Llevaba 10 días escondido. Los alemanes parecían perros de cacería buscando judíos por todas partes sin ningún tipo de piedad. No les importaba si eran mujeres, niños o ancianos, ellos simplemente los tomaban y los metían en grandes camiones que los llevarían a un incierto destino.

Rivaille no sabía qué hacer. Ser francés y judío en esa Alemania vuelta loca era su sentencia a muerte si osaba salir de las cuatro paredes que era su refugio en ese instante.

Estaba solo. Había decidido ir a Alemania por una mejor vida cuando tenía 15 años. Sus padres habían fallecido cuando él era solo un niño y sus abuelos, quienes cuidaron de él ya habían muerto hace años.

Ya habían pasado 20 años desde que llamaba hogar a este país. Ahora, el país que se suponía que le traería un buen porvenir le escupía en la cara y lo tenía encerrado en una cárcel que parecía ser su única salvación en el momento.

Ya no le quedaba mucha comida, y que decir del agua. Todas las noches lograba escabullirse amparado por la oscuridad de la noche en busca de comida y agua.

Escapar de la ciudad era difícil ya que siempre estaba infestado de soldados alemanes. Lo mejor a su juicio era esperar a que las cosas se calmaran y buscar la forma de volver al país que lo vio nacer.

Ya había oscurecido.

Comenzó con la rutina nocturna. Saco una de las tablas de la pared del pequeño escondite en el cual se encontraba para poder ver a través del agujero.

Ni un alma.

Suspiro y comenzó a pensar en que cosas necesitaría para los siguientes días.

El lugar para Rivaille era realmente asqueroso. Había poca ventilación y era húmedo (perfecto para la proliferación de moho, pensaba)

Era una habitación de no más de 10 metros cuadrados que se encontraba oculta en la que alguna vez fue la casa de una pareja de judíos que Rivaille conocía. Habían sido tomados presos hace unas 2 semanas cuando toda la masacre había recién comenzado.

Ser un escritor relativamente conocido en la ciudad lo hacía estar en la mira de los alemanes, así que decidió esconderse en donde él creía que no lo encontrarían. Era poco probable que buscaran a alguien en la casa de personas que ya habían sido tomadas presas, aun así siempre existía la posibilidad de ser encontrado.

Esta pareja había comentado alguna vez a Rivaille que tenían una habitación secreta (locuras de alguien que tiene paranoia, creía el). En ese instante, ese dato que podría haber sido tomado como algo ridículo era lo que lo mantenía con vida.

Cuando estaba listo para comenzar su rutina nocturna de recolección de víveres escucho un ruido.

"Crack…Crak"

Estaba seguro de que había oído pasos.

Su corazón comenzó a latir más rápido.

Se apoyó en la pared que era la puerta a la habitación tratando de impedir que la abrieran si es que la llegaran a descubrir.

Los pasos se acercaban más.

Pánico. Sentía pánico. No entendía como existía gente tan cruel como para matar a alguien solamente por el hecho de tener un origen, una creencia o un color de piel diferente. Esa no era gente, eran animales.

Sintió como la pared en la que estaba apoyado se movía. Intento con su propio cuerpo hacer el peso suficiente para que la puerta no se abriera, pero era imposible. La fuerza con la que la puerta era empujada superaba ampliamente el peso Rivaille. No era alguien precisamente débil, de hecho al contrario. Aun así, su tamaño lo hacía ver frágil y liviano.

La puerta cedió, y el simplemente se movió a un lado esperando lo peor.

Pudo ver una silueta alta, que lo sobrepasaba fácilmente por una cabeza. Era un joven de quizás no más de 20 años con el traje de los soldados alemanes.

Rivaille miro al más alto tratando de no demostrar su temor. No pudo evitar tiritar un poco aunque su rostro reflejaba total serenidad.

El soldado entro a la habitación y cerró la puerta tras él. Miró a Rivaille sorprendido. Camino lentamente hacia él y sonrió.

"Nos volvemos a encontrar, Señor… Ahora seré yo quien lo protega."