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Kate Beckett y Richard Rogers

La inspectora Kate Beckett aborrecía a la gente con influencias sobre la policía. Daba igual que fueran del todo legales, como el alcalde y su capitán le aseguraban. Para ella, que un civil obtuviera permiso para seguir a un detective en forma de colaborador, debía ser ilegal.

― ¿Señor, me está pidiendo que haga de niñera?

Roy Montgomery, su capitán y mentor desde que entró en homicidios, la miró desde su asiento. Podía decir que Roy era alguien que compartía las mismas creencias sobre las influencias de la gente de poder. Pero, para su sorpresa, su capitán parecía muy de acuerdo con la situación. Y no era porque el alcalde de Nueva York estuviera sentado a su lado.

―Escúcheme Beckett ―suavizó su voz Montgomery, con un tono paternal que siempre usaba con ella―. No te estoy pidiendo nada, tienes opción de negarte si quieres.

―Perfecto, me niego ―respondió con rapidez, colocando sus manos sobre el posa brazos de su silla para levantarse.

Pero no llegó a separar su culo del asiento.

―Sólo te pido que nos escuches antes de dar tu respuesta ―rogó su capitán.

―Señor, dudo mucho que me haga cambiar de opinión.

―Te lo pido como amigo Kate, no como capitán.

Vale, aquello era nuevo. Aquél tipo debía importarle a Roy si la hablaba con ese tono de desespero que pocas veces había escuchado en él, por no decir nunca.

Kate puso su espalda sobre el respaldo y suspiró.

―Escucho ―afirmó ganándose una sonrisa de su capitán.

―Gracias Kate ―Roy miró al alcalde y tuvieron un intercambio de miradas antes de que su capitán volviera a hablar―. Quiero que escuches de principio a fin, ¿De acuerdo?

Ella asintió por respuesta.

―Como sabes, eres un icono para la policía de Nueva York. La detective más joven de la historia. Una leyenda para los cadetes de la policía que aún persiguen superar tus récords.

Kate escuchó con atención a su capitán. Quería intervenir, decirle que eso eran sólo títulos y no servían de nada. Pero se contuvo. Roy no idolatraba nunca a nadie, y si esa vez lo hacía era para hacerle ver algo. Así que esperó.

―Tus números de casos resueltos superan con creces los de cualquier equipo de detectives de todas las comisarías de la ciudad. Tienes tres medallas de honor y una gran reputación ante la prensa, siendo así un icono público.

Ser un icono público no era algo que le gustara a Kate. Había salido unas cuantas veces en televisión por unos casos mediáticos, en uno de ellos, fue grabada mientras protegía a unos niños de un grupo de asesinos en serie. En otro caso, la prensa la había grabado enfrentándose a tres hombres armados sin ningún arma. Y hacía unos meses, un civil la grabó desactivando una bomba en medio de una vía pública. Así que su cara era un icono del heroísmo policial de la ciudad, incluso el país, y a ella le resultaba molesto que la gente la reconociera en medio de un caso. O que le cedieran su turno en la cola del supermercado por su "valentía". Prefería el anonimato.

―No es algo que me guste recordar ―inspiró con fuerza Kate.

―Lo sé, pero es un hecho y, hay que reconocerlo, ayuda mucho a la imagen del departamento y a la policía en sí ―recalcó Montgomery―. Por eso los de arriba te tienen en un pedestal y no quieren molestarte ni toser encima ti, de hecho, si tú dimitieras mi puesto estaría en riesgo.

Kate entre abrió la boca y pestañeó un par de veces. ¿Los de arriba habían amenazado a su capitán? Aquello era más ridículo de lo que ella pensaba.

―Señor, no me voy a ir.

―Eso espero Kate, pero no te digo esto por temor que vayas a hacerlo, sino para que entiendas por qué mañana no te preguntarán nada.

― ¿Preguntarme?

―Mañana se hará un comunicado a todos los detectives con la misma petición que te estamos haciendo a ti ―habló por primera vez el alcalde―. Tienes que entender que si bien esto ayudará a la imagen pública, tú eres la gallina de oro de la policía, no te enviarán ningún comunicado para informarte. Aunque si pides que él colabore contigo, no te lo negarán.

