Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está hecha con el único fin de entretener.

Regalo de cumpleaños para Symbelmine (antes Erly Misaki): Un trío Yura/Naraku/Kagura. Lemmon, lemmon y más lemmon.

Topic de cumpleaños "Fragmentos de Shikon: Regalos de cumpleaños" en el foro ¡Siéntate! (link al foro en mi perfil): /topic/84265/108258882/1/Fragmentos-de-Shikon-Regalos-de-cumpleaños

Dedicatoria: Erly (no me acostumbro a decirte de la otra forma) lamento un montón la tardanza para entregar el fanfic u.ú sabes que con el lemmon soy bien pinche nerviosa aunque me la pase escribiéndolo y bueno, este me exigió bastante. Que va, ¡me saco mis pinches canas verdes! En fin, espero que te guste y también espero que lo hayas pasado genial en tu cumpleaños (: Sabes que se te aprecia mucho y te deseo lo mejor :D

Advertencias: lime y lemmon, lesbianismo, incesto, parafilias lenguaje vulgar y agresión física/psicológica.


"Se había acostumbrado a depositar esperanzas en descubrimientos misteriosos y extraordinarios, y por eso se había metido por los callejones estrechos y retorcidos de la sensualidad. No por una perversión, sino movido por una situación espiritual todavía desprovista de meta"

Robert Musil


Dos por Uno

No sabía exactamente qué hora era ni mucho menos le importaba, pero sabía que aún no era demasiado tarde. Más bien y hablando claro, sin tonterías de por medio ni sus ganas absurdas de salir de ahí, voluble como ella sola, era demasiado temprano para huir.

Kagura sintió la música penetrar en sus oídos con tanta fuerza que, en cierto momento y a pesar de estar acostumbrada al escándalo, hasta llegó a sentirse más fastidiada que nunca mientras las brutales ganas de salir corriendo de la disco por unos instantes se apoderaron de sus pensamientos, así el egoísmo le ganara con la idea de dejar a su acompañante de esa noche ahí sola y que se las apañara como pudiera. ¡Qué necesidad de subir tanto el volumen, ni que todos estuvieran sordos!

Aquel sonido de música electrónica que le crispaba los nervios a ella y a medio mundo la hizo pensar que, por eso, todos esos jóvenes que habían decidido irse de juerga como ella, se ponían como locos, dominados por sus hormonas, con la latente violencia bullendo en su interior, las venas atascadas de alcohol y las ganas de bailar hasta que el cuerpo aguantara, y comprendió que tenía toda la lógica del mundo, aunque dieran ganas de acuchillar al DJ.

En el ballet, a pesar de que la música era muy distinta, se hacía exactamente lo mismo: las orquestas en vivo se encargaban de tocar sus instrumentos lo más alto y fuerte que pudieran para lograr penetrar en las almas del, en muchas ocasiones, insensible público que acudía a ver la obra, y algunos, en ocasiones, hasta terminaban llorando, tocados súbitamente en las fibras más sensibles de sus ajetreados corazones competitivos ante la belleza de una trágica historia interpretada por ninfas en tutú y la penetrante delicadeza que se deslizaba tras ellas y entre sus pasos.

Se olvidó de sus improvisados planes de huida cuando sintió un menudo y conocido cuerpo abrazarla por detrás, sujetando posesivamente su cintura y restregándose contra ella con una sensualidad que le era increíblemente familiar y que únicamente podía pertenecer a una sola persona. De haber sido otra le habría metido el pisotón de su vida con los tacones brutales que esa noche portaba.

Se sonrió, maliciosa como ella sola, dándose la vuelta y encontrando a Yura Sakasagami con una sonrisa en los labios, un gesto también insidioso pero mil veces más atrevido y sensual de lo que jamás había sido el suyo.

—No estarás pensando en huir tan pronto —Yura se movía con desvergonzada gracia al ritmo de la música, adaptándose bien del ballet y la música clásica al electro, contrarrestando con los gritos que tenía que lanzar al aire para que su compañera de juerga la escuchara, comenzando ya a guiar el cuerpo de Kagura, empujadas por toda la marejada de gente a su alrededor que bailaba sin prestarles demasiada atención, cada uno enfocado en su pareja, buscando una nueva o simplemente dejándose llevar por la trémula resonancia de la música que agitaba el piso y las paredes como si hubiesen quedado atrapados en un terremoto gentil que nunca alcanzaba a detenerse por completo.

—Estoy mareada —contestó Kagura a los gritos. Apenas era capaz de escuchar su propia voz por encima de la estridente música que se metía en cada rincón del antro, pero su respuesta únicamente provocó una estrepitosa carcajada en su amiga, una clara muestra de que no le creía una sola palabra.

Puede que hubiera tomado un par de bebidas, pero Kagura tenía mucha más resistencia que eso, a pesar de que tuviera poca disciplina para saber cuándo detenerse una vez que el licor se le subía a la cabeza de la misma forma que sucedía con su rabia y mal carácter que en más de una ocasión la hacía explotar sin medir siquiera las consecuencias.

Kagura, por otro lado, se dio por vencida en su inútil intento de irse de una buena vez. Había recibido un mensaje de parte de su hermano mayor, regañándola como siempre y preguntando dónde diablos estaba; ni siquiera intentaba esconder el hecho de que estaba furioso, a ver si fingiendo dulzura y comprensión ganaba su confianza y su sincera respuesta. ¡Como si ella tuviera que darle explicaciones a su edad! Por lo mismo, se decidió a ignorar soberanamente el dichoso mensaje y en su lugar prosiguió con lo que había empezado tan súbitamente luego de que Yura la abrazó por detrás.

Pasó los brazos tras el cuello de Yura y de un momento a otro comenzó a guiar el cuerpo de ambas con suaves movimientos que recordaban el acto sexual. Aún en medio de la oscuridad fuertemente iluminada a instantes gracias a las estridentes luces del antro que viajaban de un lugar a otro cambiando de color, podían apreciar la sonrisa de la otra, sonrisas cargadas de una malicia y lujuria que no era capaces de controlar, demasiado ensimismadas en la música esquizofrénica que las rodeaba y el calor infernal de un montón de cuerpos restregándose unos contra otros sin prestarse atención.

Podían presumir que a pesar de que muchos de los que ahí bailaban esa noche parecían muchachos poseídos por demonios con un ataque de epilepsia, ellas bailaban mucho mejor que el promedio. Ambas eran bailarinas en la misma compañía de ballet y estaban metidas en eso prácticamente desde que aprendieron a caminar, aunque sus battement [1] y foutté en tournant [2] no les servían de mucho estando en tacones altos con una música que distaba mucho de las obras clásicas de Tchaikovsky o Chopin.

La intensidad del baile comenzó a subir sin parar, sin saber exactamente hacia dónde iban en medio de esa marejada de gente, bailando una contra otra sin descanso y sin detenerse así como la música tampoco lo hacía.

"Vamos a ensayar", es lo que le había dicho Yura a su novio cuando lo llamó esa tarde para darle a entender que saldría y que ni siquiera se le ocurriera buscarla, una mentira que claramente el muy idiota sabía que lo era. Y por supuesto, estaban ensayando, aunque sus pasos eran muy diferentes a los que se supone que harían estando en un ballet clásico y, por otro lado, definitivamente un tutú mostraba mucha más carne que sus vestidos de antro, incluso si estaban sus piernas enfundadas en mallas de ballet de tonos pasteles, tersos y casi irreales a la vista.

No supo exactamente en qué momento lo hicieron. Estaba segura de que su celular sonaba en algún lugar, pero no le prestó mucha atención ni se preocupó en regresar a la mesa a contestar aquella llamada que sólo la pondría de mal humor.

Estaba más ocupada besando a Yura, sosteniéndola de la nuca mientras ella le tomaba de la cintura posesivamente, captando entre tanto la atención de algunos pocos jóvenes que bailaban a su alrededor, obteniendo sonrisas lascivas de algunos chicos y el sonrojo de algunas muchachas súbitamente intimidadas ante el acto de naturaleza lésbica que presenciaban.

Yura y Kagura estaban muy conscientes de eso. Las lesbianas siempre resultaban ser un fetiche o un tabú dependiendo de con qué ojos se miraran; puede que algunos pensaran que lo hacían para llamar la atención, incluso. La realidad es que ambas ni siquiera eran lesbianas y mucho menos lo hacían para captar tan superficialmente la atención de un montón de desconocidos que no les importaban en lo más mínimo. Ellas conseguían la suficiente atención cuando salían a bailar igual que si fuesen ninfas mezclándose con el viento, enfundadas en vaporosas telas y leotardos llenos de bordados y costosos detalles. No necesitaban la lasciva atención de un montón de jovencitos medio borrachos.

Luego sí consiguieron la desagradable atención de una persona en particular que ambas estuvieron evitando todo el día. Una atención que, a veces, resultaba incluso obsesiva.

