Dance of the Red Death

By: Strange and Intoxicating -rsa-

Traducción por: Comodín (Lovely Monday)


Sumario

Encuentra algo por lo que vivir.

Viktor Nikiforov amó demasiado. Lo que comienza como una tos se transforma en algo que toma la forma de un monstruo invisible que se esconde en su propia sangre. Con el gobierno ruso luchando por esconder bajo la alfombra lo peor de una crisis que ya lleva treinta y cinco años desarrollándose y una sociedad que ve su enfermedad como una sentencia de muerte, a Viktor sólo le queda encontrar una forma de sobrevivir.

Todo empieza como una forma de escape, un video en youtube de música, color y luz, pero rápidamente se convierte en algo que nunca esperó cuando Yuri Katsuki le enseña que sobrevivir no es igual a vivir. Yuri le enseña que vivir significa dar un salto hacia lo desconocido y aceptar todo lo que eso supone.

Esta no es una historia acerca de la ira. Esta no es una historia acerca del miedo. Esta no es ni siquiera una historia acerca del dolor.

Este es un amor del siglo veintiuno que supera los obstáculos de las políticas del miedo del siglo veinte.

Esta es una historia acerca de la vida.


Notas de la autora:

El SIDA fue considerado la mayor causa de muerte de patinadores artísticos en el comienzo de la epidemia entre 1981-1994, antes de que los medicamentos ARVs (antirretrovirales) y la TARV (Terapia antirretroviral) estuvieran disponibles. El patinaje artístico fue uno de los primeros deportes que implementó la educación sobre SIDA a sus participantes. Desafortunadamente, no alcanzó a muchos patinadores en los primeros años. Muchos hombres jóvenes y talentosos se consumieron debido a esta enfermedad. (Y sí, hay fuentes, las cuales pueden encontrar en la versión en AO3 de esta historia. Yo extraigo todo de fuentes.)

Afortunadamente, ahora vivimos en un mundo donde existen más oportunidades sumado a los tratamientos. Esta historia se desarrolla en el año 2016 con los tratamientos actuales para las personas con VIH/SIDA en algunas partes de la sociedad, que todavía es tan retrógrada como lo era en 1981.

Una lista completa de recursos de consulta estará disponible en las notas finales en mi AO3. Estará incluida en cada capítulo y, sin duda alguna, continuará creciendo a medida que avance la historia.

También quisiera agradecerle a scifikimmi de tumblr por revisar el primer capítulo por mí. Realmente necesitaba que alguien me ayudara para estar segura de que esto no era demasiado dramático y para ayudarme a mantenerme a raya. Gracias.

Si tienes menos de 18 años, por favor sigue las normas y no leas material explícitamente clasificado para mayores de edad. No soy su madre, no puedo controlar lo que leen, pero sean conscientes de que, si son menores de 18 años, están rompiendo los Términos de Servicio (ToS) y ese no es mi problema.

Notas de la traductora:

¡Hola! Soy Comodín, o Lovely Monday (depende de la red social por la que ande).

Bueeeeno, no vamos a alargar mucho esto.

Sólo quiero decir que me decidí a pedirle permiso a la autora para traducir esta historia porque me pareció una maravillosa historia, porque sentí tantas cosas leyéndola, tantas sensaciones. Y, además, puedo decir que aprendí algunas cosas de esta historia. Creo que ésta logra abrirte un poco la cabeza y te deja con ganas de saber más, de informarte lo más posible. O eso es lo que me pasó a mí. ¡Jaja!

En fin, me decidí a traducirla porque me parece una historia que vale la pena leer y tenía muchas ganas de compartírsela a muchas personas, a la mayor cantidad posible. Por favor, denle una oportunidad. Si bien el tema que toca es duro, esta historia no es una tragedia. Es una historia de superación y amor.

Quiero darles millones de gracias a Bellatrix_2009 y a Meliza Malfoy por betear el capítulo y ayudarme con esto porque necesitaba mucho de una mano y ellas me dieron dos pares de manos que agradezco un montón. ¡Muchísimas gracias!

De todas formas, seguro que hay algunos errorcitos por ahí y esos son totalmente mi responsabilidad.

En verdad espero que les guste y sigan esta historia. :)

Ah, si ven esta historia en AO3, podrán leer un muy interesante "Preguntas Frecuentes" que la autora del fanfic hizo por las preguntas que le hicieron a lo largo de la historia.


Capítulo 1

Ploc. Ploc. Ploc.

Estaba nevando ese día. Viktor podía recordar el sonido de los copos de nieve chocando contra el cristal, un recordatorio constante del paso del tiempo. Él escuchaba esto como cualquiera escucharía un metrónomo. Él quería que el sonido se sincronizara con su corazón o su respiración, pero le resultaba difícil hacer que su corazón dejara de intentar saltar hasta su garganta o que su respiración se calmara.

Familia.

Fidelidad.

Fe.

Esas palabras… El doctor seguía repitiéndolas una y otra vez, tantas veces ya que las palabras habían perdido su sentido. Era difícil entender su significado después de la cuadragésima vez que fueron dichas por lo que Viktor comenzó, simplemente, a asentir ante las palabras que no podía comprender.

Familia.

Su familia ya no estaba. Su madre había muerto cuando él era un niño y su padre la siguió no mucho después. Viktor asumió que fue por culpa de su corazón roto; nunca había visto a dos personas tan enamoradas.

Recordaba las mañanas en San Petersburgo, con las ventanas abiertas y un suave tarareo que parecía recorrer su pequeño hogar. Ella hacía blinis o syrniki los sábados, cuando eran capaces de despilfarrar un poco en fruta dulce que pintaba sus dedos en tonos rosas y azules. Su mamá se reía y sonreía, le tocaba la nariz con un dedo cubierto de harina y le recordaba que tenía que lavarse las manos.

A veces, ella se agachaba y dejaba que sus narices se tocaran. Viktor recordaba el beso de sus pestañas en sus mejillas y el cálido aroma a azúcar y mermelada. Recordaba cómo su papá lo alzaba y lo giraba en sus grandes y fuertes brazos y su mamá reía hasta que él hacía lo mismo con ella. Podía recordar la calidez de sus manos y su piel y el sonido de sus latidos.

Viktor también recordaba la mano fría de su madre y la quietud de su pecho mientras él y su padre lavaban su cuerpo y la tendían con un vestido blanco que habían hecho con lino barato de un negocio local. Sangró sobre el vestido blanco cuando un alfiler lo pinchó y vio cómo cada gota se mezclaba con las lágrimas de su padre. Sus pequeñas manos no podían sostener la aguja manchada con sangre.

Ploc. Ploc. Ploc.

Su padre nunca se recuperó y Viktor tampoco pudo. Ni siquiera habían pasado los cuarenta días de luto y Viktor recordaba estar refregando el cuerpo de su padre para dejarlo limpio hasta que sus dedos sangraron.

Su coach, Yakov, era lo más cercano a una familia y ahora… Yakov nunca aceptaría esto. Él era una abominación, una vergüenza para el hombre.

Fidelidad.

Viktor podría haber bufado. Él amaba la forma humana, la sensación de tener un amante presionado contra él. El sonrojo en la piel mientras lo provocaban. La forma en la que un cuerpo podía volverse resbaladizo por el sudor y los fluidos. La manera en la que unos dedos podían estimular su interior y forzarlo a abrirse. La sensación de los pechos de una mujer contra su mejilla mientras se empujaba hacia adentro. El estridente staccato de la piel chocando contra otra piel. El calor que se extendía mientras Viktor se venía dentro de ellos, o ellos adentro suyo.

