Mai Hime © Sunrise


Première Rencontre.

No es fácil cuando tienes demasiadas cosas que atesorar. En ocasiones, si deseas algo, solo puedes obtenerlo al sacrificar otra cosa.

Nevaba como nunca esa mañana.

Natsuki caminaba a un ritmo tenue. Sus botas eran ligeramente arrastradas contra el blanco sendero, que a ratos pareciera absorberla en cualquier instante si no era lo suficientemente precavida, solo escuchaba el eco de sus verdes y viejos audífonos colgando desde la base de su cuello.

Tomó la ruta más corta esta vez, intentando apaciguar el frío que comenzaba a entumir su cuerpo. Natsuki despejó con fuerza la nieve acumulada sobre su cabello antes de ingresar a la residencia. Las puertas de esta siempre permanecían abiertas sin razón alguna.

De todas formas, nadie entraba a aquel lugar.

"Ya llegué."

Cuando Natsuki ingresó en la cocina, una mujer mayor se distraía en la mesa. El periódico con fecha discontinua posaba sobre sus arrugadas manos.

"Llegas temprano, ¿volviste a abandonar las clases?"

María Graceburt no tuvo necesidad de detener sus labores.

"N-no." Natsuki desvió la mirada hacia el costado. La sorpresiva presencia de adultos deambulando en el lugar comenzaba a intimidarla. "Hoy empiezan las vacaciones de invierno, oba-san."

"Oh…" María dio una pausa antes de hablar sus pensamientos. Unos que no daban cabida a negociaciones. "Si es así, deberías ir a Aomori."

Aomori.

La última vez que estuvo en los bosques verdes, Natsuki apenas articulaba palabra alguna. Su madre no solía ser más que viejas cartas en tiempos festivos, y la imagen paterna acostumbraba a perderse en temporadas cruciales.

No era el lugar preciso donde preferiría descansar.

Natsuki tragó saliva antes de asentir levemente. La anciana se dirigió a preparar la merienda luego de dejar el bolso escolar sobre el asiento, demasiado frío para la tierna edad de quien lo cargaba.

Demasiado prolijo para el supuesto compañerismo.

María observó cómo las pupilas de esos verdes iris se dilataron por unos instantes antes de que se escondieran bajo sus cansados párpados.

Natsuki se estremeció involuntariamente.

"Oba-san, ¿no tienes frío?"

Y aun cuando sabía el motivo, lo irracional de su conducta, el susurro en noches confusas, las burlas ajenas impresas en sus cuadernos; era todo lo que se esperaba del linaje al que Natsuki Kuga pertenece.

Lamentablemente, para estos tiempos que comienzan a culminar, alguien de la naturaleza de Natsuki difícilmente encajaría en su entorno. Aún en tierras añejas.

"No, ve a cambiarte. La comida estará lista."

La única habitación que sostenía ventanas entre sus frías paredes rara vez era ocupada. Por lo general, cada vez que Natsuki permanecía lo suficiente, la presencia de una niña se hacía presente a unos metros de ella. No había palabras para describir la expresión inquebrantable en su rostro. Natsuki no se molestaba en preguntar.

Mientras vacilaba en remembranzas que yacían perdidas en su interior, y aumentaba el volumen de la música cada vez que la forma del infante se hacía visible en su espacio, Natsuki cerraba sus ojos y se dejaba llevar.

Imágenes que jamás interpretaría plagaban su mente al instante. A estas alturas, solo sabía que su madre, Saeko, permanecía en la prefectura de Aomori. Rara vez mantenían contacto.

Su padre, a pesar de haberle dejado el único instrumento para despejar su alborotado raciocinio, decidió emprender un viaje del que probablemente jamás regresaría.

No había refugio permanente que Natsuki recordara.

A pesar de ello, durante las noches en que la euforia y llanto eran demasiado para su corta edad, él siempre estuvo allí. Y junto a la nostálgica melodía que lo acompañaba, solía murmurarle simples palabras que no llegaba a comprender.

Lo más importante de todo, es el corazón.

Nevaba como nunca esa mañana. Tanto así, como el peso de la soledad en su corazón.

.

.

"¿Natsuki-san?"

"Um."

"Mi nombre es Durán. Durán de los perros. Espero que nuestra compañía sea de su agrado."

