De rompimientos adolescentes a conciertos de rock que descosen la cabeza.

Kenma desvía la mirada a la taza en sus manos y sus ojos buscan con desesperación un punto de distracción en cual pasarlos. Está nervioso, Kuroo lo sabe. Sus dedos tiemblan mientras allí, en el pecho, su corazón acapara toda la atención como un zumbido constante, latiendo con fuerza suficiente para inquietarlo. Aparta la vista del té antes de contestar.

— Es igual — dice, tan seguro como puede. Su cabello se revuelve cuando levanta la mirada, algunos mechones se cruzan sobre su rostro y lo acarician.

Los ojos felinos del pelinegro se clavan en él. Kenma tiembla por dentro, muy dentro. Kuroo se mece ante él, acercándose cuidadosamente, calculando sus movimientos. Hay un vaho de té recién hervido en el aire, y él se encoge sobre si mismo. Los dedos acarician la taza transmitiéndole el calor.

Ellos acaban de terminar, una ruptura esperada y Kenma siente que es mejor romper a los diecisiete que morir de soledad más adelante. Sin embargo, olvidaba la espontaneidad del más alto. Kuroo aparta el objeto de entre sus manos y lo deja a un lado, en una mesa. Desliza los dedos por detrás de su cuello, acercándolo; Tomándolo como suyo por última vez.

Y lo hace.

Sus labios se unen lentamente. Hay voces desde la televisión que olvidó apagar, Kenma prefiere cerrar los ojos y dejarse llevar. Abre la boca conforme los segundos, por esta vez le permite todo el control a Kuroo; que dure lo que tenga que durar. Ahora el corazón palpita agitado, sabe que después simplemente lo dejará ir. Por inercia, se aferra a la camisa del pelinegro, clavando las uñas en su espalda. Mas este no se queja, puede sentir una sonrisa ampliarse en el beso.

En un agridulce beso de despedida.


— ¡Despierta ya maldita sea! — Kenma abre los ojos rápidamente, y ante el gesto repentino su cuerpo se sobresalta de forma brusca. Keiji ríe levemente.

El aire se convierte en un espeso humo al cual no se logra acostumbrar, de manera que pestañea reiteradas veces antes de asimilar la situación. Kenma contiene las ganas de vomitar. Acaba de soñar con él, con Kuroo. Toca sus labios que arden de la sensación vivida hace ya cuatro años. Ahora ya no es el mismo, su corazón se había roto por supuesto, pero no niega al admitir que alejarse fue lo mejor.

Akaashi le dedica una mirada y entiende que quiere que lo siga.

— No puedo creer que te hayas dormido en clase — agrega éste, cuando él se apresuró a alcanzarlo. No le mira, pero puede sentir las orbes grises llenas de gracia y acusación de Akaashi. Kenma esconde las manos en los bolsillos, agradece que su chaqueta sea lo suficientemente abrigada porque el aire de afuera es helado e incluso puede esconder casi todo el rostro en ella. Ellos cursan por la tarde, y por ende salen a la noche de la universidad.

— Vamos — dice su compañero, mientras el frío traspasa la tela y cala sus huesos. Por dios, al final no es tan abrigada como pensaba. Es extraño, porque Akaashi sonríe de una forma única; ¿cómo decirlo? Es como un dulce, suave, muy suave, que se deshace en la garganta y transmite toda esa tranquilidad a su cuerpo.

Porque Akaashi siempre ha sido amable, desde el principio y el final del rompimiento. Cuando creyó haberlo superado. Y quizás ahora ya no lo necesite, a Kuroo.

— Claro — responde, pero es como si no lo oyera pues sus ojos se clavan en el pavimento, paso a paso siguiendo sus pies. El frío aumenta, las ramas se remueven y algún árbol deja caer las hojas. Está seguro de que Keiji lo observa curioso, o serio, es igual.

— ¿Sabes a dónde, no? — Quiere responder que sí, por supuesto, diría. Pero realmente va perdido en lo que va de la conversación y no es como si el reciente sueño pudiese dejarlo en paz tan fácil. Kenma se encoje más dentro de la campera, cubre la mitad de su cara. Luego, sabiendo que no podrá inventar excusa (o quizá le da flojera excusarse), niega con la cabeza lentamente.

Akaashi ríe.