Fe.

Dios estaba muerto.

Sólo era una tos.

Viktor miró al doctor, quien estaba golpeando su lapicera contra la tablilla sujetapapeles y fijó su vista en la lapicera que se movía de arriba a abajo. De arriba a abajo, rebotando de una manera que debería ser erótica. En algún momento fue un movimiento que Viktor amó profundamente; cabalgar a un hombre hasta que se viniera entre sus pechos; amaba sentir las pulsaciones entre sus piernas y la sensación del fluido llenándolo. Era cálido y dulce y una forma de llenar un vacío.

Viktor contuvo la necesidad de vomitar.

—¿Es usted adicto a las drogas?

Viktor negó con la cabeza. No, él nunca hizo nada más que beber licor en su tiempo libre. Aun así, intentaba evitar el humo que parecía salir en cascadas de cualquier bar. Era malo para sus pulmones y él quería estar en perfectas condiciones para las competiciones.

Quería que su última actuación fuera en las Olimpíadas de PyeongChang 2018 y luego… luego, quién sabe.

—¿Es homosexual?

Viktor negó con la cabeza. Él ya había aprendido. La admisión significaba la muerte.

—Entonces fue infectado por una novia.

Viktor miró al doctor.

—Supongo.

Si Viktor hubiera podido enrollarse en sí mismo y esconderse, lo habría hecho.

—¿Supone?

Viktor observó cómo la lapicera detuvo su movimiento de arriba a abajo en el momento en el que el doctor anotaba algo en sus papeles.

—Yo… yo tuve amantes en muchos países. Muchas mujeres… No recuerdo todos sus nombres. —Viktor bajó la mirada hasta sus manos, miraba cómo sus dedos se contorsionaban en formas desconocidas. Le dolió cuando dobló sus dedos, lo suficientemente como para que el nudillo hiciera ruido, pero ese fue el sonido que le recordó que tenía que mirar al doctor.

La cara de piedra del doctor le devolvía la mirada.

—Usted tiene VIH, el cual parece haber progresado hacia un caso de SIDA. Aún debemos chequear el número de células T, pero presenta los síntomas de una neumonía por Pneumocystis, que es un indicador. Vamos a empezar con las pruebas inmediatamente para ver qué tan lejos ha llegado la enfermedad. Soy el Doctor Kamkin y seré su doctor hasta que muera.

No era piedra, no.

Hielo.

Era como el hielo.

No era el frío confort del hielo bajo sus patines, ese frío que la pista le dejaba en los huesos cuando terminaba una práctica, cuando ha conseguido otra medalla que hace presión sobre su esternón.

Este era el frío de las manos de su madre.

—Usted ya no tiene permitido tener sexo. Si infecta a otra persona, irá a prisión. ¿Entiende el Artículo 122?

¿Prisión? Viktor aspiró aire entre sus dientes y detuvo el movimiento de su mano, pasando los dedos por su cabello.

—No— murmuró, su voz estaba mucho peor que sus manos.

El doctor golpeó la tabla sujetapapeles con su lapicera dos veces antes de fruncir los labios.

—El Artículo 122 de los códigos criminales de la Federación Rusa establece que usted es responsable por cualquier tipo de transmisión o exposición del VIH a otros individuos. Necesito que firme esto—el doctor sacó un papel y lo extendió en frente de Viktor, la punta de sus dedos en la esquina más lejana que pudieran tocar. —Esta es una declaración afirmativa donde usted manifiesta que entiende su enfermedad y las repercusiones legales en caso de que exponga o transmita su enfermedad a otros.

Viktor no quería agarrar ese papel, no quería tocar con sus dedos la realidad, admitir que su misma sangre, su cuerpo, su propia pasión fueron su caída. Podía escuchar los latidos de su corazón y deseaba arrancárselo del pecho y entregárselo al buen doctor. ¿Sería ese sacrificio suficiente para regresarlo a lo que era antes? ¿Podría hacer que la última hora fuera reemplazada por estática blanca?

¿Podría volver al momento justo antes de que entrara en la oficina del doctor?

Sólo era una tos.

—Señor Nikiforov, el incumplimiento de estas normas derivarán en una pena de hasta ocho años en prisión. Su médico me contactó porque soy el que tiene más experiencia con su enfermedad en toda Rusia.

—No lo voy a firmar. —Viktor se paró temblando y miró alrededor de la pequeña oficina. Giró y giró mientras sentía el pánico arañando su garganta. ¿Dónde había puesto su abrigo? ¿Dónde estaba?

El doctor no se paró, sólo posó el papel sobre la mesa a su lado.

—Señor Nikiforov, esto no está en discusión. Yo tengo una obligación con el Estado y usted ha admitido que tuvo comportamientos sexuales desviados con una multitud de mujeres. Debe intentar contactar a cualquier pareja a la que haya expuesto en Rusia, ellas deben hacerse los exámenes inmediatamente.

Pero la sangre, la repugnante sangre estaba en su cabeza y Viktor podía escucharla como los tambores de guerra y él necesitaba… necesitaba…

Necesitaba aire.

—Sólo... Sólo deténgase.— Viktor levantó su mano, la mano que estaba llena de pequeñas medialunas clavadas en la carne donde había estado apretando fuertemente para detener los gritos. —Necesito un poco de aire. Solamente… Solamente necesito que me conceda eso.

El doctor apuntó con su cabeza a la ventana.

—Ábrala, entonces.— Él miró impasible la puerta. —Legalmente, no puedo permitir que salga de mi oficina sin un diagnóstico completo y su declaración. Tómese su tiempo.

Viktor fue hasta la ventana y giró el cerrojo con tanta fuerza que éste golpeó el metal y lo abolló. Abrió la ventana y sacó la cabeza afuera, tomó profundas y largas bocanadas de aire mientras sentía el vómito quemando su garganta. Estaba agradecido de que la oficina estuviera en un primer piso y de que la nieve hubiera decidido bendecirlo con una nevada casi al inicio del otoño. Ésta cubriría su vergüenza en poco tiempo.

Se permitió vaciar el contenido de su estómago en la nieve blanca y pura, al mismo tiempo que sentía como si un monstruo estuviera luchando por encontrar la salida desde su estómago. Quería control y Viktor deseaba dárselo. Él quería olvidar y dejar que la nieve que azotaba sus mejillas se lo llevara.

Se quedó allí, apoyado en la ventana, hasta que estuvo seguro de que sus lágrimas se habían congelado y no pudo seguir observando la bilis que yacía debajo. Con sus manos temblando, la cara floja y el aire atorado en sus pulmones, Viktor estaba acabado. Él estaba acabado.

Este era el fin.

Así era como terminaban las cosas.

Se paralizó.

El doctor continuó mientras le pasaba receta tras receta con los nombres de drogas que no podía pronunciar. Algo para su neumonía. Muchísimas otras cosas para la mancha en su sangre, el monstruo que se escondía en cada célula. Algo para los síntomas causados por los otros medicamentos. Algo para la diarrea que no se había detenido en semanas, pero que él consideró que no era nada más que un caso extenso de intoxicación por la comida. Algo para los temblores, aunque Viktor no podía estar seguro de que fuera un verdadero síntoma o no.

Nada fue prescripto para su vergüenza.

O para su miedo.

Viktor bajó la mirada hacia los pequeños papeles colocados en una pila desordenada junto a él y hacia la declaración jurada. La tinta allí no era perfectamente negra, sino que estaba gastada por el tiempo y su filo. ¿Cuántos habría recibido el buen doctor por parte del gobierno ruso? ¿Y cuántos habrá entregado como la sentencia de muerte que eran?

