Hace mucho tiempo que dejé de escribir, y esta es una de las historias que dejé sin continuar y que ahora me he propuesto darle un final. Se sitúa en el 4x07. Espero que os guste y apiadaos de la yo de 17 años que escribió esta escena hace dos años ;)


Es curioso, siempre que en una misma frase aparecen las palabras "alcohol" y "sexo" nunca pareces saber cómo ha empezado. Sabes que os besasteis, sabes incluso dónde ocurrió, pero nunca pareces recordar quién besó a quién, quién dio el primer paso.

Si la persona te importa demasiado sabes que no vas a olvidar ese momento, ni ninguno de los detalles. No vas a olvidarte del sabor de sus besos, ni de cómo se mueven sus labios. Crees que no vas a olvidarte de todos los suspiros, ni de todas las caricias. Ni mucho menos olvidarás cómo te miran sus ojos, o el tacto de sus manos en tu piel. No vas a olvidarte de nada. Y estás tan convencida de ello que casi no disfrutas del momento, que casi no lo saboreas como deberías saborearlo porque no puedes evitar estar tan segura de que si está pasando, pasará de nuevo.

Pierdes la memoria porque tienes tus cinco sentidos en la otra persona. No eres consciente de dónde estás ni de quién o qué está a tu alrededor, el corazón se acelera, tanto que puedes escucharlo y la excitación llega hasta tus mejillas, tornándolas de un color rojizo. Te dejas llevar porque en ese momento no eres dueña de tu cuerpo ni de tus actos.

Los problemas empiezan desde el momento en que eres consciente de que os estáis besando, y cuando eres consciente, y te gusta, es cuando sabes que no hay marcha atrás, que no vas a parar. Y entonces te dejas llevar hasta donde te lleve. Aunque esté mal, aunque por la mañana todo adquiera un punto de vista diferente. Si te besan, y te besan bien, nunca renuncias a ello.


No sabía ni cómo había pasado. Sabía que no había sido el vino, aunque había ayudado, ni tampoco sus ganas de liberarse con alguien que no fuese ella misma. Sabía que podía haber sido la presión, la ansiedad, las ganas por comprobar que de verdad estaba vivo, frente a ella y tan cerca.

Tumbada en su cama de medio lado viéndole dormir, se dio cuenta de que se había olvidado. Se había olvido de todos los detalles que se suponían que eran los más importantes. Cuándo había empezado, en qué momento dejó que sus labios besasen los suyos o cuándo se habían trasladado a su habitación. Aunque sí era cierto que se acordaba de sus besos y que, por supuesto, no podría olvidarse de su olor, porque ella misma olía a él. Tampoco había olvidado el tacto de sus manos y aún se acordaba de algunas de las cosas que más le había gustado hacer con él.

Suspiró y apoyó la espalda en el colchón quedándose con la vista fija en el techo. Aquello había sido un completo error. Ella no estaba preparada. No sólo para una relación estable con otra persona. Sino para una relación en sí, para una relación física. Sus heridas, aunque ya estaban cicatrizadas, para ella aún no habían cicatrizado psicológicamente y todavía sentía vergüenza de su propio cuerpo. Lo peor era que no podía acordarse de si él la había visto así, no sabía si había visto su parte más vulnerable. ¿Cómo podía haberse olvidado de lo importante si apenas habían pasado dos horas?

Se pasó las manos por la cara y giró su cabeza para volver a verle, se incorporó para coger la sábana, que en algún momento se quedó arrugada a los pies de la cama, pero no se preocupó por el edredón, pues sabía que estaría en algún lugar del suelo de la habitación. Cuando consiguió desenroscar un lado de la tela de entre las piernas de él la subió para tapar su cuerpo desnudo, que dormía boca abajo. Lo tapó hasta donde terminaba su espalda, porque no creía que pudiese seguir viéndole así o no podría salir de la cama.

