Ausencia.
«Es eso que hay que sentir con paciencia infinita» (1)
La ausencia, aunque intangible, demostró más incluso que los hechos y palabras. Porque todo lo que no había notado en más de una década juntos, lo comprendió durante los pocos días después de la despedida.
«Pero, incluso peor que la separación, hubiese sido la muerte». Eso se repetía Ken una y otra vez como consuelo, mas el alivio de tal pensamiento era tan pasajero como el suspiro de una adolescente enamorada. Lo real era que no estaban juntos; dónde estaba Daisuke o cuándo se volverían a ver no parecía siquiera importar.
Y extrañaba su compañía, sí, porque era su amigo más cercano, quizá el único estrictamente dicho, porque con Takeru, y aún más con Iori, entablar una conversación simplemente no era natural. Dirían los extraños que Ken parecía compartir más con ellos que con Daisuke, pero aunque así fuera, no existía entre ellos la química capaz de permitir que las palabras y los gestos fluyeran como si no pertenecieran a dos personas diferentes, como si fueran dos caras de una misma moneda.
Pero había algo más, además de su compañía, que extrañaba. Y era eso lo que en realidad clavaba un puñal imaginario en su pecho, impidiéndole sonreír, disfrutar, pensar en otro asunto. Más que el tiempo que solían compartir, lo que parecía anhelar más eran sus ojos impetuosos, su voz estruendosa y sus gestos desbordados de euforia. Lo que le hacía falta era simplemente sentir su esencia. Había aprendido a vivir con ese tanque de oxígeno ayudándole a abrir los ojos día a día. Ahora se le dificultaba respirar.
Y el tiempo pesaba, y el ambiente también. Y la paciencia era el elemento clave para seguir adelante, aguardando mientras tanto la llegada de aquel rencuentro aún incierto, en donde se aseguraría, sin saber todavía cómo, de nunca más dejarlo ir.
Aunque eso implicara gastar el poco aire restante en sus pulmones.
(1) Verso de la canción Campanas en la noche de Los Tipitos.
