Prólogo
Una vez cuando tenía tres años acompañe a mi nana al mercado y vi a una viejecita que tenía la ropa sucia pedir dinero, tiempo después vi a niños de mi edad, más pequeños y más grandes muriendo de hambre, entonces me pregunte el porque estaban así pero no encontré respuesta, yo solo sabía que sufrían. Seis meses antes de cumplir cuatro años descubrí un propósito, mi propósito, fue cuando una vez vi a mi nana muy triste porque su novio la había dejado, yo intente alegrarla, pero no funciono, aún así mientras yo lo intentaba ella me preguntó — ¿Qué quieres ser de grande? — no tarde muco en responder — Quiero ser Dios — mi nana se mostró sorprendida y en ese momento no entendí porqué, ella solo dijo — espero que lo logres, esfuérzate mucho — una semana después la vi morir por su propia mano, se había ahorcado. Ese día lloré mucho más de lo que jamás he llorado y me dije, me prometí, me jure, que cuando creciera realmente me convertiría en dios, tal y como le dije, porque solo así no volvería a ver a nadie sufrir, mi juramento lo reafirme tres veces más, cuando cumplí cinco, cuando cumplí ocho y cuando cumplí diez años, tenía guardada la promesa en mi, la promesa de convenirme en Dios.
Hoy que tengo diecisiete años creo que realmente fui muy infantil, convertirme en Dios no es tan fácil y más aún, creo que incluso si lo logrará no sería tan fácil hacer a todos felices. Sin embargo tengo una convicción, la misma que tenía cuando cumplí tres años, el mismo propósito que en ese entonces, hacer feliz a los demás costará lo que me costará, así que sí para lograr mi objetivo tengo que convenirme en Dios, lo aré, me convertiré en… ¡DIOS!
