¡Hola de nuevo fandom!
Aquí os traigo el primer capítulo de uno de esos fanfictions que avisé que escribiría. Quiero dejar claro de antemano varios aspectos.
Jane es consciente, y no se avergüenza, de la atracción que siente hacia algunas mujeres, en especial cierta rubia que todos conocemos. Aunque nunca ha llegado a hacer nada con una mujer, admitir esa química hará que no se corte un pelo y sea más atrevida que en la serie. Maura, por el contrario, va a ser más picantona, provocadora, ya me entendéis.
Luego, aunque este fanfiction comience como el primer capítulo de la serie, no tiene NADA que ver, así que no esperéis ciertas cosas específicas. Sí utilizaré conversaciones que ya han salido pero ahí se queda, no me voy a dedicar a retransmitir los capítulos de la serie, tranquilos.
Y creo que eso es todo. Dudas, sugerencias, y cosas varias mediante reviews o mensajes directos. ¡Disfrutad!
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Capítulo 1:
Bueno, bueno, bueno, ya estoy de vuelta Bostonianos, y con las pilas cargadas para animaros esta calurosa tarde. Como estamos en medio de una ola de calor, ¿por qué no subimos aún más la temperatura con algunos súper éxitos…?
- Frankie, ¿qué haces escuchando a Bruce Cooper? – preguntó Jane haciendo girar la pelota de baloncesto entre sus manos. Su rostro perlado de sudor mostraba una expresión que el mediano de los Rizzoli conocía muy bien: desaprobación.
- ¿Qué? – Se defendió él encogiéndose de hombros – Ponen buena música.
- Sí, cuando no está demasiado ocupado oyéndose a sí mismo. Apaga esa porquería, ¿quieres?, no me deja concentrarme.
El pequeño de ambos hermanos refunfuñó y se acercó a la radio para apagarla. La grave voz del locutor se vio interrumpida a mitad de una frase, todavía parloteando. Jane suspiró de alivio cuando el único ruido de ambiente fue el de las deportivas de ambos haciendo chirriar la gravilla de la entrada, el retumbar del balón golpeando el suelo, los pájaros cantando suavemente, la brisa caliente haciendo murmurar las hojas de los árboles y ella misma riéndose de su hermano.
- ¡Por fin! – exclamó alzando los brazos en señal de victoria. La bola chocó contra el tablero, rodó por el aro y se coló a través del mismo.
Frankie recogió el balón y se lo volvió a pasar a su hermana, que estaba aprovechando esa pequeña pausa para secarse la frente con la manga de la chaqueta a pesar de las veces que su madre la había regañado por hacer precisamente eso. La detective casi podía escucharla… ¿Para qué existen las toallas, Janie?
- Todavía pierdes por diez puntos – le recordó su hermano para que no se lo creyera tanto.
La morena esbozó una sonrisa de suficiencia e hizo botar al balón, pasándolo de una mano a la otra y vuelta otra vez.
- Eso ya lo veremos, dame algo de tiempo.
- ¡Me ganas en todo! – protestó el pequeño de ambos hermanos. – Déjame ser bueno en algo.
- Agh, venga, vamos. – Todavía sonriendo, se inclinó hacia delante en posición de ataque. Notaba la aspereza de la cubierta del balón contra la palma de su mano y era una sensación agradable.
Fingió que iba por la derecha para luego escaparse por la izquierda y la exclamación de su hermano hizo que comenzara a reírse, perdiendo la fuerza y logrando que el balón botara cada vez más bajo hasta que simplemente rodó hasta la esquina que hacían la puerta del garaje y la verja que les separaba del chalé vecino. Ambos se lanzaron a por ella, riéndose, y Frankie fue el que la recuperó, volviendo a la entrada del garaje para comenzar un ataque.
- ¡Ja! Está bien, está bien. Aquí vamos, punto de partido. – Anunció con el pecho hinchado de orgullo.