Cuando comenzó a desperezarse la realidad seguía golpeándola. Se acordaba de los pequeños gemidos, tanto del uno como del otro, y también de los dedos de él en la boca de ambos indicando que no podían hacer ruido. Pero ella no tenía ni idea de si había gritado o no, o si había hecho el suficiente ruido para despertar al resto de personas de la casa, las imágenes de sus recuerdos no iban acompañadas de sonido. Se levantó de cama como un resorte, tan rápido que pensó que lo despertaría, y encendió la lámpara de la mesilla. Se recogió el pelo en un moño y comenzó a recoger sus prendas del suelo, pero sólo encontró su pantalón y su ropa interior. Recordó que la blusa la había perdido en algún punto entre el salón y el dormitorio. ¿En qué estarían pensando para, ya no sólo hacerlo como locos, sino como para dejar la ropa tirada por ahí cuando su madre y su hija estaban en esa misma casa?

Todavía en sujetador, se sentó en la cama para ponerse las botas cuando, aún sin darse la vuelta, notó que él estaba despierto. Sin embargo, no se giró, porque no estaba segura de cómo mirarle. Notó el cambio de movimiento en la cama y supo que él se había trasladado hacia su lado, pensó que iba a tocarla, sin embargo se acercó a su oído para susurrarle.

-Quédate- fue preciso y concreto.

-No puedo- le contestó todavía sin girarse, ya no sabía si por la vergüenza de mirarle a la cara o por no tener con qué taparse.

-¿Por qué?-susurró temiendo que lo que venía a continuación no le gustaría.

-Mañana tengo que trabajar.

-Técnicamente ya es mañana.

-Castle…-suspiró audiblemente, parecía cansada. Cansada para tener que inventarse excusas y explicaciones.

-Puedes dormir aquí y…-aún no había terminado de hablar cuando ella le interrumpió.

-¿Y qué? ¿Acostarme a tu lado y después desayunar con tu madre y tu hija como si no hubiese pasado nada?

No quería ser borde, ni fría, ni grosera. No cuando él había estado a punto de morir en un banco. No cuando ella sabía que, desde el momento que entró en su casa, había querido besarlo, besarlo hasta cansarse. Pero a la vez sentía que no podía mirarlo ahora y no sentir vergüenza. Era una mujer segura de sí misma, siempre lo había sido, pero en ese momento no estaba segura de nada. Y tenía miedo de estropear lo que fuera que hubiese entre ellos, porque desde el día del disparo, muchas cosas se habían estropeado. Ahora le gustaba la relación que tenían, y quería que si algo pasase entre ellos, tuvieran la suficiente confianza y también confianza de sus sentimientos.

Kate Beckett no pudo ver como él, dolido, agachó la cabeza. Le dolía saber que ella tenía razón. Pero lo que había pasado entre ellos hacía unas horas no podía ser fingido. No. Porque él sintió su necesidad, en cada beso y en cada suspiro cuando él la tocaba donde le gustaba. Pero sabía muy bien que cuando te atrae alguien hace falta comprobar que esa atracción es buena en la cama, y a veces, por mucho que esa persona te importe, no es suficiente.

-Lo siento-susurró todavía con la voz ronca, del sueño, y de lo que había pasado.

-¿Por qué?-preguntó ella extrañada y casi girando su cara hacia él.

-Porque es obvio que te arrepientes.

Ahora ya nada volvería a ser como antes. No si ella se arrepentía. Porque aunque muchas veces quieras no arrepentirte y querer a esa persona, no puedes. Y el arrepentimiento origina el rechazo. No un rechazo para siempre, pero si para romper una buena amistad.

Beckett sujetó con fuerza la sábana, agarrándola y llevándola hasta su pecho, para cubrirse y poder girarse y mirarle a la cara, provocando que él se acercase más o no tendría tela para cubrirse. Se giró con la vista agachada, arrepintiéndose en el mismo instante, porque las piernas descubiertas de él, con la sábana cubriendo sólo ciertas partes, la atacaron. La excitación comenzó a invadirla de nuevo y sus mejillas volvieron a tornarse coloradas. Armándose de valor lo miró a los ojos.

-Es… complicado- terminó de decir ella.

Él notó la vergüenza en su voz y también en sus acciones. Era obvio que se arrepentía o no se estaría tapando con una sábana si tenía el sujetador puesto. Quiso reírse pero no lo consiguió y vio como la cara de ella se ensombreció más por la culpabilidad. Beckett volvió a darse la vuelta y se agachó, él supuso que para terminar de ponerse las botas. Y justo cuando creyó que ella se levantaba para marcharse vio cómo se daba la vuelta y sin darle tiempo a reaccionar pegó sus labios, demandantes y húmedos, a los de él.

