Parecía que otro día normal amanecía en el Thousand Sunny; el mar estaba en calma, el viento marino ondeaba la bandera Mugiwara y algún que otro monstruo acuático rugía en la lejanía. No había enemigos a la vista, y el clima era caluroso y agradable. Chopper, que había sido el vigía de aquella noche, observaba cómo el sol naciente teñía el hasta ahora azul oscuro nocturno, a un brillante anaranjado, y después a un vivo celeste. Por el momento, nadie se había movido de sus respectivos camarotes, ni siquiera el capitán, o mejor dicho, el Rey de los Piratas.
Ciertamente, desde que Luffy alcanzó su sueño hacía dos años, y más desde que se había casado con Nami, hacía casi uno, había madurado un poco más: disfrutaba del viaje en lugar de impacientarse por llegar al próximo destino; y en ocasiones desaparecía al mismo tiempo que su navegante a la vista de todos, y no aparecían a hasta pasadas al menos, un par de horas. Salvo ésto, seguía siendo el mismo cabezota, hiperactivo, glotón y egoísta de siempre.
Nami también había cambiado en ciertos aspectos: aceptaba con más paciencia las tonterías de sus nakamas, en especial la de cierto capitán que ahora era su marido; pasaba más tiempo en el huerto de mandarinos o en cubierta que en el cuarto de cartografía, ya que había completado el mapa del mundo en general, aunque aún le faltaban algunos rincones por descubrir (pero a sus joviales 22 años, y con su principal sueño realizado, el tiempo ya no le urgía tanto como antes); y una sonrisa nunca antes vista en ella, iluminaba su rostro buena parte del día. Salvo ésto, continuaba siendo la misma tacaña, posesiva, cascarrabias y coqueta de siempre.
Volviendo con Chopper, cuando pasaban tres horas después del amanecer y casi toda la tripulación estaba en movimiento, el renito comprendió que hoy la pareja tampoco se dejaría ver hasta bien entrada la mañana.
Llevan así dos años, pensaba el doctor de los Mugiwaras, ¿Cuánto tiempo puede durar la época de celo en los humanos?
Mientras tanto, en el camarote del matrimonio real
Nami abrió los ojos cuando la luz matinal se filtró por la ventana del cuarto. Aún medio dormida, se irguió y se frotó los párpados, para después echar un vistazo al lugar. Había sido una noche muy intensa, de hecho la joven se atrevería a decir que más de lo normal. Las ropas de ella y de Luffy estaban donde las recordaba, esparcidas por todo el suelo, y la ropa interior de ella se encontraba (tanto el sujetador como las panties) rota por la mitad, a los pies de la cama; tendría que comprar nuevos conjuntos en el próximo pueblo donde atracasen. El pequeño escritorio donde guardaba sus mapas más antiguos, el cual había sido el escenario de su tercer acto de amor aquella noche, se encontraba desierto pues Luffy había corrido todos los objetos a un lado para disponer a gusto de la nueva superficie de juegos. Justo después de haberla sentado sobre el mueble, él le colocó su sombrero de paja sobre la cabeza.
-Siempre eres hermosa, pero ésto te hace aún más- le había susurrado antes de entrar en ella.
Nami estaba perdida en aquellos recientes recuerdos, cuando Luffy de repente murmuró algunos gruñidos al notar que la navegante se apartaba de su lado; y todavía dormido, se giró hacia ella y se abrazó a su cintura, suspirando satisfecho.
-Luffy-le regañó con dulzura, en ocasiones así era imposible enfadarse con él.
-Mmmm... exquisita- habló en sueños el moreno, su voz apagada al tener sus labios contra la piel de Nami.
Ésta se sonrojó, pensando que estaba soñando con ella, o tal vez recordando la apasionada noche que habían tenido.
-Ca-carne... mmmm.
-¿Para qué me hago ilusiones?- se dijo la navegante con una vena palpitándole en la sien.
-Que delicos...
El sueño del monarca entre montañas de comida se vieron súbitamente interrumpidos por el potente puño de Nami, que lo hizo caer de la cama con violencia.
-AAUCH- el muchacho se acarició la zona golpeada, despertándose por completo- ¿Eh, qué...?
