado el enojo de este era evidente su inocencia, Shinpachi ya lo sabía, pero aunque le doliese admitirlo, puertas adentro confesaba que también lo había temido al principio, es que su hermana sabía ser muy persuasiva. Por eso verlo tan enojado a Gin-san de alguna retorcida manera lo aliviaba.

—Tranquilízate y deja de gritar —reclamó Tae mirando hacia atrás.

—¡En este momento no puedo hacer ninguna de las dos cosas!

—¡A mí no me grites, desgraciado! —elevó un dedo reclamando la falta; la situación a ella también le alteraba, al igual que Gintoki no dejaba de ver a Kagura como una hermanita pequeña. Pequeña, sobre todo.

—¡Cálmense los dos! —se suponía que el chillón por naturaleza era él.

—¡Cálmate tú! —le gritó Gintoki—¡¿Te das cuenta de la situación?! ¡La Yorozuya no da suficiente como para alimentarnos a nosotros cuatro! ¡No hay cupo para sumar a uno más que encima no podrá trabajar! ¡Bastante tenemos con Sadaharu!

—¿Comparas una criatura con un perro? —Tae frunció el ceño.

—Nadie te obliga a hacerte responsable de la situación, pero… —intentó opinar Shinpachi.

—¡¿Que nadie me obliga?! ¡Hablamos de Kagura! ¡¿Pretendes que me desentienda?! ¿Que la suba a un trasbordador con un cartel que diga "Lo siento, Umibouzu, ya no puedo hacerme cargo de ella, te la devuelvo"? —Respiró profundo y se sentó en el genkan.

No lo había hecho con Sadaharu, menos se desentendería de Kagura. No era un traje comprado para la fiesta de una noche que uno podía devolver con etiqueta cuando ya no le resultara útil.

—Por más que quisiera, ¡y realmente quiero! No podría abrirle la puerta y darle una patada —miró al chico cuando se sentó a su lado—puedo ser un poco miserable, pero no tanto, Patsuan. No tengo los escrúpulos necesarios para echarla…

—Ciertamente, Kagura aquí solo nos tiene a nosotros —Shinpachi esbozó una enorme sonrisa que lo sacó de esquema—, así que me alegra mucho oírte decir eso, por un momento pensé…

—¿Pensaste qué? —frunció el ceño, tan fastidiado que Shinpachi no se animó a continuar.

Hicieron silencio de nuevo, para tratar de tranquilizarse y de ordenar las ideas. Tae apoyó la espalda contra la pared y observó detenidamente al par sentado en el desnivel. Los rodeaba un aura negra y pesada.

—Tienes que hablar con ella —Tae no lo estaba sugiriendo, lo estaba ordenando.

—Primero quiero saber quién fue… —la miró con intensidad, todavía furioso. Ella solo negó con la cabeza dándole a entender que esa clase de información escapaba de su poder y que aunque lo supiera, tampoco lo diría, porque hubiera sido ella misma quien se hubiera encargado del asunto.

Cuando habló del tema con Kagura, no había podido sonsacarle nada al respecto. Lo único que le había quedado claro era que Kagura necesitaba a Gintoki en ese momento, como nunca antes lo había necesitado; por lo tanto le era menester hacerle entender al supuesto adulto cual era su rol en esos momentos. Le gustase o no.

—Shin-chan —le habló a su hermano—, ve a buscarla.

Gintoki alzó las cejas cuando Shinpachi se puso de pie y se metió dentro de la casa. Ahora entendía mejor muchas actitudes. Comprendía por qué habían querido calmarlo y evitar que gritase, sin embargo pensaba con acierto que debía ser sincero con Kagura si pretendía que esta lo fuera, como evidentemente no lo había sido. Y eso lo llevó de vuelta al meollo del asunto.

Miró con más calma a la mujer, luego posó la vista al frente antes de hablar.

—Ella… ¿te lo contó o se lo preguntaste?

—¿Y eso qué importa ahora?

—Importa —dijo, sin explicar su exigencia.

—Gin-san —suspiró, caminando hacia él para sentarse—, lo que importa ahora es qué es lo que harás. Ella te necesita. Nos necesita —se corrigió.

—Lo sé.

—No, no parece que te des cuenta —negó, inclusive con la cabeza—, solo te pido que al menos hoy no la retes, ni le grites.

—No eres mi madre así que no me digas lo que tengo que hacer, quedé huérfano desde que era un fetito, te recuerdo.

—Estás muy enojado —reconoció y reprochó a la vez.

—No con ella —iba a completar "sino con el bastardo que la embarazó" pero recién caía en la cuenta de que Tae tenía razón.

En verdad también estaba enojado con Kagura; aunque quisiera negarlo, aunque quisiera esfumar esa emoción para permitirse ser de alguna utilidad, era así.

Y estaba enojado con ella por múltiples razones, algunas más complejas que otras. Por haberle ocultado esa noticia, por haberle tenido miedo –porque otra razón no le encontraba al irrefutable detalle de que lo hubiera hablado primero con Tae-, por no haberse cuidado de los depredadores cuando él se preocupaba día a día de dejarle muy en claro que todos los hombres son una porquería; ¡cuando él se preocupaba, día a día, de cuidarla! Se sentía, en verdad, como un padre vilmente traicionado. Sin embargo fue desechando en segundos muchas de esas conclusiones, sabía que en el calor del momento pensaba, decía y hacía muchas idioteces, y que si Kagura había recurrido a Otae no había sido solo por miedo.

