Si hay algo que caracteriza a Muerte es su profesionalidad. Se mueren, ella les recoge, les reconforta un poco, les explica su camino y se va. Son muchos cada día, muchos cada minuto, como para quedarse con su nombre, con sus caras, como para preocuparse o compadecerse, ni siquiera para fijarse.
Pero hay ocasiones como esta, especiales, en que tiene que llevarse a alguien especial. Hace diez segundos no la conocía, nunca la había visto, y su frágil vida era tan importante, o tan insignificante como la de cualquiera. Pero ahora la ha visto, duerme, tranquila, su muerte no va a ser sorprendente para nadie, ni siquiera para ella. Un cáncer de mama descubierto tarde, una chica demasiado joven para preocuparse por la autoexploración, una quimioterapia que no resultó milagrosa. El resultado fueron unas semanas de hospital, y una vez desahuciada, otras cuantas en casa. Hace días que duerme sola, harta de que le guarden la cama esperando, y la muerte le asusta más de lo que querría reconocer. Muerte no puede evitar saber todo eso, igual que sabe que le gusta hacer joyas con fimo, que de pequeña le tenía miedo a los perros, incluso a los pequeños, o que su color favorito sigue siendo el rosa, aunque siempre conteste turquesa. Siempre podría conocer tantos detalles, es cierto, pero no siempre se queda parada a ordenarlos. Normalmente deja que el amasijo de datos fluya, que no le afecte. Pero ha cometido el error de memorizar su cara, sus grandes ojos marrones, que un día fueron alegres, risueños, y que hoy están enterrados en las ojeras. La cabeza, que antes cubría un pelo cobrizo, ahora vulnerable y visible con todas sus imperfecciones. Sus rasgos son suaves, sin nada que desentone, ni probablemente llame la atención. Pero es todo dulzura. Hay algo en ella, algo que Muerte no sabe describir, pero que reconoce después de pasear tantas almas, algo que le hace bella en sus defectos, en sus torpezas.
Por eso, antes de llevársela, contradiciendo su profesionalidad, se sienta en el borde de la cama y le coge de la mano. Le acaricia el rostro, tiernamente, aunque sabe que no puede despertarla. Luego posa sus labios sobre la fría boca de la chica. Ha habido pocos besos antes que el suyo, descubre, y ninguno tan sincero. Se queda abrazada a ella durante unos instantes, que parecen más cortos en su eternidad.
Durante unos minutos nadie muere. Literalmente se para el mundo. Porque Muerte se ha enamorado.