Acto seguido se puso de pie, totalmente desvestido y en posición de ataque, buscando un posible peligro.
-¡¿Qué pasa, Nami, quién nos ataca?!
-Nadie, idiota. Es hora de levantarse, los demás deben de estar esperando por nosotros para desayunar.
-¡Yahoo! Desayuno, síii.
El chico se vistió aprisa, se colocó su sombrero y salió de la habitación a toda velocidad hacia la cocina, reclamando el almuerzo a gritos. Nami exhaló con cierto fastidio, no importaba si era el soberano de todos los océanos o un simple hombre casado, Luffy nunca cambiaría. Aunque, por mucho que la sacaba de sus casillas a veces, si él fuera de otra manera, no sería el mismo joven del que se había enamorado perdidamente años atrás.
Si había una cosa que caracterizaba a Luffy, es que no compartía su comida jamás, y estaba dispuesto a pelear por conservarla si era necesario. Sin embargo, aquella mañana sucedió algo que nadie (recalcando que "nadie") en absoluto se esperaba.
Ante la incrédula mirada de todos, y de Nami sobretodo, Luffy depositó en el plato de la navegante un generoso pedazo de carne de su montón. Era bien sabido que el moreno nunca le robaba a ella la comida, pero de eso a darle parte de la suya era algo insólito de presenciar, casi un milagro: la carne para el capitán Mugiwara era sagrada. La única vez que había ocurrido algo así, fue durante el banquete de bodas de la pareja real, y de eso hacía ya once meses.
-Luffy, ¿por qué me das de tu carne?
-¿No la quieres?
La muchacha dudó un instante, la carne no formaba parte de su dieta del desayuno, pero no quería desperdiciar un suceso tan portentoso. Además, para Nami no había nada que derrumbase más su férreo carácter que un detalle de Luffy.
-Muchas gracias, cariño- le agradeció, para luego depositarle un beso en la mejilla.
-De nada, shishishi.
-¡La madre que lo trajo! Maldito suertudo hijo de...-masculló Sanji mientras cocinaba.
Por su parte, el resto de la tripulación decidió no comentar nada (a excepción de una discreta risa de Robin y una sonrisa burlona de Zoro) y la rutina continuó como de costumbre.
Unas hora más tarde, el Thousand Sunny atracaba en una pequeña ciudad costera, conocida en la zona por disponer de buenos locales y productos de calidad. Esta vez les tocó a Luffy y a Nami vigilar el barco, mientras los demás visitaban el lugar; aunque, en realidad, era al capitán al que le tocaba hacer de guardia, pero la pelirroja había decidido quedarse también para corregir algunas bitácoras (y de paso, vigilar que su marido no hiciera ninguna tontería). Por su parte, al chico le alegró mucho aquello, pues cuando se quedaba sólo para cuidar del Sunny se aburría como una ostra, lo cual podía acabar de dos maneras: o se quedaba dormido en la cubierta, descuidando su puesto, o correteaba por el navío hasta que acababa rompiendo algo; a veces había hecho incluso ambas cosas. Con Nami seguro que no se aburriría.
Al poco de irse el resto de la tripulación, la navegante oteaba el horizonte con sus prismáticos, comparando las coordenadas con el Log Pose, pero unos ojos enormes de color negro le taparon la vista. Alarmada, bajó el objeto y observó a Luffy frente a ella, que la miraba con su característica sonrisa.
-Shishishi.
-¡Maldita sea, Luffy!- le gritó molesta, para luego agarrarlo de los hombros y empezar a zarandearlo con fuerza- ¡Te tengo dicho que no me asustes así, un día me vas a provocar un ataque de nervios!
-Es que me aburroooooo- se excusaba el capitán, cada vez más mareado- Nami, para, por favooooor, me mareooooo.
-¡Bah!- ella lo soltó sin ninguna delicadeza- Vete a jugar por ahí o haz lo que quieras, pero déjame trabajar en paz.
-Pero Nami...
-¡¿Qué?!- preguntó ya harta, mostrando unos enormes dientes aserrados- ¿Es que a tus años no eres capaz de entretenerte tú sólo?
-Mmmm- gruñó él con una mueca, fastidiado por lo terca que podía ser la chica a veces- Nami.