Para cuando acordaron Naraku sostenía a Kagura de un brazo y la llevaba prácticamente a rastras fuera de la ajetreada pista de baile. Yura no se mostró especialmente sorprendida por ello. Sabía que tarde o temprano su novio, Naraku, iría a buscarla al antro que sabía a las dos les encantaba, así que verlo ahí no fue más que una apuesta mental y propia que de una u otra forma ganó, sintiéndose incluso contenta de saber cómo, en ocasiones, era tan fácil predecir el comportamiento de su novio a pesar de que le encantara hacerse el misterioso.

Sin armar alboroto y esquivando a la gente fue tras Kagura y él, mientras escuchaba a la joven decirle unas cosas a regañadientes a su hermano entre uno que otro insulto mermado por la música.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —le espetó tratando de zafarse del agarre de su hermano mayor, pero este apenas y le prestó atención mientras seguía caminando fuera del lugar, dirigiéndose a las mesas, seguido de la expresión aburrida de Yura, que se mostraba decepcionada por el súbito final de la noche y se limitó a tomar las bolsas de ambas, muy segura de que ambas tendrían un montón de llamadas perdidas y furiosos mensajes por parte del pobre diablo que las arrastraba fuera de lo que era una noche prometida de pura diversión.

—Estoy llamándote desde hace una hora, idiota —contestó cuando se vio forzado a darse la media vuelta, medio luchando con la muchacha. Luego de un poco de forcejeó Kagura logró zafarse de él y le dio un empujón que provocó que su hermano le dedicara una expresión rabiosa, pero entonces levantó la vista hacia Yura y prosiguió sin siquiera tomarse la molestia de suavizar su tono.

—Y tú, ¿por qué mierda no me contestas? —masculló, pero la muchacha de cabello corto se limitó a torcer la boca y encogerse de hombros, despreocupada, a diferencia de la bomba humana de rabia en la cual Kagura parecía haberse transformado y la actitud controladora del chico.

—No me dio la gana —dijo mientras tomaba los bolsos de ambas—. ¿Has venido a arruinarlos la noche, cariño?

Naraku rodó los ojos ante la palabra con la cual se dirigió a él, sintiendo un pequeño pinchazo de divertida ira palpitando en su pecho.

—Sí, claro, "vamos a ensayar" —mascullo por lo bajo, dirigiéndole una mirada hostil a ambas, y sintiéndose asquerosamente engañado dio su última sentencia—. Nos vamos de aquí.

—¡Oye, yo no me quiero ir! —protestó Kagura, enérgica como siempre, pero enseguida su hermano mayor la tomó del brazo y comenzó a jalarla hacia la salida del antro, seguidos por Yura, quien no tomó muy mal la idea de marcharse. Le dolían un poco los pies estando ya tantas horas soportando el peso de su cuerpo sobre unos brutales tacones negros. Lindos, pero brutales, igual que las zapatillas de punta y el calvario que significó utilizarlas la primera vez hasta que se acostumbró a ellas y las dominó.

Aún con el dolorcillo en las plantas de sus pies y los talones, caminó tras ellos y observó con renovada curiosidad la dinámica del juego que existía entre su mejor amiga y su hermano mayor, quien resultaba ser su novio desde algunos meses atrás. Ella seguía protestando mientras la fuerza de su hermano la jalaba lejos de ahí, pero Naraku apenas y se inmutaba, con la vista al frente y forcejeando contra la chica como si aún fuesen un par de niñitos peleando por un juguete.

Siempre era lo mismo desde que había comenzado a frecuentarlos. Primero había conocido a Kagura en la compañía. Su amiga ya estaba ahí para cuando entró. La chica le interesó, llamó su atención por su actitud arisca y hostilmente sarcástica, y desde un principio le habló de un detestable hermano mayor que no la dejaba vivir en paz, uno que siempre la chantajeaba con dinero y palabras malintencionadas, sobre todo cuando no conseguía a tiempo el dinero necesario para pagar la renta del departamento donde vivía, pero aseguraba una y mil veces que prefería vivir bajo un puente que irse a vivir con su hermano, a pesar de que este podía ayudarla. Era demasiado orgullosa como para intercambiar un techo por su libertad y sus alocadas ganas de hacer lo que le viniera en gana.

Yura, quien era nueva en la ciudad y tampoco contaba con muchos contactos, decidió irse a vivir con ella y ambas compartir los gastos del departamento, cosa que les funcionaba bastante bien… a veces.

En ocasiones, ya fuera por desorganización y razones que ninguna de las dos realmente entendía, el dinero se les resbalaba de entre las manos como agua y se veían forzadas a recurrir a otras fuentes para conseguir lo necesario y evitar ser echadas a punta de patadas a la calle. En ocasiones esa fuente de dinero y corrupta salvación era el mismo Naraku, algo que a Yura no le molestaba para nada.

En alguna ocasión le reprochó a Kagura el no haberle dicho que su hermano era tan apuesto, pero le respondió con un gruñido, tachándola de ciega, a lo cual en otra ocasión Yura respondió a carcajadas cuando se encontró con su compañera de piso afirmando que su hermano, efectivamente, era muy guapo y gustaba de sacar partido con ello. No perdió oportunidad de decirle lo mala mentirosa que era, tiempo después entendió que sí lo era, pero cuando se trataba de Naraku, su habilidad para mentir quedaba considerablemente mermada.

Por otro lado sus advertencias tampoco sirvieron de mucho porque, para cuando acordó, terminó diciéndole que ahora era novia de Naraku y que serían cuñadas.

¡Bienvenida a la familia! Le había dicho Kagura, sin dejar de advertirle un solo segundo que tenía un pésimo gusto en hombres.

También pensó que le estaba pagando con sexo a cambio de dinero; Yura respondió que eso no le interesaba y que, más que nada, lo que le gustaba de Naraku era su cabello, algo que no sorprendió en lo más mínimo a Kagura, consciente del fetiche que tenía la chica por las melenas, pero siempre decía que si podía sacar un beneficio extra por ello, qué otra cosa le podía pedir a la vida.

—¡Si no te contesté es porque no te quiero ver! —exclamó Kagura a viva voz, empujando a Naraku en el proceso y llamando la atención de unas cuantas personas que esperaban su turno para entrar al club. Él la ignoró completamente y se aguantó las miradas que se posaron sobre ambos, algunas reprobatorias y otras llenas de morbo. De un momento a otro, furioso por la escenita que estaba montando su hermana, pasó a abrir sin más la puerta trasera de su auto.

—Me da igual. Nos vamos —ordenó mirando fijamente a Kagura, pero ella se mantuvo firme en su lugar cruzando los brazos, observada también por Yura, quien esperaba impaciente cualquier estallido de cólera por parte de alguno de los dos o una puteada mutua que la hiciera carcajearse como nunca.

Por otro lado, el hostil y casi infantil silencio de Kagura no tardó en picar la poca paciencia de su hermano.

—Sube de una puta vez, Kagura —Volvió a ordenar. Ella pareció tomar aire para soltarle algún insulto, pero en su lugar Yura se le acercó rápidamente y la empujó dentro del auto.

—Es muy temprano para pelear —le dijo, mientras su compañera se dejaba guiar de mala gana hacia el asiento trasero—. Mejor volvamos a casa. Si te enojas tan temprano no podrás dormir y no habrá santo que aguante al tarado de Naraku y a tu mal humor.

Kagura, al final, obedeció de mala gana y junto con Yura subió al auto, al tiempo que Naraku se dirigía al asiento del conductor para irse de una buena vez, aún sintiéndose asquerosamente engañado y burlado por el par de chicas y, con ese pensamiento en mente martillando su cabeza igual que un estigma temporal y molesto, arrancó de inmediato y se alejó del edificio del antro, pasando entre las calles del centro de la ciudad que a pesar de la hora seguían tan concurridas como en el medio día.

Era viernes por la noche y mucha gente aprovechaba para salir, divertirse y descansar preparándose de antemano para otra semana cargada de trabajo no sin antes darse su merecido rato de diversión. Ellos eran los únicos que regresaban temprano de la fiesta. Lástima que Naraku viera su fin de semana como la oportunidad perfecta para arruinarle a su novia y a su hermana la prometida diversión.

No pasó mucho tiempo ni muchas calles recorridas antes de que el hermano mayor de Kagura mirara hacia el espejo retrovisor. La expresión de sus ojos, tan escarlatas como los de su hermana, chocaron en ese instante; ella también se encontraba mirando al mismo cristal y el momento en que ambos se dieron cuenta de ello pareció extenderse por el aire igual que un gas tóxico y mortal que, al instante, volvió todo el ambiente denso y pesado como si en cualquier momento uno fuera a lanzarse sobre el otro para sacarse los ojos con las uñas.

Yura no pasó por alto el gesto de ambos ni el ambiente que la rodeó. No pudo evitar sonreír de medio lado; era una sonrisa lasciva y diminuta que apenas podía apreciarse en una de sus comisuras, con parte de su delicado rostro escondido entre la oscuridad del auto, apenas iluminada de vez en vez por las luces de la ciudad que los rodeaba y le iluminaba los labios pulcramente pintados de soberbio rojo.

—Te he preguntado —dijo de pronto Naraku, volviendo la vista al frente y rompiendo el contacto visual con su hermana—. ¿Por qué ninguna de las dos contestaba el teléfono?