― ¿Y por qué iba a pedir yo tal cosa? ―alzó una ceja.

―Kate, ese hombre es Richard Rogers, un amigo mío y del alcalde. Sé que tú no toleras este tipo de cosas, pero créeme, él no tuvo otra opción y tampoco le hace gracia jugarse la vida.

― ¿Si no le hace gracia por qué solicitó colaborar con la policía? ―ironizó Kate.

―Exigencias de su editorial ―contestó el capitán.

― ¿Editorial? ¿Es un escritor?

Montgomery negó con la cabeza.

―Aún no. Lleva muchos años escribiendo pero no han publicado nada suyo. Pasó de trabajo a trabajo antes de que Peón Negro se fijara en él ―informó Montgomery―. Pero con una condición; que, durante un año, él se documente haciendo de asesor en una comisaría de Nueva York. Eso les dará fama a ellos y a la policía.

―Richard es un gran hombre, detective ―habló el alcalde―. Está desesperado por un contrato para ese libro porque necesita el dinero, más del que yo pueda ofrecerle con un trabajo. Además, yo no daría permiso si no creyera que él puede contribuir en vuestro trabajo.

―Aún no entiendo, ¿por qué yo? Hay muchos detectives con ganas de lamer botas y ganar fama. ¿Por qué me lo preguntáis a mí?

Montgomery miró al alcalde otra vez. Suspiró, cogió una bocanada grande de aire y, mirándola, le dijo:

―Porque tú eres la única que lo cuidaría de las balas.

xxx

Dos meses habían pasado desde que Kate se negó a hacer de niñera del tal Richard Rogers. Y en esos dos meses, el pobre tipo ―como lo había bautizado Esposito―, había pasado de un equipo a otro siendo carne de cañón en la mayoría de casos.

La semana anterior, Richard había sido ofrecido a Ronald, un policía de vicios que no tuvo reparo en dejarlo tirado en medio de una redada. El pobre escritor había recibido una paliza durante cinco minutos antes de que controlaran la situación.

Pero no era nada nuevo que el escritor se paseara por comisaría, casi cada semana, con un compañero distinto y un moratón nuevo.

― ¿Beckett, has visto al pobre tipo? ―susurró Esposito de pie al lado de ella, señalando a las puertas del ascensor. Kate dejó de contemplar la pizarra de su caso para observar lo que miraba su compañero.

El escritor salió del ascensor acompañado de un nuevo detective, uno que todos reconocían por su mala reputación.

―Maldita sea, ¿ese es Sloan? ―preguntó Ryan al otro lado de Kate.

―Sloan trabaja sin compañeros por su método auto destructivo. Ese tío no tiene reglas ni cuida de nadie ―gruñó Esposito mirando al escritor con una mueca―. Pobre tipo.

Ryan asintió con el mismo gesto de pena que el hispano, pero Kate no dijo nada. Tan solo miró de reojo cómo el escritor seguía a Sloan con la cabeza agachada y las manos en los bolsillos del pantalón, porque no llevaba una chaqueta donde esconderlas. Un momento, ¿era su imaginación o Sloan llevaba puesta la chaqueta de cuero del escritor?

Kate apretó los dientes. Si odiaba algo tanto como que alguien tirara de contactos para trabajar en la policía, era que un policía se aprovechara de un civil.

Pero se mantuvo quieta frente a la pizarra de su caso. No se movió, no alzó la voz ni se enfrentó a Sloan. No porque no quisiera, sino porque todavía no entendía por qué ese escritor había aceptado jugarse la vida por un libro.

xxx

Rick Rogers siguió a Sloan durante todo el día. Su nuevo compañero era... No era un compañero. Se había portado peor que los anteriores detectives tratándolo, desde el principio, como un mueble prescindible. En un solo día lo dejó defenderse solo de un mafioso e, incluso, le quitó la chaqueta de cuero. La única chaqueta que él tenía.