-¿Qué? Apúrate, que tengo que revisar una bitácora.
-Yo quiero estar contigo ahora.
-¿Ah sí? ¿No te llegó con la noche que tuvimos sin dormir?
-Estuvo bien, shishishishi. Pero sigo deseando pasar tiempo contigo.
Nami suspiró, derrotada por la sinceridad de su marido.
-Está bien, pero déjame acabar mi trabajo, ¿vale?
-OK- respondió el rey pirata, feliz por haberse salido con la suya (otra vez).
Finalmente, tras diez minutos que a Luffy le parecieron eternos y que había decidido liquidar mirando a un pequeño banco de peces extraños que nadaban cerca del barco, la pelirroja anotó los últimos datos en su libreta y se la guardó.
-¿Ya terminaste?
-Sip. ¿Qué tal si ahora hacemos algo divertido?
-¡Por supuesto!- sin que su esposa lo esperase, el pirata de goma enrolló su brazo alrededor de su cadera y la atrajo hasta él.
Nami, pensando que la estaba seduciendo (sí, el antiguo jovenzuelo y torpe Mugiwara había aprendido a seducir, un poco), le esbozó una sonrisa pícara y le dio un beso en el lóbulo de la oreja. Pero él, sin inmutarse del sentimiento de pasión que había despertado en la muchacha, estiró el otro brazo hacia un edificio cercano y la miró divertido.
-¡Vamos allá!
-¡¿Eh?! Luffy, espera, ¿qué...?
Nami no pudo terminar la frase, debido a que el travieso capitán se transportó hacia el tejado a gran velocidad, con la navegante aferrada a él y chillando como una niña.
-AAAAAHHHHH.
Poco después, un Luffy lleno de chichones y una Nami molesta paseaban por las calles sin preocuparse por la gente. A pesar de que los Mugiwaras ya eran conocidos por todo el mundo, en localidades como aquélla la reputación de los extranjeros poco les importaba a los lugareños, siempre y cuando no causasen problemas y pagasen lo que adquirieran.
-Espero por tu bien que no le pase nada al Thousand Sunny después de que lo dejásemos sin vigilancia.
-No te preocupes, si alguien intenta robarlo, le patearé el culo.
-Nunca aprendes, ¿verdad?
La pareja decidió visitar primero en una tienda de ropa, donde la joven reina compró varios conjuntos de nueva temporada y alguna camiseta para Luffy. Desde que dormían juntos, ella no permitía que su marido usara la misma ropa todos los días, y menos si no la lavaba, por lo que Luffy se veía obligado a cambiar de vestimenta cada tres días, como mucho. Pero ésto no le importaba demasiado, ya que siempre se decantaba por prendas sencillas y cómodas.
Una vez adquirido lo necesario (para Nami por supuesto), se dirigieron a un lugar que Luffy sí disfrutó: uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Allí permanecieron un par de horas, acabando con una cuenta altísima que pagar a causa del inmenso apetito del monarca pirata, que además acabó con toda la reserva de carne del local. Nami no tuvo problema con ésto, ya que eran millonarios y, aunque no le hacía ninguna gracia gastar tanto por comida, se había hecho a la idea de que el mayor coste que salía de su marido era por su estómago.
Y así pasaron la tarde paseando por los barrios, disfrutando (sobre todo Luffy) de espectáculos callejeros, visitando joyerías y puestos de diversos alimentos y golosinas. En un momento dado, el capitán Mugiwara se fijó en un humilde tenderete y, embriagado por un repentino entusiasmo, cogió a Nami de la mano y la guió hasta el lugar.
-Luffy, ¿qué te interesa a ti de una floristería?
-Quiero mirar una cosa.
La navegante no prestó atención a este detalle, era normal que al moreno se le ocurriera de repente buscar cosas extravagantes y tratar de hacerse con ellas. De modo que la joven, pensando que le preguntaría al tendedero si vendía una planta asesina o una flor mutante, se dio la vuelta y esperó observando a la multitud. Entonces se fijó en una mujer que caminaba con una niña pequeña a su lado, cogida de su mano; ambas lucían muy felices. La pelirroja no pudo evitar sentir como la congoja la invadía al recordar los buenos momentos que había pasado con su madre, Bellemere, muchos años atrás; momentos tan hermosos como los que estaban compartiendo aquella mujer y su hija. Notando que se le humedecían los ojos, Nami apartó la vista hacia un gato que dormitaba entre unas cestas.