—Doctor Kamkin… ¿Cuánto?

—¿Vivirá?

Viktor negó con la cabeza.

—¿Cuánto tiempo llevo enfermo?

—Su último control fue hace más de dos años. ¿Usted participó en los Juegos Olímpicos de Sochi?

Destellos de cuerpos, como una visión del cielo, el infierno y el limbo. Tantos habían estado interesados y tantos habían sido interesantes. Después de su actuación, todo lo que Viktor podía recordar era piel y el olor de la nieve fresca y el alcohol.

—Sí.

El doctor suspiró.

—Entonces no es ni el primero ni el último.

Viktor no podía entender las palabras y sacudió su cabeza como para sacar la pelusa que obstruía sus oídos.

—¿Qué quiere decir?

El doctor golpeó el documento con la mano.

—Las Olimpíadas de Sochi trajeron algo más que oro, plata y bronce. Trajeron más muerte a este país.— Parecía como si quisiera decir algo más, pero el buen doctor se contuvo. —Firme el papel. Vaya a casa. Piense en sus planes a futuro.

Viktor miró nuevamente el papel, su castigo, y limpió sus manos en los pantalones hasta que el roce le empezó a quemar.

—¿Cuánto tiempo?

—Veremos cómo funciona la medicina.

—¿Puedo patinar?

El doctor no dijo nada por un momento y Viktor pasó sus manos sobre el pantalón un poco más fuerte.

—Veremos cómo funciona la medicina.

Así que, con una floritura, Viktor firmó su destino.

Más tarde, mientras se encontraba sentado en su casa vacía con Makkachin como su única compañía allí, mientras peleaba con los continuos temblores, Viktor se permitió llorar. Lloró por su madre, lloró por su padre, lloró por sus amantes y, muy en el fondo, lloró por el niñito con harina en la nariz que deseaba besos de mariposa con las pestañas en vez del frío beso de la muerte.


Pasó los primeros días como un muerto viviente. Al principio, la mera idea de ponerse sus patines hacía que la sangre se dirigiera a su cabeza y no podía hacer nada más que mirarlos. Podía ser por las medicinas, podía ser por la enfermedad, podía haber sido por su propio fracaso.

Él no quería obsesionarse con pensar acerca de quién lo había infectado. Hubo tantas personas, tantas oportunidades. ¿Cuándo fue infectado? ¿Cuántos cuerpos había dejado rotos y manchados detrás de sí?

¿A cuántas personas había condenado a la muerte?

Viktor intentó ignorar los gritos en su cabeza. Era demasiado tarde, demasiado tarde para él.

Si Sochi fue el comienzo de esta pesadilla, como el doctor había asumido, entonces Viktor sólo podía pensar en… bocas húmedas y miembros hambrientos y manos que exploraban y lo alcanzaban y lo agarraban mientras lo arrastraban a la oscuridad. No podía siquiera tocarse a sí mismo sin sentir repulsión, como si su piel ya estuviera disecada e infectada mientras se desprendía de los músculos y los huesos. Solamente en los mismísimos Juegos Olímpicos hubo docenas de fiestas que no terminaban nunca, avivadas por la música y el fuerte olor a sexo que permanecía en toda la villa.

En su mente, podía ver contenedores y contenedores de condones que quedaban sin usar, las botellas de tequila corriendo por sus venas.

¿Cuántos?

¿Cuántos?

Yakov vino a su departamento en algún momento entre el décimo y el decimoquinto día, aunque no podía estar seguro del momento exacto. El doctor le dijo que su neumonía era motivo suficiente para dejarlo internado en el hospital, pero la última cosa que deseaba era que la prensa se enterara y empezara a investigar el por qué. Así que Viktor se encerró él solo, comiendo las sobras del fondo de las latas de sopa y deseando que su madre lo despertase con un Solyanka y un beso en la frente en vez de despertar por la mucama que pasaba por su casa dos veces al día para traerle más sopa y pasear a Makkachin.

Su coach se paró en frente de su puerta y golpeó la madera con su puño hasta que el patinador se arrastró por el piso hasta la puerta agarrando torpemente el picaporte. El pobre de Makkachin frotó su nariz en la cara de Viktor y eso fue suficiente para hacer que al menos se levantara tambaleante.

—¡Malagradecido pedazo de mierda! ¡Abre la maldita puerta o la voy a tirar abajo!

Viktor frotó su cara donde se encontraba su nariz fría y golpeó la manija con su mano lo suficiente como para abrirla. Yakov fue capaz de hacer el resto: golpeó la puerta con la suficiente fuerza para golpear con el picaporte justo en la mano extendida de Viktor.

Supo que estaba sangrando incluso antes de ver las gotitas rojas y a su coach parado enfrente de él con la furia pintada en el rostro.

Ploc. Ploc. Ploc.

La muerte roja.

Viktor dejó caer su mano a un costado e ignoró el dolor punzante que sentía en el lugar donde el metal había cortado la piel. Él no podía mirar hacia abajo, él no podía mirar el rojo contrastando con el blanco de su alfombra.

—Estoy enfermo. Por favor, vete.

Yakov vio algo y Viktor se preguntó si se veía tan muerto como se sentía. El enojo se borró de su cara y vio al mismo hombre que tomó su mano cuando era un niño pequeño que sangraba por haber estado refregando su piel después de envolver a su padre muerto en lino… Él estaba solo.

Él siempre estuvo solo.

—Viktor. ¿Cuán enfermo? ¿Es…? ¿Es cáncer? —Yakov estaba vestido con su traje, su ridículo gorro y la bufanda azul bien ajustada alrededor de su cuello y Viktor casi podía fingir que los últimos diez o quince días, o la cantidad de tiempo que hubiera sido el que se encerró en su departamento con las luces apagadas y las cortinas cerradas, nunca habían pasado. Él podría simplemente sonreír lánguidamente y decirle a su coach la misma cosa que se repetía como un mantra mientras yacía acurrucado en el piso de su baño tosiendo y expulsando flemas verdes pintadas con rojo de sus pulmones.

Sólo era una tos.

Viktor miró la nariz de Yakov y pensó en la manera en la que le hacía acordar a un pájaro. Esa era una de las bromas que decía de pequeño y Yakov nunca dijo nada en contra de ello, incluso cuando ya fue lo suficientemente grande como para ser más sensato.

Dedushka…— Viktor sentía cómo el vestigio de sus lágrimas cosquilleaba en la esquina de sus ojos y quería limpiarse la cara, pero hacer eso supondría mostrar su mano cortada y que sangraba a Yakov. En cambio, se giró desde donde estaba parado en la puerta y caminó a través del departamento hacia la cocina encendiendo la luz con la palma de su otra mano.

Miró hacia la docena de frascos de medicamentos acomodados en fila en la mesada y pensó en tirarlos todos. Sin embargo, él sabía que sólo podía esconder esto por muy poco tiempo. Yakov era una de las pocas personas de su familia; no podía esconderlo de él.

—No es cáncer. El cáncer se puede matar.— Viktor palmeó la canilla, abrió el agua caliente y puso su mano bajo el chorro de agua. Quería sisear por el agua caliente que quemaba el corte que sangraba, pero se contuvo.

Yakov lo siguió hasta la cocina y vio por el rabillo del ojo cómo Makkachin subía al sofá azul donde habían permanecido sin moverse por las últimas dos semanas. Ya se estaba poniendo grande, casi trece años de edad. ¿Qué pasaría con Makkachin cuando él se muriera?

