En esta ocasión somos tres las autoras de la historia: THEGOLDANDBLUEWARRIORESS, AKIANE y una servidora.

En esta historia Leonardo tiene quince años, Usagi veinte y aún está al servicio de su señor.

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::::: Traición salvadora :::::

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Una fría tarde el joven guerrero Leonardo caminaba entre la ciudad en busca del hogar su buen amigo Usagi. Su sensei y padre, Splinter, lo había enviado a entrenar con él. El joven ninja de apenas quince años tenía la misión de permanecer un corto lapso para aprender del conejo el arte de lucha samurái para ser un mejor líder y estar listo para una peligrosa misión para la cual Splinter trataba de prepararlo, o cuando menos eso es lo que Usagi creía después de recibir una carta de parte de Leonardo. El quelonio tocó la puerta con firmeza mientras un fuerte y frío viento lo hacía abrazarse así mismo.

Calándole a su condición de reptil el clima gélido, entra a la casa para sentir el cálido ambiente, pero se queda ahí, quietecito, esperando que alguien lo reciba.

― ¡Pasa Leonardo-san, te esperaba con inquietud! ― saluda el joven samurái envolviendo los hombros de su verde amigo para empezar a protegerlo del inclemente clima.

― Gracias Usagi-san ―, Leonardo desde el inicio ya se siente como en casa. Se acerca al fuego para entrar en calor, además le es ofrecida una buena taza de té. Usagi no está solo, su amigo Gen está ahí de visita.

― Buen día Gen-san, ¿cómo ha estado? ― saluda amable el quelonio y bebe del té ― ¡Hmm, es de jazmín! ―, da otro sorbo grande y suspira feliz ― ¡Ay que rico! ― dice cerrando sus ojos con un tinte carmín en sus mejillas.

Usagi le acerca un platito con pastelitos de arroz y de frijol dulce para que los coma.

― En un momento mi doncella terminará la comida ―, avisa a sus invitados. Leo coge un pastelito de arroz que le encanta.

― ¡Muchas gracias, Usagi! ― da una mordida.

― ¿A qué se debe tu visita, Kame? ― pregunta el rinoceronte mirando a Leonardo disfrutar de su bebida y de los bocadillos como alguien que no ha comido bien en un tiempo.

― Mi padre, conociendo las excelentes habilidades de Usagi, me ha mandado como aprendiz, quiere que mejore aún más, mi deber exige total entrega de mi parte, Gen-san.

― Ya veo, entonces me darás un disgusto pues yo tenía la intención de llevarme a Usagi a seguir la pista de un ladrón, hay una gran recompensa para el que pueda atraparlo.

― Y yo te respondí que no estaba interesado, Gen-san ―, intervino Usagi ―, a ti te gusta mucho el dinero, pero a mí no me parece que sea lo más importante en la vida. Leonardo-san, a tu regreso quiero que le hagas saber a tu padre que me ha hecho un honor confiando en mí para poder compartir lo poco que sé contigo, y no creas que no conozco tus técnicas, tú también eres de lo mejor.

El mutante sonríe halagado y recuerda algo.

― ¡Oh, casi lo olvido! ― saca de su mochila una cajita ―, te traje chocolates rellenos de coco, tus preferidos ―, ve al rinoceronte ―, le ruego me perdone Gen-san, no sabía que estaría aquí, sino con gusto le habría traído algo.

El rinoceronte mueve su mano como si no importara ― descuida chico, será para otra ocasión.

Se oye el viento helado aumentar y entra un sirviente avisando que se viene una fuerte ventisca.

El rinoceronte le sonríe a Leonardo quien nuevamente se abraza a sí mismo, lo mira de arriba a abajo y dice ―: Es muy joven Usagi-san, por cómo le describías, pensé que era mayor ― Usagui se sonroja mientras le pone unas mantas a Leo sobre los hombros y comienza a frotarlo para darle calor a lo que el quelonio responde con una dulce e inocente sonrisa.

― Es que su comportamiento hace que cualquiera piense que Leonardo-chan ya es un adulto, pero apenas está emergiendo a la juventud ―, dice, y le da más té.

― ¿Ya estás entrando en calor?

― Sí, eso creo ―, responde Leo, bebe del té.

El calor del hogar, el cansancio y el relajante té, hacían que Leo poco a poco bajara la guardia dejándose vencer por el sueño, pero aún queriendo permanecer con los adultos en la agradable charla se resistía a dormir. Usagi, quien comentaba con Leonardo el tipo de entrenamiento que tendrían, sintió repentinamente la cabeza del quelonio apoyarse sobre su hombro.

― Parece que estaba más cansado de lo que aparentaba ―, le comentaba Gen al ver el acto.

