1. Nada que perder
En la mente de un niño, el fin del mundo puede verse como algo improbable, fantástico, imposible. Una plaga de zombies o la rebelión de las máquinas, algo sacado de una película de ciencia ficción. Pero cuando la realidad cambia, cuando un apocalipsis llega, cuando un niño siente el verdadero sufrimiento, nada se siente real. Todo es como estar en una mala película, nada es un cliché cuando te ocurre a ti.
"Mi culpa"
Ni siquiera Lucy estaba del todo convencida de que todo esto estuviera pasando. Lucy, la hermana Loud más sombría y asocial de todas, la que no le tenía miedo a la oscuridad, la que había aceptado la carga de la vida como si fuera un largo trámite para llegar al descanso eterno, ahora tenía miedo. Miedo por lo que podría venir mañana. Lucy, la hermana que nunca había llorado, o nunca lo había mostrado, ahora estaba seca, y hubiera dado lo que fuera por tener al menos un llanto húmedo y largo, saber que aún había algo dentro de ella. Estaba aterrada. Porque no importaba lo oscura que pudiera ser, finalmente, tenía tan solo 5 años y, aunque no lo pareciera, tenía un lado sensible, y, más que preocuparse por ella misma, estaba preocupada por su familia. Aquello estaba en la puerta de su casa, en las paredes, en el techo, en el suelo, en la sangre y en la carne. No había manera de escapar, física ni mentalmente. Solo quedaba esperar.
Lucy intentaba calmarse, pero la desesperación podía más que ella, y su sanidad estaba de por medio. Lo único que le quedaba era recordar cuando eran felices, No, ya no podía. Le dolía pensar en ello. Pero si no lo hacía, Dios mío, ¿Qué pasaría si no lo hacía? No quería olvidar. No quería perder la cordura.
El 31 de octubre era una de las fiestas más amadas por la pequeña Lucy. Para ella, era el único día donde la gente se dejaba envolver por lo macabro, lo mórbido y lo funesto, y era la única fecha donde podía desenvolverse de forma libre sin que la consideraran una "rarita". Podía llevar atuendos macabros a la escuela y nadie diría nada. Podría leer pasajes de sus amados libros de poesía gótica en el recreo sin que la gente la molestara. Porque Lucy pretendía que no le importaba, y hasta cierto punto, era cierto. Pero aunque nunca buscó ser aceptada, muy dentro le dolía el que la vieran como un fenómeno.
Además, el ambiente en general le resultaba placentero. Calabazas, adornos y disfraces para la ocasión. Le encantaba, de hecho. Claro, que no todo era color de rosa, más bien color negro, para ella. Odiaba con todo su ser a la gente que se disfrazaba de princesas, de superhéroes y de cosas "divertidas". Se supone que es Halloween, y había que celebrarlo como tal, ¿no? Tal vez por eso no tenía amigos.
Sabía que su familia la trataba como bicho raro, sin excepción. Preferían alejarse de ella, ignorarla, y solo hablarle si era estrictamente necesario. Ni Lynn, su compañera de cuarto, era más comprensiva, las constantes peleas entre ellas eran muestra de que su relación como "rommies" era, más que nada, tolerancia. Sus propios padres hablaban acerca de enviarla a un psiquiatra, podía escucharlos por las ventilas. Tan solo esperaban que no fuera tan pequeña.
Su familia le tenía pánico.
Sin embargo, había aprendido a vivir con ello. Era la hermana más madura de todas. Y, de no ser por Lisa, sería la más inteligente de la familia, en casi todos los sentidos. Con tan solo 5 años, era una escritora magnífica, una ávida lectora, y una experta en varios campos literarios, sociales, históricos… y ocultos.
No era sorpresa para nadie que Lucy fuera una vívida lectora de conjuros, maldiciones, y rituales. Pero la práctica de estos, bueno, era algo que nadie sabía. Todos lo tomaban como uno de sus mórbidos juegos, una fantasía infantil macabra, como un niño jugando a ser un superhéroe, o una niña creyéndose princesa. Que ciegos. Confiada en el sueño pesado de su hermana, alguna vez Lynn logró verla levitando sobre su cama pero Lucy logró convencerla de que era una pesadilla, después de desmayarla, claro está, con algún simple hechizo para dormir. Algunas cosas requerían del puro poder de la mente, otras estaban más allá de su joven comprensión. Y eso le otorgo (in)prudencia, búsqueda de lugares más seguros para practicar los conjuros y rituales.
¿Para qué usar los rituales, ya que estamos en eso? Usualmente, para su bien personal. Hacer que algún compañero molesto se rompa la pierna, energía para leer hasta altas horas de la noche sin siquiera pestañear, magia sencilla que, sin saberlo, le salía muy caro. Esto la alejaba más de sus hermanos y de su familia, la alienaba más de lo que ella podría considerar "cariño".