Yura escuchó a Kagura suspirar con fastidio y dejarse caer pesadamente sobre su lugar. No perdió oportunidad para golpear con fuerza el respaldo del asiento del copiloto, sobresaltando a Naraku frente al volante.

—No hagas eso si no quieres que nos matemos —la reprendió casi al punto de la exasperación, apenas dándose unos segundos para mirar hacia atrás y amenazarla—. O tendré que tirarte del auto en movimiento, a ver si las piernas se te hacen mierda y te quedas sin lo único que realmente sabes utilizar en tu puta vida.

—Ya te dije que no te contestamos porque no te queremos ver —exclamó la joven al instante, haciendo que Yura alzara una ceja ante aquella afirmación que la incluía y la descarada despreocupación con la cual la muchacha pasaba por encima de la amenaza de su hermano y la pisoteaba como si sus palabras no fueran más que sucios bichos rastreros. Luego se volvió hacia Naraku cuando la escuchó llamarla.

—¿Qué me dices tú, Yura? —Por el espejo retrovisor pudo ver que la expresión encaprichada de Kagura aumentaba de intensidad, como si de pronto se descubriera completamente ignorada—. No sólo te pregunté a ti, tonta.

—No me llames tonta, idiota —se apresuró a contestar Kagura, pero la pelea fue de inmediato cortada de tajo cuando la voz femenina y tan falsamente delicada de Sakasagami retumbó en el auto con el mismo tono juguetón de siempre.

—Oh, vamos, amorcito —Sus palabras eran melosas como la miel. Una especie de veneno disfrazado del más dulce elixir, pensaba en ocasiones Naraku. Las palabras y comentarios de su novia siempre resultaban brutalmente honestos o completamente hipócritas, tanto que ni siquiera se tomaba la molestia de disfrazarlo bajo el manto de la frágil sinceridad. En su lugar utilizaba la socarronería y la sensualidad como arma de doble filo, un tono que siempre tenía como fin molestarlo tan sutilmente como Kagura en ocasiones solía hacerlo, sólo que de una manera no tan explícita—. Sólo nos queríamos divertir. ¡Es noche de chicas y dos por uno!

—Noche de chicas… —masculló por lo bajo, haciendo alto en un semáforo rojo. En ese instante se volvió hacia ellas, encontrándose con la sonrisa relajada de su novia y la eterna expresión de fastidio de su hermana—. Van al dos por uno desde las ocho porque ya se les acabó el dinero, ¿verdad?

Ahí Kagura se removió incómoda en su asiento, pasando a cruzarse de brazos y desviar la vista fuera de la ventana. No tardó en levantar esa barrera aparentemente inquebrantable que su amiga le había visto hacer un millar de veces, cuando su hermano mayor la enfrentaba tan directamente, tan sin pudor, solamente con ese secretismo que solamente ellos dos entendían y que Yura, por otro lado, había aprendido a interpretar pero en el cual rara vez participaba. Esa clase de dramas no eran para ella, ¡pero era tan divertido verlos amargarse solos la existencia!

Por su parte, la novia de Naraku se mantuvo serena, sin dejar de lado su sonrisa juguetona y picara. No le costaba trabajo negar o aceptar las cosas, simplemente se dejaba llevar por la corriente de la vida cuando esta resultaba deliciosa y fresca, lista para echarse un buen chapuzón en ella. Cuando no le agradaba, solía tener ganas de cortar cabezas, aunque a diferencia de su compañera de piso no era tan explosiva ni se delataba con el claro desprecio de las más hirientes palabras, siempre transparente y con sus emociones a flor de piel, hostilidades que le dedicaba a quienes consideraba sus enemigos.

No, a Yura le gustaba moverse entre hilos que solían manipular las acciones de otros para conseguir lo que quería, algo bastante ventajoso para ella, una chica que no tenía una moral especialmente fuerte o un claro sentido de lo correcto e incorrecto. Simplemente se dejaba llevar pero los caminos del destino por los cuales circulaba y que usualmente estaban preparados y adaptados a sus pies con antelación por ella misma.

No por nada lograba entenderse con Naraku y su inquebrantable naturaleza manipuladora.

—Tú sabes cómo son los gastos, Naraku —respondió Yura, sin intenciones de bancarse otra discusión entre su novio y su cuñada—. A las bailarinas de ballet no nos pagan mucho, sobre todo con el poco interés que muestra la gente por los clásicos.

—Ya está en verde —comentó Kagura demasiado encolerizada como para escuchar con atención las palabras de la chica, sin dignarse a ver a Naraku. Antes de que el auto detrás de él comenzara a tocar el claxon como endemoniado, el hombre se apresuró a regresar al volante, poner la vista al frente y arrancar tan impetuosamente que si un policía de tránsito lo hubiese visto ahí mismo le habrían levantado una buena multa junto con prueba de alcoholímetro.

Yura desvió la vista hacia la ventana una vez que la luz cambió a verde, entre aburrida y desolada por lo que parecía una noche perdida. Admiró por unos segundos el trayecto de las calles a relativamente oscuras, contrarrestadas salvajemente por las luces neón de los anuncios de las tiendas, los restaurantes y los estrenos del cine que abarrotaban todo espacio de concreto libre en lo más alto de los modernos y escandalosamente tecnificados edificios de Tokio.

La noche le parecía demasiado melancólica y soporífera para su gusto cuando no había ningún lugar a donde ir más que a casa, un departamento que no les quedaba a más de diez minutos de distancia en auto.

Y de hecho, por unos instantes, pensó que no le quedaría de otra más que ir a dormir.

—Entonces… —comenzó Naraku sin despegar la vista del camino, llamando la atención de ambas mujeres—. Se han quedado sin dinero.

Su hermana torció la boca y se le escuchó farfullar resignada. Él no perdió tiempo en meter el dedo un poco más en aquella llaga que ya había abierto sobre el mancillado orgullo de la muchacha.

—Y cuando tienen dinero se lo gastan en antros y bebidas —agregó luego de unos instantes.

—No es para tanto. Sólo salimos a tomar un trago —masculló su hermana, viéndose tentada nuevamente a golpear el respaldo del asiento, pero antes de que su pierna pudiese moverse, vio y sintió la mano de Yura posarse en su muslo con suavidad, con una rapidez gentil como la de una serpiente cuyo ataque mortal no se ve venir.

La blanca piel de sus delgadas manos hacía un fuerte contraste con la pierna enfundada en medias negras sobre la cual se posaba, y sus uñas, pintadas de rojo, afiladas y largas como las patas de una araña, amenazaron con romperle las frágil y transparente tela oscura que se aferraba a su piel ligeramente bronceada.

Kagura contuvo el aliento y levantó la vista hacia ella con los ojos abiertos, sin embargo su expresión no mostraba sorpresa alguna, sino una especie de certeza ansiosa y dura, al contrario de la expresión de Yura, que era pura malicia y salacidad.

Naraku no se percató del gesto que parecía llevarse a escondidas en el asiento trasero de su auto, y el mismo gesto se intensificó con el paso de los segundos mientras Yura marcaba un camino serpenteante con los dedos índice y medio, imitando a un hombrecito de tacones rojos jugando entre la curva del muslo de Kagura hasta perderse debajo de la corta falda como si sólo buscase explorar recónditas y suaves cuevas.

En ese instante Kagura tragó duro y Yura la sintió estremecer bajo su tacto. Naraku de pronto se sintió extraño al verse inmerso en el súbito silencio que reinó dentro del auto, demasiado fuera de lugar como para considerarlo normal. Algo se gestaba detrás de él y sólo le costó unos pocos instantes el darse cuenta. Era incluso como si un aroma desviara su atención del camino y despertara sus sentidos más sensibles que lo hicieron buscar casi en desesperación el origen de aquello que de pronto lo perturbaba.

Sólo hasta unos segundos después posó la vista en el espejo retrovisor y sus ojos captaron el momento justo en que Yura se acercó un poco más a su cuñada y, teniéndola ya bien cerca, pasó a tomarle con suavidad una mejilla y besarla sin timidez alguna.

Los labios de ambas pintados de intenso rojo se unieron y, bajo las estridentes luces artificiales de la ciudad, estos brillaron por unos segundos antes de perderse unos contra otros en un movimiento frenético y voraz, pero gentil y suave a la vez, como si degustacen de un manjar delicado y exquisito capaz de abrirle el apetito a cualquiera.

Naraku apretó las manos contra el volante y alzó una ceja. Ellas estaban conscientes de que las observaba, al menos lo suficiente, tortuosamente viéndose forzado a mirar de vez en vez por el pequeño espejo y luego regresar los ojos al camino para no terminar hechos mierda. Casi parecía que lo hacían apropósito.

En medio de su beso cada vez más cercano y húmedo no se dieron cuenta del momento en que Naraku movió el espejo retrovisor para tener una mejor imagen y ángulo de la escena, aún cuando su expresión era neutra, casi rayando en la dureza.

En pocos segundos el silencio dentro del auto se vio interrumpido por los sonidos húmedos producto del beso que ambas chicas compartían, aunado a la respiración pausada y densa de Naraku en el asiento del conductor. Procuró aumentar un poco la velocidad para llegar lo antes posible al departamento que ambas compartían.

