Era culpa suya. Lo sabía. Si hubiera tenido un poco más de instinto, si hubiera confiado un poco en su padre y hubiera pedido ayuda, si hubiera sido más lista, más rápida… Las cosas no estarían así. Era tarde para ella, sí, y probablemente también era tarde para Casiddy. Hace años que era tarde para él, por las torturas de su hermano, por las risas de su padre, porque en el fondo era un psicópata desde siempre. Hace meses que era tarde para ella. Perdió a Duncan, luego a Lily, luego a su madre… El día que le drogaron y la violaron le quitaron la poca confianza que le quedaba en la gente. Pero podía haber salvado a Mac.

No había necesidad de que ella sufriera. No había necesidad de que se encontrara sentada allí, medio desnuda, sola, destrozada. No había necesidad de que sintiera que la única persona que podía amarla fuera un loco, un violador, un asesino a sangre fría. No la había porque ella tenía que haberlo descubierto antes, y porque, además, no era verdad. Ella amaba a Mac. Amaba aquellos ojos tristes. Amaba la magia en la que convertía el uso de un ordenador. La quería porque era tan distinta como ella, porque estaba tan fuera de lugar como ella. Le interesaban incluso sus largas discusiones sobre sistemas operativos. Le gustaba incluso su fragilidad, aunque a Verónica no le gustaban las personas frágiles. Le gustaría haberla protegido, y, se prometió, la protegería a partir de ahora.

Verónica echó a todo el mundo de la habitación, intentó levantarla del suelo, pero no se dejó, así que se sentó a lado, la estrechó entre sus brazos y la dejó llorar largamente. La besó el pelo, despacio, las mejillas, la cogió de la mano. Pero no hizo nada más de lo que deseaba. Juntarse con ella sólo podía hacerla sufrir, y Mac no se merecía sufrir más. Así que renunció a ser su amante para convertirse en su ángel de la guarda, para quererla en silencio.