Bienvenidos a esta historia.

Antes que nada, gracias por su tiempo dedicado a mi primera historia. Debo destacar que esto fue inspirado en un libro ya abandonado por los años. Naturalmente al leerlo, decidí que la trama sería increíble con estos dos personajes. Por supuesto que esta es solo una adaptación al libro con los personajes originales de JoJo's bizzarre adventure.

Omitiendo los detalles que a nadie le interesará conocer (?) no me queda más que agradecer nuevamente su tiempo


Los ingleses habían logrado avanzar rápidamente hacia el bastión fronterizo de Emerald Beaumont, dejando al hijo de un aristócrata japonés como la única esperanza del castillo.

Kakyoin Noriaki cruzó de brazos al caminar hacia el ventanal de la habitación. Las cosas no avanzaban bien en lo absoluto… ¿Dónde se encontraba Dio, cuando él más necesitaba a un guerrero formidable que guiara a su gente a la batalla? Su ausencia solo complicaba más la crítica situación.

El mayordomo, quien ahora servía al joven Noriaki irrumpió en la habitación, apartándolo de sus dudas. Instantes después, los pasos apresurados de Avdol le hicieron saber que ahora tenían una nueva desventaja. El joven suspiró.

- Los invasores exigen hablar con el señor de Emerald Beaumont, mi señor. -

- Es una pena que él falleciera en las llamas junto a su familia. – respondió Kakyoin al regresar nuevamente su mirada a la chimenea, intentando encontrar respuesta alguna entre sus violentos matices. Era un secreto cautelosamente guardado que el actual gobernador de Emerald Beaumont no era un descendiente de la familia, si no el hijo de un extranjero aristócrata y viejo amigo de los Beaumont.
Después de que las llamas devastaran sus tierras tres años atrás, los leales vasallos de la familia le habían ayudado a perpetuar la creencia de que el verdadero heredero no había perecido en las llamas junto al resto de su familia y su más cercano aliado. El engaño solo seria temporal hasta que lograsen encontrar a un legítimo pariente que tomara posesión de las tierras, de esta forma Kakyoin no solo completaría la labor de su padre, si no que finalmente su vida podría regresar a la normalidad junto a la única persona que tenía ahora. Dio.

Aunque de momento, ello parecía solo un sueño inalcanzable.

- Tenemos pocos caballeros, mi señor. – Le recordó Avdol al dar un par de pasos más hacia él. Avdol era de los pocos sobrevivientes de aquella tragedia años atrás y desde entonces, había jurado total fidelidad al joven señor. Emerald Beaumont parecía esconder muchos secretos… entre ellos, la nobleza de su gente al aceptar a los extranjeros. Sin importar nacionalidad o color de piel.

-La mayoría de esos hombres a los que llamas caballeros nunca han presenciado una batalla. ¿Qué pueden hacer contra una horda inglesa? – Intentó disimular en sus palabras la impotencia que eso representaba, aunque el jugueteo de sus dedos sobre su brazo delataba la ansiedad y el terror que, lentamente comenzaban a invadirle ante su falta de opciones.

Se volvió hacia su audiencia, que en cuestión de instantes había aumentado a la mitad del personal del lugar. La gente de Emerald había sido atacada por los ingleses con anterioridad y a todos los aterraba enfrentarse a otra masacre. Al igual que a él. Pero no podía permitir que aquella gente que lo había acobijado como el actual señor de dichas tierras volviera a sufrir, y por si fuera poco, la idea de dejar pasar la oportunidad de vengar a su padre no se encontraba dentro de sus planes.

Avdol se aclaró la garganta, tratando de retomar el punto quizás más grave de todos.

-¿Quién hablará con los invasores?-

Y una sola respuesta llegó a Kakyoin. Sólo una persona podía hablar con los invasores como el lord de Emerald.

Suspiró con pesadez al pensar en Dio, tan lejos cuando más le necesitaba.

Dio había perdido a su familia mucho tiempo atrás de una forma que el mismo Kakyoin desconocía. A pesar de la cercanía y extraña relación entre ambos, era algo de lo que aún no había logrado comprender o hablar. Ya que solo su padre habría conocido la historia en voz del propio Dio.