Pero el uso de estos no se limitaba a su ego. También ayudaba a su familia. O al menos eso creía. En ocasiones, no sabía si ella realmente había hecho un cambio o, simplemente, era pura coincidencia. Como cuando el tornado que amenazaba con destruir su hogar ¿Acaso una casa tan corroída podría resistir tanto, mientras que otras habían perdido hasta 1/3 de terreno? La gente lo llamó milagro. Ella no estaba tan segura.
Algo que también le aterro, fueron sus predicciones en aquel viaje familiar. Ya que, aunque exageradas por su falta de experiencia, resultaron ser ciertas.
Pero había algo más en todo aquello. Una razón para vivir. Porque lo que no encontraba en su familia, lo encontraba en aquellos libros. Si había una posibilidad de disfrutar la vida, esta se encontraba en aquellas páginas, que habían llegado a sus manos en su momento de quiebre.
Recordaba bien que había sido el año pasado, en su cumpleaños, que, por cierto, nadie había recordado. La depresión había golpeado a la pequeña sin piedad y ya no veía el punto en seguir adelante. ¿Para qué? Su talento, infravalorado, la familia prefería los asquerosos smoothies de Leni a sus escritos. Lincoln huía cuando esta trataba de contarle un poema nuevo, y para los demás, se había vuelto prácticamente invisible. Estaría mejor muerta. Pues que fuera así.
Bajo al sótano, con una vieja y oxidada navaja para afeitar que encontró en el ático, pero lo suficientemente filosa para cortar su piel, y tal vez algo más. Pero en su momento, dudó. Nunca lo había pensado, realmente, pero le tenía miedo a la muerte, de su eterno castigo por pecar contra su persona, o peor, mirar a los ojos del infinito y perderse por siempre sin ser capaz de tocar, de oler, de sentir, de observar. Un infinito y triste vacío que nunca acababa y seguía en espiral por toda la eternidad.
Y fue entonces cuando lo vio, llamándola, suplicándole que volteara su cabeza y lo tomara en brazos. Un viejo libro negro, de pasta gruesa, como de piedra, sin título y, por lo que parecía, viejísimo, se asomaba por un lado de la vieja caldera del fondo. Lucy se acercó, curiosa y aterrada, con lágrimas y rímel bajando por su rostro, hacía aquel libro, y en cuanto lo tuvo en sus manos, comenzó a examinarlo.
No comprendía nada, el papel era amarillo y viejo, y parecía que, si lo movía con el más ligero movimiento brusco, este se haría polvo por completo. Amo a ese libro. La atrajo a él, le hablaba en silencio, y ella estaba dispuesta a escuchar. Dejó la navaja en el suelo sin darse cuenta.
Semanas de investigación, estudio y desvelo, Lucy estaba dispuesta a descifrar lo que aquel libro contuviera, y pudiera decirle. Y entre más averiguaba, más fascinada se hallaba. Al parecer estaba escrito en hebreo y arameo en su mayoría, lo cual solo aumentó su curiosidad. Más semanas de traducción lenta, pero precisa, le dieron su primera ojeada al contenido. Maldiciones y rituales que iban desde la concentración total en un tema, hasta la tortura del prójimo, ceguera, lepra, huesos rotos, viajes astrales y posesiones, tarot, vudú. Ya antes había visto "conjuros" en internet, "llena un vaso de agua y di el nombre de tu enemigo", esa clase de estupideces. Pero esto era distinto, se sentía más auténtico. Podía ser una simple broma, muy bien ejecutada, por el antiguo propietario de la casa, que tal vez quiso jugar una mala pasada a quien comprara su hogar (¿Quien escribe lecciones de tarot en hebreo?). Aunque, como saber si es real, si no se prueba. Y vaya que Lucy lo probó…
12:00 de la noche. Lo que más le extrañaba a Lucy, es que, la mayoría de maldiciones no requerían de materiales para su ejecución, todo estaba en las palabras. Mejor, así se evitaría conseguir patas de conejo y cosas similares tan típicas de los supuestos conjuros que todo mundo ve en las películas. Fue al patio lateral, a pararse ante la tumba de su tarántula mascota, asesinada a manos de su padre, quien ignoraba el hecho de que fuera una mascota. Con el libro en la mano, estaba a punto de "revivirla". De cierto modo, todo le parecía ridículo, pero en el fondo, quería que funcionara. Con nada (?) que perder, recito las oscuras palabras, pronunciando el arameo lo mejor que pudo.