-Nami.
Ella se volvió hacia su marido, sin darse cuenta de que su mirada aún reflejaba nostalgia.
-¿Te encuentras bien?
-Oh, sí. No es nada, me debió de entrar algo en el ojo.
-Ah, vale. Shishishi. No me gusta verte triste.
Nami sonrió, quien no lo conociera, pensaría que Luffy se comportaba como un crío egoísta, pero en realidad era muy diferente. Aquella era su forma de expresar su preocupación por los demás. De repente, le tendió un ramo de pequeñas flores blancas: eran flores de mandarino. La pelirroja las miró perpleja.
-¿Y este detalle tan romántico y raro en ti, Luffy?
-Bueno, shishishi. Hoy se cumplen cuatro años desde el día que nos conocimos; pensé que estaría genial hacerte un regalo para celebrarlo.
Nami se quedó sin palabras al escuchar aquello. Ahora comprendía por qué Luffy se había dado de su carne, y por qué aquella noche se había mostrado tan apasionado. Ya casi se había olvidado por completo de aquella fecha, aunque recordaba los acontecimientos de aquel día como si fuera ayer. Era increíble lo rápido que pasaba el tiempo: habían pasado cuatro años desde que se conocieron, dos desde que Luffy se había hecho con el título de Rey de los Piratas (y confesado sus sentimientos hacia ella, iniciando así una relación de pareja), y casi uno desde que se habían casado.
-Oh, Luffy...
-¿Eh?
Para sorpresa del capitán Mugiwara, unas lágrimas se asomaron en los ojos de la joven, y temiendo que la había ofendido de alguna manera, se apuró a secárselas en un intento de animarla. Si para el Rey pirata había algo peor que un nakama suyo sufriera, era ver infeliz a su navegante y ahora esposa.
-Oye Nami, no llores, por favor. Perdona si te he...
No pudo acabar la frase, ya que los labios de la chica le cubrieron la boca, besándolo con fervor.
-Ahora me toca a mí darte mi regalo- le susurró ella cuando terminó el beso, mirándolo como una tigresa al acecho.
-¡Ooohh!- gritó Luffy entusiasmado, sin sospechar a lo que su pareja se refería- ¿De verdad tengo yo un regalo también? ¿Dónde está? Dame, dame.
-Volvamos al barco y ya verás.
Horas después, ya al caer la noche, en su camarote del Thousand Sunny ambos monarcas se encontraban desnudos y abrazados en la cama. Ella tenía el sombrero de paja sobre la cabeza, luciendo como la más bella tiara. En un principio, Luffy había esperado un buen plato de carne preparado por Nami (para él, algo que relacionara la comida con su esposa era lo más sexy que podía existir), pero cuando ella empezó a tocarlo y a recorrerle la piel con sus labios y su lengua, se dejó llevar por la tentación carnal del amor. El rey pirata conocía el cuerpo de su reina como el suyo propio, sabía cómo hacerla suspirar y gemir de placer, y dónde acariciarla hasta hacerle gritar su nombre. Disfrutaba de aquellos momentos como de respirar, su conexión se había vuelto tan íntima que ya no se imaginaba un día sin ella a su lado. Y aunque eran muy jóvenes todavía para pensar en el mañana, a veces Luffy se imaginaba formando una familia con la navegante en un futuro no muy lejano.
¿Que cuál fue el regalo de Nami exactamente? Una postura desconocida hasta entonces por él, la cual la navegante había consultado gracias a un libro "especial" que le había prestado Robin en cierta ocasión. Cuando sucumbieron al éxtasis, Luffy se sintió tan agotado que se quedó dormido casi al instante, no sin antes susurrarle al oído a su compañera cuánto la quería.
Ha sido un día inolvidable, reflexionó la pelirroja al tiempo que pasaba los dedos por el cabello de su esposo, Luffy no suele ser tan romántico como lo ha sido hoy. De hecho, ¿desde cuándo se acuerda de las fechas? Si hasta los cumpleaños se los tengo que recordar yo.