—Asegúrate de que Yuri se lo quede.

—¿De qué hablas, Viktor?

Viktor se giró para mirar a su coach a través del vapor. Podía ver cómo el hombre se esforzaba por leer las etiquetas de los frascos llenos de píldoras. Él aún no podía descifrar los nombres en su totalidad y, en cambio, usaba el código por colores. Cada pastilla tenía su propósito y cada una lo hacía parecer como una forma lenta de suicidio.

Efavirenz. Tenofovir. Disoproxil Fumarate. Emtricitabine.

—Necesito que te asegures de que Yuri cuide de Makkachin. No le gusta volar, pero si le dan su juguete azul puede sobrellevarlo bien. Prefiere la comida suave en lugar de la comida seca y sólo tomará un baño si se meten con él. ¿Crees que Yuri será capaz de hacer eso? Seguro, Yuri puede ser salvaje e impredecible, pero es joven y no cometerá los mismos errores que yo cometí.

Sí, Yuri nunca cometería los mismos errores. Ver a su ídolo pudrirse sería suficiente para aterrorizar al chico y lograr que nunca tomara las mismas decisiones.

—Creí que era inmortal. No lo soy.

Viktor se apoyó, cerró el agua caliente y miró su mano, roja por el calor.

—Viktor, ¿qué es?

Quiso reír, pero su cuerpo comenzó a sacudirse en un ataque de tos.

—Sólo es una tos… Solamente es una tos.

—Qué mierda, Viktor. Has estado aquí escondiéndote por dos semanas enteras. Estás hablando de muerte, incluso hablas de dar a Makkachin. No hay nada en este mundo que ames más que a ese perro y patinar. No has ido a la pista de patinaje en catorce días y tienes la competición de la ISU en Tokio en un mes. ¿Entonces? ¿Qué tienes?— Viktor se dio la vuelta para mirar al hombre mayor que miraba un frasco de pastillas que sostenía en una de sus manos. —No puedes mentirme. No acerca de esto.

—Yakov… No puedo. Esto no es algo que podamos arreglar. Esto es algo que no puedo deshacer.

Viktor agarró un trapo de la mesada de la cocina y envolvió su mano con ella, aunque imaginaba que la herida se cerraría por sí misma muy pronto. Paseó la mirada alrededor de la cocina brevemente antes de ver la botella de lavandina y, con unos rápidos movimientos, roció toda la pileta y se encargó de limpiar cuidadosamente la canilla.

Pasó al lado de Yakov y se dirigió a la sala de estar. Poniéndose de rodillas, Viktor se apoyó en sus talones en frente de la puerta y roció el metal con la lavandina. Con movimientos precisos, usó la tela que envolvía su mano para limpiar cualquier rastro de sangre que pudiera haber dejado en la perilla, rociándola una y otra vez hasta que la lavandina empezó a chorrear y comenzó a quemar su piel.

—Viktor, he cuidado de ti por veinte años. Eres como mi hijo. Sólo dime qué es lo que…

—Tengo SIDA.

Viktor continuó refregando las gotitas de sangre que manchaban el piso.

Ploc. Ploc. Ploc.

El aire se le atoró en los pulmones, éste no era Viktor Nikiforov, éste era una pálida imitación, era un muy pobre y barato impostor.

—¿Eso contesta a tu pregunta, Yakov? ¿Era eso lo que querías escuchar?— Viktor sintió su voz elevándose de tono hasta que Makkachin comenzó a lloriquear y a rascar el piso de madera. —¿También te fallé a ti con esto?

Viktor cerró los ojos y esperó a que Yakov lo golpeara en la parte de atrás de su cabeza, le gritara, le tirara algo, lo llamara una mierda inútil como lo había hecho miles de veces antes.

Silencio.

El silencio era peor.

—No quiero estar de blanco. No dejes que me vistan de blanco.

—Vitya…— Viktor sintió la mano en su hombro y se dejó caer hacia atrás, derrumbándose sobre y contra Yakov.

Esto pasó antes también. El cura ungiendo la cabeza de su padre con aceite, la ropa en la que Viktor hundió su nariz con olor a carne en descomposición y el incienso empalagoso. Yakov lo jaló hacia sí en ese entonces también.

Sintió los brazos rodearlo y Viktor quiso pelear contra ello porque él era más fuerte que eso. Necesitaba poner en orden sus asuntos personales. Necesitaba levantarse del suelo. Necesitaba sus patines.

Vitya, Vitya— el hombre mayor graznó y Viktor apoyó su cabeza en el hombro de su coach. —No me fallaste. Tú nunca me has fallado. Soy yo el que te falló.

Viktor permaneció allí, sin importarle el paso del tiempo. Su cara estaba caliente, pero sus lagrimales se habían secado días atrás, así que lo único que podía hacer era sentarse con sus ataques de tos e hiperventilar y sentir las punzadas de una o dos lágrimas escapando de la esquina de sus párpados.

Él escuchaba los latidos del corazón de Yakov, tan fuertes para un hombre de setenta años.

Viktor nunca viviría para tener setenta.

Sería afortunado si llegase a vivir hasta los treinta.

Para cuando fue capaz de ponerse en pie, la tela alrededor de su herida, que estaba bañada en lavandina, ya se había secado y la piel debajo estaba irritada y sangrando. Viktor intentó cubrir el corte con el trapo otra vez, pero Yakov apartó con un golpe su mano buena.

—Chico estúpido— gruñó mientras se estiraba y se sacaba el gorro para luego arrojarlo encima del sofá. —Siéntate, siéntate. Voy a buscar unas vendas en el baño.

Viktor intentó protestar, pero el hombre le gruñó.

—Dije que posaras tu trasero en el sofá. Mira cómo me haces tener que repetir las cosas, eres un grano en el culo. Ve, ahora.

Así que hizo lo que le dijeron. Le llevó la contraria a Yakov miles de veces cuando era un niño, le dio tantos problemas y le causó tanta angustia que lo menos que podía hacer era obedecerlo ahora que era demasiado tarde.

Makkachin se subió al sofá, al lado suyo, y ladró. Pobre Makkachin, estar con un humano tan irresponsable. Viktor estiró su mano buena y la pasó por su suave pelo.

La luz encima de él titiló y Viktor parpadeó dos veces, luego tres veces más para recuperar la visión. Hubo una pequeña sombra oscura en su ojo izquierdo por un momento, como un mosquito. Pero tan pronto como la notó, desapareció. Pudo ver a Yakov y un ejército de vendas, cremas y botellas marchando hacia él con una determinación absoluta, su boca fruncida en una línea recta.

—Nos vamos a América— Yakov comentó mientras sacaba un cojín del reposapiés y se agachaba junto a Viktor. Él amontonó todas las cosas en una esquina del sofá y extendió su mano de la misma manera en que lo hizo cuando Viktor era un niño pequeño.

—Pero hay sangre.

Yakov agitó su mano más insistentemente.

Vitya, soy un viejo hombre de setenta años. Viví la guerra soviético-afgana. Vi cómo las bombas arrancaban extremidades y cabezas. Ayudé a meter en cajas lo que había quedado para enviarlo de vuelta a la Patria.— Viktor sintió que se le revolvía el estómago. —Tu sangre no me asusta.

Viktor asintió y puso su mano en la palma enjuta frente a él. Las manos de Yakov representaban el testimonio de una dura vida vivida; los huesos sobresalían debajo de la piel y las venas azules. Mientras más lo miraba, más le hacía acordar a un árbol con largos años vividos y siempre floreciendo, que expandía sus raíces permitiendo que los pájaros se llevaran sus semillas y fruta para extenderse más lejos y ampliamente.