Con un suspiro, Rick miró su casa pareada con jardín. Las farolas iluminaban lo suficiente como para fijarse en los detalles. El frío había dejado sin hojas al árbol, una teja se había descolgado del techo y el columpio de sus hijos tenía las cuerdas rotas. Volvió a suspirar. Debía arreglar tantas cosas en su vida que por momentos se sentía perdido.

Alzó su mano derecha y miró el vendaje que le había puesto un sanitario en comisaría. Le dolía, pero no iba a doler más que la expresión de sus hijos al verlo herido otra vez. Desde que entró en la policía como colaborador, no había semana en la que no le pasara algo.

De repente, la puerta de la casa se abrió dejando ver a un hombre mayor que Rick, con el pelo canoso pero los mismos ojos azules que él.

― ¿Richard, hijo eres tú?

Rick dio un par de pasos para cruzar la valla de madera vieja y destartalada ―otra cosa que tenía que arreglar―, cruzó el jardín y subió el porche con lentitud. Cuando llegó a la altura de su padre, este lo abrazó.

―Oh hijo, estábamos preocupados... ¡Dios! Vienes peor que otras veces. ¿Y tu chaqueta?

―El detective la tomó prestada ―susurró por respuesta.

Su padre se separó del abrazo y lo cogió de los hombros, analizándolo con la mirada.

―Rick, hijo, sé que estás haciendo esto por el bien de tus hijos, para conseguir ese trabajo, pero...

Rick se soltó de las manos de su padre como si quemaran.

―No pienso renunciar a un trabajo que pagaría las escuelas, los médicos y todas las necesidades de mis hijos. No cuando, ahora mismo, no puedo ni comprarles un nuevo calzado o el medicamento de Matthew.

Su padre suspiró.

―Bueno, puedes pasar. Tu madre está terminando de dormir a los niños, no le quedará mucho. ¿Quieres que te cure esa herida de la frente?

Rick entró arrastrando los pies, se sentó en el sofá desteñido y se tumbó con un quejido sonoro.

―No, un paramédico me curó en comisaría. Estoy bien padre.

―Vale, voy a hacerte algo de cenar ―dijo el hombre caminando hacia la cocina―. Hoy necesitas comida comestible, no las tostadas quemadas de tu madre. Si necesitas algo avísame hijo, dejo la puerta abierta.

Él asintió y cerró los ojos para descansar un poco. O al menos eso intentó hasta que su madre bajó las escaleras.

― ¿Richard querido, ya estás...? ¡Oh Dios mío! ¿Quién te ha hecho eso Richard? Tienes la cara ensangrentada. ¿Eso es un corte de navaja?

Rick abrió los ojos y se dejó incorporar por su madre, que parecía entrada en pánico. Cogió la muñeca de ella con su mano sana y le acarició con suavidad.

―Estoy bien madre.

―Estás peor que otras veces hijo ―su madre se sentó a su lado sin quitar ojo a todas sus heridas, analizándolas como había hecho su padre antes―. ¿Esto te lo ha hecho tu nuevo compañero?

―Sloan no es canguro de nadie ―se encogió de hombros Rick―. Me deja a mi suerte, y no es que suela tener mucha.

―Y no sólo eso ―se asomó su padre por la puerta de la cocina con una olla en la mano―, también le robó la única chaqueta de tu hijo.

Su padre volvió a meterse en la cocina y Martha apretó los dientes con una maldición.

―Richard, querido, tienes que cambiar de compañero ―dijo Martha―. Es el peor que has tenido hasta ahora.

―Bueno, no es algo que pueda hacer. Sloan es el único que permite que lo siga, ahora mismo nadie más quiere tenerme alrededor.

― ¿Y Roy no puede hacer nada?

―Roy no puede hacer nada más, madre. Suficiente hace aceptando todo este circo de "escritor sigue a policías para documentarse" de la editorial.

―Pues déjalo, abandona.

Él miró a su madre con la boca abierta de par en par.

― ¿Qué?

―Si vas a seguir poniendo en riesgo tu vida, deja la editorial. Tu padre y yo, incluso tus tíos y primos te ayudaremos con el dinero, lo sabes.