— Al bar que te comenté. Cielos, en serio a veces no me escuchas. — Oh, el bar. Sí, cierto. En realidad lo recuerda, ahora que Akaashi acaba de mencionarlo. Pero lo recuerda. Y dios no. No tiene ganas de que la música acribille sus oídos y no le deje oír sus propios pensamientos. Más allá de que desea no ir, Kozume asiente. Las palabras sobran.

— Muy bien. — Y es suficiente para seguir avanzando hasta el punto de llegada. En el trayecto se sumerge en idas y vueltas de ideas en su cabeza. Espera, ruega, que la noche no sea muy larga. Porque Akaashi admira a un chico, baterista por lo que evoca y acude allí por él. Nunca lo ha visto, pero según su compañero es tan sexy que podría ahogarse en saliva.
Qué tosco.


Entonces llegan. Una puerta oscura, de chapa tal vez, se mece ante ellos. Los sonidos la atraviesan pues puede oír un solo de guitarra, uno profundo y lleno de energía. Rock, evidentemente. Paredes altas y graffitis cubren la pintura. Parece un callejón de vandalismo.

Por lo que Keiji le ha contado, una semana atrás, el chico que admira está en una banda de cuatro integrantes. Y se supone que son famosos, de alguna forma, porque él jamás oyó de ellos y mucho menos los vio en televisión o algo parecido. Sin embargo está tan desconectado del mundo que es posible que su fama sea cierta y nunca se había cerciorado. Tampoco es que le importa, acompaña a Keiji porque es su amigo y los amigos hacen eso.

Al entrar, si antes la música era un sonido molesto ahora es un taladro dentro de su cabeza. No es su estilo, aunque realmente ninguno lo es. Kenma empieza a sentir calor. Hay personas por todos lados. El bar es mediano, pero los cuerpos no dejan de chocarlo. ¿Acaso no tienen ojos? Y antes de malhumorarse por completo, decide seguir a Akaashi.

— Esta es nuestra mesa. — Keiji ofrece una sonrisa mientras toma asiento. Lo imita. Están casi adelante de todo, a un metro del escenario. Allí un hombre de deshace en sentimientos, tocando su guitarra con furia y desenfrenando el solo. El aspecto es violento, ojos delineados de negro, mirada altanera y cabello rubio (teñido probablemente) con dos líneas paralelas de cabello oscuro, el real. Es detonante; como un perro rabioso que, si molestas, muestre los colmillos y ladre en desaprobación.

El solo termina. Tres o cuatros segundos de silencio prosiguen y la luz se enfoca más al fondo del escenario. El baterista. Kenma mira por el rabillo del ojo y nota una sonrisa contenida en Keiji. Es él, su estrella. Jamás hubiese imaginado que su amigo, que tan desinteresado va por la vida, se interese a alguien completamente opuesto. Ruidoso como son las baterías y ese complejo de sonido pesado que inunda. El chico es bastante fornido, y Akaashi no mentía del todo porque, nunca lo dirá en voz alta, es sexy. De alguna manera, el cabello alzado en puntas de mechones grises y negros mientras la sonrisa triunfante lo acompaña. Ojos brillantes, aún no deduce su color. Cree que nació para tocar ese instrumento, porque se ve como alguien que jamás se queda quieto (como si se tomase diez tazas de café y tuviese energía extra por horas) y se nota que disfruta lo que hace.

A decir verdad no es que a Kozume le moleste el Rock, o lo que sea que esos chicos toquen, sino que prefiere estar en casa, descansando, jugando en la playstation o algo. En silencio, y en caso de que sea ruido; que sean los efectos especiales del juego, no aquellos desconocidos.

Deja caer la cabeza mientras se apoya en sus manos, con los codos sobre la mesa. Su cabello se remueve al movimiento.

Las luces se apagan y vuelven a prenderse. El foco da directo a un rubio chico de lentes. A diferencia de los demás, su expresión es aburrida. Y él se pregunta si disfruta lo que hace. Si la música lo llena tanto como parece hacerlo con sus compañeros. Sus dedos se deslizan sobre el instrumento con costumbre, una y otra vez. Pero el sonido es profundo, melancólico. Cree que el chico del bajo es tan alto que el instrumento queda perfecto en su cuerpo. No es que sea un experto en música para saberlo. Y no lo es.