Era una completa locura. Cualquier otro hombre en su lugar le habría dicho que se comportaba como un reverendo imbécil al dejar que frente a sus narices su novia se besuqueara con su propia hermana. Habrían alegado, con toda la intención de ayudarlo y abrirle los ojos, que aquello era engañarlo descaradamente, sin pizca alguna de vergüenza, que no importaba que fuera la fantasía de muchos hombres cumplida el ver a dos mujeres besarse y acariciarse con aquella timidez ridículamente falsa, que aplicaba igual que cuando un hombre se enredaba con la hermana de su novia, pero Naraku estaba más allá de todas esas ideas sobre moral o las normas de lo que se consideraría una relación ortodoxa tanto con su novia y, aún más, con su hermana.

No necesitaba que nadie la abriera los ojos ni se solidarizara con él. No se podía tener lástima de algo que se disfrutaba y él, en su caso, disfrutaba como nadie el verlas tener aquel contacto tan íntimo, casi prohibido y aún revestido por la anticuada idea del pecado.

—¿Se divierten allá atrás? —preguntó con un tono de voz mucho más suave y sereno que el que había usado desde que las encontró, como si la sola imagen tras él, a menos de un metro de distancia, fuese capaz de bajar momentáneamente su paranoica guardia y sus duros escudos.

Para cuando se dio cuenta incluso sonreía lascivo, y Yura le devolvió la misma sonrisa cuando se separó de Kagura. Ella, por su parte, tomó de mala gana el gesto, pero la mano de su compañera de piso aún en medio de sus piernas ligeramente entreabiertas le indicó que pretendía seguir hasta que regresaran al departamento.

—Más de lo que tú jamás te divertirías, cariño —siseó Yura mientras sentía cómo Kagura rodeaba su cabeza, incitándola a dejar de prestarle atención a Naraku para seguir con lo suyo. Incluso abrió un poco más las piernas.

—¿Tú crees? —respondió ágilmente, y aunque la pregunta parecía dejar una respuesta clara que nunca llegó, la interrogante abarcaba una única respuesta que ambas conocían a la perfección y que, por lo tanto, no se molestaron en contestar—. Me quedaré con ustedes esta noche. Es muy tarde para regresar.

—Siempre molestando —espetó Kagura junto a su habitual y afilada rabia. Yura le susurró con gentileza que se tranquilizara.

—¿Yo, molestando? Si no fuera por mí estarían…

Se paró en seco cuando ellas, con el mayor descaro del mundo, decidieron dejar de prestarle atención y volvieron a sus propios asuntos. Naraku no se tomó a mal la ofensa como normalmente lo habría hecho. Se limitó a relajarse en su sitio y seguir concentrado en su camino al departamento de ambas, incluso tratando de encontrar todos los atajos posibles y sorteando el tumultuoso tráfico nocturno, aunque era difícil concentrarse teniendo a dos chicas tan guapas besándose en el asiento de atrás, ¡digno de la mejor de las anécdotas! Ni siquiera tenía que fingir pensando que la chica de cabello corto no era su novia y que la otra muchacha, la de cabello largo y actitud arisca, su hermana, amén de ser un tipo de gustos tan retorcidos como ese par de arpías que muy a su manera lograban seducirlo sin siquiera tocarlo.

Efectivamente, las jóvenes sólo dejaron que Naraku las llevara de regreso a casa y no tuvieron intenciones de escucharlo más.

En el asiento trasero, muy cerca de la otra, se dedicaron a pasarse las manos de aquí para allá, delineando curvas que a ninguna le eran exóticas sino al contrario, les resultaban tremendamente familiares, ya antes exploradas hasta el hartazgo, tocadas por sus dedos, manos y labios. Con el sabor de sus pieles ya bien memorizado y las tácticas más efectivas para darle a la otra lo que quería y en ocasiones, rogaba.

Como mujeres que eran ninguna de las dos tenía nada que la otra no conociera y tuviera. Sus cuerpo tonificados por los muchos años de práctica en la danza y el ejercicio eran casi iguales, tanto que incluso podían hacerse pasar por primas y, como buenas chicas que eran, no tenían reparos al andar en ropa interior por el departamento cuando el calor apremiaba o cuando simplemente buscaban sentirse cómodas; no se guardaban secretos, mentiras, reclamos o idioteces.

Era todo lo contrario, lo compartían todo. Incluso a Naraku.

Para cuando el hombre estacionó el auto frente al edificio de departamentos ambas se separaron con pesadez, ya sintiendo una familiar humedad entre las piernas y los labios hinchados luego de tanta fricción. La anticipación de lo que les esperaba las golpeó directo en el rostro como un puñetazo cuando sintieron la brisa nocturna chocar contra sus rostros que, seguramente, a esas alturas ya mostraban uno que otro sonrojo.

Naraku apagó el auto y bajo de él, pero antes de que ellas lo hicieran Yura se dio la libertad de rozar con más fuerza la entrepierna de Kagura oculta tras la ropa interior, haciéndola estremecerse de pies a cabeza y soltar un quedo gemido casi contra sus labios.

—Esta noche nos divertiremos, cuñada —Le susurró Yura, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja, haciendo tintinear sus pendientes de jade.

Kagura no contestó nada ni la esperó. Se quitó la mano que exploraba su zona más intima con un brusco manotazo y salió, dejando a su compañera de piso con una enorme sonrisa y el dulce sabor de la victoria representada por los residuos de saliva de Kagura en su boca.

Una vez que estuvieron los tres fuera del auto Kagura le echó una mirada hostil a ambos, mucho más a Naraku, mucho más cruel y cruda que de costumbre, como si le reprochara algo, pero lo que sea que quiso reclamar se quedó atorado en su garganta. En su lugar se apresuró a tomar la cabeza del camino ya preparando las llaves para abrir el pequeño departamento que compartía con Yura.

Esta, por otro lado, se acopló al mismo paso de Naraku, mirando con lujuria la sensual forma en que su cuñada caminaba, con su esbelto cuerpo enfundado en el entallado vestido negro y sus detalles de tela traslucida apenas dejando ver la piel de sus brazos. El corte del vestido le remarcaba ese movimiento de caderas que siempre resultaba mil veces más sugerente cuando la silenciosa rabia la invadía sin darse cuenta, como si sólo se le pudiese excitar haciéndola enfurecer.

—Más te vale que hayas traído dinero —susurró Yura a su novio en voz muy baja. No tenía intenciones de que Kagura escuchara, de lo contrario montaría en cólera a pesar de sospechar ya el tema que su compañera de piso trataba con su hermano—. No te cumplimos tus sucios caprichos de a gratis. Hay que pagar la maldita renta.

—Lo de siempre —le contestó, murmurando en su oído—. Aunque no sé ni por qué les pago. A ustedes esto les gusta tanto como a mí. ¿Será que ambas tienen alma de prostituta?

—Nada de eso, es puro sentido común —Se apresuró a contestar la muchacha, sin sentir la más mínima ofensa ante lo que el hombre sugería—. Mi madre siempre me dijo que si uno es bueno en algo, nunca se debe hacer gratis —argumentó con todo el descaro que la caracterizaba, sonriendo juguetona a su novio.

—No me interesa lo que tu madre te haya dicho, Yura. Kagura antes de ti no me cobraba —reclamó al comenzar a subir las escaleras, con varias de ellas adelantadas por la aludida y los tacones resonando entre todo el silencio que rodeaba el edificio y sus inquilinos que, a esas alturas, ya se preparaban para dormir.

—Ella no te cobra, yo soy la que lo hago. Y además, eso es porque soy tu novia, su cuñada y mejor amiga. Cargo extra por el morbo, querido, así que déjate de joder.

A Naraku le pareció un buen argumento, aunque se sintiera un tanto estafado y burlado. Después de todo tampoco podía quejarse o ponerse demasiado exigente, no en este caso y menos tratando con ese par de arpías que a la menor oportunidad estarían dispuestas a apuñalarlo por la espalda. Era mejor hacer las cosas por medio de tratos creados bajo el agua y quedar los tres contentos antes de que aquel extraño trío de relación resultara en tragedia y el titular de la próxima nota roja.

Eran el único par de locas que lograban cumplir sus fantasías sin tabúes ni tonterías de por medio que obstaculizaran sus actos y el placer visual que le proporcionaban. En su lugar se dejaban arrastrar por los beneficios extras que eso les traía y daban lo mejor de sí y todo su cuerpo una a la otra. En cierto sentido, Naraku pensó que hasta tenía suerte en eso, que el destino le sonreía a pesar de las muchas maldades que había cometido a lo largo de su vida. Cualquier otra chica lo hubiera mandado directo al carajo si acaso se le ocurría confesar que su mayor placer era ver a su propia hermana tener sexo con otras mujeres. Incluso se atrevía a decir que eso lo excitaba más que el tener sexo por su cuenta.