Ante tan inaudita situación, la chica no pudo evitar sonreír y se acomodó junto al moreno, feliz, satisfecha y enamorada. Cuatro años se cumplían desde que se habían cruzado sus caminos... Si de aquella alguien le hubiera contado cómo sería su vida al lado del capitán Mugiwara, sin dudas se habría echado a reír, alegando lo ridículo que sonaba.
Y con estos últimos pensamientos en mente, la joven se rindió al sueño, arropada por el cuerpo de su rey.
En algún lugar del Mar del Caribe
Un hombre maduro, de aspecto cansado y ropas estropeadas, subía renqueante a un imponente galeón, sobre cuyo palo mayor hondeaba una bandera negra que tenía el dibujo de una calavera; unas líneas escarlatas que recorrían por su boca, como si de regueros de sangre se trataran, representaban la identidad de sus dueños: los Acechadores. En su casco trasero podían leerse las palabras, pintadas de color rojo sangre, el nombre de Bloody Wave. Su tamaño era similar al de la legendaria Perla Negra, su nave gemela, pero con un aspecto diez veces más siniestro: disponía de velas negras como la noche; madera de roble oscura; barandales y demás zonas del barco estaban adornados con líneas y espirales rojas; y en el palo de la proa dominaba la cabeza de un dragón amenazante.
El hombre finalmente logró subir a la cubierta, siendo atendido al instante por dos jóvenes grumetes, que en aspecto eran casi idénticos en su aspecto general (18 años, cabello castaño oscuro, ojos negros y nariz pequeña), pero que podían distinguirse al ser un hombre y una mujer. Ambos eran mellizos y eran los únicos que realmente se preocupaban por el pésimo estado del recién llegado.
-¡Thomas, Thomas, responde!- decía el muchacho, que le sostenía la cabeza mientras la chica lo examinaba en busca de posibles heridas o síntomas de enfermedad.
-Geoffrey... Cla... Clara- dijo el atendido con un hilo de voz; estaba muy débil.
-Está muy deshidratado.
-Ten, Thomas- Clara le acercó una cantimplora a los labios; éste no tardó en bebérsela toda, lo cual le alivió en buena medida y le dio fuerzas para hablar con claridad.
-La encontré, pero no conseguí traerla hasta aquí.
De repente, un hombre de gran estatura, ancho e imponente como un oso, se hizo paso entre la multitud que rodeaba al trío. Era Dave White, el primer oficial del navío y mano derecha de Vanessa B. Blackbleed, la capitana del mismo.
-Así que has fracasado- comentó con voz serena, completamente despreocupado del mal aspecto de su camarada- Vanessa lleva muchos días esperándote, y no está de muy buen humor; de modo que ya puedes ir rezando por tu alma, Thomas, porque hoy probablemente sea tu último día. Lo más ético sería matarte aquí y ahora.
Dicho ésto, el hombretón agarró el mango de su sable, dispuesto a acabar con Thomas de la manera más lenta y dolorosa posible, pues no le apetecía gastar balas en un simple subordinado. Además, disfrutaba con el sufrimiento ajeno y hacía tiempo que no se desquitaba con una víctima. Sin embargo, Clara se levantó y se interpuso entre él y el herido.
-¡Pero la encontró, sabe dónde está la Brújula Negra!- dijo ella con aire desesperado, no quería que muriera su compañero, no después de a saber cuántas peripecias había pasado- ¿No es así, Thomas?
El pirata asintió, incapaz de hablar a causa de la impresión que le daba la espada de Dave; aquella arma había cortado miles de cuellos manos de su cruento dueño, algunos habían pertenecido a antiguos miembros de la tripulación que habían fallado en alguna orden de la capitana Vanessa. Dave gruñó frustrado, pero empuñó de nuevo su sable, aunque no sin echar una mirada asesina a Clara.
-Está bien, Thomas, ve y avisa a nuestra capitana sobre toda la información que tengas. Al menos eso te dará unos minutos más de vida.