Cuando Kenma piensa que no podría estar más aburrido, el escenario se oscurece. El bar también oscurece.

El color negro inunda sus orbes. Silencio, algunos murmullos se levantan y vuelven a desaparecer entre la multitud. Su lugar está tan cerca del escenario que siente el micrófono dentro de su cabeza cuando una voz saluda:

— ¡Hey! — Y Kenma se paraliza. Todos los instrumentos se desencadenan a la vez, congeniando en un mismo sonido; en música. Y las luces se encienden, los colores se disparan hacia todos lados. Es como sentir un viento violento atravesar su cuerpo y corromperlo. Se siente helado, sus ojos observan el escenario sorprendido como si algo fuese removido de su lugar. Ha despertado de un largo sueño.

En efecto, así es.

Entonces lo ve. Al chico, al del medio. Al que sonríe radiante mientras cabecea probablemente sintiendo la música que los rodea y crean sus compañeros. Pero no es el mismo. Han pasado cuatro años, luce distinto; más maduro, más hombre. Kenma piensa que ese no es el Kuroo que solía querer. Él ahora es un desconocido.

El pelinegro, que parece ser el cantante, lo mira. Lo encuentra entre toda esa gente y él quiere hacerse pequeñito y desaparecer. Pero es tarde, porque sus ojos coinciden y Kenma siente que escupirá el corazón en menos de un minuto. Las nauseas reviven y lo único que puede hacer, con la poca noción que le queda, es salir corriendo del lugar.


Keiji lo encuentra en el baño, varios minutos después. Las paredes retumban incluso allí, en estas cuatro paredes mal limpiadas, de espejos rotos y puertas rayadas. Había huido, pero no lo suficiente, no muy lejos para no ser encontrado.

— Lo siento. — La disculpa de Akaashi suena dolida. Él se esconde más en sus rodillas. La pared es fría. No recuerda cuándo ha empezado a llorar, y tampoco entiende la razón.

Han pasado cuatro años. Una hora atrás aseguraba haberlo olvidado. Ahora tiembla de sólo pensarlo. Y es ahí donde su amigo interrumpe, culpándose a sí mismo por haberlo traído, maldiciéndose a si mismo y su maldito egoísmo respecto a sus sentimientos.

Kozume se apresura en levantar la cabeza y Keiji está a centímetros de su rostro, doblegando las rodillas, agachándose a su altura. A él le arden los ojos.

— ¡No! — exclama, apresurando las palabras —. No es tu culpa. — Porque Akaashi realmente no sabía respecto a Kuroo, físicamente hablando, y debió haberlo supuesto hace minutos; cuando escapó de un salto y esquivando cuerpos mediante torpes movimientos.

Ya no importa nada, algo acaba de desprenderse en su interior y con suerte respira con normalidad. Las manos de su compañero se posan en sus hombros, allí aprieta transmitiéndole fuerzas. O eso cree entender. Sin embargo Kenma se tira sobre su amigo y lo envuelve en un cálido y necesitado abrazo.

Keiji acaricia su cabello y lo deja llorar en su hombro. Porque eso también hacen los amigos.


Media hora después salen, salen por completo del bar. Kenma se disculpa mentalmente por haber arruinado la noche de su amigo e interrumpir su diversión.

El viento revive, el doble de violento, el doble de frío. La noche es oscura y serán las once treinta. No es algo importante, solamente quiere volver a casa y olvidar. Jamás volver aquí, y convencerse a si mismo de que todo había sido un sueño, una mala pesadilla que se aprovechó de su guardia baja.

Pero no hacen media cuadra que un sujeto los detiene. Kenma queda inmóvil mientras Keiji parece ponerse a la defensiva, apartando al rubio de un empujón. El brazo de Akaashi se mantiene extendido sobre su pecho, cubriéndolo de lo que sea.

La sonrisa ladina se ensancha ante ellos. Algo se termina de desprender de su cuerpo, descosido hasta convertirse en nada.

— ¡Tanto tiempo! — dice él, Kuroo Tetsurou. Y no, no, no. Su corazón se dispara. Se pregunta si su amigo puede sentir los violentos golpeteos de su pecho. Es probable que la respuesta sea sí.

Él no sabe que contestar, las palabras que intenta formular se pierden en su garganta y regresan a su interior.