― Pasar a esta dimensión representa un gran gasto de energía y no sabemos todo lo que recorrió para llegar hasta aquí ―, Usagi respondía, mientras acomodaba a Leonardo en su pecho como acunándolo, podía sentir esa suave piel del quelonio contra su pelaje mientras miraba con gran atención las finas facciones de su rostro; el conejo se sonrojó al sentir cómo Leonardo se acomodaba buscando su pelaje y escondiendo su rostro en él; sintió el cosquilleo de la fría nariz buscando calor para después acalorarse con la tranquila respiración del joven guerrero.

― Debes tener cuidado ―, le advirtió Gen ―, podrías perderte dentro de esa mirada ― a lo que Usagi de inmediato negó.

― No, claro que no, amigo Gen. Leonardo-san sólo es un buen amigo, no podríamos vernos de otra manera ―, Gen sólo hizo un ademán con sus hombros.

― Pero no olvides que te lo advertí, en tu oficio no conviene estar enamorado, te traería muchos problemas, un amor como ése te daría muchas distracciones ―, pero Usagi comenzaba a dejar de escuchar a Gen, daba mayor atención a la sensación del cuerpo de Leonardo buscando su calor y al cual abrazaba para sentirlo contra él, podía sentir una felicidad indescriptible.

Gen sólo suspira al ver a su amigo perderse en la irresistible inocencia del quelonio, un fruto difícil de negarse a probar.

Gen se levanta para ir al sanitario y Usagi aprovecha para acariciar con su mano la mejilla del quelonio, pasa su dedo por algunas cicatrices apenas notables que lejos de afear la piel, la hacen tener una tonalidad tornasolada. Pero extrañamente algunas de ellas parecen ser recientes.

Leonardo reacciona con un profundo suspiro frente a ese tacto.

― "¿Así que eres de los que le gustan las caricias?" ― sonríe un poco ―, "si fueras mío, te colmaría con besos y caricias por siempre. ¿Me pregunto que más te gustará? Eres tan joven que me parece que ni tú lo sabes; descubrirlo sería interesante" ― se acerca y respira su aroma.

Gen observa y frunce el ceño, ese conejo cometerá una tontería, solo espera que no se arrepienta. Pasada una hora, Leo despierta poco a poco, se talla sus ojos y parpadea mirando que está en brazos de Usagi. Leonardo apenado, se levanta rápidamente sentándose en seiza lo reverenciaba.

― Perdona Usagi, no era mi intención. Estoy muy avergonzado por mi comportamiento. Te prometo que ya no sucederá ―. El quelonio se deshacía en disculpas y no se dio cuenta de la triste reacción de Usagi ante su ausencia de entre sus brazos.

― No te preocupes Leonardo-san debí saber que estabas cansado. Espero te hayas recuperado un poco.

― ¡Sí! Dormí bien ― decía sonrojado y aun en reverencia.

― Eso es bueno entonces podremos comer ― . Llamando a su doncella la comida fue servida para deleite de Leonardo.

Leo mira impresionado las exquisiteces que trae, varias sopas, arroz frito, guisos que despiden una aromática fragancia que hace aguar su boca.

― Adelante, Leonardo, por favor ―, Usagi toma sus palillos chinos.

Leo separa sus palillos y coge el tazón de arroz, mira los guisos en su mayoría de verduras fileteadas fritas con soya, pescado, sushi.

Con alegría coge poquito de todo y empezó a comer con mucho gusto ― ¡Mmm, está riquísimo!

― Y ahora, el postre, mi buen amigo ―, exclama Usagi haciendo un ademán a la joven que les servía los alimentos, quien teniendo la obediencia como segunda naturaleza, se acercó de inmediato al ver la señal de su señor. Leonardo miró el tazón delante de él, a simple vista podía haberse confundido con una sencilla ensalada de frutas, pero los trocitos dentro de la pieza de porcelana, despedían un olor desconocido para Leo y tenían un color sonrosado de lo más tentador. Usagi, con la mirada, animaba a su amigo a probarlo, el joven líder tomó uno de los trocitos y se lo llevó a la boca.

― ¡Esto es exquisito! ― exclamó Leonardo disfrutando del sabor, el dulzor no era dominante porque al igual que esa característica, un dejo de acidez que no apareció sino hasta que Leonardo pasó bocado, lo dejó con un agradable sabor de boca. Parecía que las mejillas de Leo se habían coloreado del mismo tono de rosa que la fruta y cerró sus ojos como lo hacen los niños que prueban algo que aman con delirio. Las mejillas de Usagi también siguieron el ejemplo al observar el rubor de su joven amigo.

― ¿Qué fruta es, Usagi? - preguntó Leo con esa sonrisa que hacía que el samurái perdiera la noción del tiempo.

