Mordió fuerte su labio inferior, divisó varias luces, que desenfrenaron sus pequeñas manos y lo único que pudo hacer fue ponerse a saltar; la miró y sonrió. La abrazó. Ella se sentó en sus piernas y jugó con su boca.

No lo besó, sólo lo miraba y pensaba "él se muere por besarme". Él se acercó y la prendió con un beso al mismo tiempo que bajaba delicadamente sus manos, jugaba con su cuerpo, la hacía sentirse plena en el momento en que la tocaba; ambos tenían sed de placer.

¿La excitación? Es solo una sensación y muestra de amor, fue algo que los ayudó a ver lo bueno del momento, sin dar malos pasos.

La chica pensó en la forma tan cruel en la que nosotras jugamos con ellos; haciéndoles creer que nos dan complacencia y como a ellos los hacíamos sentir los mejores en el arte sexual.

Renacieron en ella varias imágenes que asombraban y terminaban por llenar el momento, dejó de recordar y soñó un paisaje allá a lo lejos, al final del camino y divisó su figura en el cerezo más alto, él la miraba con deseo y locura. El chico le bajó de su nube y ella se sintió culpable; pero siguió acariciándole.

Era un placer compartido, pero al mismo tiempo era amor, era extraño porque se arrebataban deseos que ni uno ni otro se imaginaría; era mágico, desde el comienzo lo sintieron así. Ella se volvió salvaje pero al mismo tiempo estable, a él le gustaba y quería más; era una sensación estupendamente satisfactoria para ambos, pero no dejaba de ser sólo un fugaz momento, un momento capaz de hacerlos vibrar.

Él se encontraba boca abajo y ella dibujaba el contorno de su espalda, se sintió satisfecha y él exhausto, lo movió un poco y tras unos segundos, la encaró. Se sintió dichosa y algo penosa; no pudo contener su sonrisa y tapó su rostro. Él se levantó y se puso frente a ella, bajó sus manos y besó su frente. Entre murmullos y sonrisas, le dijo: "Eres la mejor, amor". Ella no pudo evitar un sonrojo y lo abrazó; él también se sonrojó y la volvió a besar, esta vez muy dulcemente.

No importó en lo más mínimo el tiempo que compartieron, al terminar él sólo se vistió, dejó el dinero sobre una mesa y salió. Quizás volvería, tal y como lo había hecho las últimas veces. Quizás sentía algo por ella, pero su orgullo lo cegaba.

De cualquier manera, siempre era lo mismo. Ella ya se sabía la historia y lo extrañaba apenas él entraba al pequeño cuarto en el que ella vivía.

Resignada, se incorporó, se cubrió con una desgastada bata, caminó hasta la ventana, encendió un cigarrillo y rogó por verlo de nuevo. Pronto.