Dave se echó a reír con crueldad, mientras que Geoffrey y Clara acompañaban a Thomas, que iba apoyado sobre el hombro de la chica, al camarote de Vanessa. Los tres entraron en un cuarto elegante, compuesto por muebles lujosos y diversas armas que adornaban la pared, cada cual más potente y letal. Y allí, sentada en el escritorio del centro de la habitación, se encontraba una mujer esbelta y atractiva, de rasgos delicados y corto cabello ondulado de color plateado, el cual no reflejaba vejez en absoluto, pues aún tenía treinta y ocho años. Estaba observando un enorme mapa cuando el trío hizo acto de presencia.
-Capitana Vanessa- el muchacho grumete fue el primero en hablar; lo hizo con un tono firme, pero que al mismo tiempo, reflejaba tensión.
-¿Sí, Goffrey? ¿Cuál es el motivo que me obliga a distraerme de examinar las posibles rutas que debemos tomar?
-Thomas ha llegado- contestó.
-Está aquí mismo-intervino la chica en la cual se apoyaba el maltrecho Thomas- Habla, compañero.
Vanessa levantó rápidamente la vista del mapa, clavando sus ojos ambarinos en el pobre hombre; una tenue sonrisa se dibujó en su pálido pero delicado rostro, al ver por fin que su subordinado parecía haber cumplido la misión que le encargó semanas atrás.
-Exacto, Thomas. ¿Qué noticias me traes? Espero que sean buenas y que la Brújula Negra se encuentre en alguno de tus bolsillos.
-Eh... Pues...
-¿Pues qué? ¿La tienes o no?
-La tenía, capitana... Pero... Pero...
-Bueno, veo que no has cumplido lo que te ordené. Al menos explícame qué ha pasado con la Brújula.
El pirata, algo aliviado porque su capitana no lo había castigado por su fallo (al menos, por ahora), tomó aire para exponer lo sucedido durante su misión.
-Conseguí infiltrarme con éxito en la posada donde se alojaba Jack Sparrow durante la noche, y robé la Brújula Negra sin se diese cuenta. Durante una semana la tuve conmigo, pero un día descubrí que alguien me perseguía: era una cáscara de nuez, en ella sólo vi a una persona a bordo; por lo que no me preocupé al principio, pero de repente empezó a dispararme. Traté de huir, pero el barco me seguía de cerca; entonces saltó hacia mi barco, mientras se transformaba en un ciervo gigante, y se abalanzó sobre mí...
-¡Un usuario de Akuma no mi!- le interrumpió Vanessa, entre sorprendida y furiosa- Maldita sea, pensaba que ya no quedaban usuarios en estos mares... Decían que todos habían sido devorados por el Kraken.
-Así es, señora. Debió de evadir de algún modo a la bestia de Davy Jones, y ahora que ambos están muertos, ese sujeto no tendrá problemas en volver a navegar.
La mujer masculló una maldición contra el atacante, creía ser la única en todo el mar del Caribe en tener el poder de una fruta demoníaca.
-¿Qué pasó luego, Thomas?
El hombre tenía una cosa más que contar, pero prefirió callar; aunque los gemelos no lo pasaron por alto.
-No lo sé, la paliza me dejó inconsciente. Cuando desperté la Brújula ya no estaba, y tampoco había rastro del hombre-ciervo.
Vanessa se quedó pensativa, provocando un terrible y frío silencio. Los grumetes y Thomas respiraban aterrados, temiendo lo peor.
-¿Qué hacemos entonces, capitana?- se atrevió a preguntar Geoffrey.
-¿El estado de Thomas es grave?
-No lo creo. Si reposa y bebe agua en abundancia, en tres días estará recuperado.
-Tres días no es suficiente...- susurró Clara.
-¡Calla y déjame hablar!- le susurró alarmado al oído, sin que Vanessa lo escuchase.
-Bien, llevadlo a su cama- sentenció la capitana al final- En tres días espero que esté trabajando de nuevo, no quiero perder más tiempo buscando a nuevos miembros.
Los mellizos llevaron a su compañero hasta el camarote de la tripulación y lo dejaron sobre su hamaca, para después curarle las heridas y darle varios vasos de agua.
-Muchas gracias, Greoffrey- dijo Thomas con un hilo de voz en cuanto acabó de beber, ya casi vencido por el cansancio.
-No hables más, camarada. Descansa; siento no poder darte el tiempo de reposo que necesitas.