Un espíritu de más de mil años decidió acompañarla en su estadía en Aomori. Para cuando Natsuki retuvo la forma del singular animal azul, de orejas grises y ojos tan brillantes como el oro puro, este ya se había desvanecido en el entorno.

Al parecer, Saeko Kuga tenía otros planes previstos en su visita.

El clima en Aomori era aterrador en su humilde opinión. Apenas logró ingresar a su vieja habitación, Natsuki no perdió el tiempo en aferrarse a la mayor cantidad de prendas posibles para apaciguar en algo los espasmos de su delgado cuerpo.

La casa estaba vacía. Si bien, esperaba al menos la presencia de su madre, la situación era similar a la que vivía junto a su abuela. Natsuki pasó por las innumerables habitaciones de la pensión antes de detenerse en una de ellas, cuya atmósfera que irradiaba era tal que podía sentir como su pecho se contraía.

"Ah, le recomiendo continuar por las escaleras. No es bueno la intromisión en espacios ajenos, Natsuki-san."

"D—Durán. Yo—" No se había dado cuenta, su mano posaba sobre la áspera madera. "¿Hay más personas en la posada?"

"La posada es solo una fachada. Es inusual ver clientes en este sitio." Le dijo con incredulidad. "Saeko-san debe estar por llegar, si Natsuki-san sería tan amable, es mejor esperarla en la entrada."

Pese a evadir con astucia el comentario a su pregunta, Natsuki simplemente rodó sus ojos y se alejó de su curiosidad junto al solemne espíritu.

"... ¿Cómo están todos?" Recargaba su cuerpo junto al gastado marco, sus brazos firmemente cruzados en espera de algún movimiento pronto. Natsuki comenzaba a impacientarse frente a la situación. Son demasiados los años que no ha visto la figura de su madre, a pesar de saber la similitud de sus apariencias, se le hacía frustrante proyectar una imagen de ella cada vez que intentaba recordarla.

Durán se apoyó sobre sus patas traseras. Pareciera como si pensara en la mejor manera de responder una pregunta tan banal como la que acaban de hacerle. Sin embargo, antes de que lograra formar palabra alguna, las enormes puertas frontales se abrieron lentamente, rechinando en cada momento. Ambos voltearon a ver.

Existen muchos tipos de personas en este mundo, cada uno con distintos objetivos. Apoyándose unos con otros. A veces en llanto, otras veces en alegría.

Y en ese entonces, cuando Natsuki fijó la mirada en los cálidos ojos de quien se había presentado, su cuerpo se entumeció. No era el delicado rubor que cargaba sobre sus mejillas, ni la sedosa cabellera castaña que adornaba su cabeza. Ni siquiera las finas y elegantes facciones que portaba o el peculiar color de los ojos que revelaban una apariencia que dejaría sin aliento a cualquiera de su edad. Natsuki solo sintió el dolor al verla.

Su espíritu, apestaba a muerte.

Y en medio de todo eso, ¿Cuántos serán capaces de cumplir sus deseos?

"…-san. Natsuki-san. Le presento a Shizuru Fujino, la nueva aprendiz de Saeko, su madre."

¿Y cuántos de esos deseos realizados traerán verdadera felicidad?

Shizuru no hizo más que una leve reverencia, la sonrisa plasmada en su rostro no lograba erradicar la neutralidad que sus ojos expresaban, antes de continuar su camino hacia el interior de los pasillos.

"Ella duerme en esa habitación, ¿no es así, Durán?"

No era una pregunta pese al arrastre en las palabras de Natsuki. Durán solo se precipitó a mirar hacia el vacío, ocultando la melancolía de quienes comparten la misma carga.

La respuesta, es algo que cada uno debe descubrir.

"Saeko-san aún encuentra en el monte. Llegará dentro de unos días." Natsuki parecía impactada al escuchar el extraño acento que provenía de la castaña. La noticia sobre el paradero de su madre parecía ser solo un detalle respecto a su impresión de Shizuru. No pudo evitar el sorpresivo calor en su rostro.

"Natsuki-san parece asombrada." Siendo atrapada por Durán en su letargo, Natsuki continuó comiendo de lo que encontrara sobre la pequeña mesa de estar. Si no fuera por la presencia del perro, no se imaginaría lo incómodo que el ambiente se tornaría el estar a solas con la única otra persona presente en el lugar.

"Sabes… ¿sabes si dijo algo?"

