Ellos que se creían superiores, que creían que eran más puros que los demás, más inteligentes, más seguros, que no sentían, que

Ellos que se creían superiores, que creían que eran más puros que los demás, más inteligentes, más seguros, que no sentían, que eran más racionales que el resto. Ellos, tan brillantes, los salvadores de la República, los salvadores del mundo… Ellos no eran más listos que toda esa gente que muere de amor. Él, en concreto, no era más que un mal cliché que imperaba desde los griegos, el alumno fascinado por su maestro, enamorado hasta el desaliento, buscando una doble interpretación a cada gesto, a cada palabra.

Desde que se trajo a aquel esclavo con ellos ya no había habido soledad, no quedaban clases con la compañía exclusiva de su maestro, no quedaban paseos filosóficos donde malentender a propósito lo explicado. 'Los celos también llevan al lado oscuro, Obi', se decía, pero le importaba poco el lado oscuro si ni siquiera podía ser el alumno predilecto.

Ahora se sentía culpable cada vez que le observaba soltarse el pelo, y cepillárselo con esmero, se sentía culpable de observarle casi embobado cuando se quitaba la camisa para entrenar, y la piel se estremecía levemente con el contacto del aire, y el notaba que la suya se estremecía también sólo por los ojos. Ahora que no estaban solos, y que se había desvanecido la ilusión de que mirar era mirarse el uno al otro, se sentía culpable de seguir mirándole sólo a él.

Y su culpabilidad sólo le permitía seguir callado, fijándose en cualquier tío – cualquier tía incluso-, que tuviera los ojos, la boca, la nariz, una expresión, una sonrisa, una voz, un caminar…, algo, como su maestro. Y seguiría utilizando sus propios ojos, boca, nariz, expresiones, sonrisas, caminar… voz, para acercarlos a él, para sentirlos contra su piel, para probar su olor, su sabor, para acostarse con ellos furtiva, rápidamente… Y pensar que él, lo que era, podía atraerles. Que quizá, podría atraerle también a él.