—Tu mamá y papá estarían orgullosos de ti.

Viktor quiso decir algo, pero era extraño que Yakov hablara cándidamente de sus padres. De hecho, Viktor sólo podía recordar una conversación en un día de primavera donde las flores florecieron demasiado temprano y se marchitaron antes de tener la chance de mostrarse en toda su gloria. Casi no podía recordar las palabras, pero recordaba las flores.

—Ellos eran mis mejores estudiantes, antes de ti. Tu mamá te amaba más de lo que amaba patinar y tu papá no quería nada más que a ella. Ella fue la razón por la que él quiso patinar en primer lugar. Estúpido Vladimir. Siempre perseguía a Katya como un colegial enamorado.— La voz de Yakov era suave como la fría nieve. —Pero tu papá era como tú. Él tenía mucho amor, amó a muchas personas… amó a muchos hombres.

Viktor intentó retirar su mano, pero Yakov endureció el agarre alrededor de su muñeca.

Vitya, no. Lo sé, siempre lo he sabido. Lo he sabido con certeza desde que tenías quince años y te encontré después del Campeonato Junior con la cabeza metida entre las piernas de Dmitri Sokolov.

Cuando Viktor dejó de intentar apartar su mano, Yakov se relajó y continuó limpiando gentilmente la piel irritada.

—¿Pensaste que me lo habías ocultado? Te he sonado los mocos de la nariz desde que usabas pañales.— Pero sus palabras no estaban cargadas de reproches y Viktor cerró los ojos para bloquear la luz.

—Cuéntame más.

—¿Acerca de tu mamá y tu papá, vnuk?— Yakov se detuvo un momento, pero ahora podía sentir que una suave venda se acomodaba en su mano estrechándola firmemente con calidez. —No hay mucho que contar. Las drogas milagrosas llegaron más tarde, después de que ellos ya se habían ido. Tú estabas limpio y el doctor te hizo pruebas cada vez que fuimos. Tuviste suerte, dijo. Tu padre debió haberse infectado después de que nacieras. O eso es lo que yo supongo… Quizás no fue esa enfermedad, quizás fue algo más… Pero el doctor no contaba con una prueba, no en la Patria justo después de la caída del muro.

Yakov le dio una palmadita en la mano cuando terminó de vendarla y Viktor abrió los ojos.

—No te lo dije, no quería que te preocuparas. Pensé que serías cuidadoso… Debería habértelo dicho.— Yakov inhaló aire por la nariz y exhaló por la boca. —Ahora busca tus cosas. Nos vamos a América.

Era la segunda vez que el hombre lo decía, pero aún no tenía sentido.

—¿Pero tú no odias América? — le preguntó mientras su coach sacaba su celular y empezaba a marcar furiosamente un número. —Tú dices que son un puñado de…

La mano de Yakov lo golpeó en la cabeza y Viktor se quejó, aunque tuvo cuidado de no golpear al hombre más grande con su mano recientemente vendada.

—Sus doctores son mejores y confío más en ellos para esto. La Patria es… Tú sabes cómo pueden ser. Viajamos esta noche, voy a conseguir los pasajes ahora. Tu inglés es mejor que el mío, pero hay alguien que me debe favores. Tú serás el que hable.

Dedushka… gracias.

Yakov asintió rígidamente.

—No me habías llamado así desde que eras un niño.

Viktor apoyó la mano en su pecho y acarició a Makkachin una última vez.

—Debería decirlo más seguido.

Su coach resopló.

—No lo hagas. Me hace sentir viejo.

Viktor sonrió, por primera vez en semanas, y sintió como si una pequeña parte de él hubiera regresado.


La primera vez que se puso los patines fue en New York. Viktor se sentó en la banca cerca de la pista de patinaje mientras miraba a la docena de personas dando vueltas y vueltas en círculos en una espiral sin fin. Sus patines eran patines alquilados y de mierda, algo que no recordaba haber usado nunca en toda su vida. Si Yakov lo hubiera sabido, estaba seguro de que su coach se hubiera muerto de un ataque. Podía imaginar a Yakov gritando acerca de hongos de los pies o de cordones arruinados que llevan a tobillos quebrados.

Pero él necesitaba esto, necesitaba patinar.

Los doctores en New York eran diferentes. No era el hielo del invierno ruso, era la suave caricia del comienzo de la primavera.

Ella era amable.

La Doctora Marks se preocupó más por la neumonía y le prescribió otro tratamiento con antibióticos. La flema era un buen signo, fue lo que le dijo mientras le alcanzaba una caja de pañuelos descartables. —Significa que tu cuerpo está comenzando a deshacerse de ella. Deberías ser capaz de respirar normalmente en una semana o algo así… Viktor, esto significa que puedes pelear contra esto.

Ella era una optimista.

Viktor descansó el tobillo en su rodilla y pasó la punta de sus dedos por el patín, sonrió levemente con cada bulto y parte astillada. No eran excelentes, pero le servirían.

Sobreviviría con ellos, por ahora.

Viktor tuvo cuidado cuando bajó el patín, chequeando la otra cuchilla con el mismo cuidado que tendría con sus John Wilson. Ésta estaba un poco más gastada, pero era la de su pie izquierdo; él sabía que podía asegurarse de ejercer menos presión en ese patín.

No era como si se fuera a poner a hacer algún salto o movimientos complejos. Él sólo necesitaba deslizarse por el hielo, sentirse como él mismo sólo por un rato.

Viktor recibió algunas miradas, pero eligió no prestarles más atención que la necesaria. Si alguien sacaba algunas fotografías del famoso Viktor Nikiforov en New York en febrero no importaba. Él estaba allí en lo que podría ser visto, técnicamente, como la cortesía de uno de los amigos de Yakov que le debía algunos favores. El Sky Rink era la pista de patinaje cubierta más popular en New York; un buen número de patinadores que recién comenzaban lo usaban como su base de entrenamiento. No sería descabellado que alguien como Viktor pasara por allí a practicar un poco o, para los paranoicos, para intentar encontrar carne fresca.

Viktor no podía juntar energías para siquiera pretender que le estaba prestando atención a los demás. Todo lo que le importaba era poder integrarse en su espiral infinita.

Su mano tembló mientras apretaba la barrera de la pista y se levantaba. Apoyó los patines en el hielo y, con músculos que no había utilizado en semanas, marchó.

Su primer amor fue el hielo. Fue su cuna y sería su tumba.

Puedes seguir patinando, no hay ninguna razón por la que no podrías, siempre y cuando tomes tus medicinas… Pero te recomendaría no participar esta temporada.— La doctora Marks miró a Viktor, quien paró de traducir en ruso en ese momento. Ella se estiró sobre su escritorio y empujó algunos panfletos frente a él y Yakov. —Tu neumonía causó algo de daño a tus pulmones y necesitan tiempo para recuperarse. Si te apresuras, esto podría conducir permanentemente a un daño irreversible… y, desafortunadamente, los trasplantes en pacientes VIH+ están todavía en su infancia. Es mejor que descanses.

Descansar.

Viktor no conocía el significado de descansar.

El doctor Kamkin dijo que estaba avanzada…

La doctora Marks juntó sus manos formando una torre frente a ella y se recargó en su silla. La oficina era más cálida que la última, con algunos flashes de color esparcidos en toda la habitación, pero debajo de todo eso estaba el olor a antisépticos que Viktor sabía era distintivo de los doctores.