Para cuando acordaron estaban frente a la puerta del departamento y la brisa nocturna golpeaba con más fuerza sus cuerpos, entrando por los extensos balcones compartidos de todo el piso de viviendas. Yura y Naraku ya habían terminado de discutir el precio a pagar y Kagura no se percató de la charla que mantuvieron (o al menos, intentó ignorarla), y mientras la observaban luchar frustrada contra la llave de la cerradura, su hermano llegó a preguntarse si no se estaría cansando ya de ese estilo de vida y la excéntrica manera de llevar las cosas entre ellos. Tal vez hasta pensando en terminar todo eso de una buena vez.

Después de perder aquel par de importantes casos, pensó que hubiese sido una verdadera pesadilla que su hermana le diera semejante noticia y tener que conformarse a futuro con el sexo convencional. No le podía suceder algo peor, pero al final toda sospecha quedó desechada y olvidada en ese frágil baúl de miedos que tenía bien escondidos en su mente cuando la vio abrir la puerta y pasó de mala gana, arrojando su bolso y las llaves a una mesita que obstaculizaba el corredor de entrada. Kagura se detuvo unos momentos ante el espejo que colgaba de la pared y se cercioró de que su maquillaje estuviera en orden. Con apenas dos horas en el bar no había tenido ni tiempo de que se le estropeara, aunque tampoco había mucho de qué preocuparse. Sabía que en un rato más su rímel, el delineador y el lápiz labial serían un desastre así como el de Yura. Tampoco es como si hubiese planeado aquello, aunque ciertamente hasta en eso contaba con cierta ventaja; tenía claro que su hermano disfrutaba de un extraño erotismo en la imagen de un maquillaje estropeado y corrido en el rostro de una chica, especialmente si ese rostro era el de ella.

Se apresuró a adentrase en la sala, pero desde su sitio, mientras se quitaba la oscura chaqueta de cuero, pudo ver cómo Naraku se abalanzaba sobre Yura posesivamente intentando besarla, gesto que ella al instante rechazó tapándole la boca con una mano, ni siquiera permitiéndole rozar brevemente sus labios. Solo esa chica era capaz de arremeter contra Naraku de una forma tan fulminante sin perder el estilo de por medio; era una de las cosas que Kagura envidiaba profundamente de su cuñada.

—No tan rápido, galán —dijo Yura, sonriente como una diosa mientras le quitaba la mano de la boca y lo dejaba respirar con libertad—. Hoy no habrá nada para ti. Te dije que es noche de chicas.

Naraku captó la broma implícita en las palabras y no pudo evitar pensar que Yura era una verdadera estafadora. Llegó a la rápida conclusión de que no había contestado sus llamadas porque sabía que, de esa manera, sólo lo atraería a ellas, y entonces podría sacarle el dinero que necesitaba para pagar la renta de ese mes y el resto despilfarrarlo (el hecho de que Kagura no se dignara a responder sus llamadas, como siempre lo hacía, sólo había acelerado las cosas, para desgracia de la joven).

Tampoco le sorprendió mucho. Yura era quien prefería, a veces, ceder un poco en pos de estar cómoda y sin preocupaciones. Kagura, por el contrario, era demasiado orgullosa como para pedirle dinero prestado a su propio hermano, así tuviera que enfrentarse a un millar de problemas que podía arreglar con sólo fingir un poco de lealtad al tramposo de Naraku, y era por eso mismo que prefería evitar tener que besarle los pies.

La pareja se adentró un poco más en la sala y se encontraron con Kagura, quien estaba entre indiferente y enfurruñada ante sus penetrantes presencias. Su hermano la atrapó a punto de quitarse los tacones.

—No te los quites —ordenó barriéndola con la mirada mientras se dirigía a la cocina para tomar una botella de vino. Por otro lado, su hermana se paró en seco y levantó la vista desde el sofá donde se encontraba sentada—. Me gusta cómo se te ven.

Yura sonrió ante el comentario, en silencioso apoyo a su novio, pero la aludida gruñó mientras su compañera de piso se le acercaba con ritmo pausado, con una gentileza que siempre resultaba hipócrita y falsa, pero mortalmente peligrosa. De todas formas también la tomó de la mano y dejó que la joven de cabello corto la guiara hasta la habitación, la que correspondía a Kagura; se podría decir que era la más normal de todo el departamento.

La habitación de Yura, por el contrario, estaba adornada con cráneos que resultaban extraña y escalofriantemente reales, aunque la misma joven siempre se rehusaba a contestar si eran verdaderos cráneos humanos o no. También sobre su tocador y en lo alto de su armario se formaban extensas filas de cabezas de maniquíes adornados con pelucas de cabello natural de todos los colores, cabellos que guardaban su tono original o que bien, estaban teñidos de colores fantasía que la misma muchacha, auténtica candidata para la tricomanía, se encargaba de retocar con espantosa frecuencia y peinar de una forma que a su compañera de piso y cuñada siempre le pareció hasta obsesiva, aunque no la juzgaba. Ambas tenían sus propias obsesiones y locuras.

Encima de todo, las paredes estaban pintadas de rojo, y aunque era un escenario decadente e ideal para el espectáculo que ambas estaban por montar una sobre la otra con todo el sudor de sus cuerpos y sus respiraciones agitadas, digno de una fetichista película pornográfica, Naraku encontraba esa habitación demasiado macabra, no por la idea de estar rodeado con la sugerencia de la muerte y los muchos ojos artificiales que observaban sin vida a quienes los rodeaban dentro de cuencas vacías y negras, sino porque se distraía con las excentricidades de su novia. A él casi le resultaba una sala de juegos o una exposición de la cultura de lo macabro.

En cambio, el cuarto de Kagura era mucho más sobrio y sin tantas distracciones. Paredes blancas adornadas con franjas violáceas, un bonito y femenino diseño que contrastaba notablemente con el desorden que ahí reinaba, con sus maquillajes y perfumes desparramados y colocados al azar sobre el tocador, solamente arrojados en el primer lugar donde cayeran, todo acompañado de la pila de ropa amontonada sobre una silla que descansaba en una esquina y los varios pares de zapatos a orillas del armario, revueltos entre si y tirados en el suelo con el mismo desenfado con el cual su hermana solía manejarse en la vida.

En ese sentido Yura era mucho más ordenada a pesar de lo excéntrico que resultaba el sitio donde dormía y que en ocasiones servía como refugio para sus encuentros, y es que Kagura era demasiado floja como para mantener en orden sus cosas. Siempre argumentaba que el trabajo domestico le quitaba las ganas de seguir con el día o la libertad de hacer con su tiempo lo que le diera la real gana, y que en primer lugar por eso mismo había decidido mudarse. Argumentaba no ser la sirvienta de nadie, ni siquiera de sí misma, aunque el mismo desorden le daba un ambiente decadente y despreocupado que Naraku encontraba ideal para el tipo de espectáculos que tanto disfrutaba ver.

Una vez que las chicas estuvieron dentro de la habitación y su improvisado acompañante se dio cuenta de que nada había cambiado en ese lugar desde la última vez que estuvo ahí, fue directamente a sentarse al sillón del cual se adueñaba al instante en que lo veía. Kagura lo miró con hostilidad cuando sacó del bolsillo de su chamarra una cajetilla de cigarros y encendió uno de ellos con descaro, al tiempo que se servía una generosa copa de vino tinto que sabía muy bien disfrutaría solo. Ninguna de las dos muchachas que lo acompañaban esa noche tomaba vino, ni siquiera solían tomar, sólo cuando salían, y en todo caso preferían licores más fuertes como el vodka, mientras que él se creía demasiado exquisito para eso. Ese vino él mismo lo había escogido y lo dejaba a propósito en la cocina para cuando se ofreciera, y cada vez que acudía al departamento donde habitaba su novia y su hermana lo encontraba intacto, tal y como lo dejaba.

—¿No piensas ni ofrecernos un trago, Naraku? —preguntó Yura al notar la expresión de Kagura, al tiempo que se acercaba a él, contoneando suavemente sus caderas hasta sentarse sobre sus piernas. Naraku la recibió de buena gana en su regazo y rodeándole la cintura, acercó la copa de vino a los femeninos labios, incitándola a beber, cosa que Yura aceptó gustosa, pero únicamente tomó un pequeño trago para luego volver la vista a Kagura, a quien se encontró sentada, de brazos cruzados y sobre la orilla de la cama frente a ellos, mirándolos como si de una jueza se tratase. Lucía tan rígida e inflexible que ni siquiera parecía ella del todo.

—¿Gustas? —le ofreció la chica con una flamante sonrisa, pero la muchacha simplemente rodó los ojos al tiempo que se ponía de pie, haciendo ademán de bajarse el cierre del vestido.

—No, gracias. Tomar me altera los sentidos.

Antes de que sus dedos alcanzaran el cierre, Naraku la detuvo con un rápido y elegante gesto. Luego pasó a observar a su novia aún sentada sobre él. Incluso si le gustaba tenerla así, tirarse a Yura no era el plan de esa noche.

—Ayudaba a desvestirse, querida —ordenó con voz suave, aunque Yura tomó aire sabiendo las verdaderas intenciones detrás de sus palabras. No era la primera vez que sucedía, aunque algo le decía que, probablemente, sería la última. Quién sabe por qué, a veces creía tener presentimientos que salían de la nada.

—¿Tan rápido y ya comienzas a soltar órdenes? —siseó mientras se ponía de pie, acercándose a Kagura y posando ambas manos sobre sus pequeños hombros.