Jane se quedó resollando frente a él, con las manos reposando en las rodillas en actitud cansada pero totalmente alerta, esperando el próximo movimiento de su hermano. Este se chuleó un poco, botando la pelota entre las piernas y murmurando cosas que la detective, demasiado concentrada en sus movimientos, no estaba escuchando. Cuando vio su oportunidad, se lanzó a por él por su espalda de manera que no la viera venir.
Efectivamente, Frankie no sabía que la tenía tan cerca y se giró en ese preciso momento para lanzar, llevando ambos brazos de la derecha hasta la izquierda y dejando que la pelota se deslizara de sus dedos.
- ¡Sí! – exclamó con extrema felicidad y recogiendo el balón que caía a través del aro.
Se volvió para restregárselo a su hermana, pero la sonrisa se le borro del rostro al verla cubriéndose la cara con ambas manos e inclinada hacia delante. Jane parpadeó para librarse de las lágrimas que se le habían acumulado en los ojos y masculló un mierda ahogado por sus manos. Notaba la sangre deslizarse hasta sus dedos y un dolor punzante y constante en la nariz.
- Hey, ¿estás bien? – inquirió Frankie.
- Sí, sí, - contestó ella pasando a presionarse ambos orificios nasales con el pulgar y el índice e inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás.
- No, vamos, déjame ver eso – pidió su hermano cuando la detective le rehuyó y continuó dándole la espalda.
- Qué no, estoy bien. – Para tranquilizarle, se giró hacia él.
- Oh, eso pinta mal, vamos – El mediano de los Rizzoli arrugó la nariz mientras observaba el reguero de sangre cayendo de la nariz de su hermana mayor. La cogió del codo tirando de ella hacia la casa de sus padres.
- ¿Mal? – preguntó Jane comenzando a asustarse.
- Venga, vamos a ponerte hielo ahí. – Caminaron juntos, Frankie indicándole a su hermana que mantuviera la cabeza levantada. – Vamos, vamos – la instó abriendo la puerta y guiándola hacia la cocina.
- Ya voy, ya voy, pero no me toques – añadió la morena cuando leyó las intenciones de su hermano. Este echó la mano hacia atrás y se limitó a mirarla de nuevo.
- Oh, sí, está rota – informó.
- ¿Está rota?
- Déjame ver – ignorando el aviso previo, agarró la nariz de su hermana con dos dedos pero la soltó enseguida ante el grito de dolor de Jane.
- ¡Auch! ¡Dios! – siguió quejándose esta. - ¿Por qué hiciste eso? ¡Consígueme algo de hielo!
Entraron ambos en la cocina, uno actuando de enfermero sin conocimientos y la otra más tranquila pero dolorida.
- Mantén la cabeza hacia arriba – ordenó Frankie mientras cogía una bolsa de guisantes congelados del congelador.
- ¡Ya está arriba! – protestó la detective con molestia. – Venga, date prisa – le instó agitando su mano tendida, manteniendo la otra en la nariz rota. – Antes de que vuelva mamá.
- Vale, vale, toma – le pasó los guisantes.
- Gracias – replicó la morena entre el sarcasmo y la honestidad. Se colocó la bolsa congelada en la nariz agarrándola con un paño de cocina que su hermano le había pasado y justo cuando pensaba que se iba a librar…
- ¿¡Con el paño bueno?! – exclamó Angela Rizzoli haciendo acto de presencia en la pequeña cocina de su casa y dejando apresuradamente las llaves y el móvil sobre la encimera.
- ¿Qué? – contestó Frankie en el mismo tono.
- Discúlpame – Jane sintió un tirón y soltó el paño de cocina a regañadientes porque sabía perfectamente qué iba a ocurrir a continuación. Se apoyó contra la encimera, a la espera. - ¡Oh! ¿Qué ha pasado?
La detective le lanzó una mirada asesina a su hermano, que se encogió imperceptiblemente de hombros, riéndose.