Para cuando levantó la vista, debido a la falta de respuesta alguna, no había nadie a su alrededor. Natsuki pensó por un instante si Fujino era en realidad otro espíritu del lugar. Incluso se atrevió a consultarlo con Durán, el cuál sonrió de manera divertida.

"Quizás estaba cansada. El entrenamiento de las Itako es bastante estricto."

"Entonces, ¿Fujino es ciega?"

"Fujino-san ve perfectamente, Natsuki-san."

"Mmh…"

Durán observaba con atención la pensativa mirada de Natsuki que comenzaba a tornarse en un ceño bastante cerrado. Le sugirió que se lo tomara con calma. Probablemente, las relaciones de Natsuki con los demás son bastante remotas, a pesar de sus dieciséis años, y situaciones como estas son algo estresantes para afrontar.

"Natsuki-san debería ir a descansar. Mañana tiene que ir al templo a saludar a los dioses."

"Durán… ¿Shizuru irá con nosotros?"

El animal se sorprendió al escuchar aquel nombre en labios ajenos. Realmente algo en su interior se remeció.

Al menos, la persona que te espera no te dejará sentir la soledad de nuevo.


'¿Cómo lo hace para dormir así?'

A un par de metros de su lecho, podía ver al espíritu descansar sobre otro futón. Natsuki no sabía si alterarse o reírse de Durán, su vientre expuesto al mundo mientras subía y bajaba levemente de forma... Ahora comenzaba a cuestionarse el hecho de que un ser espiritual pudiese respirar entre otras cosas. Siendo una esencia y todo ello.

Escuchó risas que llenaron el extremo silencio del ambiente a otro nivel. Se sentó de inmediato, el sueño abandonado hace momentos atrás. Tomó sus viejos audífonos y se llevó consigo un cobertor.

Dio un último vistazo al animal antes de salir sigilosamente de la habitación.

Recuerdos llegaban a su mente con cada paso que daba en los largos pasillo del lugar. Intentó cubrirse lo más que pudo con el enorme refugio que cargaba y descendió las escaleras, camino hacia el jardín. Logró pasar por la cocina en la cual creyó ver a un animal que se asemejaba a un mapache intentando escapar del sitio, aterrado. Para cuando sintió su presencia, Natsuki no pudo quitar la vista del extraño pañal que cargaba entre sus partes íntimas, antes de desaparecer por la pared a su lado.

'¿Otro más? ¿Cuántos espíritus tiene Saeko en esta casa?'

Sin darle más importancia y sintiendo la fría brisa sobre sí al salir, Natsuki se enfocó en aferrarse bruscamente mientras veía el mar de estrellas a su norte. Había olvidado paisaje semejante por demasiado tiempo. Su boca permaneció ligeramente abierta con tal asombro.

"Kuga-san debería descansar."

Se sobresaltó ante la inesperada visita, su nuevo acompañante caminó por su lado antes de posar sus descalzos pies en la mojada hierba del jardín. Natsuki observó con extrañeza tal acción, pero decidió guardar comentario al respecto.

"Tengo el sueño ligero... y—uh, Durán no deja de roncar."

"Oh, el perro."

"Hn. ¿Sabías que tiene más de 1000 años recorriendo el planeta? He escuchado que puede materializarse en objetos cuando lo desee… ¿No te provoca curiosidad el saber las cosas que—" Cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo, la longitud de sus palabras, Natsuki se ruborizó ¿Desde cuándo no hablaba más que monosílabos con gente de su edad? No comprendía la naturalidad de su comportamiento. Prestó atención al gentil rostro a cierta distancia, la sonrisa presente no logró más que incrementar su vergüenza.

"Kuga-san parece una niña cuando se ruboriza."

"¿Qu-qué? No soy una niña."

La sonrisa se amplió a pesar de ser ocultada tras una delgada mano. Pese a su malestar, Natsuki dio un paso hacia el jardín, decidida en hacerla cambiar de opinión mediante otros medios. Pero cuando sus pies hicieron contacto con la suave superficie, la sorpresa y el dolor la invadió de inmediato. Se arropó en un acto similar a una oruga al momento en que regresaba a la cálida madera del suelo hogareño, mientras veía incrédula a la castaña quien parecía serena en su sitio.

"¡Fujino! ¡Te resfriarás si sigues allí!" Elevó la voz con algo de autoridad. No podía creer que caminara en esas condiciones, con esta temperatura que comenzaba a bajar drásticamente. "Shiz-"

"Ah. Kuga-san es una niña de verano, ¿no?"

