De nuevo Naruto estaba completamente solo. Nadie lo veía, nadie lo quería ver, para ellos era un monstruo, era despreciable, una razón para ignorarlo, para evitarlo, como si fuera una amenaza, como si fuera hacerles daño, ser el Jinchukiri del Kyubi le ocasionaba que la gente de la aldea le temiera.

Sin embargo, el solo era un niño odiado por todos los que no lo conocían, ese que siempre intentaba llamar la atención y que al conseguirlo, solo duraba un instante, ya que al final siempre volvía a estar solo. Estaba ahí pero a nadie le importaba.

Al estar de vuelta sentado en el columpio podía ver a los lejos, quienes se alejaban cada vez más a las familias regresando a su hogar, las cuales la mayoría de la veces hablaban mal a sus espaldas o previniendo a sus hijos de que no se acerquen a él y como en otras ocasiones se hacía presente ese sentimiento, esa tristeza.

Otra vez venia ese anhelo de tener una familia, para que le brinden su cariño y su total apoyo.

Y haciéndose ya una costumbre se quedaba mirando como al final las personas caminaban adelante suyo y no a su lado. Una vez más como muchas otras veces volvía estar sumido en esa soledad.