—Ya sabes cómo soy.

Pudo ver que su cuñada tuvo intenciones de decirle algo. Imaginó que tomó el suficiente aliento para tacharlo de enfermo como muchas otras veces lo había hecho, pero sus palabras y juicios nunca surtían efecto sobre él, quien estaba bien consciente de sus extravagantes gustos y placeres y que ya hace mucho tiempo había abrazado en plena e inmisericorde aceptación. Incluso resultaba un poco tonto utilizar todos los adjetivos más ofensivos e indignos posibles dentro del más sucio repertorio de palabras que cualquiera podía tener contra el Gran Naraku. Para su novio aquellos coléricos insultos no eran más que amables cumplidos que le eran lanzados como cuchillas y que él, con la agilidad que lo caracterizaba, atrapaba entre sus dientes y masticaba sin recibir un solo rasguño.

Por otro lado, tampoco era como si le costase mucho trabajo acatar las órdenes de su novio cuando estaba de buen humor y además le daba la gana. Sabía que tanto él como su hermana tenían tabúes mucho más fuertes que ver a dos mujeres teniendo sexo y disfrutar con ello. Todo eso que hacían no era más que un absurdo juego de niños.

Kagura no pudo ni terminar de formar las palabras en su boca cuando Yura la tomó del mentón suavemente y dirigió sus labios a los suyos, esta vez exigiéndolos de una forma mucho más apremiante y brusca, a diferencia de los besos dulces como la tentación que compartieron en el auto de Naraku.

A pesar de todo, la joven tampoco se quedó atrás a pesar del sorpresivo ataque. Sabía lo que le esperaba, lo que Naraku esperaba y aprovecharía cada momento para vengarse y tomar el control que pudiera. Su venganza personal, su propia forma de humillar al detestable de su hermano como nadie más que ella podía hacerlo.

Con ese pensamiento en mente tomó a Yura del cabello mientras la besaba y tiró de él con fuerza, haciendo que echara la cabeza hacia atrás junto a un ligero quejido mezcla de dolor y placer que escapó de sus labios, permitiéndole toda la entrada a su boca. Luego de un poco de fricción de labios a labios, una fricción que resultaba casi desmedida e incluso dolorosa, terminó introduciendo de a poco su lengua a la par que bajaba su mano libre por toda la espalda de la joven hasta llegar a su trasero.

Le levantó de a poco el vestido, centímetro a centímetro, comenzando a descubrir el límite de sus medias de red sujetas a los muslos. Naraku no perdió detalle en esa parte, pero tampoco pudo evitar distraerse cuando Yura llevó una de sus manos al cierre del vestido de la que ahora era su amante y lo fue bajando con una lentitud que a su novio le resultó tortuosa, apenas dejando ver con parsimonia la arqueada y suave línea que formaba la espalda de su hermana, prometiendo segundo a segundo la imagen de una piel tersa y desnuda, encarnación exquisita de la más descarada juventud.

Naraku exhaló el humo de su cigarrillo con fuerza y estuvo a punto de exigirles que se desvistieran de una puta vez y se dejaran de jueguitos tontos, sin embargo, ¿qué era aquello sin los famosos preliminares? Sobre todo sabiendo que solamente una mujer podía conocer a la perfección cuáles eran los puntos más débiles de las de su mismo género. Si quería ver sexo rápido, fácil y artificial, para eso mejor se alquilaba una porno de lesbianas, pero Naraku pagaba su muy buena cuota de billetes para ver algo en vivo y a todo color junto a todo lo que implicaba el palpitante juego del sexo femenino.

El espectáculo que comenzaba a fraguarse frente a él no fuera ni de cerca desagradable, pero sí muy tortuoso, y por la misma razón al final decidió no reclamar ni objetar nada.

Kagura soltó el cabello de Yura y ésta, en súbita venganza, aprovechó para cazar su cuello como un auténtico vampiro, lamiendo y mordiendo la delicadeza de la piel tersa, apenas bronceada por el sol, disfrutando el ligero sabor del sudor que comenzaba a arder en el cuerpo de su cuñada y disfrutando largamente del aroma dulzón a vainilla que su cabello desprendía. Sus lengüetazos y mordidas seguramente dejarían marcas hasta el lunes, marcas que la delatarían de una u otra forma cuando le tocara llegar a ensayar con el resto de la compañía de danza. Algunos cuantos hablarían a sus espaldas y antes de que terminase el día se olvidarían de ello, preguntándose quién era el desafortunado amante de la más bailarina más hostil y ácida de la compañía. Al menos sabrían que incluso ella podía divertirse cualquier fin de semana.

Kagura gimió con fuerza al sentir los dientes de Yura encajarse con suavidad en su cuello, y mientras su respiración se volvía pesada, la joven la ayudó a deshacerse de las delicadas mangas del vestido, con cuidado de no dañar la tela increíblemente delgada y traslucida que formaban las mangas y que terminaban cubriendo sugerentes el escote hasta cerrarse en su delgado cuello ahora atacado. Era uno de los vestidos favoritos de Kagura, la mataría si lo dañaba así como era capaz de matarla si no la acariciaba como le gustaba.

Se separó de su cuello y una vez estando libre, le terminó bajando de golpe la totalidad del vestido hasta que este resbaló lánguidamente debajo de sus caderas y cayó alrededor de sus tobillos prisioneros de los tacones. La desvistió tan rápido que apenas y se enteró del cambio.

Kagura se quedó de pie y observó a su amiga arrodillarse como si tal cosa para ayudarla a quitárselo de encima, y cuando finalmente lo tuvo entre sus manos soltó una estridente carcajada que resultó hasta escalofriante, aparentemente carente de razón y, sin pena alguna, lanzó el oscuro vestido contra el rostro de Naraku. Por unos momentos su novio se sobresaltó en el sofá y se imaginó a merced de las dos, tomándolo desprevenido, brevemente ciego, mientras se deleitaba con la escena y las devoraba con la mirada, pero en lugar de ser capaz de imaginarlo en una trampa donde las dos decidieran montar el soñado trío con él, más bien se imaginó a sí mismo atado a esa silla de la cual siempre se adueñaba, desnudo y con sus pelotas en franco peligro.

Quién sabe si en realidad ese par de chicas lo odiaban tanto. Pero vaya que las creía capaces de eso y más.

—¿Qué diab…? —masculló al instante de quitarse el vestido de encima, tibio al contacto, pero se encontró con que ambas lo miraban con sonrisas lascivas que realmente las hacían lucir como un par de diabólicos súcubos tramando una trampa especialmente diseñada sólo para él, aunque no fue capaz de poner sus sentidos alertas. El aroma que desprendía la calidez de la tela, producto del olor propio de su hermana, parecía marearlo de puro éxtasis.

Tampoco pudo soltar ninguna otra cosa cuando vio que Kagura tenía a Yura de espaldas contra ella, quitándole de a poco el vestido; un vestido también negro mucho más sugerente y atrevido que el que había estado usando Kagura y que ahora Naraku tenía revuelto entre las manos. A comparación de su descarada novia, su hermana lucía como una monja.

No dejaron de observarlo mientras Yura se dejaba desvestir por Kagura, y cuando finalmente el vestido cayó alrededor de sus tobillos y ambas quedaron en ropa interior, con los ojos siguió fielmente el camino que las manos de su hermana menor trazaron al instante. Sus dedos serpentearon juguetones por el cuerpo de Yura, deslizándose por la estreches de la cintura, acariciando los muslos con gentileza hasta provocarle cosquillas, con una lentitud desbordante de malicia y el detalle apenas perceptible de su piel enchinarse bajo la artificial luz blanca del dormitorio.

En cierto momento una de las manos de Kagura se posó sobre uno de los pechos de la joven, aún cubierto por el delicado sostén y sus pequeños y coquetos detalles de listón rojo en las orillas. Naraku vio a su hermana apretar y masajear con suavidad el cuerpo de su novia, aprovechando algunos segundos para pellizcar sus pezones ahora erectos por sobre la tela, y sin mediar aviso alguno una de sus manos se desvió camino abajo igual que una serpiente lasciva explorando el femenino y menudo torso, pasando por encima del vientre plano, rodeando suavemente el ombligo y luego acariciando las puntas del hueso de la cadera hasta posarse, centímetro a centímetro, en su camino hacia la entrepierna.

Yura separó los muslos para permitirse el paso y, de un momento a otro, como si el sólo gesto llamara los movimientos involuntarios y automáticos de sus cuerpos en extraña sincronía, los dedos de Kagura se perdieron en el estrecho espacio del sexo de su compañera cubierto por las pantaletas negras.

Sobre la tela deslizó los dedos con un ritmo que a simple vista parecía impulsivo e improvisado, pero en realidad la forma en que sus yemas se movían con suavidad sobre la superficie de la delicada tela era algo ya bien aprendido y dominado, causando de inmediato los suaves suspiros de Yura que escapaban de su boca entreabierta, suspiros que de a poco fueron transformándose en gemidos cuando la joven aumentó el acto al besar su cuello con insistencia, con la misma ferocidad y energía con la cual ella lo hiciera con su compañera momentos antes.