Tu doctor está en lo correcto. Está bastante avanzada, pero con las drogas actuales en el mercado y un régimen de dieta estricta y ejercicio moderado…

Viktor sacudió la cabeza.

No. Él… Hubo una charla acerca de no saber cuánto…— no quería decirlo en voz alta, reconocerlo ante la doctora.

Viktor, aún tienes que responder al cóctel actual, pero no has estado medicado por un mes entero siquiera. Necesitamos darle su tiempo; tu cuerpo no sólo está luchando contra la infección en tus pulmones, sino que está peleando contra el virus también. Necesitas descansar, cuidar de tu cuerpo y dejar que las drogas hagan su trabajo. ¿Has estado sintiéndote mal del estómago desde tu llegada?

Viktor sabía que no debía mentirle a su doctor.

Me sentí enfermo en el avión, pero he estado un poco mejor.— Quizás el haber cambiado su dieta de sopa a comida real haya sido lo que volvió un poco más fuerte a su estómago. Quizás fue el saber que había esperanza, incluso si era una mínima luz de esperanza.

Eso es bueno. Pero aún estoy un poco preocupada. Yo recomiendo que hagamos un examen.

Viktor respiró profundamente el aire frío y fresco y sintió una descarga mientras pasaba a los demás patinadores. Incluso con los patines rentados, una postura descuidada y pulmones destrozados, podía sentir la vida en su cuerpo. El aire lo punzaba, pero eran punzadas de familiaridad que hacía que sus ojos lagrimearan, no el olor metálico del acero chocando contra el hielo. No era su sangre.

Esta era su única forma de escape. Esto era lo que no le permitía caer. Su amor, su pasión.

Ese mismo amor y esa misma pasión lo llevaron a este camino.

Y cayó.

La punta de su patín debió haberse enganchado en el hielo por la pierna izquierda que había dejado libre, porque estaba cayéndose hacia delante y sobre el hielo, sintiendo como sus rodillas y manos golpeaban el hielo sin otra protección más que unos guantes finos y la tela de sus pantalones.

Dolía más de lo que recordaba de cuando era un niño.

Él no había fallado en nada más que un cuádruple en… eso… eso debía haber sido hace años.

Sintió una opresión en el pecho y Viktor tosió cubriéndose con las manos enguantadas mientras sentía cómo la saliva sobre su lengua golpeaba la parte de atrás de sus dientes.

Esto puede sentirse frío. Respira profundamente, intenta relajar los músculos. Sé que es incómodo, pero terminará pronto.

La gaza de papel rozó sus muslos mientras los extendía un poco más y, a la vez, sentía el gel frío en su entrada. Involuntariamente, apretó los músculos y la doctora Marks se detuvo.

¿Te está doliendo?

Viktor asintió antes de darse cuenta de que la doctora no podía ver su cara así que exhaló un "Sí".

No había nada cálido o apasionado acerca de los dedos de la doctora; esto era algo tan clínico como el olor de su oficina y la punzada de la gaza en sus piernas. Cada sacudida sólo era exacerbada por los sonidos de crujido.

Desearía que hubiera alguna otra forma de conseguir esta muestra, pero esta es la única manera.— Esta era la primera vez que tenía una conversación tan íntima con otra persona sin la promesa del orgasmo y Viktor apretó los dientes al sentir cómo extendía sus dedos y algo más lo punzó. —Es un hisopo; voy a tomar unas cuantas muestras así no tendremos que hacer esto otra vez. Respira profundo, Viktor. Terminará pronto.

Terminará pronto. Esto no se terminaría pronto.

O, más aterradoramente, esto podría…

Ploc. Ploc. Ploc.

Cuando la tos paró, Viktor levantó un brazo y se cubrió la nariz por lo que sintió la sangre caliente que escurría hasta su boca y por su mandíbula y que chorreaba hasta su suéter. Era como si un ejército de hormigas invasoras hubiera decidido, en cambio, salir atacando y mordiendo, siseando y escupiendo. Oh, dios.

No se detenía.

Alguien intentó agarrarlo del hombro, pero él alzó su mano vendada para mantenerlos alejados. Él era peligroso. Su sangre era un peligro biológico.

Él era una bomba de tiempo.

—¿Estás bien?

—-'toy bien,— Viktor logró responder a pesar de la sangre en su boca. Podía ver las gotas contaminando el hielo y peleó de vuelta queriendo empujar lejos a la creciente multitud.

Su sangre debía ser negra como la podredumbre. Sería fácil distinguir a los vivos de los muertos, entonces. Su semen podría ser verde como el veneno.

—Ahora, déjame conseguirte una toalla o algo.— Él era guapo, de la forma en que a Viktor le gustaban. Su pelo era castaño rojizo y enmarcaba su rostro como un velo. Tenía una expresión pensativa y preocupada y una sonrisa grande y sincera. Sus ojos verdes estaban bien abiertos con un rastro de algo que Viktor recordaba de antes, de cuando aún era él mismo. Sus dientes eran como perlas, su boca como una planta carnívora que esperaba a una víctima desprevenida.

—No.

Viktor observó cómo la sonrisa fácil se convirtió en un ceño fruncido.

—Pero estás sangrando. Deja que busque a mi coach, tenemos unas compresas frías…

Su cuello era largo. Delgado. Hermoso. Elegante. Él se comportaba como si fuera uno con sus patines y, aun a través de la sangre y el dolor, la parte traicionera de Viktor se preguntó cómo se vería con su pene metido en la garganta del otro hombre.

—Detente…— Viktor se levantó de encima del hielo a la vez que mantenía su mano sobre su rostro. La humillación hacía hervir su sangre traidora, y eso fue un error. Él nunca debería haber venido.

Oh, la ironía.

—Toma mi mano.

El hombre de cabello castaño rojizo extendió sus pecaminosos y largos dedos y pudo verlos, sentirlos dentro de él. Podía recordar la sensación de unos dedos entrando y saliendo, doblándose en su interior, sacudiéndose contra sus músculos tensos.

Algo estaba garabateando dentro de él.

¿Qué quiere decir con 'Parásitos'? ¿Algo como un gusano?

Es una infección muy común en hombres que tienen sexo con hombres.— La doctora Marks fue franca en su explicación, como si no fuera más que un mosquito en su campo de visión. —Probablemente lo contrajiste durante una relación sexual o anilingus. Es muy fácil de tratar, pero tengo que advertirte que el riesgo de reinfección es increíblemente alto si continúas con un comportamiento sexual no seguro.

Viktor juntó las piernas, las cerró apretadamente y se estremeció mientras pasaba su mano sobre su estómago.

No son visibles, Viktor. No puedes verlo. Es como una gastroenteritis.

Pero Viktor podía sentir algo ahora, algo que se abría paso con un perezoso ritmo en sus entrañas. En cada parte de su cuerpo… Él nunca podría escapar de ellos.

Te prescribiré Nitazoxanide para la infección; esto debería explicar por qué las radiografías de tus pulmones diferían un poco de la neumonía por Pneumocystis típica en otros pacientes.— Ella le brindó una cálida sonrisa, tan diferente de la mirada helada en la que Kamkin lo sumergió. Sin embargo, cuando la doctora Marks estiró su brazo para tocar su hombro...

Golpe.

—Te dije que no. Déjame solo.— La sangre hacía que sus palabras sonaran distorsionadas; el otro hombre lucía ofendido, pero a Viktor no le importaba. Podía sentir que algunos de sus cabellos se mezclaban con la sangre creando telarañas sobre sus mejillas cuando se pasó el reverso del guante por su cara.