En las semanas siguientes al incendio, Dio había jurado regresar en cuanto obtuviera la simpatía del rey, y entonces, podrían devolver juntos su gloria arrebatada a la familia Noriaki y a la familia Beaumont. Hasta entonces, se había unido a las guerras y campañas del rey Iván II, creando un nombre que se expandió rápidamente por todo Europa y parte de Asia causando terror y admiración entre los enemigos y aliados del rey Iván.

Aun así, Kakyoin anhelaba aquella compañía que solo Dio podía significar de una extraña manera. ¿Por qué no estaba ahí ahora? Solo alguien como él sería capaz de alzarse con la victoria en contra de los ingleses en una situación así.

Kakyoin sonrió con cierta nostalgia ante su realidad y los recuerdos de aquella época. Habían crecido juntos después de todo. Sin embargo, no permitiría que los ingleses tomaran posesión del bastión, no después de que su padre diera la vida por los verdaderos herederos de tan codiciadas tierras.

- Avdol, ven a la habitación de mi padre. – ordenó con autoritaria voz. Avdol de inmediato comprendió las intenciones de su joven señor.

-Pero...- protestó en un vago intento por hacerle cambiar de opinión

-Yo hablaré con los ingleses como el señor de Emerald Beaumont. – le acalló decidido a llevar acabo su plan.

Con paso apresurado, entró en la habitación revolviendo las ahora abandonadas pertenencias en busca de lo que significase en algún momento el orgullo y emblema de su familia. Una daga plateada adornada con rubíes en la empuñadura. Misma que había acompañado por años a los hombres y líderes de su familia. Al sostenerla en su mano la nostalgia asaltó nuevamente sus recuerdos.

Avdol sostuvo su hombro, como si fuese capaz de entender perfectamente lo que ahora mismo pasaba por la cabeza del joven extranjero. Kakyoin sonrió agradecido por el gesto y apoyo que ahora mismo significaba, antes de continuar en su búsqueda. No tenía tiempo que perder.
Con una capa sobre sus hombros y la daga oculta en sus ropajes comenzó su plan, siendo seguido pocos pasos atrás por su fiel amigo y servidor.

Aunque la seguridad pronto le abandonó mientras subía a las almenas de las murallas exteriores. Vistiendo la capa oscura de su padre y asaltado por las dudas, se preguntó si sería capaz de ocultar su acento poco británico. Había tenido tiempo para practicarlo, pero los nervios podían ser traicioneros de muchas formas… sin mencionar que el color de su cabello podía delatarlo en cuestión de instantes.
Era bien sabido que todos los descendientes Beaumont tenían un cabello tan dorado como el mismo sol.

¿Qué haría si el jefe exigía un encuentro cara a cara?

Su plan tal vez solo funcionaría a distancia, pero nunca podría hacerse pasar por un Beaumont de cerca. El pequeño gorro de la capa cubría su cabello perfectamente, dejando ver entre aquella oscuridad los rasgos de un muchacho de corta edad.

Mi señor, aún estamos a tiempo de que otra persona hable con ellos. – le susurró Avdol con cautela por tercera ocasión.

Kakyoin negó suavemente, no podía arriesgarse a que la inminente confrontación saliera mal. Él debía ser quien hablara por su gente.

Avdol suspiró no convencido del todo de las acciones de su señor, pero aceptándola sin remedio alguno. Al menos se encontraban lejos de la mirada de los invasores, pero lo suficientemente cerca para ser oídos.

¿Hay alguna manera de que pueda mirar hacia abajo sin mostrarme? – susurró Kakyoin. Su voz delataba nerviosismo.

-No es probable que estén mirando hacia esta dirección, pero, aun así, tenga cuidado. –

Kakyoin asintió al avanzar con cuidado para contemplar el panorama.

El miedo recorrió sus venas. Definitivamente era peor de lo que pensaba… los reportes que había recibido anunciaban cerca de un centenar de ingleses, pero desde aquel punto, parecía el doble. Los guerreros ingleses se habían congregado en masa a las puertas del lugar, muchos de ellos cargaban escudos o armaduras con un extraño símbolo carmín, parecido a una especie de estrella.

Kakyoin no había visto nada igual en su vida.

"Asesinos" pensó el joven señor al recordar el incendio que provocaron.