Con un suspiro, Rick se rascó el pelo con una mano en un gesto nervioso que le despeinó más el flequillo.

―No, papá y tú tampoco vais bien, la familia entera no va bien, madre. Y mis hijas necesitan esto, necesitan estabilidad económica.

―Tus hijas necesitan a su padre ―dijo con voz rotunda―. Y una madre que las cuide también iría bien.

Otra vez, Rick se encontró sin palabras y con la boca abierta. Cuando pudo pronunciar algo, lo hizo tartamudeando.

― ¿Qué insinúas?

―Que de poco servirá todo el dinero del mundo si te matan siguiendo a un policía. Tus hijas se preocupan más por ti que por tener zapatos nuevos.

― ¿Y necesitan una madre? ―preguntó escéptico―. Eso es absurdo.

―La necesitan, tienes tres niñas y dos niños Richard ―Rick fue a hablar, pero su madre levantó una mano en forma de stop y siguió―. Con esto no quiero decir que seas un mal padre, es sólo que todo niño necesita un modelo maternal y paternal en su vida. Eres un gran padre y estoy muy orgullosa de ti.

― ¿Pero no soy suficiente, no?

Martha le acarició el hombro con suavidad.

―No estoy diciendo eso, Richard. Sólo que estás tan centrado en tus hijos que a veces pierdes de vista tus propias necesidades, como mantenerte vivo ―señaló sus heridas―. Ah, y encontrar una pareja que se preocupe por ti y comparta tus responsabilidades, estaría bien.

―No necesito...

―Necesitas una mujer que comparta responsabilidades contigo, que te escuche y te cuide. Richard, tienes cinco hijos y eso es mucho peso sobre tus hombros. Además, soy tu madre, y me gustaría saber que cuando yo me muera y tus hijos se independicen, tú tendrás a alguien a tu lado.

Rick notó una presión en el pecho que le hizo inspirar hondo. Era verdad lo que decía su madre o, al menos, reconocía parte de ella. Con cinco niños, cada uno con sus propios problemas, la mayoría de veces se veía desbordado. Aparte de eso, hacía mucho tiempo que no miraba por sus propios intereses o necesidades. ¿Pero eso era lo que tenía ser padre, no?

Ojalá hubiera una mujer lo suficientemente loca como para aceptar salir con él. Pero no podía poner esperanzas en eso. Era pobre, tenía cinco niños y estaba desentrenado en eso de conquistar damas.

Además, tenía más problemas de autoestima de lo que parecía.

―Todo es por mi culpa ―susurro Rick tocándose con suavidad su ceja derecha, cuyo corte con puntos de papel empezó a darle pinchazos.

― ¿Tu culpa? ―preguntó su madre.

―Sí, los primeros detectives, los de robos ―recordó Rick cambiando de tema―, ellos no me ponían en riesgo.

―Tampoco te hacían caso, Richard.

―Pero no me metían en peleas con bandas armadas, madre. Si tan solo no hubiera dado "mi opinión" en aquel caso...

Su madre cogió la mano buena de él y la apretó entre las de ella.

―Richard, no digas tonterías. Si no hubieras dicho tu opinión en ese caso una mujer habría muerto. Tú viste algo que ellos no vieron y se lo dijiste al detective, él se rio en tu cara y tú hiciste lo que creíste necesario.

―Avisé a Roy y este se encaró con el detective ―hizo una mueca Rick―. Al día siguiente el detective se desprendió de mí y ningún otro policía serio quiso aceptarme en su equipo. He ido de un detective a otro aguantando las burlas de "chivato" y otras peores, dejando que me metieran en situaciones de riesgo.

―No es culpa tuya que ese detective fuera herido en su ego por no saber escuchar.

―Madre, a veces... Si no fuera por mis hijos ya habría desistido ―confesó sintiendo sus ojos arder por la impotencia de todo.

―Oh, querido...

Su madre lo abrazó y él se dejó hacer con los ojos cerrados. Necesitaba eso, la tranquilidad y confort de unos brazos maternales, porque al día siguiente, cuando sus hijos lo vieran con una nueva herida, necesitaría parecer entero.