— ¿Qué necesitas? ¿No se supone que estabas luciéndote en el escenario? — escupe Akaashi cual veneno. Kenma quiere, necesita, replicar algo, pero el control ya no forma parte de su cuerpo. Se esfumó en algún punto de esa sonrisa que tanto extrañó. La rivalidad entre ambos chicos parece aumentar conforme a los segundos. Es inquietante.

— Qué extraño, pensaba que a quien veías no era a mi. — La voz del pelinegro no pierde el deje burlón ¿Acaso Kuroo lo sabe, es tan obvio que notó la atracción de Keiji hacia su baterista? En consecuencia, su amigo palidece. Literalmente, se vuelve blanco como la nieve, mas no deja de mantener la mirada seria.

— Eso a ti no te importa. — Akaashi ya no lo cubre con su brazo, sin embargo los puños en sus manos no se dejan esperar. A pesar de toda esa intimidación que cubre a su amigo, el músico no se ve afectado en absoluto. Sonríe y sonríe.

No obstante su rostro cambia, desvía la vista desde Keiji hacia él. Su corazón se encoge, esperando el momento preciso para explotar.

— De hecho sí, me importa mucho. Pero más me importa este pequeño joven. — Kuroo lo señala, está tan serio que podría caer de rodillas con sólo ordenarlo —, si me permites hablar con él. A solas — finaliza enfatizando la voz.

Akaashi avanza dos pasos, y niega con la cabeza. Es su turno de hablar, es por él que discuten y no hacerlo (interferir) sería estúpido.

— Está bien — interrumpe entonces. No es como si quisiera presenciar una pelea, mucho menos por él. Ambas miradas se posa en Kozume; tanta atención lo desespera.
Luego de ahogarse en la incomodidad, prosigue.

— Akaashi, estaré bien. Puedes marcharte, sé el camino de regreso. — La mejor decisión es enfrentar el pasado. Si acaso hay algo que decir, Kenma lo oirá atentamente. Ya es un adulto y debe actuar como tal, aunque el frío queme e irónicamente sus manos comiencen a sudar.
Su amigo asiente, sabe que está de más interponerse si él ya tomó una decisión. Akaashi lo respeta y en parte le hace sentir bien, con una carga menos que afrontar.

Entonces se quedan a solas. La silueta de Keiji desaparece en la distancia y el silencio inunda la deshabitada calle. Es tarde, los faroles iluminan su alrededor y en lo alto la luna aporta con su brillo nocturno.
Cuando vuelve hacia el pelinegro puede ver su mirada suave y no sabe en qué momento se acercó tanto. Su semblante dulce se refleja como si el enfrentamiento nunca hubo existido.

— Vamos. — Kuroo apoya una mano en su espalda y es como si clavase las uñas y desencadenase un escalofrío. ¿Acaso él no siente nada? Después de tanto tiempo el único que sigue prendido es él. Negarlo es imposible, Kuroo ha generado ciento de sensaciones en menos de una hora.

Kenma afirma que es un idiota.


Extiende una caminata al lado de Kuroo. En realidad lo sigue, porque no sabe a dónde ir y prefiere fingir desinterés a quedar como idiota (más todavía). Sus pasos son tétricos, uno, dos, tres y de nuevo. No hay manera de calmar su interior; sus entrañas se remueven feroces. Kenma contiene las muecas de dolor.

Pero su paciencia es poca, y dejándose llevar por el valor que lo acarrea, cuestiona.

— ¿Por qué? ¿Por qué me has buscado? — Su reencuentro es tan inesperado que suena increíble. El rubio implementa esconder la cara en su chaqueta. Sus mejillas están rojas del frío y sentimientos encontrados.

La calma se esfuma cuando Kuroo se detiene, toma una de sus manos y la posa sobre su pecho. Kenma no puede creer lo que sucede; el corazón de Tetsurou late tan rápido como el suyo.

— También estoy emocionado por verte. Como decirlo, no hay día que no piense en ti. Kenma, sé que al verme has sentido lo mismo que yo. Tuve que cancelar una función porque no podía concentrarme — dice, sereno, y tras un instante de silencio explica con tanta seriedad que podría destruirlo —: Fue como despertar de un largo sueño. — Y él queda embelesado, sin aliento ni conciencia.

Kenma deja caer la cabeza en el abdomen del pelinegro. Su calor corporal lo hace sentir completo.

