Mira el teléfono que no se atreve a descolgar. Cuando lo hace, pese a todo, aún se siente como una vulgar fan pidiendo atención de alguien muy superior a ella, como cuando de adolescente escribía cartas a cantantes que nunca mandaría. Lo que la convence de marcar es que mañana Darren estará de vuelta, y prefiere no enfrentarse al reproche callado de sus miradas. Hoy tan sólo los carteles de Pi y Réquiem la juzgan desde lo alto, cuando al fin Rachel levanta el aurícular.
5, una vuelta ruidosa. 5 odia aquel dichoso teléfono antiguo, otra excentricidad más de la casa. 5… Cuan cómico que un teléfono tan real empiece por el manido falso prefijo.
- ¿Sí? – La voz somnolienta de Ralph hace que no se arrepienta de ninguna vuelta de la ruleta.
- Soy yo. Llamaba para decirte que estás adorable incluso sin nariz. – Rachel se ríe como un cría vergonzosa, de nuevo su adolescencia a flote. "Aún no se ha acostumbrado a esto", piensa él y se une a la risa con mucha más soltura.
- Pues precisamente acabo de hacer un hechizo para que me llamaras.
Un silencio demasiado cómodo para no ser incómodo precede la dulce voz femenina.
- Quiero volver a África.
Aquel era un tema recurrente desde que acabó el rodaje. La primera vez surgió borrachos, en la fiesta en la casa de Le Carré. el ron miel había corrido demasiado y acabaron durmiendo allí, recordando el continente añorado, a los niños, sobre todo a los niños, que ninguno de ellos sabía como eran capaces de seguir sonriendo. No se habían ido, claro, pero nació Constant Gardener Trust entre chupitos y confesiones. Él se solía burlar de ella, diciéndole que no aguantaría allí ni un año, y menos sin su hijo. Pero él también lo pensaba a menudo. Las imágenes de aquellos meses de rodaje venían a su mente cuando menos lo esperaba, o cuando menos lo necesitaba.
- No tenemos nada que hacer allí, Rachel. Nuestras trincheras están más cerca.
- Añoro los colores, añoro la tierra, añoro la paz…
- Y yo te añoro a ti.
- Ralph…
- Sssssssssh, la interrumpe, lo sé. Lo sé todo. Ahora duerme, descansa.
"Siempre nos quedará Kibera", piensa mientras oye el pitido del teléfono, una noche más. Quizá deberían de quitarse esa costumbre de hablar, de buscarse cada noche. Quizá así podría de dejar de soñar con ella, y quizá así podrían dejar de dolerle las manos de no haberla tocado.