-Me has salvado de morir a manos de Vanessa, es más que suficiente.
-Quiero preguntarte una última cosa, ¿hay algo que le estás ocultando a la capitana? ¿Viste algo más cuando te asaltó ese hombre?
Thomas dudó un instante, sabía que podía confiar en aquellos muchachos, jamás le traicionarían. Pero, por otra parte, no podía evitar sentirse atormentado al recordar las palabras que le dijo su atacante antes de golpearlo, irradiando una mezcla de rabia y desprecio en sus ojos azules... Unos ojos que él recordaba muy bien de varios años atrás, al igual que aquella imponente voz:
"Los cobardes mueren dos veces, Thomas. Si te vuelvo a ver, morirás una tercera vez"
-No, no recuerdo nada más- contestó, terminando así la conversación- Ahora marchaos, no quiero que os metáis en problemas por estar tan pendientes de mí.
Los hermanos obedecieron y lo dejaron descansar, retirándose ambos a la bodega para hablar a solas sobre lo ocurrido. Clara estaba notablemente afectada, y muy asustada.
-¿Cuándo podremos marcharnos de este horrible lugar?- preguntó ella, con la garganta ahogada por la angustia.
-En cuanto encontremos el tesoro, ya lo sabes.
-¿Y si nunca lo logramos? La Brújula Negra la tiene otra persona, ¿cómo mierda vamos a dar con él ahora?
-Debemos esperar, hermana. Vanessa B. Blackbleed es la pirata más poderosa del Caribe; sin ella no podríamos llegar hasta la Cala de la Muerte con vida y dar con el tesoro. Su barco es el mejor navío para surcar esa zona.
-Ya me da igual el oro, Geoffrey; sólo quiero volver a casa.
-¿Volver allí? ¿Y regresar con las manos vacías, ver a mamá y a papá de nuevo muriéndose de inanición para que nosotros tengamos algo que llenar el estómago? ¡¿Es eso lo que quieres, Clara?!
-¡Noooo, claro que no!
Clara rompió a llorar, rota por el dolor y por la horrible situación en la que estaban atrapados. Geoffrey calló de golpe; su hermana siempre había sido una persona positiva y determinada, y era su principal pilar en los malos momentos, pero últimamente toda aquella fuerza interior se había ido licuando por cada víctima que veía morir a manos de los Acechadores, especialmente de Vanessa. Lo último que quería era verla llorar otra vez.
-Una cuarta parte de ese tesoro nos facilitará las cosas de por vida: nuestros padres podrán comer sin miedo a que nosotros pasemos hambre, y abandonaremos esa inmunda choza para irnos a vivir a una buena casa. No tendremos que preocuparnos nunca más por la comida o por el dinero. Seremos felices por fin, los cuatro.
El chico se acercó a ella y le limpió las lágrimas del rostro, para luego darle un fuerte abrazo. Él también tenía miedo, pero no podía permitirse mostrar ni una pizca; tenían que ser fuertes y salir adelante, y si él se mostraba asustado también, ambos perderían toda esperanza.
-No llores más, hermana. Cumpliremos la promesa que les hicimos; lo lograremos juntos.
-Sólo espero que no tardemos mucho más, porque no soportaré ver morir a más personas inocentes, Goffrey.
El joven se quedó en silencio, sin saber qué contestarle a su hermana. No quería verla sufrir más, y él tampoco se sentía capaz de formar parte de aquella tripulación por mucho más tiempo, muy pocos de aquellos piratas conservaban alguna pizca de humanidad. Aquel día habían estado a punto de perder a Thomas, quien se había unido a los Acechadores por la misma razón de que ellos: por desesperada necesidad. Los mellizos le habían cogido bastante estima y lo consideraban casi un amigo.
-Sólo te pido un poco de paciencia, Clara. Por favor.
La joven enterró su rostro entre las manos, suspirando resignada mientras en su mente se repetía que ambos estaban en un callejón sin salida; no tenía más remedio que hacerle caso a su hermano y aguantar hasta que lograsen su objetivo.
A veces el destino es muy cruel, pensó ella mientras miraba a través la ventana a una gaviota sobrevolando el mar, Ojalá ésto se acabe pronto.