― Es... ― antes de que Usagi continuara, Gen lo interrumpió.

― ¡Es Inyanga! ― exclamó Gen, haciendo un ademán como para retirarle el plato a Leonardo ― ¡Qué suerte tienes Kame! Usagi le impidió a Gen el retirar el plato, lo miró como advirtiéndole que se contuviera y le dijo a Leo ―: por favor termina amigo ―. A Leo le extrañó un poco esa pequeña pantomima de un minuto pero terminó su postre. Usagi mirándolo muy feliz y Gen casi con una expresión de tragedia en el rostro.

― ¿Por qué me mira así, Gen-san? ― preguntó Leo con curiosidad.

― ¡Es que era fruta Inyanga! Sólo el señor feudal puede comerla cuando el arbusto del cual procede la fruta florece cada diez años! ― Leonardo estaba muy impresionado y hasta ese momento no se había dado cuenta de que Usagi no había comido.

― No te preocupes Leo-kun, mi señor me regaló la mitad de la cosecha de este año en agradecimiento, pero quería que tú la comieras.

Mientras Usagi le explicaba a su discípulo sus razones, unos metros más allá, en la cocina, una conversación entre dos de las doncellas estaba a punto de comenzar.

― ¡No puede ser! ― Miyako se quejaba con la otra doncella ― ¡Mi señor Usagi le pone mucha atención a ese chico! ― era tanta su rabia que quería rasgar una manga de su vestido sin éxito.

― ¡Lo tuvo entre sus brazos y le dio ese postre que con tanto amor le hice! Ese chico no me cae bien.

― Miyako, ya deberías aceptarlo, el señor Usagi no tiene, no ha tenido y nunca tendrá ojos para ti ― le decía su joven compañera.

― ¡NO LO ENTIENDO! Yo haría todo por mi señor Usagi... y no dudes que lo haré para hacer que ese chico no me robe su atención.

La edad de la joven doncella oscilaba entre los veinte años y había estado enamorada de Usagi desde antes de entrar a trabajar en el hogar del conejo, él la había salvado y ella juró quedarse a su lado por siempre.

Miyako era una hermosa conejita, linda como los amores. Desde que Usagi la había salvado, pudo, después de mucho esfuerzo, encontrar la ciudad donde su salvador vivía y después de mostrar que era eficiente, entró al servicio del joven samurái.

La chica había sido generosamente obsequiada por la naturaleza con una figura envidiable y un pelaje sedoso y brillante, pero ni con todos sus encantos había logrado que Usagi posara sus ojos en ella, lo más que había logrado eran las gracias por todo lo que hacía en ese hogar, pero nada más.

No importaba que tanto se esmerara en cocinar, limpiar y mantener la habitación de su señor de lo más acogedora, Usagi, bien había dicho la otra doncella, no tenía ojos para ella.

Una vez que terminaron de comer, Leonardo estaba muy sonrojado y muy avergonzado.

― Prometo hacer todo para conseguir esa fruta para ti, de haber sabido la importancia que tenía no la hubiera aceptado.

― Estimado Leonardo-san, te estás equivocando, esa es sólo una fruta, que me he complacido en compartir contigo. Por favor, no te apenes por ello pues yo he sido muy feliz haciéndolo.

― Te lo agradezco mucho ―. La mirada tan tímida, como si hubiera hecho algo malo, hacía sentir al conejo el querer abrazarlo para consolarlo, la sola idea lo hizo sonrojar.

― Leonardo-san, acompáñame, ahora te llevaré a tu habitación ―. Lo llevó hasta una habitación sencilla y la ausencia de equipaje llamó su atención.

― Leonardo San, ¿has venido sin más cosas que lo que llevas encima? ― el quelonio se puso un poco nervioso.

― ¿Tu padre te ha dejado venir así? ― Esa segunda interrogante lo puso más nervioso.

― Este... si... no... Lo que pasa es que Sensei me envió así porque... es parte de mi entrenamiento, sí, eso lo dijo Sensei.

― ¿Estás seguro Leonardo? ¿Está todo bien en casa?

― Claro que lo está ―, le sonreía.

― Bien, ahora, hablando de entrenamiento... se realizará mañana antes de salir el sol, no te preocupes yo te llamaré, ahora, si quieres tomar un baño, ven por aquí ―, le indicaba. El de azul lo sigue y entra al baño. Usagi nota que el jovencito está muy nervioso.

― Leonardo-san, en serio, dime que ocurre.

― Nada Usagi, de verdad, no es nada - nuevamente esa sonrisa falsa, era claro que algo pasaba y que no quería decirlo, pero tampoco lo quería presionar.

