Una de las especialidades de Gilbert era meterse en problemas con las personas: golpes, insultos, tiradas de cabello (como las mujeres), patadas, bofetadas; e incluso mucha gente que no lo conocía personalmente lo odiaba a través de las redes sociales. Según su abuelo, Burkhard Beilschmidt, quien ya había fallecido hacía algunos años: las personas con esa personalidad tan particular eran más que aptas para ser guardaespaldas. Por supuesto, él jamás le prestó atención, ¿quién quería estar tras el culo de alguien desconocido todo el tiempo, salir herido e incluso llegar al extremo de ser asesinado? Nunca había valido la pena.

Hasta que encontró al doppelganger de uno de sus mejores amigos. El español con complejo de italianos y sonrisa tonta: Antonio.

Su abuelo, el mismo que le hablaba sobre los guardaespaldas, también le había comentado sobre los doppelgangers. Eran "personas" exactamente a iguales a uno, nada fuera de lo normal a simple vista. Hasta que te los cruzabas y entonces, ¡pum! Muerto. Sólo mirar a los ojos a tu doppelganger podía ser mortal. Bueno, tampoco era tan normal encontrarlo, sólo había un 0.07% de probabilidades de estar en el mismo país, o continente.

Aparentemente Antonio no lo había visto, no moriría. Su abuelo decía que si un conocido veía al doppelganger de alguien más, le atraía la mala suerte. Era preferible antes de perderlo.

— Gilbert… —dijo Antonio con voz temblorosa y una leve sonrisa; sabía que intentaba no sentirse incómodo. — ¿No crees que estás pasando mucho tiempo conmigo?

El alemán sólo cruzó los brazos.

Nein.