"... Está bien, iré a buscarte."

Para cuando se introdujo en el césped, percibió el filo de las verdes hojas quemar la sensible piel bajo sus huellas. "Fujino." Estiró su mano, intentando que razonara y la siguiera de regreso. Natsuki no esperó recibir el mismo tipo dolor en ella, al momento del contacto con la piel de la castaña.

Tocaron suelo neutral y Natsuki comenzaba a sentir el frío líquido entre sus narices. Iba a recoger el cobertor para marcharse, pero se detuvo a mitad de camino. El chirrido que hacía zumbar sus oídos la desorientó enseguida. "¡Ow! Fujino ¿estás bien—?" Miró tras de sí, y la figura de Shizuru permanecía inmóvil en su lugar. Su semblante fijo en el cielo.

"La luna, Kuga-san."

No había notado el sudor que se formó en su rostro, no hasta que lo necesario recorrió por la punta de su nariz hasta descender, estrepitándose en la madera.

Natsuki levantó la vista, la estrella que iluminaba sus cuerpos parecía ser consumida por un fuego tan bello, tan exquisito, que tentaba al trágico desenlace que desencadenaría.

Intentó llamar a Durán. Pero su boca se rehusaba a cooperar, así como el resto de su cuerpo.

Sintió el movimiento a su lado y, para cuando logró cambiar de vista, por un instante, Natsuki se encontró rodeada. Solo fueron segundos en que se presentó hasta el más ínfimo ser que habitaba el lugar, y en medio de todo ello; los rostros, los cuerpos, los gritos, la agonía que la inundaban, Natsuki pudo verlo.

Y el dolor en su corazón, como aquella vez que vio a la castaña en el primer encuentro, la abatió completamente.

"Natsuki debería descansar."

Como si de un hechizo se tratase, Natsuki recobró la cordura, y se sacudió. Parpadeó un par de veces antes de enfocarse en su entorno. El aire helado se desprendía de su boca con cada agitado respirar que producía, y no pudo evitar el ligero temblor de su cuerpo que comenzaba a acrecentarse paulatinamente. "¿Vi-Viste eso...?"

No pasó mucho hasta que el cobertor cayó sobre su espalda, envolviéndola. Shizuru estaba tan cerca de ella, que impregnaba su rostro del aire que emanaba de sus narices.

"Tu cumpleaños es el 15 de Agosto, te fascinan las mascotas."

Las manos que se aseguraron de arroparla por completo se aferraron al viejo aparato colgando de la base de su frío cuello. Natsuki no entendía lo que Shizuru le estaba diciendo, no quería averiguar, no quería que continuara.

"Tu madre nunca te visita, tu abuela jamás entenderá tus aflicciones. Eres incapaz de relacionarte con tus iguales." La miró directamente. "Estás sola, Natsuki Kuga."

El reflejo en sus ojos transmitía sus mismos sentimientos, que estrechó con tal desesperación.

"¿Qué estás—¿Quién te dijo...?"

"Por ende, Natsuki es esa estrella." Y apuntando hacia la Luna llena, Shizuru sentenció lo que Natsuki temía. "La nobleza en su alma es tan abrumadora, que atrae hasta el ser más desdichado bajo su cuna."

.

Durán estaba seguro que era el único que continuaba firme en ese entonces. La presencia del mapache se perdió junto a su turbio compañero, y el resto de los ocupantes.

El espíritu del perro sacudió su cabeza, evitando que las preocupaciones nublaran su determinación. Natsuki debía ser una llave más, de las que tanto le habló su padre. Observó el lúgubre destello de la Luna sobre su ser antes de salir por el tejado y descubrir por sus propios ojos, un evento que no había presenciado hace mil años atrás.

Fue entonces que allí la encontró, sobre el rígido césped y la congelada fuente ancestral a su lado.

"Orphan…"

No uno. Eran cientos, miles. Y Shizuru Fujino era uno, cientos, miles.

Y en un instante, ninguno a la vez.

Miserable y abandonada en el camino, sintiendo el peso del mundo.


Esta historia la comencé el 2013 (ha pasado bastante agua bajo el puente) y ahora que recuperé mi cuenta, quise rehacerla y espero terminarla bien :) Ojalá disfruten.

¡Gracias por leer!