Naraku se relajó un poco más en su sitio y dejó el vestido de lado, escuchando con atención los jadeos entrecortados que emitía su excéntrica novia mientras era tocada por otra chica, su propia cuñada, y cómo los soltaba a través de sus labios con tanta desvergüenza, como si realmente sólo estuviesen las dos y la excitante idea del engaño y la infidelidad sobre sus hombros.

No era nada del otro mundo. Él había escuchado esos mismos gemidos cuando tenían sexo, pero siempre resultaban mucho más atractivos y estimulantes cuando los escuchaba por culpa de las manos de Kagura, cuando observaba sin pizca alguna de celos cómo esas dos mujeres, a las que consideraba su propiedad por mucho que ellas le llevaran la contra y se aliaran contra si, se tocaban y acariciaban como si nadie las estuviese observando, aún con el manto de la frágil privacidad envolviendo sus cuerpos cada vez más desnudos y sonrojados.

Ni siquiera alcanzaba a entender el por qué eso le gustaba tanto. Era un placer casi culposo que venía arrastrando desde la adolescencia, y ni siquiera había empezado por la fantasía de imaginar a su pareja siendo tomada por alguien que no fuera él, una fantasía que muchos tenían pero que pocos se atrevían a confesar siquiera a sí mismos.

Todo lo contrario, aquella escalada de obsesiones y excéntricos placeres carnales había empezado con su propia hermana.

Decir que tenían una relación incestuosa no era algo que pudiera ser del todo cierto. Se consideraba un tipo con un gusto normal por el sexo, como cualquier otra persona una vez que aprendía para qué diablos servía lo que tenía entre las piernas y que no tenía la más mínima intención de engendrar hijos en algún momento de su vida, pero su particular gusto voyerista se había gestado con el paso de los años sin siquiera haberlo imaginado y, mucho menos, sin siquiera intentar evitarlo.

Aún podía recordar como si fuera ayer los tiempos en los cuales sus padres aún vivían y compartía casa con su hermana en medio de aquella extraña pero siempre disfuncional familia. Nunca negó ante ella que le gustaba observarla, espiarla cual depredador oculto entre los arbustos esperando el primero movimiento en falso de su más suculenta presa.

El darse cuenta de esa verdad fue casi un accidente. Él sólo buscaba tenerla controlada y vigilada sabiendo que con el paso de los años se convertía en una auténtica hija de perra como él (que buen ejemplo le había dado como hermano mayor, cabe destacar).

Ella tendría unos catorce años en ese entonces. Había decidido hacer un agujero entre las paredes que unían sus habitaciones y solía esconderla con un poster enmarcado de La Naranja Mecánica. Ni siquiera le gustaba la película, pero de él se esperaba que le atrajera esa clase de cine y, como siempre, tomó la delantera y el beneficio adecuado para la situación, incluso si se trataba de cosas tan nimias y, de hecho, se podría decir que siempre era mucho más fácil sacar la mayor ventaja gracias a cosas aparentemente insignificantes a las cuales pocos prestaban atención, forma en la cual Naraku solía moverse en su vida diaria y cuyo método había perfeccionado y pulido con el paso de los años de la misma forma que una araña teje sus invisibles trampas de seda.

Él, por otro lado, sólo tenía dieciséis años cuando en una ocasión decidió vigilar de cerca lo que su querida hermana hacía cuando se encerrada con llave en su habitación, cosa bastante sospechosa para alguien de naturaleza manipuladora como él, tanto que incluso rozaba la paranoia.

Cuando quitó el cuadro de la pared y asomó su entrometido ojo en el estrecho espacio del agujero, tamaña sorpresa se llevó cuando encontró a Kagura acostada en su cama, enredada entre las sábanas y las almohadas, sólo con una ligera blusa negra de tirantes cubriendo su torso y con las pantaletas rosas aún en su sitio, mostrando densos espacios de la piel de sus caderas y sus muslos.

Se restregaba contra el colchón como una posesa, con el brazo oculto debajo del cuerpo y la mano metida en la entrepierna, víctima de un solitario placer que parecía demasiado bien hecho como para ser la primera vez que lo hacía y experimentaba. Siendo así su descubrimiento ante la nueva imagen que su hermana le proporcionaba sin enterarse siquiera, calculó que tuvo su primer despertar sexual a los doce años u once años, más o menos igual que él, cuando el prematuro desarrollo de la chica comenzó a captar la inevitable atención masculina que él siempre tenía que alejar de ella como si fuese un celoso hermano guardián.

La recordaba gimiendo dócilmente contra la almohada, ocultando sus densos gestos de placer contra la suavidad de la misma. Sus suspiros apenas y se escuchaban y se aguantó los jadeos incluso cuando alcanzó el orgasmo, pero aunque cualquier otro hermano hubiese apartado la vista asqueado al ver a su hermana haciendo eso, arrepintiéndose de tomar la estúpida opción de espiarla estando encerrada con llave, cuando intentó apartar la vista y dejarla con su entera privacidad Naraku se dio cuenta, no sin cierta sorpresa, de esas que pocas veces lo habían golpeado en su vida, que era incapaz de hacerlo.

La imagen le resultó tan hipnotizadora y descarada que eso despertó sus sentidos como nunca le había pasado antes. Jamás había estado tan receptivo, ni siquiera en los tiempos en que se tiraba a su novia de la secundaria, cuando empezó a tener sexo a los quince años y descubrió de a poco los secretos de la vida íntima caminando entre los recónditos caminos de la sensualidad y todos sus placeres. Nunca le había resultado tan atrayente la imagen de una joven gimiendo debajo de él, recibiéndolo en su interior, como le había resultado la imagen de su propia hermana dándose placer, creyéndose completamente sola, mostrándose tal cual era sin máscaras de amarga hostilidad, únicamente dejando que el gozo invadiera cada fibra de su cuerpo.

A diferencia de las novias, si así se les podía llamar, que llegó a tener en su adolescencia, la que se terminó convirtiendo en una especie de fantasía platónica fue su propia hermana.

En esa ocasión la incapacidad para apartar los ojos de la escena lo llevó a hacer exactamente lo mismo que Kagura hacía creyendo estar sola, y lo siguió haciendo muchas veces al descubrir el muy obvio patrón de su hermana: esperaba a que sus padres salieran, ella se encerraba a cal y canto en su habitación sin avisar y Naraku adivinaba que seguramente aprovechaba para masturbarse buscando algo de placer y tranquilidad solitaria. O al menos eso era lo que ella creía.

Él la acompañó en silencio muchas veces, como un espectador más con un sucio secreto que, sin embargo, no le duró demasiado tiempo.

Estuvo consciente de que Kagura descubrió su secretito cuando se encontró a Alex DeLarge, el protagonista de La Naranja Mecánica acaparando todo el poster de su habitación, con un par de graciosos bigotes a lo Salvador Dalí dibujados sobre sus labios en el papel, prueba irrefutable de que su hermana había descubierto su peculiar método de vigilancia y que, aún así, no encontraba nada de interesante en acusarlo con sus padres, en siquiera tomarse la molestia de masturbarse encerrada en el baño y bajo la ducha.

Luego Naraku se dio cuenta de que en realidad lo disfrutaba. Lo comprobó cuando su hermana comenzó a llevar a sus esporádicos novios a la casa (igualmente, cuando sus padres no estaban, sin dejar atrás ese patrón de secretismo propio de todos los adolescentes). Aún con todo eso los invitaba a tener sexo en su habitación, y vio el gradual proceso de Kagura para llegar a eso con el que fuera su primer novio formal. Todo lo formal que se podía ser estando apenas en la preparatoria.

Primero algunos toqueteos por aquí o por allá. Naraku sentía ganas de romperle la cara al tipo cuando veía sus manos recorrer ansiosamente la prematuras curvas de la chica con esa ansiedad que a él también le era bien conocida y que era capaz de identificar al instante como hombre que también era, pero era mucho más entretenido ver cómo ella lo hacía sufrir dándole largas y excusas de que no estaba lista.

Luego de eso pasaron a toqueteos más atrevidos, más osados. En una ocasión esos toqueteos terminaron en sexo oral y, la siguiente vez, en un incómodo coito que Kagura apenas y pudo más o menos disfrutar, calificando su primera vez como una "batalla campal". Al tipo le había costado como diez minutos lograr penetrarla con éxito.

Una vez que Kagura descubrió que el sexo no tenía nada de extraño y que sólo se necesitaba práctica como todo en la vida a pesar de la aburrida primera vez, se le volvió más fácil de llevar a cabo.

Naraku supo de todos los secretos que la joven guardaba en su habitación y su vida relativamente privada. Por medio del buen Alex DeLarge se enteró de los otros dos novios que su hermana tuvo una vez que entró a la preparatoria, incluso cómo a uno de ellos le estuvo siendo infiel por largo tiempo con un compañero de ballet, y luego con una compañera de ballet.