- ¡Dios! ¿Cómo te las apañas siempre para convertir la cena del domingo en un circo diferente cada semana? – Protestó la madre de Jane mientras lavaba el paño manchado de sangre en la encimera, totalmente ajena a la discusión silenciosa que mantenían ambos hermanos.
- ¿Yo? – preguntó la morena con incredulidad.
- Sí, tú.
- ¡Es su culpa! – exclamó señalando acusadoramente a Frankie, que trataba de escaparse desapercibidamente de la cocina.
- Es mi culpa, Ma. – Admitió el joven alzando las manos en señal de rendición.
- No, sé que tú no tenías intención de hacerlo – le perdonó Angela secándose las manos al aire porque el paño estaba mojado.
Jane cuadró la mandíbula y se preparó para aguantar la bronca de siempre. ¿Por qué se la tenía que tragar siempre ella? Sus hermanos, sin embargo, eran unos santos para su madre. Suspiró internamente.
- ¿Así que esto – hizo un gesto hacia su nariz y el pañuelo que recogía parte de la sangre que seguía cayendo de ella – es mi culpa?
- Mira, te lo digo todo el tiempo: No pelees con él.
La detective sacudió la cabeza con incredulidad. No comprendía por qué seguía sorprendiéndole la reacción de su madre, debería haberse acostumbrado a ella ya que era la misma que había escuchado accidente tras accidente mientras crecía. Se sentó en una silla sin ganas de luchar más.
- Ah, se me olvidaba. Alguien, Bird creo, continúa llamándote.
Jane alzó la mirada, sorprendida y molesta.
- ¿El Detective Crowe? – inquirió arqueando las cejas.
- ¡Ese! – asintió Angela.
- ¿Has contestado mi teléfono? – Espetó la detective. Hasta ahí había llegado su paciencia. - ¿Por qué no me lo dices simplemente?
Decidiendo que no quería escuchar una sola palabra más de su madre, salió de la cocina sin preocuparse por el aspecto que debía lucir.
- Porque estabas pasándotelo tan bien, teniendo tu… - continuó Angela persiguiéndola hasta la mesa de la entrada.
Jane alzó una mano, silenciándola, y contestó al móvil.
- Rizzoli.
- Soy Frost – la voz dulce de su compañero no mostraba su alegría habitual, signo de que la escena del crimen le había hecho devolver su comida detrás de algún arbusto. – Estamos en Beacon Hill.
- Vale, voy de camino.
Cortó la comunicación y lanzó una mirada fugaz por el rabillo del ojo a su madre y hermano, ambos observándola con clara preocupación.
- Papá y Tommy llegarán en cualquier momento para cenar – le reprochó Angela.
- Te dije que estaba de guardia.
Su madre suspiró a sabiendas de que no había forma posible de evitar que su hija se presentara en esa escena del crimen. La detective se colgó la bolsa deportiva del brazo, móvil y llaves del coche en mano, y expresión desafiante. Atrévete a pararme, parecía decir.
- Toma, no estarás atractiva si se te hincha la nariz – dijo finalmente su madre tendiéndole una pequeña bolsa de hielo. Ante el ceño fruncido de su hija, se encogió de hombros ligeramente. – Nunca sabes con quién te vas a encontrar.
- ¡Ma! – exclamó Frankie.
- ¿Qué? – contestó la aludida con expresión inocente.
- Claro, porque conozco a tantos tipos geniales en las escenas de los crímenes – replicó Jane optando por el sarcasmo. Estaba demasiado cansada como para enfadarse otra vez. – Lástima que estén todos muertos. – Se puso el hielo en la nariz con un pequeño quejido y le dio un suave puñetazo a su hermano en el pecho. – Hasta luego, idiota.
- Lo siento – contestó este sonriendo.
- No, no lo sientes.
- Touché. ¡Diviértete!
- Oh, sí, buenas noches.
Cerró la puerta de la calle tras ella y dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Ya estaba fuera, ya era libre.