Sacudió la cabeza intentando despejar su mente de las terribles visiones. No tenía tiempo para ello. Intentó mirar con mayor atención tratando de convencerse de que se trataba solamente de un centenar de invasores. Ni siquiera pudo percatarse de que, por un momento, su respiración se detuvo al pensar en su gente… Era imposible librar esta batalla, y no soportaría perderlos en caso de tomar una decisión equivocada.

Aunque todos aquellos invasores parecían fundirse en un encrespado mar de armaduras plateadas y extraños símbolos de guerra, un hombre llamó la atención del joven Noriaki. A diferencia de los soldados, él vestía una armadura negra. Sus hombreras sostenían una larga capa carmín que llevaba sujeta al cuello con un broche plateado con el mismo símbolo tan extraño que sus hombres portaban orgullosos.

Su negra y corta cabellera destacaba a causa de aquellos rebeldes mechones frontales.

Flanqueado por dos guerreros ataviados con capas similares, los tres parecían tener una estatura monstruosa, aunque aquel que había llamado su atención parecía sutilmente más bajo en comparación a los otros dos. Los tres irradiaban una orgullosa nobleza ante el asedio inminente, pero la mirada del joven lord quedó fija en el invasor del medio. Su aire autoritario y algo más le provocaron una sensación temblorosa en lo más profundo de su ser.

Miedo.

Aquel hombre podía ser el responsable del asedio. Se obligó a apartar la vista de él y trató de concentrarse en la siguiente parte de su plan. Aunque no podía quitarse una extraña sensación… como si ese hombre estuviera observando cada movimiento suyo… pero ello era imposible ¿No es así? O de ello intentó convencerse.

Los invasores tenían un inmenso ariete en comparación de los escasos caballos que tenía Emerald Beaumont. Volvió a deslizarse al abrigo de la muralla y se agachó junto a Avdol.

Temo que el ariete significará un grave problema. – comentó al tomar los guijarros sueltos entre los grandes bloques de piedra. - De no ser por él podríamos resistir el ataque hasta consolidar un mejor plan. -

-¿Y si consolidamos nuestras defensas sobre la empalizada, mi señor? Nuestra gente podrá arrojar flechas, agua hirviendo y cualquier cosa que sean capaces de encontrar. –

De no ser por aquella sensación tan extraña aún presente, Kakyoin tal vez habría sonreído ante la idea. Su gente estaría más que complacida con la oportunidad que dañar a los invasores. Cuando los ingleses atacaron la última vez a mitad de la noche y se retiraron dejando que el fuego lo arrasara todo por ellos.

- ¿Contamos con piedras que los niños más pequeños puedan arrojar? -

-Por supuesto. - Respondió Avdol asintiendo ansiosamente. -Las piedras son una de nuestras pocas defensas bien provistas. – Sonrió para su señor. Cualquier objeto era válido para defender su hogar después de todo.

Kakyoin guardó silencio unos minutos, considerando las opciones a medida que el tiempo se agotaba. Tendría que hablar con los invasores el cualquier momento ¿Debería empezar por preparar a su gente para la batalla, arriesgando sus vidas para proteger su hogar? ¿O debería renunciar al castillo tranquilamente… y arriesgar más vidas a la tristemente célebre brutalidad de los ingleses? Renunciar a aquella última voluntad de su padre y huir como un cobarde…

Miró a Avdol, preguntándose cuál sería su consejo. Su adusta expresión le dijo todo lo que necesitaba saber. Había perdido a su esposa en el incendio.

Tenía el mismo miedo que Kakyoin. Y la misma férrea determinación de ganar a pesar de ello.

Respiró hondo, tranquilizándose a él mismo para una batalla que había preferido no tener que librar jamás. Al menos no solo.

Intentaré disuadirlos, pero si la negociación fracasa, lucharemos. -

Avdol asintió y bajó de la muralla con más rapidez y habilidad que muchos hombres. Kakyoin lo siguió con la mirada, pensando en cómo se había convertido en parte de su familia. Podría decirse que había llegado a quererlo como a un padre. Todos los sobrevivientes del incendio de Emerald eran ahora su familia. No podría permitir perder alguno de ellos.

Suspiró. Estaba decidido, se irguió en toda su estatura para enfrentar a los invasores.