Temblorosamente, miró a la audiencia que aumentaba, uno o dos de los patinadores intentarían sacar fotografías discretamente y sería el cuento de nunca acabar. Oh, ya podía ver los artículos escribiéndose solos. Él nunca fue de los chismes y, aunque se inclinaba a huir de las revistas vulgares, Yuri sin duda se enfurecería por ello. Él era adicto al drama así como Viktor era adicto a los cuerpos.

Su cara enrojeció y miró las pequeñas gotas de sangre que ensuciaban el hielo, no eran los suficientemente grandes como para que las notara alguien que no mirara con atención. Pero… él podía contar cada una, ya había memorizado la mancha. Quería gritarle a los demás para que se mantuvieran alejados de las invisibles manchas negras, incluso aunque supiera que eso sería su final. Perdería no sólo su cuerpo, sino su vida.

Ellos podrían quitarle sus medallas. Podrían retirarle su apoyo. Podrían encerrarlo en prisión donde no le darían las drogas que ambos doctores le dijeron que eran la diferencia entre la vida y la muerte.

Ellos también podrían atarle una soga al cuello y arrastrarlo por las calles de Moscú.

El crimen por su amor venía con una pena de muerte.

Por lo que Viktor se escabulló de la pista de patinaje hasta los vestuarios. Después de limpiar la sangre, arrojó los guantes dentro de un tacho de basura luego de haberlos metido en dos bolsas como el peligro biológico que eran, se sacó los patines con fuerza y los miró fijamente. Sacó los cordones de las botas, dos de los clavos en el lado izquierdo estaban aflojándose. La cuchilla estaba completamente arruinada y ahora podía ver que el acero se había quebrado hacia abajo.

Inservible.

Lo siento, eso fue terriblemente presuntuoso de mi parte.— La doctora frunció el ceño y, en cambio, dirigió su mano a su costado. —Lo entiendo, todo esto es muy difícil para ti. Pero esto no tiene que ser el final. Todavía puedes ser tú mismo. Encuentra algo por lo que vivir y verás.

El optimismo era para los tontos.


El Campeonato mundial de patinaje artístico sobre hielo de la ISU (Unión Internacional de Patinaje sobre hielo) le pasó factura a Viktor. Sobrevivió a la competencia por pura fuerza de voluntad, jugando el papel que sabía que los demás esperaban de él. Tiró besos a sus fans, posó junto con otros patinadores, no se estremeció cuando una reportera le preguntó si una entrevista privada sería posible al mismo tiempo que deslizaba una de sus manos sobre su pierna. Él guiñó un ojo y le dijo que su agenda estaba un poco apretada, todo eso mientras encogía los dedos de los pies hasta sentir cómo se adormecían.

Sonrió a las cámaras y, entonces, se escondió en el baño con la medicación de la doctora Marks y Kamkin que le permitía ocultar los moretones esparcidos en todo su cuerpo y sus uñas moradas.

No estaba obteniendo suficiente oxígeno.

La doctora Marks le dijo que era efecto secundario de las drogas y sus pulmones de mierda. Junto con la tos con la que peleó el viaje entero, no era para nada extraño que, cuando llegó a casa y escuchó el exuberante ladrido de Makkachin, sus piernas cedieran y se quedara tendido allí en el piso. Cuánto tiempo pasó mirando los pequeños puntos donde había sacado el color de la madera con la lavandina no lo sabía, pero Makkachin se acostó allí con él, acurrucado a su lado como una manta de seguridad.

Durmió por casi dos días, sólo se levantaba con las alarmas que ponía para tomar su medicación y para hacer pis. Intentó comer una barra de granola dura que debía haber sido una reliquia de la caída del comunismo, pero era extenuante tanto bajar como lo era volver a subir. Viktor estaba bastante seguro de que su muela posterior además se había astillado, lo que era justo lo que necesitaba.

Le preguntaron acerca de sus planes a futuro y, en cuanto vio el video de Youtube una y otra vez repetidamente, pudo ver el momento exacto en que su máscara se quebró.

14:27. Fue solamente un segundo, solamente un atisbo, pero Viktor pasó una hora cliqueando en la barra hasta ese segundo. Él podía verlo en la forma en que su cara se volvió hielo.

Algunos de sus fans lo hicieron también.

Imágenes de su caída terminaron en instagram y tumblr donde la comunidad por completo analizó cada mínima marca en su rostro, cada respiración, cada sonrisa en cada entrevista que dio en los últimos dos años.

Viktor estaba seguro de que si seguía las migas de pan como lo hacían sus fans, sería capaz de determinar el día exacto en que fue infectado.

Esperaba que ellos no pudieran hacerlo.

Había un montón de especulaciones locas; algunos asumían que la presión al fin lo había afectado. Él había alcanzado lo que muchos consideraban la cúspide de su carrera y ahora estaban esperando por el anuncio sobre su retiro. Cualquier día ahora, algunos de los comentarios decían. Prepárense, cuando lo anuncie, necesitamos mantenernos unidos.

Un grupo de seguidores suyos estaban convencidos de que tenía cáncer, y Viktor no miró las imágenes allí. Él podía ver el fantasma en sus ojos mejor que en cualquier imagen. Él tenía un retrato eterno en el espejo.

Una chica escribió una teoría bastante convincente, con unos buenos más de mil likes, que afirmaba que Viktor había sido secretamente abducido por aliens y que el nuevo Viktor, que usaba su piel, planeaba usar el patinaje sobre hielo para conquistar el mundo. Casi que consideraba crearse un tumblr para darle él mismo un like.

Algunos pensaban que era por una pareja. Imágenes de él junto con una mezcla de mujeres aparecieron, cada una enfatizada con una pregunta: ¿Está casado? ¿Con quién se casó? ¿Con quién debería casarse? ¿Hay un bebé? ¡Oooooh, deberían llamarlo Alexei o Adelina! ¡No, deberían ponerle Vladimir o Katya en homenaje a los padres de Viktor!

Las imágenes y nombres seguían y seguían…

Un buen número de fotos con hombres estaban mezcladas allí, pero todas esas estaban etiquetadas como especulaciones. Los fans rusos se tiraban encima de cualquiera que sacara el tema; ellos también lo creían, pero sabían que una crisis sensacionalista por los medios de comunicación podría ocurrir si se le ponía demasiada atención al tema.

Las imágenes ayudaron a que Viktor le pusiera nombre a las caras. Él no era un mal hombre, o eso pensaba, pero él amaba el amor, o la sensación que le daba en los momentos antes del amanecer. La mayoría duró unas pocas semanas, algunos duraron el tiempo entre que el sol se ocultaba y salía en el cielo.

Cada vez que veía una cara, agregaba su nombre en su dirección de email anónima y les enviaba un mensaje: «Hazte un análisis». Él no podía mirarlos a la cara y decirles que su única noche de lujuria podía maldecirlos.

Sólo hubo dos relaciones que duraron más tiempo y Viktor los contactó a ambos por su cuenta.

Imani fue su diosa morena. Su piel era seda de color ébano; su cabello, un torrente de la furia de Dios; sus muslos redondos, una vista que Viktor veneraba de rodillas. Ella fue su musa para su segundo Grand Prix; la música que compuso llevó a la audiencia hasta las lágrimas. Ésta lo llevó hasta las lágrimas a él también, y ella las lamió con su lengua, la que podría haber expulsado del cielo incluso al más leal de los ángeles. Imani era un huracán que pasaba por tu vida con llamaradas de pasión, enojo y lujuria, dejando una devastación deliciosa detrás.