Mientras él sólo supo corresponderle al beso, ella se arrodilló en la cama, teniendo que agacharse para continuar besándole, mientras que con una mano desabrochaba el botón de sus pantalones. Castle reaccionó a tiempo y la ayudó a quitárselos, y con ellos sus bragas, mientras intentaba tumbarse en la cama, pero una mano en su hombro se lo impidió.

-No- un no agresivo, controlador y provocativo. Se separó de sus labios para mirarlo fijamente a los ojos, exigiéndole el control de la situación. Pero la verdad es que sólo lo hacía para no mostrar sus inseguridades.

Se incorporó un poco para rodear la cintura de él, que permanecía sentado en el centro de la cama, con sus piernas y poder sentarse encima, sin barreras de ropa que los separase. Ella misma se llevó la mano a su espalda para desabrocharse el sujetador mientras se estiraba para apagar la luz y para dejar que la iluminación de Nueva York se colase por la ventana. Él ni siquiera se enteró de eso. Sólo de los labios de ella sobre su cuello, su mandíbula, su pecho. De sus alargadas y bonitas manos recorriendo su espalda y sus hombros. De sus caderas moviéndose contra él, rogándole silenciosamente por más. Pero seguía tan sorprendido que ni siquiera la estaba tocando en condiciones. Así que, necesitada, agarró las manos de él y las llevó hasta su propia cintura, pidiéndole que la tocase. No tardó mucho en desplazar sus manos hacia abajo, agarrándola con fuerza y levantándola lo suficiente para dejarla caer y darle exactamente lo que quería. Así, sin preliminares y sin anestesia.

Tan pronto como lo sintió imágenes de las horas anteriores volvieron a su cabeza. La primera vez había sido rápida, con caricias en todas partes y muchos besos con lengua, con la necesidad de saber que se estaban tocando y de que se tenían. Esta vez era intensa, lenta e intensa. Sentados, moviéndose al compás del otro. Con mucho sudor y con gemidos ahogados cerca de sus oídos, llenos de significado. Placer, rabia por no poder decirse cómo se sentían, excitación.

Cuanto más intentaba no suspirar, más lo hacía. Se agarraba con fuerza a la piel de su espalda, tan fuerte que sabía que le dejaría marcas, y sus gemidos se volvían más repetidos. A él le gustaba demasiado conseguir eso de ella, así que no dejaba de guiarla, cada vez más rápido, de tocarla donde sabía que la volvía loca y de besarla en todas partes.

Ella no pudo evitar separar su boca de su oído para mirarle a la cara y reprenderle, pero cuando iba a hacerlo lo único que pudo hacer fue morderse el labio inferior sin éxito, porque de su boca salió un grito ahogado. Y de repente llegó, como una ola gigante, impactante y sin aviso, se miraron a los ojos mientras seguían moviéndose y dejando que se desvaneciese. Fue entonces cuando él vio que el arrepentimiento no podía significar el deseo que estaba viendo.

Se abrazó más a él, mientras su cuerpo volvía a relajarse, depositando pequeños besos en su hombro derecho. El tiró suavemente de su moño deshecho para mirarla de nuevo, apartó los mechones pegados a su cara por el sudor y la besó con furia, con pasión, con mucho deseo. Esta vez se dejó caer en la cama sin que nada se lo impidiese, sujetando la sábana para taparlos a los dos. Le acarició la espalda de abajo a arriba por debajo de la tela haciéndola sonreír contra su cuello. Y esa sonrisa provocó una en él.

Se acostaron mirando al techo intentando recuperar la respiración. Se quedaron ahí, sin decirse nada por miedo a estropear el momento. Sobre todo él, porque tenía miedo a que ella volviese a intentar salir corriendo. Pero el único movimiento que ella hizo fue para meterse debajo de las sábanas. Él dejó escapar un fuerte gruñido, mientras se llevaba el puño a la boca para no hacer ruido.

Aquello aún no había terminado.


Cuando volvió a despertarse, a eso de las seis, Kate Beckett ya no estaba a su lado, ni sus pantalones, ni sus botas. Y apostaba a que su blusa no estaría en el pasillo.

A pesar de lo increíble que él creyó que había sido, ella había vuelto a tener la necesidad de huir.