Naraku sabía que follarse a una bailarina era una de los fetiches de muchos hombres, así fuera bajo la imagen exquisita y elegante de una bailarina de ballet o el erotismo y desinhibición de una bailarina exótica, pero muchos seguramente terminarían decepcionados al enterarse de la gran cantidad de lesbianas que pululaban entre tutús y ajustados leotardos en los ensayos y las presentaciones igual que sucedía en el mundo del modelaje y, por otro lado, también resultaba sorprendente el hecho de que, en realidad, no todos los hombres que bailaban ballet tenían que ser necesariamente homosexuales. Uno de los tantos quiebres de esquemas e ideas que Naraku sufrió y que siguió experimentando a lo largo de su vida, extrañamente tomado de la mano de su hermana en un tacto invisible y apenas imaginario que los dos muy convenientemente trataban de ignorar.

Por supuesto, los hombres estaban muy equivocados con la idea general que tenían de las lesbianas, junto a esa absurda y eterna fantasía de ver a dos mujeres follando que los terminaran invitando al trío de sus sueños.

—"A los hombres en realidad no les gustan las lesbianas" —Le había dicho alguna vez Yura, cuando le confesó sus verdaderos gustos eróticos—. "Les gustan las bisexuales y la mayoría ni se enteran. Las lesbianas no necesitaban de hombres para su placer, por algo son lesbianas, y ellas no están interesadas en montárselo con un hombre como sí puede hacerlo una bisexual. Ustedes están bien perdidos en sus fantasías".

¿Kagura y Yura serían bisexuales? Sería lo más lógico, pensó alguna vez, pero quién sabe, y después de todo a quién mierda le importaba eso. El asunto ahí es que Kagura parecía no tener problemas con ninguno de los dos bandos, era claro que le gustaba experimentar y ejercer esa libertad de la cual presumía tanto hasta donde le diera la gana y con quien le diera la gana. Y Yura, bueno… Yura simplemente vivía la vida, se dijo dando un trago a su copa de vino mientras observaba ya como su novia se ponía en el suelo sobre sus manos y rodillas.

Kagura no tardó en seguirla mientras seguía estimulando su sexo por encima de la ropa interior, posándose tras ella y moviendo la pelvis sobre su trasero imitando el acto sexual al tiempo que restregaba su propio cuerpo contra la espalda de la joven. De vez en cuando también la besaba, en otras ocasiones la halaba del cabello cuando la muchacha se mostraba falsamente reacia a corresponder.

Sea como sea, ese juego de mira, pero no toques, siguió gestándose con el paso de los años. Kagura le permitía ver a Naraku sus furtivos encuentros en su habitación con sus novios (o el amante en turno), y las cosas explotaron cuando ella entró al mismo bachillerato que él, mientras este se preparaba ya para graduarse.

En aquella ocasión su grupo de amigos, si es que podía considerarlos eso y no simples amigos de correría, tuvieron la magnífica idea de ir a espiar al baño de las chicas. Naraku pensó que se comportaban como un montón de niñatos de secundaria aún gobernados por sus hormonas cuando ya todos estaban por cumplir dieciocho años, pero al final no pudo hacerse el tonto. Él hacía exactamente lo mismo y con su propia hermana, no con cualquier compañera de clase que luego de la graduación olvidaría y que, en su lugar, recordaría como una simple y divertida anécdota. Incluso se atrevía a decir que el asunto con su hermana era aún más inmaduro y morboso que las ganas de ver a un montón de compañeras de clase semidesnudas.

Al final se las ingeniaron para ver a través de los estrechos ventanales que dirigían a la regadera del baño de mujeres, evitando a los alumnos que practicaban deportes cerca del gimnasio. Naraku los acompañó en su estúpida travesía y se bancó las caras de deleitosa imbecilidad que sus amigos ponían mientras observaban a las jovencitas envueltas en toallas y ropa interior. Casi los podía ver babear, pero las cosas se salieron de control cuando se encontró a su hermana ahí mismo, saliendo de las regaderas y cubriéndose de inmediato con una toalla para evitar que sus compañeras vieran su desnudez a pesar de estar rodeadas de chicas exactamente iguales a ella.

Uno de los chicos, desatinado como siempre, soltó un comentario sobre lo buena que estaba Kagura para sólo tener quince años, pidiendo que se la presentara y fuera buen amigo para prestarle un rato a su hermana, y entre sus palabras Naraku pudo percibir cómo se deslizaba la broma mezclada con la seriedad de su petición.

Intentó contenerse, pero cuando dijo lo de prestarle a su hermana, ahí no pudo soportarlo más y le asestó tremendo puñetazo que lo hizo caer de las bancas donde estaban parados, tirándole un par de dientes en el proceso, un buen chorro de sangre y un moretón que le duró días entre gemidos de dolor cada vez que intentaba comer y hablar.

Fue una venganza rápida e improvisada, impulsiva como pocas cosas que él hacía, pero no por eso menos satisfactoria a pesar de sus consecuencias. El escándalo alertó a las jóvenes dentro del baño y cuando vieron el montón de caras masculinas observándolas entre gestos de lascivo espanto por la ventana, salieron de las húmedas instalaciones corriendo en medio de gritos histéricos y vapor, sonrojadas como tomates y haciendo lo posible por cubrir toda parte libre y desnuda de su cuerpo.

Kagura, por supuesto, también se dio cuenta de todo, pero cuando vio el rostro de su hermano en la ventana, una vez que él se quedó solo en el momento en que sus cobardes amigos lo abandonaron al ver que habían sido descubiertos, ahora con esa vaga privacidad por primera vez rota y compartida sólo por ellos dos, la chica simplemente se mantuvo callada, sosteniendo la toalla sobre su pecho, y de un momento a otro simplemente la dejó caer por su cuerpo frente a la mirada estupefacta de su hermano.

Fue la primera vez que supieron el secreto del otro con semejante claridad, de una manera tan explícita que los dejó a ambos anonadados durante varios días; el secreto de Naraku y su gusto por observar, y el gusto de Kagura por ser observada.

Fue la única vez que hablaron de ello de frente. Más que nada porque su hermana menor aprovechó para reírse de él hasta el hartazgo cuando sus compañeras lo acusaron como uno de los fisgones y fue a parar directo a la dirección, con una mancha permanente en su historial académico y convertido en una especie de extraña leyenda para los más tímidos y los más desvergonzados.

Luego no volvieron a tocar el tema, al menos no directamente. En ese momento se dio cuenta de que lo que en realidad le gustaba más, era ver a Kagura tirándose a otra chica, no a otros chicos, ocasiones que nunca disfrutó del todo cuando la vio tener sexo con sus novios masculinos, incluso incapacitado para masturbarse cuando presenciaba sus encuentros heterosexuales y la sangre jamás llegaba a su miembro, que se mantenía tan flácido como su emoción en contraste con la rabia que hacía hervir sus venas sin pizca alguna de excitación o deseo.

Pero por sobre todas las cosas y de preferencia, lo que más le gustaba era ver a su hermana dominada; dominada justo como ella tanto detestaba. El temor de que de Kagura pudiese dominar y tomar el control en sus despilfarradoras manos ávidas de libertad era una idea que, muy en el fondo, aterraba a Naraku.


[1] Battement (golpe): serie de movimientos repetitivos que consisten en abrir y cerrar la pierna que trabaja. Hay diferentes clases de battement, cada uno con su propio valor y carácter.

[2] Fouetté en Tournant: como un látigo. Latigazo en giro. Espectacular giro donde el pie de trabajo es estirado y recogido durante las vueltas. La cabeza se mantiene mirando un punto fijo y los brazos ayudan a la postura y al giro.


Un fanfic medio raro y que estoy intentando quede sexy (?) Originalmente la idea de Erly era un trío con Naraku, Kagura y Yura, sin embargo ya desde hace tiempo tengo pensado escribir eso mismo en el segundo capítulo de uno de mis fics llamado "Descabellado" (que también nació gracias a ¡Siéntate!) así que le propuse que podía escribir un AU donde Naraku y Kagura fueran hermanos, y que él tuviera un placer entre voyerista (un poco dirigido al candaulismo) con respecto a ver a Kagura tener sexo con otras mujeres, incluso si se trata de la propia novia de él (en este caso, Yura).

Quería que fuera un One!Shot pero quedó muy largo, así que decidí dividirlo en tres capítulos (hasta va con el título del fic), ya en el siguiente viene lo bueno (?) este siento que es casi de relleno, sin embargo también debía justificar la muy poco ortodoxa relación que tiene Naraku con Yura y Kagura y dar antecedentes del por qué él disfruta ver eso y por qué Kagura se presta para ello. Espero no haber sido muy rollera, pero era necesario.

También, nuevamente, mil gracias a Ari's Madness, que siempre me hace de beta y me ayuda con la trama, el argumento y los personajes y todavía se da el tiempo de aguantarme y subirme el ánimo así esté yo con ganas de tirarme de la borda (?) Sin ella estaría aún perdida con este fic o.ó ¡Mil gracias, guapa!

En fin, creo que no tengo mucho que aclarar. Siento que este capítulo no fue muy erótico que digamos, pero son apenas los preliminares. Aún así espero lo hayan disfrutado y les gustara, y sobre todo muchas gracias por tomarse el tiempo de pasarse a leer n.n

[A favor de la Campaña"Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]

Me despido

Agatha Romaniev