Shinpachi volvió enseguida con una expresión en el rostro que le ayudó a caer en la cuenta de que no era el único en sentirse así, pero el chico no estaba enojado o decepcionado, simplemente triste.

—Se fue.

—Debe haber escuchado —Tae miró a Gintoki como si se lo estuviera increpando.

—Será mejor buscarla —propuso Gin poniéndose de pie y colocándose el bo en la cintura—, aunque es evidente que no quiere que yo la encuentre.

Shinpachi se alarmó al ver la determinación de su jefe.

—No hace falta que vayas armado.

—Tranquilo, idiota, sería incapaz de hacerle algo a ella, lo sabes —. Sus ojos despidieron una maldad nunca vista—, pero si me cruzo al hijo de puta que la embarazó, primero le sacaré el número de su cuenta bancaria y luego la capacidad masculina para andar divirtiéndose con niñas.

—Gin-san —Tae lo llamó antes de que se fuera—, Kagura es chica todavía, en eso estamos de acuerdo, pero… ya no es una niña —vio que iba a replicar, cual padre, y lo entendía, a ella le costaba mucho admitir que Shinpachi ya era un hombre—. Es hora de que dejemos de verla como una niña, porque es evidente que ya no lo es…

Gintoki no asintió, no se mostró conforme con esa apreciación aunque lo estuviera a medias. A decir verdad, de haber admitido de buenas a primeras que Kagura estaba creciendo, pese a la maldición de Sazae-san, quizás nada de lo que ocurría estaría pasando. Hubiera tenido el coraje suficiente para afrontar la realidad y cuidarla de otra manera, ya no como una criatura que no era.

Ya, que le colgaran un cartel de mal hermano o mal padre sustituto por no haber enfrentado la realidad y, en consecuencia, haber tenido una charla más profunda con Kagura sobre el tema. Ahora ya era tarde para lamentaciones, era hora de actuar. Mataría a todo hombre con edad suficiente para procrear en todo Kabuki y listo, entre ellos estaría la victima buscada.

No… tenía otra prioridad en ese momento. Debía hallar a Kagura y tener una inevitable conversación.

Caminó por las calles de Kabuki y por las zonas que solía frecuentar la niña, poco a poco una extraña sensación empezó a oprimirle el pecho. No parecía buscarla en verdad, pues miraba el suelo, tratando de hallar dentro de él ese lado humano que cada tanto afloraba.

—Mierda, ¿y qué se supone que debo decirle? —Se daba cuenta de que no había tomado ningún curso, ni tampoco había leído en ningún libro, cómo enfrentar esa clase de situaciones. Por algo Kami jamás lo había hecho padre o le había dado un hermano menor, como de pequeño deseó; porque Kami es sabio. Sería un pésimo padre y hermano mayor, a las pruebas del presente se remitía. Lo cierto es que esa clase de asuntos delicados no está en ningún libro, ni se aprende mediante un curso. No le quedaba más que improvisar, como solía hacer cuando las situaciones de ese estilo, tan sentimentales, lo tomaban por sorpresa. Solía ser afortunado, así que debía dejarse llevar y, con suerte, lograba no meter la pata; como solía hacerlo el noventa y nueve por ciento de las veces cuando no se daba a entender a los demás.

La imagen de Tae cruzó su mente mientras volvía a la Yorozuya y concluyó que las mujeres tenían un don especial para esos asuntos del corazón, al menos ella había tenido eso que a él le faltaba, y que a Kagura había llevado a buscarla.

¿Se sentía celoso de que Kagura hubiera confiado más en Tae que en él? Era una idiotez monumental; se rió de si mismo ante el bar de Otose. Ya era de noche, pero no le preocupaba tanto el detalle de que Kagura anduviera afuera a esas horas, era una chica que sabía cuidarse muy bien sola, al menos en aspectos muy concretos; porque ya le había demostrado que no sabía cuidarse un carajo en otros aspectos, también muy concretos.

Sí le preocupaba el irrefutable hecho de que había escapado de él. Vale, estaba enojado, tan furioso que se lo llevaban los demonios, pero lo que más le fastidiaba era sospechar que Kagura podía tenerle algo similar al miedo. Y en esa estúpida espiral de emociones se daba cuenta con pesar de que en realidad estaba enojado consigo mismo. Debía tomar en cuenta que quizás estaba asustada, que quizás se sentía sola. ¿Estaría avergonzada?

—Ah, demonios, ¿yo qué sé cómo piensan las jovencitas hoy en día?

—¿A quién le hablas? —Investigó Otose exhalando el humo de su cigarrillo.

Gintoki pensó en responderle que a nadie de malos modos, pero se quedó sin palabras cuando vio el dedo de la anciana, el mismo que sostenía el cigarrillo, apuntando con sutileza a la figura diminuta sentada frente a ella, en uno de los bancos. Kagura tenía la cara hundida entre los brazos que descansaban con flacidez sobre la barra.

Gintoki nunca la había visto tan pequeña y dependiente, mucho menos frágil, como le pareció en ese momento.


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