Aprovechó cada semáforo en rojo que pilló para limpiarse cuidadosamente la sangre que todavía le manchaba la barbilla y cuello. La camiseta de deporte estaba tirada de cualquier manera en el asiento trasero y Jane iba abrochándose una camisa blanca cuando podía, botón a botón, agradeciendo la brisa que se colaba por las ventanas abiertas, que, aunque caliente, ayudaba a aliviar el sofocante calor contenido en el interior de su viejo Crown Victoria. Ya era el tercer día de la ola de calor y lo peor era que ningún meteorólogo parecía saber cuándo iba a terminar.
La detective se bajó apresuradamente del coche nada más frenar, tanto que casi se le olvidó apagarlo. A su derecha, sobre una gran extensión de césped perfectamente cortado y cuidado, sin una sola mala hierba, había una congregación de detectives, uniformados, vecinos curiosos en batas de seda y zapatos de piel de andar por casa, y técnicos. Eso sin contar las múltiples furgonetas de la televisión.
¿Un crimen en Beacon Hill, la zona más rica y pacífica de Boston? Matarían por conseguir una exclusiva.
Esquivó a los mirones y apresuró el paso hasta el punto de casi echar a correr. Una vez hubiera cruzado el precinto policial, los periodistas no podrían tocarla y serían más fáciles de despachar. Un policía la vio venir de lejos y subió la cinta amarilla para que ella no tuviera que agacharse tanto, lo cual le agradeció con una sonrisa y un gesto de cabeza. La morena se apartó un mechón que se le había soltado de la coleta y lo recogió tras la oreja, entonces se dio cuenta de que se había dejado la bolsa de hielo en el coche. Puf, eso ya está derretido, se consoló.
- Jane – la llamó Korsak desde los escalones de madera brillante del porche de una mansión. El pobre tenía la frente perlada de sudor y su camisa azul carito estaba empapada por algunas zonas. La aludida dio tres largas zancadas y se plantó al lado de su compañero, mirándole inquisitivamente. - ¿Qué te ha ocurrido? – preguntó frunciendo el ceño en cuanto reparó en la nariz herida de su compañera. Esta hizo un gesto para que se olvidara del tema.
- ¿Y Frost?
El detective no contestó, se limitó a hacer un gesto con la cabeza hacia el extremo del jardín delantero menos concurrido. Un joven yacía sentado, solo, en un banco de piedra, la cabeza entre las manos. Jane se compadeció de él y se acercó amistosamente, sentándose junto a él.
- ¿Qué es esto? – Señaló con la cabeza una pelota de color marrón muy parecida a una de las bolsas que te dan en los aviones para los mareos.
- Una broma – contestó Frost con voz ahogada.
- ¿Cómo lo llevas? – preguntó dándole un suave golpe con el hombro.
- Supongo que bien ahora que no tengo nada más que vomitar.
- No seas tan duro contigo mismo, Frost.
- ¡Ey, novato! ¿Quieres otra bolsa? – gritó Crowe desde la entrada de la casa antes de reírse a carcajada limpia.
- ¿Decías? – inquirió su compañero con ironía, lanzándole una mirada lánguida.
- Por dios, Crowe es un gilipollas, no le hagas caso. – Viendo que, dijera lo que dijera, no le iba a animar, decidió centrar la conversación en el crimen. – Así que… ¿Qué ha pasado aquí? – Recorrió con la mirada el césped y la mansión de color blanco roto y columnas victorianas en la entrada.
Frost suspiró y se levantó haciendo un gesto para que le siguiera. Jane dejó su cómodo y frío asiento, situándose al lado del joven detective. Fueron hasta la acera y se pararon frente a la casa vecina, destartalada y con aspecto de abandonada. La detective miró la casa y luego a Frost, preguntando sin necesidad de palabras.
- Señor y Señora Wildchail deciden que, ya que la casa vecina está abandonada, la van a comprar y juntar a la suya para hacerla más grande.