― Está bien, te prestaré algo para que duermas cómodo ―, el quelonio lo miró con curiosidad, por lo general no estaba acostumbrado a usar ropa más que para disfrazarse ―. Es raro si estás aquí desnudo ― dijo sonrojado. Leo no entiende al principio pero, después comprende.

― ¡Oh! ― se sonroja más ―, es verdad, debí traer ropa!

― Descuida, tengo ropa que ya no me queda ― busca en su guardarropa y le pasa algunas prendas ―. Espero te queden.

Le ayuda a preparar el baño y lo deja solo, él regresa con su amigo Gen quien ahora contempla la nieve caer mientras toma algo de sake.

― Es peligroso que un samurái se enamore, ¿lo sabes, verdad?

― Es por eso que no me he enamorado.

― Por su bien espero que así sea ― dijo tomando otro poco de sake.

A la mañana siguiente Usagi tocó muy de madrugada en la habitación de Leonardo, cuando no contestó entró para ver al chico completamente dormido.

Una sonrisa se le forma al verlo dormir tan profundamente, a pesar de no tener vello, tiene unas pestañas lindas que remarcan sus ojos azules.

― ¿Leonardo? ― pero el quelonio no responde.

― Creo que estás demasiado cansado ― llega a su lado y acaricia su brazo.

― ¿Leo? ― pero no contesta, acaricia su rostro.

― ¿Leo? ― y el quelonio comienza a moverse.

― ¡Ah! ― se endereza de golpe ―, ¡voy sensei! ― tan dormido está que piensa que está en la guarida ― ¡ya hago el desayuno! ―La mano de Usagi sobre su frente lo ayudó a tranquilizarse.

― Tranquilo amigo mío, estas en mi casa, ¿recuerdas? ― un par de segundos fueron suficientes para ubicarse.

― Ah... si, gracias Usagi ― se levantó pesadamente y tomó sus armas.

― Ponte esto, te servirá por ahora, más tarde iremos a comprarte algo de ropa ― le entregó una vestimenta sencilla y una capa para el frio.

― Es hora ―. Y el quelonio lo siguió.

Entrenan por varias horas, sus espadas chocando con fuerza y agilidad Usagi no puede negar que es letal... Hermoso y letal.

Para cuando la mañana comenzaba a hacerse presente, ellos descansaban a lado de un río.

― ¿Entrenas así todas las mañanas?

― Así es, debo estar siempre en condiciones de batalla.

― ¿Y meditas?

― Si, por las tardes y voy siempre que el feudo me llama.

― Gracias por dejarme estar aquí, no creo que sea por mucho tiempo, eres buen maestro.

― Gracias Leonardo, piénsalo, tendrías un lugar para vivir si decidieras quedarte y a mí no me molestaría tu compañía.

― ¿De verdad? ¿Podría quedarme? ―, su voz mostraba algo de emoción.

― Si quisieras, podrías quedarte toda la vida ―. Leonardo lo pensó y sonrió con verdadera felicidad ―. Por ahora no puedo disponer eso pero sin duda te lo agradezco.

Y sin más, el entrenamiento continuó.

Al terminar, está lavándose el sudor en el río, el agua no está tan fría.

Y no hay mirones, Leonardo es el primero en salir del río y camina sin notar la mirada de Usagi en esas largas y torneadas piernas que al subir la mirada se ven apenas por el caparazón unas caderas bien formadas.

Ya para ese momento el conejito está que echa humo por las orejas.

― "Es tan joven, hábil y valiente además de... no, no debería estar pensando así de él, él es mi buen amigo... pero... por qué..." ― la sola idea de abrazarlo y besarlo lo hacía sonrojar, veía jugar al joven kame entre la nieve, tan libre e inocente.

― Leonardo ―, el quelonio lo miró con sus profundos ojos azules, que parecían mirar su alma ―. Usagi desvió la vista y se controló para no ir con él ― es hora de irnos. Vamos a comer y después a la ciudad, necesitas ropa.

― Oh ― coge las toallas y envuelve en una al conejo.

― Usagi no tienes que gastar dinero en mí, ¡tengo más que suficiente con lo que me diste! ― sonríe y se le forman hoyuelitos en sus mejillas.

― ¡Claro que no es suficiente! Además, necesitas ropa más gruesa, dada tu condición de kame! ¡Y no me discutas!

Leo suspira ― está bien Usagi-kun será como tú digas ― dice resignado.

― Además, debes salir de ahí. No estás acostumbrado a este clima.

― Pero en mi ciudad también nieva.

― Pero vives en tu guarida. No llegas a sentir tanto el frío. No discutas y vístete es hora de irnos.

Sin más protestas, Leonardo obedeció.

Continuará...