— Nunca dije que estaba emocionado por verte. — Es un mentiroso, está condenado a los brazos de Kuroo y todo lo que tenga para dar.

—¿Qué? — Kuroo luce sorprendido y Kenma se siente asfixiado. Él alza la mirada hacia el gato que luego continúa —: ¿Acaso no quieres volver? — oye, y su control se va a la mierda.
Es el mismo idiota de siempre. No obstante, la pregunta le hace sonreír. Hacerlo es incontenible. Kuroo se contagia, su rostro ya no se muestra burlón, al contrario, sonríe abiertamente. Y él piensa que ahora está mucho más hermoso. Ellos son tan opuestos, pero se necesitan como imanes que pensar en volver a alejarse le revuelve el estómago.

— Kenma, quiero conocerte de nuevo — pide con cariño —. Volvamos a empezar, te necesito de vuelta a mi vida. Estar en una banda es genial, pero es aburrido si no estás conmigo. Si la persona que más quiero no está conmigo mientras hago lo que me gusta, si no me apoya, es como una patada en la entrepierna. Oh, lo siento. He arruinado el momento. — Kuroo se cohíbe. Y dios, extrañaba mucho esa parte de él. Esa mezcla de estupidez y ternura, esa protección con la que siempre lo ha cubierto, regresa todo a su ser.

— Lo has hecho. — Kenma ríe bajito y se alegra de que ambos sientan lo mismo. Menos estúpido, más Kuroo. Él lo observa, en efecto, se observan.

Cuatro molestos años interfiriendo sentimientos. Tal vez romper fue la peor decisión de todas. Porque ahora, con el pelinegro apretándolo bajo sus brazos, puede confirmar que no hay mejor lugar para descansar que allí. El abrazo es largo. Las partes incompletas toman forma, se llenan de sensaciones y lo sumen en una realidad perfecta.

Es más que obvio que necesita del músico para vivir. Porque él también ha madurado, y sabe que no lo dejará ir. Nunca. Nunca más hasta que su corazón dicte lo contrario. Y no cree que ese día llegue.

Por lo mientras, sus bocas se funden explotando en sentimientos reprimidos durante años; odio, amor, placer, furia y deseo. Kenma separa los labios permitiendo la intromisión de la lengua ajena. El sabor a Kuroo lo invade, como volver a nacer y recordar sus apasionados besos.

Se separan luego de algunos minutos.

— Vamos — dice él, y es suficiente para saber que lo seguiría hasta el fin del mundo.

Cursi.


Tetsurou lo ha invitado a su casa, su hogar. Él se siente feliz de ello. Porque aunque sólo sea un departamento pequeño, Kuroo ha dicho que es el primero en visitarlo y sólo tiene intención de que él sea el quién lo visite. Nadie más.

Kenma se echa de espaldas sobre la amplia cama. El olor a Kuroo lo invade, inhalando profundamente el aroma a anhelo. El pelinegro está más allá, a un metro observándolo. Él prefiere proseguir antes de que su sonrisa lo consuma y se olvide de hablar. Las palabras ya no sobran, necesita oír más sobre Kuroo.

Decide preguntar:

— ¿Algo más que no sepa respecto a tu nueva vida? — Mucho, por supuesto, se responde. Pero tiene que oírlo de Kuroo, es su responsabilidad. Su compañero conlleva una mueca seria. Está pensando profundamente, mientras observa el techo como si aquella madera que los cubre tuviese la respuesta a su pregunta. Vamos, ¿qué tan difícil es decir que no sabe absolutamente nada de su vida? Piensa que antes también lo desconocía, de alguna manera nunca imaginó que terminaría así, cantando y siendo compositor de música. Es una locura. Pero a Kozume le gusta este desastre que lo rodea.

— También fui a clases de violín y ahora enseño en una escuela secundaria. ¿Quieres oírme? — Kuroo suena orgulloso de sus palabras, se ve incluso sensual cubierto de esa vestimenta oscura y aspecto violento.

Kenma no vacila al asentir con la cabeza. Porque se trata de Kuroo, el nuevo, el renovado. En alguna parte de su interior quiere saber qué ha sido de él, en qué momento cambió tanto y a la vez es el mismo chico que amó en preparatoria. Y se deja abrazar por la sonrisa del pelinegro.

Porque está condenado a él, así que, qué más da.