- ¿Perdón? – le cortó la morena mirándole con incredulidad. Se volvió hacia la mansión, tres veces la casa en la que ella se crio. - ¿No les parece lo suficientemente grande?
- Ya sabes cómo es esta gente con dinero.
- Sí, unos locos inconscientes. ¡Estamos en crisis, por el amor de Dios!
- Bueno, pagan por la casa, llaman a un arquitecto, dibujan los planos, etc. El día que les da por entrar a ver si hay algo dentro que pueda resultar dañado en la obra…
- Sorpresa sorpresa – intervino Korsak a sus espaldas, sobresaltándoles. – Se encuentran con un bonito regalo en el sótano.
- ¿Por qué siempre tiene que ser el sótano? – resopló Jane.
Se abanicó con las manos en un intento de refrescarse un poco pero el aire era sofocante y empeoraba el calor que ya sentía. Comenzó a lamentar su elección de vestuario, la camisa se le pegaba a la piel y la hacía sentir incómoda. Imaginó que en el interior de aquella casa de piedra haría más fresco así que echó a andar hacia allí.
Pero una mano se cerró en torno a su muñeca, deteniéndola. Se giró hacia sus compañeros, confusa.
- ¿Qué?
- Hay que esperar a que llegue el forense.
- ¿Todavía no ha llegado? Qué raro, si Pike es un escrupuloso…
- Jane, Pike ya no es forense – la cortó Frost mirándola con extrañeza. – Se retiró, ¿no te acuerdas?
- Oh, cierto. – Claro que se acordaba, había sido un horror de fiesta en el que todo el mundo se había aburrido y, como resultado, habían acabado borrachos. Reprimió un escalofrío y frunció el ceño al caer en la implicación de que Pike se hubiera jubilado. – Así que tenemos nuevo forense…
- Sí, Dr. Illes o algo parecido – el joven detective sacudió la cabeza, no estaba seguro.
- ¿Y tiene pensado presentarse al trabajo o qué? – preguntó Jane con impaciencia.
- Llamó a Crowe hace cinco minutos para avisarle de que llegaría un poco tarde por culpa del atasco.
- Genial. – Una simple palabra pero destilaba sarcasmo. La morena se secó el sudor y echó un vistazo al reloj.
Una moto rodeó la esquina y enfiló por la calle, llamando su atención con su rugir. Jane clavó la mirada en ella, observando cómo disminuía de velocidad a medida que se acercaba a las casas, hasta que se metió en el hueco que la detective había dejado entre el morro de su coche y el culo de un patrullero, calculado a la perfección para tener espacio para maniobrar.
- Genial – repitió – Ahora me las voy a ver y desear para salir. Esperad aquí, voy a pedirle que aparque en otro lado – informó a sus compañeros.
La morena se encaminó por la desierta carretera hasta su destartalado Crown Victoria haciendo una nota mental de pasar por algún túnel de lavado de 24h camino a casa. Centrando de nuevo su atención en la moto, de un negro inmaculado, se dio cuenta, sin poder evitar una ahogada exclamación de sorpresa, de que se trataba, nada más y nada menos, de una Honda Shadow Aero. Su hermano Frankie estaba obsesionado en su etapa adolescente con comprarse una de segunda mano, había estado ahorrando y todo, pero al final se había gastado el dinero en un portátil nuevo. Aprovechando que el motorista estaba de espaldas a ella, se deleitó con la estética de la moto por unos minutos. Ella misma había tenido la oportunidad de conducir una, un amigo suyo del instituto le había enseñado y habían dado una vuelta por el barrio. Jane aún recordaba con deleite la sensación del aire tirando de sus rizos, el viento golpeando su cuerpo, el fuerte ruido llenando sus oídos, el rugir del motor y el ronronear de la moto entre sus piernas.