Ese era el combustible que necesitaba para su victoria en Sochi.

Ella se encontró con él para tomar un café en Tokyo, dos días antes de su actuación. Su más reciente captura era un chico bonito de unos veintitantos con una guitarra que creía que podía dominar el mundo. Viktor no estaba impresionado, pero sabía que sólo iba a durar hasta que Imani se aburriera y encontrara un nuevo juguete.

Se sentaron en el barcito, una mesa era la única cosa entre ellos y él levantó el telón.

No dijo que estaba enfermo, pero él sabía que ella sabía. Era más fácil no decir las palabras porque ellas eran una confirmación y admitírselo a sí mismo era lo suficientemente duro.

Ella sabía eso también.

—Me hice los exámenes hace como tres meses atrás. Salió negativo. Oh, Viktor.— Ella puso su mano sobre la mesa y Viktor miró su suave piel en la luz de marzo. Él levantó lentamente su propia mano y apoyó sus nudillos contra los otros.

Fue Sochi, entonces. El buen doctor estaba en lo correcto.

Mikael fue después de Sochi.

Se hizo abril antes de que consiguiera hacer la llamada y acabar con ello; los horarios de Mikael estaban siempre ocupados con un día y otro día más de práctica, las sesiones de fotos eternas, las publicidades y los juegos. La única razón por la que la llamada fue atendida fue porque Viktor se aseguró de hacerla en un feriado nacional cuando no había juegos programados por, al menos, una semana.

—Por favor, no me cortes la llamada, Mikael.

Viktor miró la mesada de la cocina mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás en la silla. Tenía los frascos de medicina alineados nuevamente y ahora era capaz de pronunciar cada una. Era difícil para él comprender su propósito, pero le llevaría su tiempo. La doctora Marks continuaba suministrándole las drogas que necesitaba tomar, pero eran, por lejos, menos de lo que originalmente le había prescripto. Ahora en vez de tomar doce píldoras, él sólo necesitaba tomar ocho. Eso, junto con la medicina para limpiarlo de los parásitos (Viktor tembló al pensar acerca de eso y tuvo que alejar ese pensamiento, la manera en la que eso reptaba dentro de él, a través de él…), alivió lo peor de su dolor de estómago y las interminables carreras al baño.

Era un progreso.

Lo estaba intentando.

Te dije que no me llamaras, Viktor.— La voz de Mikael era suave y tenía matices melodiosos, y Viktor quería derretirse con su voz y permitir que el otro hombre pegara nuevamente las piezas rotas. Pero el tono era muy severo, muy enfadado. Era como romper vidrio y clavar los pedazos en sus pies.

—Lo sé, lo sé, pero por favor escúchame.

Viktor podía ver el lino blanco y sus manos lastimadas, su voz era infantil y suplicaba a su papá que despertara. Podía sentir la fría mano de su madre alrededor de su cuello, sus pestañas como cuchillas contra su carne blanda mientras se desgarraba en blanco, blanco infinito.

—Mikael, por favor. Sólo te tomará un segundo…

«Amor, ¿quién es?»

Viktor puso su mano sobre el auricular y dejó que el aire del puñetazo a su estómago escapara. Eso sonó más como un gimoteo de Makkachin que un sonido que un ser humano pudiera hacer. Intentó reír, pero lo que le salió se acercaba más a un sollozo.

Es uno de los chicos. Quiere hablar sobre la práctica de mañana.

Uno de los chicos… Viktor no podía patear una pelota aunque lo intentara.

La mujer tarareó y Viktor intentó pensar en cómo sería ella. Él vio las fotografías de la boda que se difundieron unos años atrás, pero bloqueó la cara de ella de su memoria lo mejor que pudo. Rubia, con una cara redonda, una nariz pequeña… no podía recordar. No le interesaba intentar hacerlo tampoco.

¿Qué quieres?

—¿Podemos encontrarnos? Sé que tienes un juego en Moscú la próxima semana. Necesito verte.

Un bufido, luego silencio.

Viktor.— la voz de Mikael bajó de volumen y Viktor pudo ver su sonrisa despreocupada en su mente. Le gustaba recordar a Mikael de esa manera. —Se acabó. Pierde mi número.

—Espera... No quiero meterme con tu familia, no es sobre eso de lo que esto se…

Pero la línea murió.

Viktor maldijo al mismo tiempo que estrellaba su teléfono celular contra la mesa gritando su furia en ruso. Tiró un vaso con agua sin importarle que ésta se derramara hasta el borde de la mesa y sobre él. Dejó que sus codos descansaran sobre el charco, el agua fría enviaba choques a través de su piel.

Ploc. Ploc. Ploc.


Makkachin se estaba acostumbrando a sentarse con él en el sofá haciendo de barrera contra el mundo real. Esta vez sólo fueron tres días los que se encerró, aunque se aseguró de sacar a Makkachin para dar un paseo corto cada doce horas puntualmente. Era mejor enfocarse en alguien que lo necesitara, que ese alguien dependiera de él. Makkachin nunca le cortó una llamada. Él no engañó a su esposa tampoco. Y, ciertamente, Makkachin nunca prometió quedarse y lo abandonó con los primeros susurros controversiales de la prensa amarilla.

Fue al tercer día que su teléfono explotó de mensajes y, al principio, Viktor los ignoró. Probablemente era Yakov siendo un grano en el culo otra vez por no haber ido a la práctica nuevamente. Pero entonces más y más mensajes inundaron su teléfono y él tuvo que rodear con sus brazos fuertemente a su poodle para sacar fuerzas mientras acercaba su celular con un dedo sobre la pantalla.

¿Alguien había atado cabos? ¿Quién había hablado?

¿Cuánto sabían ellos?

Pero no era eso.

Él era color. Él era música.

Él era vida.

Era "Stay Close to Me", en la forma en que debía serlo. Este chico japonés bailaba con la pasión en sus huesos, como si él y la música fueran uno. Era la misma desesperación que Viktor planeó que tuviera esa pieza… Era duro ver a alguien más hacer una pieza que fue hecha para Mikael, pero no podía apartar la mirada.

Su técnica y sus saltos eran… buenos. Sus cuádruples eran limpios, aunque cuando Viktor lo miró más tarde, pudo ver la tensión en su pierna libre durante un flip. Alguna vez, él hizo lo mismo. Era el empeine, sólo un poco menos de presión…

Pero la primera vez, eso no fue lo que vio.

El video no grabó bien los planos generales, pero, en ocasiones, había un plano corto a su cara y le parecía increíblemente familiar.

¿Fue uno de sus amantes?

Viktor negó con la cabeza y miró fijamente su teléfono, devanándose los sesos. Él siempre fue mejor con los rostros que con los nombres… Un chico japonés…

El chico del Grand Prix 2014-2015 en Barcelona…

El que lo ignoró.

Viktor lo recordó. Fue un shock, él nunca había conocido a un patinador que rechazara completamente tomarse una foto con él. Pudo ver la forma en la que el chico lo miró, ojos hambrientos de algo, aunque no estaba seguro de si eso era lujuria o algo más, algo más volátil.

Pero ahora, viendo el video de este chico desangrándose sobre la pista, Viktor lo entendió.

Viktor miró el video y apretó el botón de replay en el costado izquierdo de la pantalla para ver todo el video. Lo apretó otra vez. Y otra vez. Y otra vez.

Encuentra algo por lo que vivir.

Encuentra algo por lo que vivir.