[La muerte no es más]
[Dolor se va, lejos]
[Pero el quejido se queda]
[Hay un vacío]
[Y lloras]
Lucy se quedó 5 minutos esperando una reacción, una señal, pero fue en vano. No sabía si llorar o gritar de rabia. 2 meses perdidos como estúpida, pensando que tal vez, solo tal vez, tendría alguna satisfacción en su maldita vida. Se levantó bruscamente, tomó el libro, lo abrió, y empezó a arrancar páginas, mientras lloraba, llena de furia.
- ¡ESTÚPIDA, ESTÚPIDA, ESTÚPIDA, ESTÚ…
Un horrible chillido desde dentro de la tierra detuvo el ataque de furia de Lucy, quien se quedó de piedra, horrorizada. Volteó al suelo y vio un pequeño montón de tierra moverse frenéticamente, como queriendo escupir algo, que resultó ser cierto; el suelo estaba escupiendo a su tarántula, quien movía las patas en todas direcciones, seca y putrefacta, chillando de dolor. La pobre estaba podrida, le faltaban patas, sangraba polvo y chillaba. Jesucristo, chillaba. Era como escuchar millones de gritos, horribles y cansados, sin parar, llenos de angustia y sufrimiento.
Lucy estaba de piedra, no sabía qué hacer, si estar feliz, ahora que sabía que el libro funcionada, o si gritar de pánico, en medio de la noche. Pero dejo el tiempo pasar, y los movimientos de la araña se volvían más frenéticos, era incapaz de caminar, solo giraba y giraba y giraba, retorciéndose de dolor, mientras sus chillidos agonizantes se volvían cada vez más… ¿humanos?
Lucy estaba histérica, intentó pisar a la araña, pero está solo gritaba más y más. Intentó tomarla para enterrarla de nuevo, pero el movimiento de está, sumado a los fluidos corporales que la cubrían por completo, y el sudor y lágrimas en las manos de Lucy, hacían que fuera imposible mantenerla estable, y los gritos se transformaron en alaridos que pedían misericordia.
Lucy buscó entonces en el libro, un contrahechizo, algo, ¡por el amor de Dios! Cuando al fin lo encontró, se conmocionó al leer en aquel idioma, una frase demasiado simple, demasiado cutre, demasiado cínica.
[Dime que me amas. Pídeme perdón]
Cubierta en sudor, y sin ninguna otra opción, Lucy obedeció las instrucciones al pie de la letra.
[¡TE AMO! ¡PERDÓNAME, POR FAVOR!]
Los alaridos seguían y Lucy cerró los ojos, sollozando.
-¡PorfavorDiosayúdameporfavorDiosayúdameporfavorDiosayúdameporfa….
Y todo se detuvo. No más gritos, ni tierra, ni nada. Solo ella, en su cama, sudando, con Lynn del otro lado, temerosa. ¿Qué mierda?
-¿Estás bien, Lucy? –Lynn estaba temblando.
-¿Que pasó, donde…?
-Creo que… que fue una pesadilla. O algo así. Tú dime.
¿Fue todo una pesadilla?
-Estoy bien… vuelve a dormir.
-¿Estás segura? ¿No necesitas…
-¡Estoy bien, déjame en paz!
Lynn tomó ofensa por ese comentario, y su cuerpo dejó de temblar. Del miedo al enojo no hay muchos pasos.
-De acuerdo. Rarita…
Lucy se hizo la sorda y volvió a acostarse. No, no podía ser. Eso NO fue un sueño. ¿Qué mierda está pasando?
La curiosidad pudo con ella y salió de su habitación.
-¿A dónde vas?
Lucy no respondió y bajó al sótano, donde se encontraba el libro. Al bajar, lo vio justo donde lo había dejado… antes de salir al patio. Lo abrió con miedo pero… Nada. Absolutamente nada. El jodido libro estaba intacto.
-Suspiro. Lo que necesito es dormir. Los desvelos son los que me tienen así.
Antes de volver a la cama, fue a la cocina, por un vaso de agua. Tenía la garganta seca y le dolía la cabeza, necesitaba refrescarse. "¿Que mierda me pasa?" La pequeña aún no podía creer que todo hubiera sido un sueño, pero así fue. El libro estaba intacto, y la araña…
La araña.
Lucy volteó a la ventana de la cocina que daba al exterior del patio lateral, y dejó caer el vaso mientras daba un grito ahogado.
La tarántula estaba fuera de la tierra.
Un pequeño relato de terror que hice como descanso de tanta Luna, jajaja. Probablemente lo continúe, pero no es seguro, ahora quiero meterme de lleno en "El miedo de Luna" y su traducción al inglés. Tal vez si a la gente le gusta, lo actualice. Por ahora, no lo sé. Como sea, disfrútenlo y, buenas noches.