El conductor se bajó, sacando a la detective de su ensoñación, y procedió a quitarse la cazadora de cuero, dejando al descubierto una blusa roja de manga sisa. La morena se quedó paralizada, no esperaba que aquella moto perteneciera a una mujer por la simple razón de que, en ese barrio tan pijo, son los hombres los que compran motos mientras les regalan a sus mujeres Ferraris o Maseratis. Sin poder evitarlo, deslizó su mirada por la delgada figura de la mujer, desde su cabeza oculta por el casco, sus largas y firmes piernas embutidas en unos ajustados vaqueros negros que marcaban sus curvas en los lugares adecuados; y sus botines de tacón alto, de un rojo intenso a juego con la blusa. Entonces, la mujer terminó de guardar la cazadora de cuero y llevó ambas manos al cierre del casco, soltándolo con un suave click. Tiró de la protección hacia arriba y una cascada de rizos rubios, casi dorados, cayó sobre su espalda de manera alborotada. Se los peinó despreocupadamente y, al mirarse en el espejo retrovisor para adecentarse, pilló a la detective observándola.
La mujer giró sobre sus tacones, su pelo siguiendo su movimiento y haciendo lo que podría denominarse como porno. Unos impresionantes ojos verde avellana delineados en negro se clavaron en los de la morena, la curiosidad marcándose en los suaves rasgos de la motorista. Ladeó la cabeza, sus labios, de un rojo suave, se curvaron en una sonrisa indecisa.
- ¿Necesitas algo? – Preguntó con una voz dulce y preocupada.
Jane sintió la boca seca y se le olvidó el motivo que la había llevado a acercarse. Las rodillas le temblaron y temió que dejaran de sujetar su peso de golpe.
- Erm… - Vamos, Rizzoli, no seas estúpida. – Ese es mi coche – dijo señalando con el dedo índice al automóvil aparcado junto a ellas.
La rubia se la quedó mirando sin saber qué hacer.
- Quiero decir que has aparcado justo enfrente y no me dejas salir. – Se explicó la detective.
- Oh, ¿te vas ya?
- No.
- Entonces no entiendo el problema.
Jane comenzó a temer que estuviera ante uno de esos casos de belleza extrema pero falta de cerebro.
- Verás, soy detective y probablemente esté aquí hasta bien tarde así que me gustaría que dejaras la moto en otro sitio para no tener que despertarte cuando me vaya. ¿Comprendes ahor…? – se cortó a sí misma cuando una risa musical escapó de entre los labios de la motorista. - ¿De qué te ríes?
- Esto es todo un malentendido. – La mujer dio un paso hacia Jane, estirando su mano. – Soy Maura Isles.
- Jane Rizzoli – La detective estrechó la mano que la mujer le tendía por no ser grosera, pero en su rostro estaba bien claro que no comprendía nada.
- Maura Isles, ¿la nueva forense? – repuso la rubia tanteando el terreno.
- ¡Ah! – Exclamó con comprensión - Perdón, me habían dicho mal tu apellido, Dra. Isles.
- No te preocupes. Ahora que ya está todo aclarado… – se giró y cogió un maletín negro del hueco bajo el asiento de su moto. Lo abrió, sacó su identificación y se la colgó del cuello. - ¿Dónde están los cuerpos?
- Mmm… Por allí – Jane señaló la casa abandonada y la forense, sin esperar ninguna indicación más, se encaminó taconeando fuertemente hacia ella.
La detective se quedó un poco más rezagada, aprovechando para deleitarse una vez más con la figura de Maura Isles.
Entonces un pensamiento se abrió paso entre la neblina del deseo. Era la forense. Era su forense. Eso significaba que trabajaría cuatro pisos por debajo de ella. La vería todos los días, en todas las escenas del crimen. Atendería a sus autopsias y acudiría a ella para los informes.
Miró la Honda y se giró para ver a su dueña acercarse a sus compañeros. Respiró hondo y dejó que un suspiro escapara de sus labios, uno largo y lastimero.
Aquello iba a ser difícil de manejar.
